Señales del norte

(1872)

En Viena hubo batalla entre los diplomáticos.

En las llanuras de Schlesvig del norte se acoquinaron milites.

Mejores soldados nunca se encontraran

Que esta sangrante hilera de hombres y mujeres.

Doscientos mil heridos en el pecho;

Doscientos mil en mortal agonía aplastados.

Allí habrán de yacer, pero con la muerte forcejea

Una noche de hace ocho años que aún jamás albeará.

Ocho años de noche nacional, libres

Yacen allá afuera, nadie los encuentra.

¿Dónde estaban los mozos daneses todo este tiempo?

Arracimados en torno a una bandera rojiblanca.

Y no era la bandera danesa, batida por la tormenta,

Era bajo la enseña de las ambulancias donde estaban.

Ni tampoco les ceñían ropajes de odio.

El diestro no tenía espada, descubierto estaba el siniestro.

Mas cerrado aparecía el camino. En bayonetas ceñido

De oeste a este veíase el campo de batalla.

La Cruz Roja sobre el campo blanco

No alcanzó a refrescar la boca del herido.

La insaciable estocada mortal no cobró frescor;

Ni tampoco de salvación llegó señal.

Y así y todo resistieron los mozos daneses,

Pacientes, a todo dispuestos, a pie firme todos.

Y sonó entonces una potente voz de mando:

“¡Atrás, ambulancias!, ¡media vuelta!, ¡al norte!”.

“¡Hincad la enseña en lo alto de la mochila!

¡Frustrad a las negras águilas cernientes!”.

“¡Los saltantes leones moverán la cola!

¡Los vigilantes hombres cambiarán sus señales!”.

No cabe duda. Un poeta lo ha contado,

Y lo han ordenado el viejo Grundtvig[35] y Dios.

Muy bien. Retirada, pues. ¡A la fiesta de reconciliación!

En la tribuna veis al gran sacerdote del pangermanismo.

Los nuevos hermanos, pecho contra pecho,

Se abrazan entre sí, el vaso alzan.

Todas las lámparas están encendidas: nuestro sueño de ocho años

Se esponja, levitante, entre el torrente de un discurso de ocasión.

La música se esponja, el incienso aroma.

El futuro, pujante, a través de las mentes se airea.

¿Qué exhala la música?, un gutural grito.

¿Qué acecha en el incienso?, olor a muerto.

Un hálito del sudoeste hendió, sedeño, el aire.

Y nos trajo tanto grito cuanto aroma.

¡Participe tu voz!, ¡más alto!, ¡todo ruido anule!

Oportuno será que el moribundo esté dormido.

Su grito cesará si nadie le hace caso.

Una vaharada del norte limpiará el aire.

¡Hay cambio en perspectiva!, ¡adelante con los discursos!,

¡El gallo de la veleta ha cambiado las señales!