Era el día tercero de las-almas-del-purgatorio, un maravilloso día soleado de otoño. El eclipse comenzaría con exactitud a las 14 horas y 13 minutos de la tarde. Dirk, Sooz y Christopher se encontraban en el campo de cricket junto al antiguo y a la vez nuevo pabellón de cricket. Sal había ido de picnic al parque con su familia, también para ver el eclipse.

—¿De verdad es obligatorio hacerlo aquí? —preguntó Christopher.

—Sí, me temo que sí. Es el lugar perfecto, construido por viajeros mágicos interdimensionales, está imbuido del tipo perfecto de hechicería —respondió Dirk algo nervioso. Estaba emocionado, eufórico, expectante, pero también preocupado e inseguro. ¿Y si no funcionaba esta vez? ¡Tenía que funcionar!

Había preparado una pequeña hoguera en el suelo, aunque no la había encendido aún. Colocó sobre ella unas hierbas y especias similares a las que había utilizado la última vez, y otro rollo de pergamino sellado con lacre.

—Tengo que decir que me parece una locura volver a utilizar un fuego —dijo Sooz.

—No os preocupéis, en esta ocasión nos encontramos a cielo abierto y, además, los skirrits protegieron el pabellón contra incendios de la manera debida: con un encantamiento ignífugo, mucho mejor que con los productos habituales —dijo Dirk.

—Ya, claro. Entonces podemos estar tranquilos —dijo Chris en tono escéptico. Pero entonces miró al pabellón, y ahí estaba, tan campante, devolviéndole a la cara todo su escepticismo. Casi le entraron ganas de ir y prenderle fuego, solo para ver hasta dónde era realmente ignífugo.

Sooz siguió la mirada de Christopher. Ella no creía que fuese a pasar nada, justo igual que la última vez, pero ahí estaba el pabellón. Aun así, una cosa era construir un pabellón, algo que se podía hacer sin magia, ¿no?, y abrir un portal entre dos mundos era otra completamente distinta.

Sin embargo, Christopher había visto a la Bestia Blanca y había visto la Mano Siniestra en acción. A veces pensaba que tal vez se hubiera imaginado aquellas cosas, pero en lo más profundo de su ser, sabía que eran reales. O eso, o él también se había vuelto majareta, justo igual que Dirk. ¿Acaso la locura podría ser contagiosa?

Como si quisiera demostrar que estaba realmente loco, Dirk sacó una muñeca del bolsillo de su abrigo. Estaba hecha de madera, un poco tosca, con las pestañas de Sooz puestas allá donde se suponía que iban los ojos, y también la barba de Grousammer. La verdad es que tenía un aspecto muy inquietante, como una especie de muñeca de juguete que perteneciese a un demonio infernal.

—¡Tío, qué espeluznante! —dijo Chris.

—Ya te digo, rara, muy rara. ¿Dónde puedo conseguir yo una, Dirk? —le preguntó Sooz en tono de broma.

Dirk sonrió al oír sus palabras, pero no dijo nada. Estaba profundamente concentrado. A continuación sacó la mano momificada de la bruja. Colocó la muñeca diabólica en la palma de la mano de la bruja y susurró unas palabras.

Sooz y Chris fruncieron el ceño a la vez, perplejos. ¿Era cosa de su imaginación, o la mano se había tensado un poco, como si agarrase la muñeca? ¡Desde luego que no!

Acto seguido, Dirk colocó la mano y la muñeca en lo alto de la hoguera. Buscó en su bolsillo y extrajo una cajita cubierta de glifos de color rojo sangre. Abrió la tapa de la caja, en el interior se encontraban las cáscaras de huevo de dragón de Komodo. Estaban machacadas y formaban un polvo fino. Dirk musitó otras cuantas palabras ininteligibles y realizó unos gestos arcanos sobre la caja con la otra mano.

Sooz y Chris se miraban el uno al otro e intentaban contener la risa.

—Todo está preparado —afirmó Dirk—. Ahora aguardaremos a la llegada del eclipse.

Levantó la vista al cielo, escudriñándolo en busca de una señal. Transcurrieron unos minutos. Permanecieron de pie, en un incómodo silencio. A Sooz y a Chris se les estaba contagiando la tensión y el nerviosismo de Dirk.

—Hora, por favor —pidió este, lacónico.

Chris comprobó su reloj.

—Eeeh… las dos y diez —contestó.

—Ya comienza —dijo Dirk antes de alzar los brazos e iniciar un cántico, exactamente igual que la última vez: un sonido extraño, insólito, con palabras y frases que no eran de este mundo. Todo se quedó en un aparente silencio; los pájaros dejaron de cantar, el ruido del tráfico en la cercana calle de Greenfield Lane se fue amortiguando, a Sooz y a Chris se les empezó a erizar el vello en la nuca… justo igual que la última vez. Intercambiaron otra mirada, nerviosos.

Dirk se inclinó sin dejar el cántico y encendió la hoguera, que prendió con un halo de color verdoso. Fue como si la mano de la bruja reaccionara ante las llamas, cerrándose sobre la muñeca, apretándola, aplastándola. ¿Era su imaginación, o Sooz y Chris estaban escuchando una especie de gemido lejano, como si alguien aullase de dolor, alguien a quien estuviesen matando aplastado o quemando vivo?

En ese momento, la luna comenzó a desplazarse, furtiva y silenciosa, por delante del disco solar, y su correspondiente sombra empezó a reptar por la superficie terrestre. Tenían el eclipse encima, y una penumbra asombrosa oscurecía la Tierra.

Dirk detuvo su cántico de golpe y lanzó el polvo de cáscaras al fuego. Las llamas refulgieron más verdosas, más brillantes, más devoradoras. Todo quedó en silencio como si el mundo en pleno aguardase a que algo sucediera.

Entonces, y sin aviso previo, unas nubes negras de tormenta comenzaron a arremolinarse en el cielo sobre Dirk a una velocidad sobrenatural. Sooz y Chris se miraron el uno al otro, con una expresión de incredulidad en sus rostros. ¿Cómo podía estar pasando aquello? Sería sin duda una coincidencia, ¿verdad? ¿O sería acaso porque Dirk era en realidad un Señor Oscuro, y lo estaba provocando él con una extraña magia procedente de otro lugar y de otro tiempo?

De repente sonó un trueno, y en el centro del remolino de nubes tormentosas se fue formando un foco de luz roja brillante. El sol había sido borrado del cielo, y su saludable luz suplantada por un resplandor enfermizo de color rojo que emanaba del centro brillante y carmesí de aquellas nubes negras, e iluminaba como una antorcha celestial la reducida parcela de tierra en la que se encontraban. Dirk abrió los brazos en un gesto de bienvenida, con los ojos cerrados en algo similar al éxtasis.

—¡Sí, sí! —gritó—. ¡Llevadme, llevadme!

Chris observaba atónito, sin pestañear y con la boca abierta. Apenas podía creer lo que estaba pasando.

Volvió la cabeza en busca de Sooz, para ver su reacción ante aquello.

Sin embargo, habría jurado que el estado de ánimo de Sooz era bien distinto al suyo. Sonreía como si estuviera loca, poseída. Se le estaba empezando a erizar el pelo, que crepitaba cargado de energía, y sus ojos parecían emitir un brillo rojo a través del maquillaje negro sobre su pálida piel, como un reflejo del color del cielo. Ella también tenía los brazos abiertos, y estaba de puntillas… o, al menos, Chris asumió que lo estaba. ¡En realidad se diría que flotaba a unos centímetros del suelo!

De pronto, un rayo de energía carmesí se abrió paso hacia la Tierra desde el centro del resplandor rojizo. Dirk se puso en tensión, a la espera, pero entonces, de manera inexplicable, en lugar de impactar en él, el rayo sacudió a Sooz con el crujido de un estruendo brutal. La chica dejó escapar un grito ahogado de sorpresa y de dolor, y se puso a temblar y a sacudirse de un modo horrible. El rayo rojo no se disipó ni desapareció como un rayo normal, es más, continuó crujiendo y luciendo, mantuvo a Sooz inmóvil y descargó enormes cantidades de energía sobre ella, como si fuese un rayo láser surgido de los cielos que la envolvía por completo. Sooz empezó a echar humo.

Dirk, confundido, miró a su alrededor. ¿Por qué no le había impactado el rayo? ¿Qué estaba pasando? Entonces lo vio.

—¡Sooz! —gritó Dirk entre el miedo y la angustia—. ¡No!

Chris salió corriendo a toda velocidad hacia ella, cargando contra el hombro, con la intención de apartarla de un golpe, sacarla del rayo rojizo que la mantenía paralizada, crucificada con luz. Un resplandor de color rojo surgió de los ojos y la boca de Sooz, que cayó de espaldas. Pero no llegó a caer a tierra. Empezó a flotar a más de un metro del suelo, y se puso a gritar. Era un chillido horrible de dolor, agónico, que le perforaba a Chris los oídos y el corazón como si fuese un castigo de Dios.

Chris sollozaba de miedo y, al aproximarse, recibió el impacto de un muro de calor; en unos segundos, su pelo comenzó a crepitar y a quemarse, y se le estaban chamuscando las cejas.

—¡No, Chris! ¡No! ¡No puedes hacer nada! —gritó Dirk—. ¡El calor te matará!

Y estaba en lo cierto. Chris no podía acercarse más y tuvo que retroceder, el calor era insoportable. En ese instante, un círculo de oscuridad, del negro más negro contra el resplandor rojizo, empezó a crecer y expandirse alrededor de Sooz. Se descompuso en una especie de umbral, un portal a otro mundo. Un viento foráneo comenzó a soplar desde aquella otra tierra, cargado de olores y sonidos extraños, inhabituales, desconocidos. Y las siluetas fueron cobrando forma, haciéndose cada vez más nítidas. Chris fue capaz de distinguir una sucesión de colinas yermas, una llanura desolada y, en la distancia, una torre oscura y elevada de un diseño muy peculiar, que se alzaba en pos del firmamento teñido de rojo de aquella tierra extraña como una garra que se estirase con la intención de arrancarle los ojos a los cielos.

—¡Las Tierras Oscuras! ¡Está siendo transportada a las Tierras Oscuras! Pero ¿cómo es posible? —gritó Dirk.

Sooz se vio de repente lanzada a través de la abertura y, en un segundo, cesó el rayo rojo, se disiparon las nubes tormentosas y la puerta oscura quedó reducida a un punto que desapareció con el sonido que se produce al descorchar una botella. Sooz se había ido.

La luna prosiguió su recorrido, y la brillante y saludable luz del sol volvió a iluminar la Tierra una vez más. Chris era incapaz de creérselo. ¿Cómo podía estar pasando aquello? Y Sooz, ¿se encontraba bien? ¿Seguía con vida? Se volvió hacia Dirk con la boca repleta de preguntas airadas.

Dirk tenía un aspecto contrariado. Por increíble que fuese, vio lágrimas en sus ojos, y él nunca le había visto llorar, jamás. Fue impactante para Chris, más que cualquier otra cosa.

—¿Está viva todavía? —le preguntó en tono quejumbroso.

Dirk se secó los ojos y recobró la compostura.

—Oh, sí, sí, desde luego que está viva. El Relámpago Carmesí no le habrá causado ningún daño a pesar de lo que parezca; pero se halla en las Tierras Oscuras, y ese no es el mejor sitio para una chica tan joven, ni siquiera para una gótica.

—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Chris.

—Pues debemos intentar rescatarla, por supuesto —respondió. Permaneció en el sitio, con el ceño fruncido y girando el anillo sobre su dedo una y otra vez, mientras meditaba—. Pero es que no lo entiendo. El Relámpago Carmesí solo debe impactar sobre aquel que porte el Anillo del Poder. No tendría que haber ido a por ella bajo ningún concepto.

Chris palideció. Su cara se quedó tan blanca como la luna.

—Oh no —dijo al tiempo que se llevaba las manos a la boca—. Oh no… —musitó entre las manos.

Dirk arrugó el entrecejo.

—¿Qué? ¿De qué se trata?

Chris bajó las manos.

—El anillo, ¡llevaba puesto el anillo! ¡Es culpa mía!

—¿Qué queréis decir? —le preguntó Dirk.

—¿Recuerdas que me pediste que le robara el anillo para devolvértelo? Al final no lo hice —le confesó.

Dirk se quedó boquiabierto de asombro.

Chris prosiguió.

—Es que no podía hacerle eso, a sus espaldas, no podía. No a una amiga. Así que le conté que tú lo querías de vuelta, y ella me dijo que no puedes pedirle a la gente que te devuelva las cosas que les has regalado… y tenía razón, tú lo sabes.

Dirk mantenía la mirada fija en el suelo, muy enfadado. Rugió de ira, pero no pudo negar la verdad de lo que Chris le había dicho.

Y Christopher continuó.

—Sooz se lo pensó, pero al final no pudo soportar desprenderse de él. Y estaba muy cabreada contigo por haberlo intentado, así que se nos ocurrió un plan: teníamos varios días antes de su clase de natación, de modo que encargamos a un joyero que hiciese una copia exacta del anillo y ese fue el que te di.

«Así que por eso pareció que a Sooz no había molestado perderlo», pensó Dirk.

—No creímos que hubiese ninguna diferencia —añadió Chris—, pensamos que no era más que un anillo. Y por eso el Relámpago Carmesí fue a por ella… ¡Y ahora está en las Tierras Oscuras! —cayó de rodillas y se puso a gimotear—. ¡No lo sabía! ¡No sabía que el anillo era tan importante! ¿Por qué no me lo dijiste? Y ahora Sooz ya no está.

El aspecto de Dirk se tornó iracundo por un instante, como si fuese a lanzar un terrible conjuro de Aniquilación sobre Chris, pero suspiró, y le abandonó la ira. En su lugar, puso una mano reconfortante sobre el hombro de Christopher.

—No os culpéis, Chris. Tenéis razón. Debería haberos dicho lo importante que era el anillo para la ceremonia, pero no lo pensé. Me lo tenía que haber imaginado. ¿Y qué le vamos a hacer ahora? Lo hecho… hecho está.

Dirk ayudó a Chris a ponerse en pie, y juntos iniciaron el camino de regreso a casa, lentamente.

—Tenemos que ayudarla —dijo Chris.

—Por supuesto —contestó Dirk—, no la abandonaremos. Pensaré en algo, no os preocupéis. ¡Juntos la salvaremos!

Chris empezó a sentirse un poco mejor. Dirk era un gran brujo, después de todo. La encontrarían, de eso estaba seguro. Y entonces le vino una imagen a la cabeza.

—¿Dirk?

—¿Sí, Chris?

—Esa que hemos visto era tu Tenebrosa Torre de Hierro, ¿verdad?

—Así es, Chris, sí que lo era. Impresionante, ¿verdad?

—Sí, pero, mmm… ¿Ha sido mi imaginación, o… estaba un poco así, como de color rosa?

Dirk suspiró. Aún quedaba mucho por hacer.

FIN