Capítulo 20
Alastair

Qué te pasa? —me pregunta Liadan en cuanto entra en la biblioteca.

Esperaba esa pregunta, pues sé que últimamente me nota raro, pero no sé qué responderle, ya que soy incapaz de explicarle por qué. ¿Cómo voy a decirle que pronto tendremos que despedirnos si no es consciente de ello? Sin embargo, hoy no es eso lo que me turba, sino que su amiga se está convirtiendo en una complicación, aunque hace ya días que no le insiste para quedarse con ella en la biblioteca; desde la última vez parece que ha renunciado a saber más de mí. Además, mañana se acaban las clases por las fiestas navideñas y tendrá tiempo para olvidarse de cualquier recelo, pero las miradas que le dirige Aithne a Liadan me atribulan y una parte de mí ansía apartarla de en medio para que nada me separe de Liadan.

—Nada —le respondo—. No me pasa nada. ¿Cómo ha ido el día?

Se ríe.

—Lo sabes tan bien como yo —me responde dándome un empujoncito; últimamente nos tocamos más, y ya casi ni siquiera siento el frío que me transmite su carne física—. Has estado ahí todo el día…

De pronto se abre la puerta de la biblioteca y aparece en ella un joven que me resulta vagamente familiar. Es rubio, alto; se parece mucho a Aithne. Y Liadan se ha dado tal susto y se ha puesto tan pálida y nerviosa como si la hubieran atrapado haciendo algo malo.

—¡Keir! —exclama—. Qué susto me has dado.

El joven mira a su alrededor, fijando los ojos en todos los pasillos.

—¿Estás sola? Me ha parecido oírte hablar con alguien.

Como siempre que hay alguien más, me sitúo al lado del interlocutor de Liadan. De esa forma no pasa nada cuando siente el impulso de mirarme.

—¿Yo? Qué va —dice ella, aunque su nerviosismo desmiente la despreocupación de sus palabras—. Es que leo en voz alta. ¿Qué haces aquí?

—Si te molesto, si va a venir tu amigo ése…

—No, no —dice Liadan rápidamente temiendo haber molestado al joven—. Hoy no creo que venga. Ya vino ayer y me parece que hoy tenía cosas que hacer.

—Ya —responde el tal Keir con cara de no creerse nada.

—Es sólo que me sorprende verte aquí —insiste Liadan sonriendo con sinceridad ahora.

—Te prometí que te explicaría por qué creo en fantasmas, ¿recuerdas?

—Ah, cierto —dice Liadan y me dirige una mirada veloz. Enseguida pone una expresión de interés que no me gusta y le dice—: Explícamelo.

—Bueno —dice el joven, que adivino será el primo universitario de Aithne, el que estudia Historia. Desvía la mirada a la mesa que hay entre él y Liadan; no parece que esté explicando esto por voluntad propia—. No se lo digas a nadie, ¿vale? Porque es un poco bochornoso. Sucedió en mi último año de instituto, fue un día cuando se acercaban los exámenes. Estaba cansado de estudiar y decidí salir fuera del aula de estudio para relajarme un poco. Me dirigí al lago…

El joven se calla porque las luces han parpadeado, y está mirando a los fluorescentes con el ceño fruncido. Liadan en cambio me mira a mí, porque sabe que he sido yo. Y no puedo evitarlo. Ahora sé por qué me resulta familiar ese joven y no me gusta nada cómo va a continuar esta situación.

—Liadan, por favor —le imploro—. Pídele que no te lo explique.

Ella me mira unos pocos segundos más y luego vuelve a mirar a su interlocutor.

—¿Y qué pasó? —le dice.

—Bueno… ¡Vaya, qué frío hace aquí de pronto! —Murmura el joven—. Pues bajé al lago. Era un día de finales de invierno, y había escarcha en la hierba. Me acerqué hasta el puente. Me detuve a unos pasos del borde del agua porque hacía viento y no quería que las gotas de humedad salpicasen los apuntes que llevaba en la mano. Pero de golpe una hoja salió disparada de mi mano, como si me la hubiesen arrancado, y se acercó al borde del lago. La seguí. Traté de cogerla y lo conseguí justo antes de que cayera al agua, pero entonces el viento, o algo, me empujó de cabeza al lago.

Por la expresión de Liadan adivino que ella está sacando sus propias conclusiones. No deja de mirar fijamente al joven pero noto que está deseando interrogarme con la mirada. Ojalá pudiera hacer algo para evitar que Keir siga hablando. Pero no puedo hacer nada que no le haga recelar más, y sería demasiado tarde, pues Liadan ya sabe suficiente.

—El agua estaba helada —continúa el joven con la mirada perdida, reviviendo el suceso otra vez. Yo también lo recuerdo perfectamente—. El lago es hondo, no sabes cuánto, y la ropa pesada me hacía difícil salir a la superficie. Y entonces —ahora mira a Liadan fijamente—, sentí que algo me agarraba el tobillo. Te lo juro, Liadan, sentí una garra caliente apresarme el tobillo y arrastrarme hacia abajo, al fondo del lago. El agua parecía más densa alrededor de mi pie. De pronto parecía quieta y calmada otra vez, pero yo me fui corriendo de allí porque estaba convencido de que había algo…

Se queda callado, perdido en sus recuerdos, mientras Liadan se limita a seguir mirándolo. Quizás en otra época hubiese reaccionado de forma diferente, pero ahora no sabe qué decir. El joven vuelve a mirarla, y sonríe, en parte avergonzado.

—Bueno, ya está. Por eso creo en fantasmas, aunque es una estupidez. Pero, ¿por qué me lo preguntaste? —dice el joven suspicaz—. ¿Acaso tú has notado cosas extrañas?

—No —miente Liadan con rapidez—. Sigo sin creer. Pero sí puede que sintieras algo. Algo que tenga una explicación física, aunque la desconozcamos. Una corriente.

—Podrías ser, o podría no ser nada. Porque todo estaba en mi cabeza, ¿comprendes, Liadan? —le dice con vehemencia, como si esperara que ella comprendiera la moraleja—. A veces la mente nos juega malas pasadas, nos hace creer cosas que no existen, pero hemos de ser conscientes de ellas. Entonces podemos sobreponernos, como hice yo convenciéndome de que nada me agarró el tobillo aquel día. Como Aithne se sobrepuso de sus alucinaciones cuando salió del coma. Sólo que ella necesitó un poquito de ayuda. Pero eso no es malo. Y Liadan… —la coge de la mano de una forma que me hace rezumar ira, aunque me contengo—. Si a ti te sucediera algo parecido, si sintieses algo extraño, me lo explicarías, ¿verdad? Ya sabes que puedes confiar en mí. Yo he confiado en ti.

Liadan está desconcertada, pero a mí las últimas palabras de su amigo me han provocado un estremecimiento. Me aparto de ellos, porque sé que si permanezco a su lado les haré pasar tanto frío que el joven notará que el vaho que desprenden sus alientos es muy poco propio de un lugar cerrado y caldeado.

—Claro —dice ella—. No te preocupes, te lo explicaría. Pero a mí no me pasa nada, Keir.

—Aithne te ha notado un poco extraña últimamente.

—Será el cansancio —se defiende Liadan—. Y de hecho creo que por hoy, como no va a venir nadie, cerraré antes la biblioteca.

—Bien, en ese caso te esperaré. Así vamos juntos al Red Doors, Aith me ha dicho que la acompañarías esta noche a vernos tocar.

—Eh…, bueno —Liadan se ha puesto nerviosa de repente, disimula muy mal—. Pero mejor vuelve a buscarme de aquí a una hora, tengo que recoger y te aburrirías esperando.

—Está bien —acepta su amigo—. En una hora. Por cierto, Liadan. Quería que supieras que he estado investigando y no hay ningún Alar que estudie en mi universidad. Ninguno.

—Ah —dice Liadan completamente descolocada—. Ya…, ya lo sé. Se lo inventó —sonríe—. En verdad ya no estudia pero investiga por su cuenta. Es un poco friki, por eso mintió.

El joven suspira.

—Liadan, ¿estás segura de que no quieres venir con nosotros a Inverness estas Navidades? Nos vamos mañana al anochecer. Lo pasarías bien y estarías acompañada. No tienes por qué quedarte aquí porque tu tutora en Barcelona no pueda atenderte.

—No, de veras. Tengo mucho que estudiar y, además, Alar me ha prometido venir algunas tardes a hacerme compañía a la biblioteca. Y Malcom y Agnes estarán contentos de que me quede con ellos.

—Ya —dice su amigo, con una mezcla de angustia y pena; está claro que la quiere, y le preocupa—. Te veo en una hora, Liadan.

—Sí, hasta luego —dice ella acompañándolo hasta la puerta.

—Y Liadan —añade el joven antes de irse—, de todas formas no te acerques al lago. ¿Vale?

—Descuida —dice ella.

Cuando cierra la puerta, yo ya estoy nervioso esperando su reacción. Sé que debo tener un aspecto tenebroso por culpa de mis sentimientos, pero igualmente me mira fijamente. Espero que esté pensando lo mismo que yo: que sus amigos empiezan a recelar de su cordura.