Grousammer se despertó de un sobresalto. Se encontraba sentado en la cama, con la espalda apoyada en un montón de almohadones. Qué extraño era aquello… él no solía dormir en esa postura. Sintió que algo le estaba hurgando en la barba. Bajó la mirada… y sus ojos se abrieron de par en par, en una sorpresa terrorífica. Había una mano, una mano infantil… ¡una mano que no era suya! Y le estaba enjabonando la barba con una brocha de afeitar. ¡Pero qué increíblemente extraño! ¿Acaso estaba soñando?
Estiró el brazo para espantar aquella mano, listo para saltar y pedir ayuda, cuando se quedó petrificado de miedo. La mano… la mano… es que… es que se acababa. Terminaba en una especie de herida rojiza y verdosa como si la acabasen de arrancar a la altura del codo. Solo había un antebrazo, y nada más. Y sin embargo, ahí estaba, enjabonándole tan feliz como unas pascuas.
Grousammer estaba paralizado de terror. Tenía que estar soñando todavía. ¿Sería alguna clase de pesadilla demencial provocada por el estrés de aquel asunto del pabellón y por aquel crío raro, Dirk Lloyd?
A continuación, la mano dejó la brocha de afeitar a un lado con mucho primor y alcanzó una navaja de afeitar que descansaba en un bol cercano con agua tibia. Los ojos de Grousammer seguían sus movimientos con una fascinación horrible, aún congelado de miedo. Muy cuidadoso, el brazo desmembrado comenzó a afeitarle: una mejilla abajo, después la otra; y el labio superior. El director solo pudo quedarse mirando al techo aterrado cuando la mano le empujó la barbilla hacia atrás con suavidad para afeitarle el cuello.
El corazón del director latía con fuerza en su pecho, y el resto del cuerpo seguía paralizado por el pánico. ¿Sería aquel su fin? ¿Le cortaría el cuello aquella mano? Pues no, por supuesto que no. Todo aquel asunto era absurdo, no podía estar pasando, tenía que ser un sueño; así que lo único que debía hacer era despertarse. Cerró los ojos e intentó obligarse a despertar, pero no sucedió nada. Entonces cesó el afeitado y él bajó la mirada. La mano estaba reuniendo los pelos enjabonados de su barba con sumo cuidado y los estaba metiendo en una bolsita de plástico con autocierre. A continuación, y con la bolsita aún colgada del pulgar, la mano se alejó a rastras, reptando gracias al impulso de sus dedos, como una especie de araña pálida y mortecina. Trepó por la cortina y salió por la ventana de su dormitorio, que estaba abierta.
A Grousammer le entró un escalofrío. Todo había acabado. La pesadilla había finalizado. Se dejó caer en algo parecido a un desmayo y se sumió en un sueño profundo.