Nota preliminar del traductor

Henrik Ibsen es, indudablemente, uno de los grandes autores teatrales de la historia, y con frecuencia se le ha mencionado al mismo nivel que Sófocles o Shakespeare; está, desde luego, a la misma altura que cualquier otro de los grandes autores teatrales modernos, como creador del llamado “teatro de ideas”, a comenzar por Strindberg, su casi contemporáneo y su igual en ese campo.

Pero Ibsen también es autor de un libro de poemas, titulado Digte (Poemas); se publicó en 1871 y es el único poemario de su bibliografía, prácticamente desconocido fuera de Escandinavia. Y en España, que yo sepa, completamente inédito. Ibsen fue poeta toda su vida, pero, sobre todo en su madurez, más a ratos perdidos que como actividad cotidiana.

En su obra poética abundan las composiciones de ocasión, insufladas, sin embargo, de gran fuerza, ternura, originalidad e interés poético en la mayor parte de los casos. Y algunos de sus poemas, como “Terje Vigen”, han pasado a formar parte muy importante del acervo cultural noruego actual, mientras muchas de las expresiones y versos de casi todos ellos son hoy en día parte ineludible del idioma noruego. La actual traducción incluye no sólo ese libro, sino todos los poemas que Ibsen publicó en vida.

El lector notará que Ibsen es un poeta muy apegado a su época y a los incidentes de su entorno. Su poesía está llena de alusiones contemporáneas y con frecuencia versa sobre sucesos y casos en apariencia banales, aunque su genio los eleva casi siempre al nivel de materia poética e incluso de poesía seria; en ocasiones, al de obra de arte, arte mayor u obra maestra. El genio, en todos los terrenos del arte humano, transforma cuanto toca: es como el calor del sol, que no conoce murallas y trasparece por doquier.

Ibsen es un poeta importante en la literatura noruega, esencial en la literatura escandinava y sumamente interesante en la europea. Esta gradación, quizás más propia de profesor de literatura que de lector, oculta la realidad, para mí evidente, de que Ibsen es un auténtico poeta universal, cuya poesía ha sido semieclipsada por el sol de su obra teatral.

En sus conceptos, Ibsen es curiosamente avanzado, mientras en su forma se mantiene, en general, muy conservador, y en esto su poesía se parece mucho a la de su casi contemporáneo sueco August Strindberg. Ambos, en ocasiones, podrían compararse a un Rubén Darío disfrazado de Núñez de Arce, en el sentido de que el ropaje tiende a no corresponderse con la enjundia; aunque, mientras Strindberg vuela con frecuencia con alas muy modernas, Ibsen revela su genio más por la fuerza de sus expresiones y la originalidad de sus ideas que por el cauce formal, tendente siempre al conservadurismo, como si prefiriese renovar sus poemas desde dentro. Es muy revolucionario, pero al tiempo, paradójicamente, muy de su tiempo, de su tierra, de su ambiente, de su círculo íntimo incluso, una curiosa mezcla de localismo y universalidad de la que yo conozco pocos otros casos a esta altura del genio humano.

Con frecuencia es difícil entrar del todo en la poesía de Henrik Ibsen no siendo noruego, precisamente por la terquedad con que se aferra a localismos históricos, geográficos, sensoriales y sentimentales: es tremenda, medularmente noruega, y las pocas notas que el traductor puede añadir sirven de muy poco para su plena comprensión formal.

La única solución sería ahogar muchos de estos poemas en una inundación de aclaraciones que acabarían por asustar al lector; yo he preferido confiar en que la fuerza de la poesía ibseniana disuelva por sí sola estos problemas —que, en el fondo, sólo lo son a medias—, bajo la fuerza expresiva, agresiva incluso, la hondura, la originalidad, la ternura y el humor universal del autor, como un pince-sans-rire que lo dominase todo.

La alusividad y la contemporaneidad de esta poesía son más formales que íntimas, y la sagacidad del lector estará precisamente en pasar por encima, o por debajo, de la camisa de fuerza de ese cauce, fácilmente prescindible y aun adaptable a las circunstancias del lector, y gustar sus aguas: la cáscara tópica de un poema de salutación a una reunión universitaria o de despedida de un catedrático que se jubila es muy fácil de transponer a otro siglo y a otro país, y, en último término, incluso de eliminar como se elimina la cáscara de una naranja, concentrándose en los gajos.

Los poemas están traducidos en verso libre, esto es, sin rimas consonantes y, en la medida de lo posible, tampoco asonantes. El metro trata siempre de semejarse al del original, aunque en algunas ocasiones he tenido que mostrarme infiel en esto, porque el noruego, como todos los idiomas germánicos, es mucho más sintético que el castellano y con frecuencia resulta materialmente imposible encerrar en un endecasílabo castellano, pongo por caso, lo que cabe en un endecasílabo noruego. Igualmente, he respetado el número de los versos de cada poema. He tratado también de evocar, en la medida de lo posible, el tono decimonónico del original.

JESÚS PARDO