Lenta, muy lentamente, la lejana torre sobre la colina iba ganando tamaño conforme Sooz avanzaba con gran dificultad a través de la llanura lóbrega. Cuando se acercó un poco más, pudo verla brillar al sol rojizo del mediodía de las Tierras Oscuras. Pensó en lo contrariado que estaría Dirk si descubriese que le habían pintado de rosa su Torre de Hierro. De haber sido ella uno de esos «normis» del insti, le habría encantado verla tan rosita y pastelosa, con un lacito fucsia en lo alto, tal vez. Pero Sooz era una gótica: el rosa era un espanto. Repintarla de negro, esa sería la respuesta.
De repente, una silueta oscura y enorme surgió de la sombra de una pila de restos de rocas que se habían venido abajo. Sooz retrocedió aterrorizada y empezó a gritar. Se encontraba sola, una niña sola en las Tierras Oscuras, y ante ella se alzaba lo que únicamente podía ser una especie de demonio espantoso de dos metros y pico de alto, por lo menos, cubierto de una piel escamosa que se le desprendía, con una cornamenta en la cabeza, garras y colmillos. En la cintura llevaba un ancho cinto de cuero del que colgaban unas cabezas humanas reducidas. La cosa encogió un poco los hombros y de su espalda surgieron unas gigantescas alas de murciélago que se extendieron con un sonido semejante al del restallar del látigo. Se inclinó hacia ella y siseó. Sus huesudos orificios nasales expelieron unos vapores fétidos. Sooz quiso retroceder, pero cayó al suelo con una mano levantada. ¡No era más que una niña! ¡Una cría perdida en aquel lugar terrible! Ojalá Dirk estuviera allí para ir en su ayuda.
Al verla aterrorizada, una expresión triunfal se apoderó de los brillantes ojos rojos del demonio, que se inclinó más y rugió, inundándola de una oleada de aliento hediondo. La recorrió un escalofrío e intentó huir a rastras, pero entonces se acordó de algo. La figura demoníaca le resultaba familiar. Entrecerró los ojos y miró fijamente al demonio. Se puso en pie y lo miró más fijamente aún, recorriéndolo de arriba abajo. Aquello sorprendió al monstruo enorme, cuyo rostro infernal adoptó una expresión casi cómica de asombro. No era normal que las niñitas hiciesen eso.
Y Sooz dijo, casi para sí:
—Te pareces al cantante de ese grupo que tanto le gusta a Chris. ¿Cómo se llaman? Morti… eso es.
En una inspección más detenida, el demonio (si eso es lo que era) parecía un poco harapiento, famélico y sucio, como si hubiese estado huyendo durante meses. El demonio miró a un lado y a otro, desconcertado. Se suponía que él aterrorizaba a las niñitas humanas, y, desde luego, se suponía que ninguna de ella le iba a dirigir la palabra. La chica dio un paso hacia él. Eso sí que le preocupó. «¡Lo que no hacen jamás las niñas es venir hacia mí así, confiadas y sin miedo!». De repente, la chica extendió la mano y habló.
—Hola. Tú debes de ser Gargon. Dirk me regaló este anillo —dijo sosteniendo el dedo en alto. El anillo brillaba con una luz sobrenatural, una oscura luz espeluznante que bañaba el rostro de Sooz con un resplandor vampírico que le otorgaba una belleza fantasmal.
La mandíbula del demonio, con sus enormes colmillos, se abrió de golpe, y por sus facciones infames asomó un brillo de alegría.
—¡Es el Gran Anillo! ¡Mi señor está vivo! ¡Mi señor está vivo! —dijo Gargon con una voz grave y tétrica de demonio, ya que en efecto se trataba de él, el lugarteniente de Dirk, el Pavoroso Gargon, el Descuartizador, capitán de las Legiones del Horror—. ¡Y os ha dado su Gran Anillo! ¡Os ha escogido a vos! —bramó Gargon e hincó una rodilla en tierra—. ¡Gargon jura fidelidad a la Dama Oscura, Reina de la Noche y prometida de mi Temido Señor! ¡Os serviré en el nombre del Señor Oscuro! Seré vuestro fiel servidor, mi reina.
Sooz permaneció inmóvil por un instante. Luego, una pequeña sonrisa se formó en una de las comisuras de sus labios. ¡Genial! Un demonio de dos metros y pico. Su fiel servidor, ¡eso sí está que se sale! Ahora ya no sería tan vulnerable, tan débil, ni estaría tan sola. Tenía protección, y no una protección cualquiera, sino la protección de aquel… lo que fuera… de dos metros y pico, con alas y garras.
—Oye, Gargon, qué monas son tus alas —le dijo.
—Gracias, Milady.