Capítulo 26
Liadan

Hoy es el último domingo que vamos a poder estar juntos y solos aquí. Pero esta tarde, antes de que mañana llegue Aithne y se enfrente a la verdad, antes de que mis compañeros y las clases me devuelvan al mundo real, sigue siendo nuestra. Esta vez ni siquiera simulo que voy a intentar estudiar. Tampoco enciendo las luces. Tan pronto como llego dejo la mochila junto a la mesa del bibliotecario. Me quito el espeso abrigo con rapidez para refugiarme en la calidez del cuerpo de Alar. No puedo evitar que una sonrisa tonta y cursi se dibuje en mis labios cuando siento tus brazos rodear mi espalda con una férrea suavidad, que yo siento tan física como etérea es en realidad.

Nuestros labios se encuentran y los dos sabemos que esta vez, puede que la última que podemos encontrarnos a solas, nos vamos a dejar arrastrar. Antes de darme cuenta Alar me está desabotonando la blusa y yo estoy intentando quitarle la camiseta. Me dejo llevar cuando Alar me hace caminar hacia atrás y me siento en la mesa del bibliotecario cuando me encuentro entre ésta y él. Ya no me avergüenza sentirme desnuda, como tampoco siento extraño su cuerpo sobre el mío. Todo tiene una extraña naturalidad, y apreso sus oscuros cabellos naranjas entre los dedos para acercarle más a mi piel. Entonces es él quien sonríe y yo ya no soy capaz de pensar nada más. Tan sólo puedo concentrarme en él, en sus ojos, en sus murmullos, en sus manos y sus labios recorriendo mi piel con su tacto hecho de energía pero tan real. Tan capaz de regalarme un placer que no había sentido nunca.

Una hora después volvemos a estar sentados alrededor de la mesa del bibliotecario. Él ha retomado sus manuscritos del archivo de la biblioteca y yo trato de estudiar química. Estamos tranquilos, como si nada hubiese pasado, pero nuestras miradas son más cómplices que nunca. Le quiero. Sí, le quiero. Y sé que él me quiere también; no hacen falta más palabras. Aunque también sé que le embarga la tristeza ante la despedida, y él sabe que yo deseo más que nunca quedarme aquí con él y que lo intentaré. El caos late bajo la apariencia de normalidad que nos rodea, pero ahora nos embarga la paz.

De repente se mueve la manija de la puerta de la biblioteca. Ambos damos un respingo. Es domingo, nadie debería estar aquí. Alar reacciona con rapidez, y mueve los archivos para que no parezca que había alguien más que yo observándolos. Miramos fijamente la puerta, inmóviles, hasta que ésta se abre bastante para ver quién ha accionado el picaporte.

—¡Aithne! —exclamó atónita.

Lo primero que se me ocurre pensar es que menos mal que no ha venido una hora antes. Me pongo roja, pero ahora lo que más me preocupa es que me muero de ganas de abrazarla y no me atrevo a hacerlo. Me duele, porque es mi mejor amiga.

—Hola. He ido a tu casa pero me han dicho que estabas aquí —me dice, y sonríe.

Me levanto y acudo a estrecharla entre mis brazos, sin poder aguantarme. Ella me devuelve el gesto con la misma delicada intensidad de siempre, y no puedo evitar que se me salten las lágrimas. Cuando nos separamos, Aith me mira muy seria.

—¿Estás sola?

Tardo unos segundos en darme cuenta de que eso es casi una aceptación de la realidad.

—No.

—¿Dónde…, dónde está? —susurra mirando temerosa a su alrededor.

Señalo la silla que hay frente a la mesa del bibliotecario, de donde Alar no se ha movido. Aithne levanta una mano a modo de tímido saludo.

—Hola, Aithne —dice Alar sin moverse todavía, a la expectativa de la forma en que se desarrolle el asunto.

Ella da un respingo, está claro que sabe que está aquí, pero es incapaz de ubicarlo.

—Yo… —musita asustada—. Yo… le oigo, pero no entiendo lo que dice. Es como un eco.

—Dice que «hola» —le digo a Aith—. Y siente que te asustaras el otro día.

Aithne baja la cabeza, como siempre que no necesita la disculpa que le han ofrecido.

—Dios mío, Lia —me dice—. Me he pasado todas las fiestas tratando de convencerme de que aquello no sucedió de verdad. De que todo es producto de mi mente, como me dijeron…

—Alar, ¿no podrías levantar una moneda o algo? —digo pensando en la película Ghost.

—No creo que fuese buena idea. Tu amiga está al borde del colapso —me contesta sin moverse y sin dejar de observarla con sus transparentes ojos verdes—. Creo que siempre ha sabido que estamos aquí, y que es eso lo que sus psiquiatras intentaron reprimir. No va a ser fácil para ella aceptar que la verdad no es la que trataron de imponerle los médicos.

Es verdad. Aithne me mira a mí y a mi interlocutor invisible con ojos de cervatillo asustado. Alar murmura algo que no entiendo y se levanta.

—Dile que quiero saludarla. Que no tenga miedo.

—Alar te va a coger la mano ahora, Aithne. Por favor, no salgas corriendo.

Ella acepta con más valentía de la que siente, y espera. Veo cómo Alar se detiene frente a nosotras, me besa la frente y, con suavidad, coge la mano de Aithne y la alza. Se la acaricia, para tranquilizarla con su cálido contacto, mientras Aithne se mira la mano paralizada. Se le escapa una risa un poco histérica cuando Alar le da unas suaves sacudidas en un apretón que pretende ser formal. Pero está temblando, y no sólo de miedo. La comprendo. Cuando dejas de temer esta loca para aceptar que hay muertos a tu alrededor, empiezas a temer que se tambalee toda tu realidad. Pero sin duda llegará después la fase en que Aithne se enfade con los médicos, por hacerle creer que estaba loca cuando era ella quien conocía la verdad. Que no estamos solos.

—Encantado de conocerte, Aithne. Liadan me ha hablado muy bien de ti —dice Alar, y yo se lo comunico a ella.

—Dios mío. Estás ahí de verdad —dice ella todavía incrédula y asustada, aunque de una forma diferente a como lo estaba antes.

Alar hace parpadear las luces como respuesta, lo que provoca un respingo en Aithne.

—¿Y los vampiros también existen? —pregunta con un hilo de voz.

Alar le responde y yo le hago de transmisora.

—No lo sabe, no sale a menudo —le digo a mi amiga—. Me pregunta que si tú has visto alguno.

Y comprende tan bien como yo que Alar no está bromeando. Nos miramos, las dos pensamos lo mismo. Si existe él, ¿por qué no podría existir cualquier otra cosa? Pero yo espero que no sea así, ya que Alar tiene una explicación física y los vampiros, al menos de momento, no.

—Necesito sentarme —murmura Aithne, y lo hace.

Yo me siento frente a ella, en la mesa del bibliotecario, y Alar se apoya a mi lado. Aithne mira a su alrededor con el miedo y la confusión todavía impresos en su hermoso rostro. Supongo que nunca se cansará de buscarlo pese a que sabe que no lo puede localizar.

—Está apoyado aquí, en la mesa —digo poniendo una mano sobre la pierna de Alar.

—Me gustaría preguntarle algo —dice Aithne mirando al suelo.

—Estará encantado —le aseguro yo.

Entonces Aithne nos explica la historia de su salida del coma, que yo sólo conocía a medias. Cuando despertó, estaba convencida de que durante todos aquellos meses había sido arrancada de su cuerpo, y que no podía volver a él. No era capaz de recordar nada, pero la sensación era angustiante. Estaba convencida de que acababa de regresar a su cuerpo tras haber sido exiliada de él. Además, a veces escuchaba cosas extrañas, como ecos de voces. Los médicos no consiguieron disuadirla, y finalmente necesitó visitar al psiquiatra y tomar pastillas. Hasta que se convenció de que aquello no había sido real, ni lo eran los extraños sonidos, sino el producto de una neurosis resultante del shock provocado por el accidente y el largo estado comatoso.

—Pero ahora… —murmura mirando al suelo, retorciéndose las manos.

—Yo no creo que lo imaginaras —dice Alar, y yo repito su mensaje palabra por palabra—. Alguna Noche de Brujas, buscando a gente perdida, he ido a los hospitales. No es extraño ver a gente que escapa de su cuerpo cuando éste amenaza con desmoronarse. Tú pudiste ser fácilmente uno de ellos. Y si tu cuerpo se mantuvo vivo, tú quedaste anclada a él hasta que de alguna forma conseguiste volver. No sé cómo funcionan estas cosas, Aithne, es un misterio para todos nosotros. Pero no sigas castigándote por una locura a la que jamás has sucumbido. Y fuiste afortunada.

A todo esto yo añado que respecto a lo de escuchar ecos de voces, que puede considerarse una receptora de psicofonías humanas. Así las dos somos un poco raras. Cuando Aithne levanta la mirada tiene los ojos húmedos, pero sonríe.

—Gracias —dice levantándose, mirando hacia donde está Alar—. Gracias, de verdad.

—No es necesario que te vayas —le respondo—. Estaba estudiando.

—Tengo que irme de veras —dice—. Por hoy ha sido suficiente para mí.

Entonces me doy cuenta de que está temblando de una forma casi imperceptible. Sigue asustada. La acompaño hasta la puerta, orgullosa de lo valiente que ha sido y emocionada porque se haya enfrentado a esta situación por mí. Mi preocupación se evapora, porque confío en ella ciegamente.

—¿Sabes, Alar? Si me concentro casi entiendo lo que dices cuando hablas —sonríe valerosa—. Nos vemos mañana —me asegura, y trata de mirarnos a ambos—. Adiós.

Las luces parpadean en respuesta y Aithne siente prisa por marcharse. Pero yo me siento simplemente aliviada, casi feliz. Porque sabía que Aithne no iba a fallarme. Y sé que Alar la respeta en cuanto lo miro. Me lanzo a sus brazos para abrazarle, sintiéndome un poco más confiada en que todo pueda salir bien.

Es increíble cómo había estado guardándome la tensión en mi interior. En ese momento, aunque los exámenes finales están cerca y llevan a un cambio en mi vida, sé lo que es la felicidad. Aithne, que es la persona más importante para mí, comparte mi secreto, y sigue asustada pero está contenta de que me sienta realizada. Son pocas veces las que me pregunta cosas sobre los fantasmas, creo que prefiere no saber nada. Desde que me preguntó cómo podía yo tocar a Alar cuando quisiera y le respondí que si Alar no tocaba a los demás era sólo porque no quería, no le gustó la respuesta y tuvo suficiente. Le asusta la idea de que cualquier ser al que oiga pueda entrar en contacto físico con ella. De todas formas, yo le aseguro que no estamos rodeados de fantasmas ni mucho menos, que la mayoría de los ruidos son simplemente ruidos y que puede seguir viviendo tranquila.

—Ya había fantasmas antes de que tú supieras que estaban ahí —le aseguro—. Que ahora lo sepas no va a cambiar nada.

Aunque la entiendo, ambas sabemos que están ahí pero yo, sé dónde exactamente.

Ahora, algunas tardes, viene conmigo a la biblioteca. Me ha contado que Keir ha conocido a una chica, Gala, durante las vacaciones, y me parece fantástico porque así ya no tengo una excusa para que me gusten los vivos. Yo le he hablado de Caitlin y de Bobby, de Annie y de Jonathan, y nos sorprendemos de que yo pueda verlos como seres completamente reales mientras que ella no es capaz de presentir siquiera su presencia, pese a que en ocasiones oiga cosas. A Alar incluso a veces lo entiende. Y me doy cuenta de que ella también está más feliz, ahora que ya no carga con la losa que fue su supuesta esquizofrenia.

La única que sigue preocupándome es Annie. Alar no lo sabe, pero he ido a verla a menudo durante las mañanas que no podía pasar con él estas vacaciones. Está tan sola… Ahora que todos sabemos lo que es la placidez, su amargura se me hace más patente que nunca. Por eso una tarde de viernes, mientras me dirijo al Red Doors para ver tocar a Keir, se me ocurre una idea al detenerme a acariciar a Bobby. Él también está muy solo.

—Vendrás conmigo, ¿vale? —le digo mientras lo levanto discretamente en brazos.

El perro se pone tenso, no lo había cogido nunca y parece que no le gusta la sensación. Sus ojos también se oscurecen, y se vuelve espeluznante. Me detengo para tranquilizarlo.

—No te preocupes, no va a pasarte nada —le susurro mientras le rasco las orejas—. Confía en mí, Bobby.

Sigo caminando, y noto una corriente de aire poco natural cuando dejo atrás la esquina de la calle Victoria. Al sacudir la cabeza para quitarme los cabellos de los ojos, veo que al otro lado de la calle hay un hombre mirándome. Está vivo, compruebo, así que sigo caminando; la corriente ha tenido que ser por otra cosa. He aprendido a que no me importe tanto que la gente me vea hacer algo que se pudiera calificar de extraño. Hay mucha gente excéntrica en el mundo, al fin y al cabo, y si muestro nerviosismo se fijarán más en mí.

Voy hasta el Mary King's Close y les digo que creo que ayer me dejé una libreta abajo. Intento parecer natural, como si no estuviera sujetando a un perro nervioso debajo del brazo. Me dejan bajar sola, sin esperar a que entre un nuevo grupo, porque ya me conocen. Así que me apresuro a llegar al dormitorio de Annie.

—¡Liadan! —exclama contenta por mi inesperada visita.

Abandona su lugar de vigilancia junto al baúl de juguetes y se me acerca saltando. Su sonrisa se ensancha entre las pústulas de su rostro.

—¿Te acuerdas de Bobby? —le digo soltando al perro.

El animal no cabe en sí de gozo. Ahora no hay una, sino dos personas dedicándole sus atenciones. Ladra y se agacha y mueve la cola, y trata de coger con los dientes la cinta del camisón de Annie. Ella se inclina y lo abraza, tan contenta como el perro.

—Ahora podréis jugar los dos juntos —le digo a la niña acariciándole el pelo—. Tengo que irme, pequeña.

—¿Volverás? —me pregunta radiante, mientras intenta impedir que Bobby la babee.

—Ya sabes que sí —le contesto.

Subo las escaleras corriendo, muy satisfecha por mi idea. Ahora todos somos felices.

Cuando llego al Red Doors, sin embargo, me llevo un pequeño chasco. Aithne parece un poco nerviosa.

—Keir sigue muy preocupado por ti —me dice cuando me siento a su lado a la espera de que empiece el concierto—. Y como ahora te defiendo, piensa que lo hago para protegerte. Me parece que cree que yo he tenido una especie de recaída durante las vacaciones, y por eso no quiero aceptar que algo te está pasando también a ti.

Suspiro, ya menos contenta. Nos callamos porque empieza el concierto, pero no puedo evitar mirar a Keir con tristeza. Sé que lo hace por mí, porque me quiere. Pero sólo es jueves, mi tranquila alegría ha durado cuatro días. Y me pregunto qué más va a pasar.

Cuando acaba el concierto y Keir viene con nosotras apartándose el húmedo cabello rubio de los ojos, trato de comportarme como la persona más normal del mundo. Él sigue bromeando y charla con sus amigos, que nos rodean, pero sé que vigila casi cada uno de mis movimientos. Bueno, ya se le pasará, me digo. Cuando abandonamos la iglesia reconvertida en pub y nos encaminamos a casa, no puedo evitar sonreír al ver que Bobby ya no está esperando en la puerta del Eating.

—¿Quieres que te acompañe? —me dice Keir cuando llegamos al lugar donde se separan nuestros caminos.

—No hace falta.

—¿Ya no te da miedo el tipo ése del Bruntsfield Park? Yo nunca lo he visto, pero…

—Qué va —digo yo riéndome, pero al captar la mirada fija de Aithne me doy cuenta de que tengo que dar alguna explicación más—. Durante estas vacaciones he tomado ese camino todas las noches sola y no lo he vuelto a ver más. Estaré bien.

Y de sobras, teniendo en cuenta que Jonathan es el protector sustituto de Alastair en esa zona.

—Vale, nos vemos mañana en clase —se despide Aithne con naturalidad.

Yo, por supuesto, me detengo a saludar a Jonathan y hacer de mensajera entre él y Caitlin. A veces los mensajes que se dedican son un poco cursis, y los subidos de tono de Jonathan me acarrean algún que otro sonrojo, pero me alegro de ser útil.

Hoy, mientras hablamos de su vida pasada, oímos unos ladridos que a ambos nos resultan familiares, aunque Jonathan no los esperaba. Bobby viene corriendo hacia nosotros a través del parque como una peluda pelota negra. Vaya, esto no lo había pensado. Me agacho a acariciarlo fingiendo que no soy consciente de que Jonathan se ha llevado tal susto que el aire se ha vuelto glacial y la sangre de su camisa me traspasa con un fuerte olor metálico. Me he dado cuenta de que cuando se pone nervioso, su sangre derramada se vuelve más fresca que nunca. Dios mío, qué curiosos son.

—¡Bobby! —Exclama Jon cuando recupera el uso de la palabra—. ¿Cómo?

Me mira, suspicaz. Creo que ahora soy yo quien le doy miedo.

—Sólo lo llevé con Annie, los dos estaban muy solos —me defiendo—. Bobby, vamos Bobby, vuelve con Annie —lo animo—. Con Annie.

Bobby ladra y vuelve a salir disparado hacia la Royal Mile.

—¿Ves? Ya está. Bueno, tengo que irme. Hasta luego.

Me apresuro a escapar. Por la cara que pone Jonathan, estoy casi segura de que este secreto no me lo va a guardar. Pero ni que fuera para tanto…