En la pinacoteca

I

En mi pecho reside un trasgo horrible

Que en malos tiempos me visita a veces,

En soledad y en pleno afán de vida,

Cuando despierto sueño o versos rimo.

Y cuando me susurra, aunque sea bajo,

Es para mí cual fúnebres campanas,

Como si un muerto labio me besara,

Pues, por de trasgo ser, sublime sabe.

“¿Acaso entiendes”, me pregunta, ansioso,

“Lo incomprensible que es la vida entera,

Que en Dios y el mundo tu fe hayas perdido?

¿Es que no ves que está tu pecho huero,

Que tu ideal es lueñe fuego fatuo,

Tu meta fugaz luz, pero no estrella?”.

II

“Tu ánimo es como arroyo de ladera

Cuyo fondo guijarros secos tiene

Porque la última ola ya ha pasado,

Y tu canoro afán se ha ido entero.

Y cuando cantar quieres en el bosque

Tu ola no surge poderosa y dulce

(Había escuchado, pávida, la flor,

Sumiéndose anhelante en su sonido).

¡No, secas ramas sólo el viento mece,

Y el hálito otoñal sacude y tira

Entre las piedras áridas del cauce,

Y cuando, leda, gorjea la ola nueva,

Y tú, ansioso, cantar con ella crees,

Es sólo la hoja seca la que trina!”.

III

“No te imagines que la inundación

Otoñal y vernal tu índole cambie;

¡Igual serás petrificada nube,

Cuando tu hora normal se enfrente a ti!

¡Esperarás que eufórico torrente

Audaz ataque de tu celda el muro,

Pues es mejor que seguir callado y triste,

El puño bien cerrado en el bolsillo!

Callado nada el cisne hacia la muerte,

Mas al rendir el alma es su voz recia;

¡Ay, cuánto no podrá mortal angustia!

¿Mas llamarás canora acaso al ave?

¡Su naufragio vital lo envolvió en llamas,

Y en ti ebriedad se enciende en igual modo!”.

IV

Una mañana en la pinacoteca

Bebiendo estaba de la rica fuente

Que los padres del arte me brindaban

De vida sacra con sus manos suaves.

¡Qué alada el alma, qué callado el ánimo!

Es cual si las tormentas todas cesan,

¡Cual si las olas se inmovilizasen

Súbitas, gorjeando ante la orilla!

¿No es mejor que el silencio de la iglesia,

Do entran los fieles de devoción plenos,

Como ha de ser de Dios en la morada,

Este silencio de rocío que cae

En la mente, do, fuerte e inmortal,

Del espíritu el sello unge los cuadros?

V

¿Qué era lo que tanto me embriaga

Entre estas obras de inmortal augurio?

¿Los nombres contundentes que aquí veo

O el colorido fastuoso y dulce?

No, lo que me ase fuerte y enjundiente

Es la idea de que mi alma es aún tan recia

Que a pesar de los clérigos resiste

Y cree, cosa que a veces es riesgosa.

Aquí yo siento a Dios en mi interior;

Pues puedo ser asido y embriagado

Por la idea de belleza que ante mí ábrese.

¡Clara y patente veo de Dios la idea!;

¡Ved, cómo se hinche y cómo cunde mi alma

Mientras el diablo de la duda en mí húndese!

VI

¡Oh, Noche, del Correggio, con tus halos,

Cómo ha rociado mi alma tu rocío!

Bien la he escrutado en obscuridad plena

Tan hondo como el ojo humano puede.

De María el mentón la angustia me ase

Mientras ella en sí gozo y dolor mide,

La prez del Moro me arde, ricos cálices

Tiende al niño cegado por sus luces.

Y la estrella que vieron píos pastores,

Señalando a do el niño había surgido,

Humano, de los cielos a la tierra,

¡Ve, también para mí lució La Noche!

Mi miedo cede y mi dudar vacila,

¡El bello mito realidad se ha vuelto!

VII

¡Madre de Dios Sixtina de Rafael,

Y el salvador del hombre entre sus manos,

Mientras el cielo se abre en vasta bóveda

En torno a miles de cabezas de ángeles!

¡Y en tanto el holandés rollizo espera

En su tienda, contento de sí mismo,

Lleno hasta vomitar de patos muertos

Y gansos y gallinas y otras cosas!

El uno al otro no deja en la sombra:

Con la violeta el tulipán no puede

En verdad compararse en un bouquet;

¿Y no osaría yo acaso en un soneto,

Como la anémona y el iris áureo,

Comparar a Rafael y a Jan van Mireis?

VIII

Recuerda bien: en el solar del arte

La forma lo único es que tiene rango;

Si has de juzgar la escala del escalda,

No oigas lo que canta, sino cómo.

Lo que el artista piensa nada dice,

Deja que la idea siga su camino;

De poco sirve que se anhele el cielo

Si no se vuela con robustas alas.

La forma, sí, la forma sólo en todo

Del arte el fruto ennoblecer consigue

Y cual recio y genial sellarlo sabe;

¡La forma yo venero a cualquier precio!

Y hago bien, pues no olvides lo que digo

¡La forma hace mis versos poesía!

IX

¿Y por qué temblaremos los poetas,

Con mente ardiente, al fuego de la idea,

Yendo, ciegos, a paso de hemistiquio

Del pensamiento ante la diana al trote?

El arte, ved, es vientre de avestruz

Que todo lo digiere: hasta el granito,

Con col cebarlo puedes y con gachas

Cuanto con áureo fruto del edén.

¡Para qué, pues, los encendidos tonos,

Y ese arremolinarse en las regiones

Do fallan alas y la voz se enroma,

En vez de echar raíces en la tierra,

E imágenes crear de carne y hueso

Cual bodegones hechos poesía!

X

Pasó la paz de matinales horas,

Del sopor de mi sueño ya he salido,

Pues gente ufana los salones hiende

Por donde yo querría dirigirme.

Y tantas recensiones me deslumbran;

Primera golondrina vernal siéntome

Que vuelve al valle do su hogar se encuentra

Y no encuentra su nido en ningún sitio.

Lo he visto todo en neblinosas manchas;

De todos los rincones llegan críticas,

Tanto que vista y mente me confunden.

¡Qué no digerirá un corazón poético!,

¡Ay!, ¡qué tormento aqueja al ojo lírico:

Tener que ver con críticos quevedos!

XI

Y entre la gente veo representantes

De todas las artísticas euforias;

Uno que esgrime en páramos estéticos

Pues entre diletantes tiene alcurnia.

Y otro que entre entusiasmos se consume

Porque nutrióse de vitales penas,

Por eso ansia un poco de agua tibia,

Rocío artificial para las plantas.

Y he aquí un tercero con orejas tensas,

De entrada la una y de salida la otra,

Para la hueste de tonantes críticos;

Silente escucha, con mirada atenta,

Quizá con todos estará de acuerdo,

Y el precio al fin querrá saber del marco.

XII

En la sala interior do el día cede

Con luz suave a través de la ventana,

Do de España las grandes obras lucen

Agitanadas época tras época,

La crítica bandada no se agolpa,

Allí de sueño artístico arden llamas

Silentes como cirios que amor piden

Al católico signo de la cruz.

A la celeste dama de Murillo

Contempla allí una artista pensativa,

Muda y en sus recuerdos apoyada;

Y su alma, que se mece cual paloma,

En suave ala de verso perseguimos,

¡Si una hoja de olivo nos trajera…!

XIII

“De mi niñez se me cerró el edén,

Y de su tapia quedé fuera;

De mi confirmación se arrumbó el traje,

¡Ay!, el querubín fue, espada en ristre.

Y por encima de las bellas flores

Del arado del tiempo pasó el filo;

Mi más querida y última muñeca

Tocó en herencia a mis hermanos.

Mi propio mundo repudiado habíame,

Y ante mí se extendía un mundo extraño;

Huera y muerta veía yo su esencia,

Y anhelaba volver a casa.

Yo me lancé cual golondrina

Al calmante y callado mar del sueño.

¡No me saquéis de mi sopor

Porque allí arriba moriré!”.

XIV

“Cuando yo iba a la escuela

Valiente me sentía,

Mientras sol vesperal

Cayese tras los montes.

Mas si la noche hundíase

Tras cimas y pantanos,

Veía yo fantasmas

De mi aya entre los cuentos.

Si cerraba los ojos

Eran mis sueños tales

Que mi valor huía

Dios sólo sabe a dónde.

Ahora ya no es lo mismo,

Pues mi mente ha cambiado.

Ahora mi valor pídeme

Matinal sol buscar.

Ahora es del día el mago,

Ahora es ruidosa vida

Lo que ahuyenta los fríos

Espantos de mi seno.

Mas si detrás me oculto

Del velo de la noche,

Despiertan mis anhelos

Tan ardientes como antes.

Fuego y océanos reto,

Como halcón hiendo el aire,

Y angustia y duelo olvido

Hasta el alba siguiente”.

XV

“Irrespirable me es del valle el fondo

En la choza donde el espacio fáltame;

¡Si alas tuviera bien de aquí huiría

Y la verdad es que no sé hasta dónde!

¡Si alas tuviera yo de aquí huiría

Hacia donde una costa se me abriera

Con hierbas que curasen el anhelo

Que mi pecho emponzoña!

Sobre la mar la golondrina ciérnese,

Y finalmente encuentra allí una hendija

A la que su extenuado pie arrancar

Puede un instante de reposo.

¡Yo de oestes y estes no sé nada,

Sobre mis alas prefería mecerme;

Sólo sé que mi pecho oprime el hoy

Y que mi choza es demasiado exigua!”.

XVI

“En el alto sagrario estoy del arte,

Luz de espíritu cae sobre mis ojos,

Y en mi seno una voz me anuncia, cual

De Correggio: ‘¡También yo soy pintor!’.

Eso calmó mi anhelo y fijó mi hado,

Lúcida y rica vi ante mí mi vida;

Y fue mi vocación del alma imágenes

Cubrir con bello y vivido poema.

Late en mi fondo espíritu de paz;

Y sé perfectamente lo que anhelo.

Y en mi sueño de artista el ideal

Es siempre la Madonna de Murillo.

¡Como él en un entusiasmado instante

Plasmó en el lienzo su visión de poeta,

Conseguirá mi mano creadora

Colorear lo que en mi ánimo se enciende!”.

XVII

“Y días pasaron y pasaron años;

Y yo me sentía consagrado al arte;

Y mi ilusorio sueño terminó:

En el desván está mi caballete.

De nuevo estoy de Dios abandonado,

Mi umbilical cordón está escindido.

¿Y por qué?, porque sin pensarlo así

Paleta y no llavero.

Imágenes bullían en mi mente,

Pintora era yo en espíritu,

Solamente una cosa me faltaba,

Hela aquí: tener mano de artista.

A lápiz trazo un pecio en la tormenta

Entre del mar arrolladoras olas;

Si poeta fuese a lápiz trazaría

Lírico eco de esta escena.

Mas un consuelo late en mi pobreza,

Que calmar sabe mi desesperanza;

De salvación es tabla para mí

Y para otros que con el genio sueñan.

Memorioso consuelo con su lírica

Toda y con su derecho a angustia poética;

Bello es mi sueño, atroz mi despertar:

Derecho, pues, tengo a sufrir.

Y por eso me pongo en ocasiones

Plenamente a pintar, soñar, pintar,

Y sufro entonces y recuerdo y miro

Mis ilusorios ideales”.

XVIII

“Como la artista en la museica sala,

Soñé yo bella y desfrenadamente,

Y mis poéticas alas abrí en vuelo

Y soñando crucé celeste umbral.

¡Ay!, también yo del vuelo probé el gusto;

Mi postrer aleteo consumió mi ímpetu,

Mi vernal fabulario leo y cierro

Y encuentro tiempo de estudiar moral.

Por mi pinacoteca propia vago,

Do, cual celestial reina, están mis lienzos,

Agitanados si a ellos me aproximo.

Y cual de flor la abeja jugo extrae

Para acrecer la miel de su colmena,

Yo a mis vitales flores saco el jugo”.

XIX

¿Por qué nunca sentí mi escasez cuando

De la vida acosábanme los ánades?

Doquier topase yo con sus graznidos

Sólo mi dejadez veía en ellos.

Yo soñaba con céler ala de águila

Y me cernía incómodo entre ánades;

El arroyo forzábame a desviarme

Cuando los gansos de la vida urgíanme.

¿Es mía acaso esfera más altiva

donde más libres siéntanse mis fuerzas?

No, mi afán sólo es pompa de jabón.

Y la honda poesía mero espejismo,

Peones sueltos, harapos de figuras

Cuya junción inunda mi talante”.

XX

¿Qué hay en la vida que sea más risible

Que la elegía a la carencia urdida,

Y la poesía que ha nacido muerta,

Y al corazón llorar que en duelo es rico?

Más filialmente se portó tu musa

Cuando, cual la hija de Kimón, tendióte

Su pecho, opima fuente de la vida,

Lírica y dignamente alimentándote.

Pues, dime, ¿de qué sirve el suave verso

De sinuosa rima entrecruzado

Si en hueras quejas es desperdiciada?

¡Ay, déjala, mejor, que nazca muerta!

¡Efímera flor es; formal belleza

La insuficiencia sólo ocultar puede!

XXI

Boga cauto, la nave de los poetas

De ironía vital zozobra al soplo

Si ingenuamente de tu SOS te fías

Y descuidadamente el timón mueves.

Y no te asustes si tu pecho exhala

Queja que libre y suelta no deviene;

Vasija es en la que hay fermentación

Cuyo exceso requiere una salida.

Mas si de uva el noble zumo agótase

Y en la vasija de ígneo vino quedan

Sólo heces resecas y mohosas,

Bien harás en cerrarla bien cerrada

Y vigilando bien su contenido:

No revienta, tan sólo se deshace.

XXII

Mi elfo travieso viene a mí día y noche,

Mas su visita ya no me da miedo;

Se terminó mi ingenuidad de niño

Y entiendo bien lo que esto significa.

Como el dragón que en olvidada bóveda

De hueco monte cuida su tesoro,

Así mi elfo la última flor guarda

Que aún abandonada está y perpleja.

Y esa flor son los tristes pensamientos

Que la mente entre miedo y esperanza

Mecen y duda y vocación suscitan.

Flor que en torno a mi estéril alma enróscase

Tan amorosa cual vernal zarcillo

En sureño viñedo en torno al palo.

XXIII

En mi huerta y al ras de mi ventano

Hay un manzano de floridas ramas

Do sólo a mí cantaba un pajarillo

Sobre la afluencia y gloria de la vida.

Ahora las flores del manzano púdrense,

Sus hojas crujen entre grijo y piedras;

La tormenta arrancólas de la vida

Y el pajarillo abandonó su nido.

Ahora por el otoño estoy sitiado;

A mi ventano acecha la alba escarcha,

Mi sien yo al cristal pego congelado.

¿Y con qué mi escasez mitigar puedo?

Un trozo de recuerdo, una hoja ajada;

Y esto es todo, ¡he aquí el lucro de la vida!