Sin nombre

Al más caballeroso envío

Yo este poema sin nombre.

Sé bien cómo la espada quema

En audaces manos atadas;

Y entiendo cómo el rencor arde

En lo más hondo de su frente.

La voluntad al triunfo vuélvese

Y oculta yace encadenada;

Mano al paterno pendón vuelta,

Mente plena de faustos planes,

Fuga que el huracán impide,

¡Pobre ave real!

Albea el día, el cuerno suena.

¡Ah, mundial es la cacería!

¡Bien sé cómo impotentes alas

Baten con fuerza tras barrotes!

¡Bien sé cómo el anhelo escuece

Donde el pigmeo monta guardia!

Albea el día, calla el cuerno;

Todas las armas enmudecen.

Los nombres en las melodías

Flotan por bosques y praderas;

Sé bien cómo el dolor acucia

A quien su nombre de ellas falta.

¡Leve hálito, halo de belleza,

Ansia creadora en mente y vista,

Creadora ansia de poético ímpetu;

Flor puja en cromático juego;

Olvido en privación cundente,

Mente cual rayo destructor!

¡Deber negar las evidencias

de la mente en la abierta bóveda!

¡Deber traicionar el ideal

Igual que el apóstol caído,

En triste noche, al son del gallo,

Contra su propio ser volviéndose!

Dolor…, mudez, ¿podéis, enanos,

De la víctima ver el peso?

¿Sabéis acaso qué es jurar

fidelidad a extraña enseña

y todo por salvar la piel

de una raza desesperada?

Me diréis que esto es sólo un sueño,

Mero sueño que aquí se inmola.

Sí, bien, dejad fluir el ingenio;

A vos soñar os es muy fácil;

Nunca ansia de vacío tuvisteis,

Jamás lo que es soñar sabréis.

Más que la vida, caballeros,

Un sueño es que no cobró vida.

Es cual el poema que yo encierro

De mi corazón en el fondo;

Salvaje león que asesta y gruñe

Y noche y día clama: ¡existe!

Gritaréis con creciente ardor:

¡Grande es quien se venció a sí mismo!

¡Dorada, ascética sapiencia!

¡De indolencia sentíos libres!

¡Música de cascabel sólo

Para atletas cuya sangre arde!

¡No aleguéis “más altos deberes”!

¿Acaso comprasteis su alma?

¿Persuadisteis al fiero poeta

A burlar su alta vocación?

¡Compradle, compradle, que punce,

Con odio, lo mejor de su alma!

Al más caballeroso envío,

Cual corona este poema innómine.

Sé bien cómo la espada quema,

Corroída en manos atadas;

Y entiendo cómo el rencor arde;

¿Podéis vos, sabios, otro tanto?

Martirio, en púrpura cubierto,

Dolor silente, atado anhelo,

De flor ansia que burló el rayo,

Fruta fresca a destiempo rota,

Sueño alzado al vital dolor:

Compartid conmigo mi canto.

Monumento a mi verso erijo

Como a grande obra incompleta;

De remiendos obra hábil se hunda

Mientras yo su fallo ovaciono,

Escribo cual mi campeón yérguese:

¡El poeta en él era harto grande!