Por las mesetas

I

Con la mochila al dorso y la escopeta

Cargada y presta en mano, con la estufa

Apagada y las puertas bien cerradas

Con trancas y candados,

Hacia dentro miré a mi vieja madre

En la salita, adiós, una palabra,

Le dije con la mano:

“¡Vuelvo a casa en cuanto haga lo que debo,

Y hasta entonces, que Dios siga contigo!”.

La escueta senda arriba serpenteaba,

Al bosque conducía;

Mas a mi espalda fiordo y valle extiéndense

A la luz neblinosa de la luna.

Pasé de mi vecino ante la tapia,

En silencio yacía;

Junto al portal, empero, bajo el árbol,

Rumor oí como de hojas contra lino,

Un resonar se oía, suave y dulce.

Allí la vi, ceñida en blanco lino,

Y me dio buenas tardes;

Tan delicada y tan bonita y fresca

Como flor de montaña.

Me sonrió con un ojo, y con el otro

Una pizca de broma dirigióme;

Como ella sonreí, y así, de pronto,

Junto a la puerta me paré, muy cerca,

Mas ya entonces noté mis ojos húmedos.

Al ceñir con mi brazo yo su talle

Con tímido arrebol me miró ella;

Yo entonces dije: “Tú mi mujer eres”,

Y en su seno tormenta despertóse.

Yo me juré que ahora ella era mía,

¡Y ni un poco ni a medias, mas del todo!

Pensé que ella miraba a sus zapatos,

Su pecho, bajo el lino, rumoreaba:

Y era porque su ser vibraba entero.

Dulcemente pidiómelo y soltéla

Y quedamos como antes;

Pero mi corazón latía loco,

Y mi mente salvaje y turbia estaba;

Suavemente roguéla y calló ella,

Y luego nos seguimos uno a otro;

Yo sentía cantar en la colina,

Como entre trasgos, duendecillos y hadas

A mis pies reían hojas.

La escueta senda iba bosque adentro

Cuesta arriba; al fiordo

Y al valle iba, empero, cuesta abajo

A la luz neblinosa de la luna.

Sentámonos, exhausta ella, yo cálido,

Al borde mismo del barranco quietos,

Susurrando, en la noche sofocante.

Ni yo mismo sé ya cómo fue aquello,

Pero sé que la frente me quemaba.

Mi brazo asió su talle,

Y ella cayó en mi seno,

Y así a mi joven cónyuge gané,

Al son de élfica música;

Y si al ser ella mía rieron trasgos,

Yo sólo a medias lo recuerdo ahora;

Muecas de duendes miedo no me dieron,

Sólo a ella vi, bonita y asustada,

Y la sentí vibrar.

II

En la roca yací, mirando al sur,

Hacia do el sol bogaba;

Al fondo había un velo de tinieblas,

Mientras nevisca y hielo ardían unánimes.

Desde lo alto veía

La roja casa mía y de mi madre,

Donde ella ha peleado y se ha esforzado;

Allí mi mente retozó feliz;

¡Dios sólo sabe lo que de ella ha sido!

Ella en el cielo está; del humo el vuelo

Pienso que al aire agrede,

Del albo hálito del viento en alas

Creo que vuela mi madre.

¡De tu habitual cuidado cuida sólo,

Madre, que Dios por eso te bendijo!

¡Por los montes silvestres de los renos

Bella pelliza buscóte,

Y dos o tres para mi amada esposa!

¡Sí!, ¿do está ella?, ¡pienso que viaje

Por las vastas llanuras de los sueños!

¡Nada llegó a mi mente de mi último

Sueño!, ¿es ése tu deseo acaso?

¡Mas échalo, si velas, de tu mente,

Como ahora hago yo!

¡Créeme, tú eres mi bendita amada,

Teje y cose de esposa tu vestido;

Cercana está la iglesia!

Ardua la lejanía me parece

De cuanto mi alma caro en sí conserva;

Pero el anhelo es mar de confusiones

Y a mí me trae consuelo.

Heme aquí ahora, de nuevo revivido,

Cual bálsamo mi sangre;

Una vida, no media, ni aun entera,

Mas en pecado y añoranza hendida,

He aquí lo que ahora piso.

Cada deseo obscuro o desbocado

La mente de sí expulsa;

¡Qué fresco y qué cercano ahora me encuentro

De Dios y de mí mismo!

¡De cimas y de fiordos

Sobre los pinos veo el panorama,

Tras el de renos áspero camino!

¡Adiós, esposa mía, madre mía!

¡Y ahora, a las mesetas!

III

Al este ardiendo están las bajas nubes,

Y el cielo arde sobre las montañas;

Sobre el reposo último del valle

Se extiende, empero, el toldo de la niebla.

Pesábanme los pies, también la vista,

Pesábame la mente;

Mas sobre el precipicio do yo estaba

El brezo relucía como sangre

Al viento vesperal.

Una rama de brezo de una mata

Corté en mi sombrero para hincármela;

Cerca de mí había un pobre arbusto

Y junto a él me eché a pasar la noche.

Pensamientos llamáronme y dejáronme,

Mientras gentes, camino de la iglesia,

Se juntaban, mirando en su redor,

Se sentaban, hacían conciliábulo

Y se iban dignamente.

Conmigo estabas, flor

Por mí mismo ayer rota,

Echado yo como tu perro fiel,

Velando el dobladillo de tu falda.

En tus ojos nadé,

Mi alma lavé en ellos;

¡Y a la hechicera que embrujó mi mente

Ayer ante la casa de tu padre

A desdén la maté!

¡De un salto alcéme y elevé triunfante

Alada prez a Dios

Pidiendo para ti sol todo el día,

Mi suave compañera!

¡Mas no, para esto soy rudo en exceso,

Para esto joven en exceso soy!

Quiero y conozco, Dios, mejor destino,

Mi ruego atiende entonces:

¡Haz penosa su vida!

¡Levanta el río contra ella, haz

El puente angosto y resbaloso, cuida

De que su pie la tiña ensucie y roa,

Haz de su casa la subida ardua!

Yo la elevo en mis brazos bien arriba

A través de furiosa inundación;

Contra mi seno apriétola,

Tentado a hacerle daño.

¡En torno a eso reñimos!

IV

Del más lueñe sur ha venido,

Venido ha de lejanas aguas;

Calladas ideas en su frente

Cual de aurora boreal reflejo.

En su risa retoza el llanto,

Sus labios hablan en silencio;

¿Pero de qué?, mejor se entiende

Del viento el canto en bosque o cima.

Sus ojos fríos me dan miedo,

En su fondo nada he hallado,

Cual lago azulnegro, a hondo pozo

De glaciar nato y a él uncido.

Graves, aladas ideas surgen

Bajas y lentas de tal suerte;

Raudas de nuevo al azar vuelan,

¡Arriba, a cubierta el velamen!

En las mesetas nos topamos:

Él, rifle en mano; yo, con perros.

Un pacto surgió entre nosotros,

Que yo quebranté cuanto pude.

¿Por qué con él permanecí?,

Ojalá de él partido hubiese;

¡Ahora pienso que me ha robado

la fuerza misma de querer!

V

“¿Por qué la tarde añoras tanto

Abajo, al calor de tu madre?;

¿Mejor bajo una piel reposas

Que entre el cerrón de las mesetas?”.

Sentada allí del lecho al borde

Conmigo y su gato ella estaba,

Tejía y cantaba en pos del sueño,

De noche a mis juegos llevándome.

“¡Soñar, soñar!, ¿por qué soñar?,

¡Créeme, es mejor la acción del día!,

¡Apura de la vida el vaso

Mejor que dormir entre plumas!”.

“¡El reno corre en las mesetas;

A por él al viento y la lluvia!,

¡Mejor eso que picar piedra

allá abajo en la tierra pobre!”.

¡Pero oigo repicar campanas

Allá en lo alto de la iglesia!

“¡Déjalas repicar, tú déjalas,

Suena mejor el caer del agua!”.

Mi vieja madre, va a la iglesia

Con su libro en el forro envuelto.

“¡Créeme, hombre, mejor que actúes

en lugar de rondar altares!”.

El órgano se oye en el atrio

El sol el retablo ilumina.

“¡Mejor canta el viento en las cúspides,

Mejor luce el sol en las olas!”.

¡Hale, ven!, ¡en lluvia y tormenta

Sobre la meseta ondeante!,

¡Hollé otro caminos de iglesia,

No seré yo quien con él vaya!

VI

¡He aquí el otoño y aún por las laderas

Cascabelea la postrera grey!

Añorará la libertad del monte

Y hallará nueva paz en el establo.

Pronto invernal tapiz de ricos pliegues

Cuelga por las paredes del barranco;

Pronto se cierran todas las veredas,

A casa he de aproar mi caminata.

¿A casa? ¿Tengo acaso yo allí hogar

Donde mi mente ya no encuentra eco?

Ha mucho que a olvidar él me enseñó

Y yo a mí mismo me enseñé dureza.

La diaria hazaña apenas deja marca,

Como la que allá abajo se ejecuta;

Aquí mis pensamientos fueron fuertes,

Solo puedo triunfar en las mesetas.

En la desierta choza montañera

Yo mi rica colecta acopio toda;

Taburete allí tengo y hogar tengo,

Y para mi pensar tengo aire libre.

Vuelan de noche espíritus inquietos;

Ladinas nubes el peligro husmean.

Él el sombrero mágico me ha dado;

¡Tentado puedo ser, mas siempre venzo!

Por silvestre meseta invernal vida,

Férreos torna los suaves pensamientos,

Nada de cuentos de gorjeos de aves,

Por doquier laten venas enfermizas.

Acerino es mi viaje y es vernal,

En su busca afanoso al valle corro:

Que libres véanse del afán diario,

Tiéndanse de alto monte en amplia estancia.

Mi nueva ciencia aprendan y yo arbitre

Gozosas risas por mi hogar entero;

Y pronto en estas gélidas mesetas

Cese la vida al fin de ser extraña.

VII

Largas semanas heme aquí sentado,

No puedo soportar la soledad,

Faustos recuerdos sécanme las fuerzas,

Abajo he de ir en pos de mis amores.

Un día sólo, luego subiré

A mi madre dejando atrás y a ella,

Para volver a mi etéreo imperio

Que hasta la primavera a tres albergue.

¡Abajo he de ir!, ¡cómo la nieve azota!,

¡Vacilé mucho tiempo, vive Dios!

Invernal frío las mesetas cubre,

Cerradas ahora están todas las sendas.

VIII

Las semanas pasaron y habituéme,

A mi nostalgia nunca di palabras;

Del hielo bajo el velo arroyos fluían,

Redonda luna sobre nívea bóveda,

Donde grandes estrellas chispeaban.

Mi ánimo no dejábame estar triste

Al declinar del día en mi refugio;

Como mi mente yo me hallaba en jaula,

Por las mesetas iba hasta que el borde

Del precipicio me paraba en seco.

En el sombrío fondo reía el valle;

¡Y resonaba el eco contra el monte!:

Yo escuchaba, y sonaba suave y dulce;

¿Do había oído yo tal melodía?

¡Y entonces reviví son de campanas!

A navideñas fiestas convocábanme

Con sus añejos sones las campanas.

Hay luz tras la pared de mi vecino,

De mi materna casa una luz llega

Que extrañamente exáltame y me atrae.

¡Estar en casa, con su pobre vida,

Poema épico fue, rico en imágenes!

Grande se erguía aquí la alta meseta

Y aquí tenía yo madre y esposa,

En su nostalgia érame bien sumirme.

A mi espalda oí risa, seca, escueta;

El tirador foráneo ante mí estaba.

Mi mudo pensamiento había oído:

“¡A mi joven amigo triste encuentro,

¡Claro!, la casa familiar le angustia!”.

De nuevo vime con blindado brazo

Y me sentí el más fuerte de los dos;

Me refrescaba el aire de la altura,

¡Jamás será más cálido en mi frente

Como animador signo navideño!

Relucieron entonces techo y patio

Al tiempo en la casita de mi madre;

Primero fue cual invernal crepúsculo,

Luego se extendió el humo grave y denso,

Y tras él se encendió la roja llama.

Lució, ardió, en polvo disgregóse;

Y en plena noche yo grité de espanto;

Y el tirador me confortó: “Tranquilo,

¡La vieja casa es sólo, con su gato

Arde y con su cerveza navideña!”.

Tan serena su voz sonó a mi angustia

Que casi me causó un escalofrío;

De la llama el tenaz ardor mostróme

Contra la luz incierta de la luna:

Rara iluminación de noche entre ambos.

Miró haciendo pantalla con la palma,

Consolidando así la perspectiva;

Canto entonces por nieve y monte oyóse,

Y de mi madre clara vi la sombra

A poder de los ángeles pasando:

“¡Serena fuiste y ahora estás serena,

Serena entre la masa caminaste;

Como mereces ahora te elevamos

Sobre la alta meseta, a luz y a paz,

A navideño gozo aquí en el cielo!”.

Lueñe el tiro, cubierta ya la luna,

Ardor y frío juntos en la sangre,

Por las mesetas con mi angustia fuime,

¡Mas cierto es que grandioso era el efecto

De la nocturna iluminación doble!

IX

El día de San Juan lució glorioso

Vibrando en calor puro sobre el páramo;

Las campanas a boda repicaban,

Allá abajo, en el valle, iba a caballo

Por el camino real diversa gente.

Salían del puente que rozaba el hórreo

De mi vecino, y junto a su portal

Abedules en piña, y lleno el patio

De gente, y yo riendo firme al borde

Del barranco y al viento ardientes lágrimas.

Era cual oír jocundas cancioncillas

Y risas resonantes y cortantes,

Canto mordaz pensé echárseme encima;

Junto al barranco luché entre el brezo,

Mi propia lengua, arisco, me mordí.

Al trote se alejaron en fastuoso

Tropel, la novia enhiesta cabalgaba,

En torno a ella volaban sus guedejas,

Relucían, lucían, conocíalas

Yo del valle en la última velada.

Arroyos, ríos salvó ella salto a salto

Muy apretada al costado de su novio.

Mi alma, a fuerza de pena liberada,

Pudo su lucha, al cabo, rematar

Hasta no tener ya más que sufrir.

Mi férreo ánimo estaba del barranco

Al borde, sobre gaya, estiva vida.

El cortejo pasó, cegador vínculo,

Y yo cubrí mis ojos con la mano

Para consolidar mi perspectiva.

Mariposeantes paños, lino lúcido,

Los rojos chaquetones de los hombres,

La iglesia, el celestial, conyugal vino,

La bella novia que fue otrora mía,

Y la felicidad que me fue muerta,

Y encima de todo ello, muy alto, yo,

De la vida el espacio rematando,

Y sobre la visión, luz aún más alta,

Mas, ve, nadie esto comprender podría

Que entre el gentío aquí abajo cunde.

A mi espalda oí risa, seca, escueta,

El tirador foráneo ante mí estaba:

“Compañero, tras todo lo que he oído

Veo que en vano he abierto mis arcones,

¡Bien ves que aquí no valgo para nada!”.

No, yo a mí ahora bien valerme puedo,

Mas gracias por tus buenas intenciones;

Ya no fluye el torrente de los años,

Y creo ver en la bóveda del pecho

De petrificación cualesquier signos.

Bebí el fortificante último jugo;

Y en las mesetas ya no me congelo;

Cayó mi vela, de mi vida el árbol

Cayó, ¡pero qué bien su roja falda

Entre los troncos de abedul reluce!

Van al galope, pero, mira, quédanse

Allá junto a la nave de la iglesia.

¡Tú, mi mejor recuerdo, sé feliz!

Y ahora he cambiado mi poema último

Por una superior idea de todo.

¡Ahora soy recio, siento en mí la orden

Que ordéname vagar por las alturas!

Mi vida en tierra baja ha terminado;

¡En las mesetas, Dios y libertad,

mientras abajo los gusanos hozan!