En Akershus[2]

El velo de la noche estival dulce

Se retrae si la Tierra se despeja;

Estrellas solas, grandes, mudas, pálidas

Arden tranquilas tras sus cortinajes.

El fiordo esponja ahora de su pecho

La angostura con voz hueca y velada.

Escucha, es cual canción de infancia tierna,

De esas que nunca olvídanse del todo.

La vieja Akershus serena otea

A través de la niebla el mar en calma;

Y a veces, confiada, me parece

Que asiente en dirección a Hovedoen[3].

Akershus, tú, la blanca, tú, vetusta,

Te alzas cierta y segura en recio sueño;

Tu aplomo timonea invacilante,

Tu remo rompe del recuerdo el ímpetu.

Bien le visitan, desaparecidos

De obscuros tiempos, hombres sanguinarios;

En lino y en crespón envueltos cruzan

La gran sala solemnes y silentes.

Fíjate bien, yo fijóme y me espanto,

Raudo: ardo y me congelo al mismo tiempo,

Tras las altas ventanas de la sala

Un azulenco resplandor tirita.

¿Quién es ése, ferroso caballero

Con ojos de rojizo relucir,

Ése, que, triste, en el salón se sienta

En su sillón, en sí mismo encogido?

¡Sí, claro!, ¿quién va a ser?, ¡es el rey Kristjern

Rugosa frente, débil el mentón;

Su mano la tizona busca en vano,

La vaina ensangrentada está y mohosa.

Cual recuerdo de fúnebre grandeza,

Bella y noble aún a nuestra vista,

Junto al ventanal yérguese una dama,

Sin duda la mujer de Knut Alfsonn.

Danesa flota en el fiordo aguarda;

Su marido, en defensa, inerme, vino

Del paterno terruño, y aceptando

De Gyldestjerne la hospitalidad.

Yacente le remaron a la orilla

Sin cánticos ni cirios; en la frente

De Knut Alfsonn ahóndase una brecha

Que de Noruega en el corazón sangra.

Ved a ese hombre atado, en capa envuelto.

Fácil paréceme acertar su nombre;

Un centenar de armados paladines;

Hay que salvar a Herlof Hyttefad.

Arde el fuego en el patio de las sierpes;

Florece sangre en fantasmal ropaje;

Cuatro donceles guardan la camilla,

Kristjern, tras las cortinas, lo contempla.

¡Potente campeón que alzó la espada

Por su pueblo en cadenas, te loamos!

¡Más dulce que el incienso es la humareda,

Humo de sangre, que la hoguera exuda!

¡Sangre de mártir, fuerte cual simiente,

Germen del día horrible de Noruega,

Que, tras trescientos años, reflorece

En Eidsvolds Verk[4] un día primaveral!

¡Vedlo, pues! ¡No, todo esto se ha esfumado!

“¡Adelante!”, nos dice el centinela;

De su sudario Akershus prescinde,

Y ahora un traje de diario porta.