Érase un entrecano hombre. Habitaba
En la isla más lueñe y parca.
Nunca jamás daño hizo a gente alguna
Ni en alta mar ni en tierra firme;
Pero a veces sus ojos relucían
Siniestros contra el tiempo avieso,
Y entonces decían todos: “Está loco”,
Y pocos eran los que sin espanto
Se acercaban a Terje Vigen.
Yo le vi luego una sola vez,
Pescando estaba en el embarcadero;
Cano, mas riendo y cantando
Y fresco como un fuerte mozo.
Con las chicas tenía alegres chanzas,
Y hablaba con los niños de la aldea.
Volviéndose a sudoeste, saltó a bordo;
Izó el trinquete y puso a casa proa,
A pleno sol, como una vieja águila.
Contaré ahora de principio a fin
Cuanto he oído sobre Terje,
Y, si os parece a veces algo seco,
Creed que al menos cierto es y seguro;
Pues si lo sé no es que él me lo dijera,
De sus más allegados lo he oído,
Los que asistiéronle en su final hora
Y los ojos cerráronle a su muerte,
Cuando murió, ya casi setentón.
De joven era un tipo terne
Que de sus padres prescindió enseguida
Y ya entonces había pasado mucho
Como grumete por el mar.
En Amsterdam fugóse de su barco,
Mas tanto ansiaba al fin su casa y tierra
Que del capitán Pram volvió en la nave,
Pero en su tierra nadie conocíale,
Pues muy chico era cuando la dejó.
Y ahora crecido era, apuesto y fuerte,
Y encima alto y bien vestido.
Mas huérfano de padre y madre,
Y sin duda de toda su familia.
Melancólico estuvo a su llegada
Un día o dos, y luego cobró ánimo.
En tierra firme no encontraba paz,
¡Mucho mejor sentar su domicilio
En el oleoso, vasto, airado piélago!
Un año después de esto se casó,
Fue rápida la cosa. Y se pensaba
Que de una hazaña se arrepentiría
Que le amarraba fuerte a un nido;
Así, vivió bajo su propio techo
Todo un invierno alegremente,
Por mucho que el sol reluciera
Detrás de cortinas y flores
En la casita pintada de rojo.
Quebrado el hielo por vernales vientos,
Salió de travesía Terje en su barco;
Al sur en el otoño vuela el ánade
Y él lo encontró en el medio del camino.
Sobre su pecho entonces cae un peso,
Joven y fuerte se sentía
Llegaba de una costa soleada,
Dejaba a popa un mundo vivo y claro
Y a proa le esperaba un negro invierno.
Echaron ancla, sus amigos fuéronse
De permiso a correr sus juergas.
Él les miró con anhelosos ojos
Incluso cuando viose ante su casa.
Atisbo tras visillos blancos
Y vio en la sala dos personas:
Sentada, su mujer hilaba lino,
Mas en la cuna, fresca y rosa y grácil,
Una niñita sonreía.
Se vio entonces que Terje comenzaba
A ver la vida en serio. Trabajando
De duro y sin cesar, y no cansábase
De acunar a su hija dormida.
Y los domingos, cuando suena el baile
En la casa vecina, él sus mejores
Canciones las cantaba en casa
Con Ana echada en su regazo
Tirándole del pelo obscuro.
Y así vivió hasta el año de la guerra:
Que fue mil ochocientos nueve.
Todavía se habla de la dura vida
Que se sufría por entonces.
Naves británicas los puertos vedan,
Cunden por tierra carestía y hambre,
Mísero el pobre y apurado el rico,
De nada sirve ser tenaz y fuerte,
Muerte y enfermedad tu puerta acechan.
Anduvo triste Terje un día o dos
Y finalmente recobró los ánimos;
Recordó a un amigo viejo y fiel:
El mar inmenso y tormentoso.
En el océano vive aún su recuerdo
En leyendas cual óptima aventura:
“¡Soplaba el viento un poco menos duro
Y Terje Vigen escindió las aguas
En pos de esposa e hija en barca abierta!”.
La barca más pequeña elige
Para su travesía a Skagen.
Dejóse atrás mástil y vela,
Prefiriendo guardarlo a buen seguro.
Él temía que la barca se desviase
Si el mar de lado poco le atacara;
El juto escollo era arduo de evitar,
Mas peor era el man of war inglés
De ojos de lince desde la alta cofa.
Así pues, se lanzó, confiando en Dios,
Y los remos asió con fuerza.
A Fladstrand llegó, entero y salvo,
Y cogió su precioso cargamento.
El peso no era, ciertamente, grande:
Nueve arrobas, y nada más;
Mas la tierra de Terje era muy pobre,
De vida o muerte ahora se trataba:
Su mujer e hija dependían de él.
Tres días y sus noches, con sus remos
Pasó el valiente y fuerte hombre;
Y el cuarto día el sol saliente
Nebuloso horizonte iluminó.
No vio Terje fugaces nubes,
Sino montes cimosos y aserrados;
Pero sobre los picos se extendía
El divino salón azul celeste,
Y él supo entonces dónde estaba.
Cerca de su hogar era; breve tiempo
Resistió todavía Terje;
Su corazón se eleva en ansia y fe,
Cerca estaba, loado sea Dios.
Se heló en su boca la palabra entonces;
Miró bien: sí, no se engañaba,
La niebla hendiendo, que gradual subía,
Vio escindir el estrecho una corveta
Que a toda vela iba hacia él.
¡Descubierto! Un aviso suena,
Cerrada está la última salida;
El viento que al sol cambia es ahora débil,
Terje trata de huir al oeste.
Bajan la lancha borda abajo,
Y Terje a los marineros cantar oye;
Firmes los pies al fondo de su barca
Remó entre olas, le quemaba el mar
En las ensangrentadas manos.
De los cerrados arrecifes
Del estrecho de Homburgo un poco al este
Viento costero muerde brusco
Y el fondo está a dos pies de hondura.
Hierve alba espuma allí, chispea el gualda
Incluso en días de calma serenísima;
Mas por cóncavas olas que allí rompan,
Reina en su seno siempre paz
Contra el roto, cerrado oleaje.
Hacia allá puso proa Terje Vigen
Como una flecha entre dos olas;
Pero a su zaga, por su estela, vuela
La lancha, cual sabueso, con quince hombres.
Y él bramó así entre el trueno de las olas
A Dios clamando su infinito duelo:
“¡Allá a lo lejos, en la costa
Está mi esposa en nuestra pobre casa
Y con mi hija espera el pan que llévoles!”.
Pero más que él los quince aullaron:
Y aquí ocurrió como en Lyngor.
Con los ingleses va la suerte
Alerta entre noruegas rocas.
Ya da la vuelta Terje hacia el escollo,
Ya con la quilla en fondo da somero;
“¡Stop!”, grita el oficial desde la proa.
Y él un remo con la hoja arriba alzó
Y asestólo a la barca contra el fondo.
La barca el golpe rompe entera,
Y el agua entera la inundó;
En dos pies de agua hundióse el cargamento
Mas el reto de Terje siguió en pie.
Entre armas enemigas arrojóse
Y al agua por la borda se zambulle,
Húndese, nada, húndese otra vez;
Pero cuando se vuelve hacia la barca
Restallan sables y resuenan tiros.
Le pescaron del mar y a bordo viose,
La corveta de triunfo dio el saludo;
De popa en el castillo, erguido y fuerte
Estaba el jefe con sus diez y ocho años.
Su estreno era: de Terje hundir la barca,
Tan ufano por eso se sentía;
Mas de eso Terje no sabía nada,
Caído estaba en súplicas y en llanto
De hinojos de la nave en la cubierta.
Compró con llanto, véndenle con burlas,
Sus súplicas, sus súplicas compensan.
Refresca el viento, a alta mar con prisa
Van los triunfantes hijos de Inglaterra.
Terje callaba, no hay nada que hacer
Sino en sí mismo en su dolor cerrarse.
Mas con sorpresa sus captores vieron
Que raudamente algo se había ido
De la bóveda triste de su frente.
Largos años pasó en la “cárcel” dura,
Cinco años enteros se dice;
Su cuello se curvó, blanqueó su pelo
A fuerza de soñar con su familia.
Y esto llevaba a cuestas sin decirlo,
Pues era su único tesoro.
Libres se vieron en mil ochocientos
Catorce los noruegos, Terje entre ellos,
Y a casa fueron en fragata sueca.
Bajó a tierra en el muelle de su pueblo
Con real patente de piloto;
Nadie en el hombre aquel reconoció
Al joven marinero de otros tiempos.
Su casa era ahora de otro, y le dijeron
En ella el hado de su mujer e hija:
“Con el marido ido, nadie quísolas,
Y en la fosa común de pordioseros
Del municipio yacen ahora”.
Los años pasan, Terje hace su oficio
De piloto en la isla más lejana;
Ciertamente no hacía mal a nadie
Ni por la mar ni en tierra firme;
Mas sus ojos a veces hoscos lucen
Cuando abarcan escollos y roquedos,
Y entonces todos dicen: “Está loco”,
Y pocos eran los que sin espanto
Se acercaban a Terje Vigen.
Una noche de luna y viento fuerte
Cobró vida el entorno del piloto;
Un yate inglés llegó a su costa
Con las velas deshilachadas.
Roja enseña en la cofa del trinquete
Pedía auxilio sin palabras.
Poco antes un bote fue hacia él
Luchando denodado con el viento
Y, recio, a bordo erguíase el piloto.
Aunque entrecano, firme parecía,
Como un atleta al gobernalle asido;
El yate, dócil, se apartó de tierra,
Y el bote del piloto iba a la zaga.
El lord, la lady con el niño en brazos
En popa estaban y él quitóse el gorro:
“Te haré tan rico cual pobre ahora eres
si del riesgo nos salvas en que estamos”.
Mas el timón soltó el piloto entonces.
Rió su boca, albearon sus mejillas,
Mueca era que cobraba prepotencia.
Del lord el magno yate a la deriva
Sobre las olas bruscas se alza.
“¡No obedece!, ¡a los botes salvavidas!,
¡conmigo milord y milady!,
¡El yate se hace añicos, bien lo sé!,
¡Mas aquí están seguros, y mi estela
Les abrirá el camino hacia la costa!”.
Fosforescía el mar, volaba el bote
Con su preciosa carga rumbo a tierra.
Y el piloto, alto y fuerte, estaba en popa,
Con mirada salvaje y penetrante.
A sotavento mira, hacia las rocas,
Y a barlovento, de Hesnes al estrecho;
Suelta el timón y del estay la argolla,
Levanta un remo con la hoja arriba
Y lo asesta del bote contra el fondo.
Entró allí el agua espumeante, airada,
En el pecio el desorden crece en tanto;
Pero la madre a su hija rauda alzó
En sus brazos, de horror y espanto lívida.
“¡Ana, hija mía!”, aulló de dolor llena;
Y el piloto entrecano tiembla entonces,
La escota asió, timoneó a sotavento,
Y el bote, encabritándose cual ave,
Súbitamente se sumió en las olas.
Se irguió, se hundieron, calmo estaba el mar
En el círculo del oleaje;
Escondido, somero fondo alzóse
Do el agua apenas llega a las rodillas.
El lord gritó: “¡La espalda del escollo!,
¡Cede!, ¡y aquí no hay roca dura!”.
Sonrió el piloto: “¡No!, ¡aquí están seguros!,
¡Un bote hundido de tres toneladas
Es el escollo que ahora nos sustenta!”.
Recuerdo atisba de olvidada proeza
En los rasgos del lord como un relámpago:
¡Reconoce al lloroso marinero
Yacente en la cubierta de su nave!
Terje Vigen entonces grita: “¡Cuanto
Yo tenía me quitaste por tu honra!,
¡Págalo ahora!”. El altivo lord entonces,
Oyendo esto, curva la rodilla,
Cae ante el piloto noruego.
Mas Terje sigue asido al recio remo,
Tan recio él mismo como en años jóvenes,
Sus ojos lucen de inclemente fuerza,
su cabello se agita contra el viento.
“Tú en tu fuerte corveta en paz bogabas
Y yo en mi humilde bote a remo iba,
Hasta la muerte por los míos luchando;
Su pan tú me robaste, y de mi amarga
Suerte tranquilo te reiste.
Tu rica lady es clara primavera,
Su mano es seda pura,
La de mi esposa en cambio dura y áspera,
Pero a pesar de todo era la mía.
Tu hijo es rubio, azules son sus ojos,
Cual de nuestro señor pequeño huésped;
Mi hija, en cambio, poca cosa era,
Era, a Dios plugo, gris y delgaducha,
Cual son en general los niños pobres.
¿Ves?, tal era en el mundo mi riqueza,
Lo único que podía llamar mío.
Mi caudal excesivo parecíame;
Tú en cambio por liviano lo pesaste.
Y ahora llegó la hora del talión,
Pues soportar te toca un golpe
Que siempre llega con los largos años
Y a mí el pelo me albeó y doblóme el cuello,
Y por tierra mi dicha dispersó”.
Cogió al niño y blandiólo por el aire,
Con la izquierda ciñó a la lady.
“¡Atrás, milord, un solo paso
Y perderéis esposa e hijo!”.
Aprestóse el inglés a la pelea
De nuevo, mas con brazo exhausto y débil;
Su alma ardía, sus ojos eran mate,
Y su pelo, al primer lucir del alba,
Gris se había vuelto en una sola noche.
Mas de Terje la frente es clara y calma,
Sereno es y libre su pecho.
Con respeto levanta al niño
Y suavemente bésale las manos.
Respiró hondo cual preso al salir libre
Y su voz resonó serena e igual:
“Yo, Terje, el de antes vuelvo a ser ahora.
Fluía mi sangre hasta ahora entre pedruscos;
¡Y es que tenía, tenía que vengarme!
Los años en la cárcel nauseabunda
Mi corazón a muerte hirieron.
Después cual heno en páramo yací
En un mortal abismo contemplándome.
Pero ya pasó. Iguales somos;
Y a ti de nada tu traición te sirve.
Yo di cuanto tenía, tú lo cogiste,
Y, si tu sufrimiento injusto encuentras,
Pide al Señor, que a mí cual soy me hizo”.
Cuando albeó el día estaban todos salvos;
Seguro en puerto se encontraba el yate.
Del nocturno terror nada se dijo,
Mas el nombre de Terje se hizo ínclito.
Las agoreras nubes dispersaron
La tormentosa noche al viento;
Y Terje volvió a ir la cabeza alta
Que humilló el día en que cayó de hinojos
De la corveta en la cubierta.
El lord fue a verle, y fue con él milady,
Y muchísimos fueron con ellos,
Llenando su pobre vivienda
Y estrechando su mano: “¡Adiós y suerte!”.
Su salvación le agradecían
De tormenta y de escollos y de oleaje;
Pero Terje acarició al niño:
“¡No, no, el que nos salvó en el peor momento
Fue este niño, no fui yo!”.
Zarpó el yate de Hesnes al estrecho
Ondeando la enseña noruega.
Algo al oeste hay un trecho espumoso:
Y la hora sonó allí de la verdad.
De Terje las pupilas se inundaron
Desde tierra abarcando el panorama:
“¡Mucho perdí, mas mucho he recibido,
y lo mejor es, pues, que así termine,
y a ti gracias daré, mi Dios, por ello!”.
Yo le vi luego una sola vez,
pescando estaba en el embarcadero.
Cano, mas riendo y cantando,
Y fresco como un fuerte mozo.
Con las chicas tenía alegres chanzas
Y hablaba con los niños de la aldea.
Volviéndose al oeste saltó a bordo,
Izó el trinquete, a casa puso proa,
A pleno sol, como una vieja águila.
Cabe la iglesia en Fjaere hay una tumba,
En un rincón tundido por los vientos;
Estaba baja, hundida, nadie cuídala,
Pero su lápida tenía:
“Terje Vigen”, decían sus blancas letras,
y el año en que el difunto halló reposo.
Al sol y al viento yace expuesto,
Por eso está ahí la hierba tan lozana,
Y a veces con alguna flor silvestre.