Carta rimada

¡Querido amigo!

Me escribe usted a fin de preguntarme

Por qué va nuestra gente intimidada,

Y no vuelve a la vida y deja penas

En vez de aparentar ocultos miedos,

Por qué no endulza el bienestar los ánimos,

Por qué de su desgracia en juez nadie álzase,

Y nadie angustias y rigor acoge

Con paz de ánimo y lo que venga aguarda.

No pida que esto yo le explique, amigo;

Preguntar quiero, no respuestas dar.

Mas ahora que su pluma ya ha mojado,

Esperemos que vano no resulte

Pedir recia respuesta que esto aclare.

En respuesta, preguntóle de nuevo,

Y excúseme —el poeta es parte de esto—

Si por respuesta brindóle una imagen.

Dígame pues si alguna vez ha visto

Por azar costeando nuestra tierra

Barco que salga al mar con fresco viento

Y al cabo ponga proa certera avante.

Cierto, lo ha visto, y visto ha la vida,

La actividad y la euforia a bordo,

El bravo ardor que tanto afán preside,

Las órdenes certeras que se cruzan,

Cual si en sereno mundo esto ocurriera

De vías ciertas, como en nuestro mundo

Con normas de viaje y rapidez.

Estos barcos de travesía ir suelen;

A lueñes tierras llegan por mil mares;

Su cargamento sueltan y en sí cargan

Nuevas cosas con nombres extranjeros;

Se arbitra sitio entre popa y proa

Para incontables fardos y cajones,

Y ni tripulación ni capitán

Saben en qué consiste el cargamento;

Todo va al caso, allá donde cae queda.

Y se zarpa de nuevo al mar abierto;

La proa audaz salada espuma hiende:

Es como si en el mar no hubiera espacio

Y el azar de las olas no se abriese

Al increíblemente audaz coraje

Que la tormenta sólo acrece y fija

En capitán, pasaje y marineros.

Normal, ¿no es este barco insumergible?

¿No está acaso seguro el cargamento?

¿No están sextante, telescopio y brújula

En orden para guiarlo por los mares?

¿No es bella la eficacia que aquí reina

Y da ánimos y ahuyenta las catástrofes?

Y, empero, y a pesar de los pesares,

Un buen día, sin rocas o bajíos,

En boca y mente de la gente toda

A bordo siéntese opresión ahogante.

Primero, áseles grave pesadumbre

A pocos, luego a más, y a más, a todos,

Velas se enlacian, cables se manejan

Sin gana, todo va a desgana, llama

Desganado el silbato. Lo más nimio

Alarmas causa. El viento suave causa

Irritación; si saltan los delfines

O graznan procelarios, todos temen.

Allá van, lacios, de apatía tocados,

Aun cuando nadie mal recele o duda.

Qué ha sucedido a bordo?, ¿qué ha pasado?

¿Cuál fue de la opresión la oculta causa

Que voluntad, palabra, mente o puño

Tulló?, ¿carencia acaso o accidente?

No, nada de eso. Todo iba muy bien,

Mas sin valor, canciones o esperanza.

¿Y por qué? Pues porque una oculta duda,

Un rumor, se desliza sin reposo

De popa a proa: dícese que el barco

Lleva un cadáver en su cargamento.

Supersticioso siempre fue el marino;

Y si alguien algo dice todos créenlo.

Y sea cual fuere su índole, lo cierto

Es que siempre al final del viaje sábese,

Contra escollos bajíos y pronósticos,

Cuando ya el barco anclado está en el puerto.

¿Ve, caro amigo?, el europeo vapor

Hiende el mar proa a nuevos territorios,

Y usted y yo sacamos el billete

Y en popa nos sentamos tan tranquilos,

Sombrero ondeando hacia la vieja orilla.

Mente y frente aquí fuera se refrescan;

Libre y suelto aquí arriba se respira;

En la sentina está nuestro equipaje

Y el personal se ocupa de nosotros.

¿Qué más pedir a holgada travesía?

Truena la máquina y la quilla zumba;

La biela del pistón alza sus hombros;

La hélice el mar hiende cual espada;

El estay encorar impide al barco;

El timonel mantiene ruta cierta;

Aguas seguras vemos; y en su nido

Merece el capitán nuestra confianza,

Siempre de cualquier mástil al acecho;

¿Qué más pedir a holgada travesía?

Y, empero, en la marina soledad,

A media vía entre partido y meta,

Parece nuestra marcha ir a desgana

Cual si toda certeza hurtada fuéranos.

Gente y marinos, hombres y mujeres

Andan con ojos hoscos, mentón bajo;

Decaen, miran en torno, escuchan, gruñen

En cabinas de lujo y en hamacas.

¡Por bajíos pregúntanme, amiguito!

¿No pensó acaso que algo iba a pasar?,

¿No pensó acaso que una era termina

Y que seguridad y fe se acaban?

¿Dónde está el fondo?, desde aquí no vérnoslo;

Mas yo le diré a usted lo que sé de él.

Una noche, sentado, aquí, en cubierta,

Cálida noche quieta y estrellada,

Suave era el aire, lleno de dulzura,

Y las alas del véspero eran tímidas.

Todos estaban en sus camarotes,

Las lámparas abajo ardían muy bajas;

De las cabinas fluía calor espeso

Que a los cansados en sopor asía.

Pero era un sueño sin vigor ni paz,

Bien lo vi: escotillas semiabiertas;

Acá un prohombre con la tensa boca,

Cual sonrisa cortada a la mitad;

Allá un sabio de lado esparrancado;

Acullá un docto teólogo, la manta

Sobre la frente; y otro hundido entero

En su almohada; un artista; un escritor,

Como en sueños que asustan o algo amagan;

Mas doquier semi-insomne vida vi,

En rojo, hediondo y asqueante calor.

De tan mohíno caos aparté el ojo

Y miré avante, fresca noche adentro;

Al este, do la noche ya albeaba

Y las estrellas empalidecían.

Captó mi oreja una palabra entonces,

Justo do estaba yo apoyado al mástil

Alguien dijo, diríase que en medio

De malsano dormir y pesadillas:

“¡Creo que a bordo llevamos un cadáver!”.