11 de septiembre penuria

He dibujado un mapa de mi propio mundo. Si la fortuna me sonríe, pronto regresaré allí y ocuparé mi lugar como su Señor Oscuro y legítimo gobernante.

Habían transcurrido unos pocos días. Sal, Chris y Sooz se reunieron en el patio del instituto para comer, como de costumbre. Chris y Dirk se habían recuperado del incidente con la Bestia Blanca; es decir, Dirk se había recuperado aunque le fuesen a quedar unas marcas de dientes en el antebrazo de manera permanente, las cicatrices blancas del mordisco de la Bestia, como quemaduras en la piel, pero Dirk no le daba importancia, estaba acostumbrado a las heridas de guerra. Orgulloso, incluso.

Era diferente para Chris. Él no había llegado a asimilarlo del todo. A veces aceptaba ciertas cosas —lo cual implicaba aceptarlo todo—: Señores Oscuros, Magos Blancos, Gargon, orcos, skirrits, pabellones, Manos Siniestras, hechizos y todo lo demás; otras veces, sin embargo, aceptar aquello era asumir demasiado y, cuando sucedía esto, su mente racional se hacía cargo de la situación y lo rechazaba todo. Su mente pretendía restarle importancia a la Bestia Blanca diciéndose que se trataba de algún tipo de alucinación o de un sueño para que las cosas volviesen a tener sentido, para que no fuese cierto que su mejor amigo era como Sauron o Darth Vader, pero atrapado en el cuerpo de un chaval de trece años.

Por el momento, no obstante, Chris lo iba encajando bien. Estar con Sooz y Sal siempre ayudaba a darle una capa de barniz de realidad a las cosas. Allí estaban los cuatro, charlando como solían hacer.

—Y bien, ¿cuál es el siguiente paso, Vuestra Oscuridad? —preguntó Sal.

—He de encontrar otro modo de regresar a las Tierras Oscuras —contestó Dirk—. Esa es mi prioridad número uno: tengo que reconducir las cosas allí.

—Tío, espero que te salga mejor que la última vez. Quedarme sin pabellón de cricket fue realmente doloroso, ¡aunque solo fuera por unos días! —dijo Sal entre risas.

—No temáis, Señor de los Deportes Sal Malik —dijo Dirk en su tono más regio—. Nunca tropiezo dos veces con la misma piedra, creedme.

—¿Se te ha ocurrido alguna idea? —le preguntó Sooz.

—No —dijo Dirk, que arrugó la frente, y apoyó la cabeza entre las manos—. Es difícil, muy difícil.

—Oye, ¿qué harías si la situación fuera al contrario, es decir, si estuvieses en las Tierras Oscuras y quisieras venir aquí? —le preguntó Sal.

—Oh, ahora que sé dónde se encuentra vuestra Tierra, cuál es su situación dimensional en el cosmos, el trámite resultaría simple. Pronunciaría el hechizo conocido como el Eclipse de las Puertas del Mundo —respondió Dirk sin darle mucha importancia.

—¿Y por qué no haces aquí ese hechizo? —inquirió Sal—. ¡Aparte de que no funcionaría, claro está, ya que no existe la magia!

—Podéis burlaros cuanto os plazca, pero la magia es real, creedme. De todas formas, es por los ingredientes. No se pueden conseguir en la Tierra.

—¿En serio? ¿Qué es lo que te hace falta? —preguntó Chris.

—Veamos, haría falta las cáscara de un huevo de dragón, la mano de una bruja, las pestañas de un noctámbulo, la barba de un tirano y un eclipse —les contó Dirk—. Y en la Tierra no hay dragones, vampiros, ni brujas, ¡menuda lástima!

—Mmm —dijo Sal—, ahora sí veo el problema.

—En efecto, y eso que da la casualidad de que habrá un eclipse de sol dentro de un mes.

—Ah sí, lo he leído en alguna parte —dijo Chris. Y entonces se le ocurrió una idea—. Oye, en realidad sí que hay un dragón en la Tierra. El dragón de Komodo. No vuela, pero es un lagarto enorme, y su aliento es venenoso, o su saliva, da lo mismo. Hicimos algo sobre él en clase de Biología. Su saliva puede matar a un hombre en una semana si no recibe tratamiento. ¿Te acuerdas de aquella vitrina del laboratorio de ciencias con esqueletos y huevos de reptiles? Pues los huevos son de un dragón de Komodo que donó hace años un antiguo alumno del instituto que se hizo explorador o algo parecido.

—¿Sabes, Chris? Tenéis razón, ¡por los Nueve Infiernos! Eso podría valer. Ese Komodo sería un dragón bastante respetable allá en las Tierras Oscuras, y, además, no todos los dragones vuelan.

—Y tenemos también el Museo de las Brujas de Wendle, ¿no te acuerdas? ¡Si te llevé allí! —le dijo Sooz.

—Ah, sí, lo había olvidado —contestó Dirk—. Pero no recuerdo ninguna mano.

—Eso es porque no te gustó el museo y te dedicaste a ponerlo verde. ¡«Esto no son verdaderas brujas», eso fue lo que dijiste! —replicó Sooz.

—¿De qué va eso de las brujas, eh? —preguntó Sal.

—Las brujas de Wendle, un aquelarre de brujas, o eso se decía, allá por el siglo XVII más o menos. Las quemaron a todas en la hoguera. En el museo que hay allí tienen la mano de una de ellas, quemada y momificada, vamos, unos restos carbonizados. Claro que no eran brujas de verdad, tal y como Dirk me decía sin parar —explicó ella mirando a Dirk con cara de disgusto—, pero sí es verdad que las quemaron, y eso debería compensarlo, ¿no? Y la gente estaba convencida de que eran brujas —añadió.

Dirk se quedó pensativo unos instantes.

—Mmm. Cierto. Eso debería sin duda compensarlo. El poder de una muerte espantosa… siempre excelente para los conjuros mágicos.

—Y Sooz es una noctámbula, la Hija de la Noche, ¿no? —dijo Chris.

—¡Sí, Dirk, puedes contar con mis pestañas cuando quieras! —exclamó Sooz sonriente.

—Pero claro, Sooz no es un vampiro de verdad —dijo Sal entre risas.

—¿Y tú cómo lo sabes? —le soltó Sooz—. Pues podría serlo, nunca se sabe.

—Sí, claro —dijo Sal—. ¡Típica gótica!

Dirk frunció el ceño.

—En realidad… viste como uno de ellos. Piensa como uno de ellos. Tiene pósters suyos en las paredes. Vamos a ver, ¿qué es lo más cercano a un vampiro que hay en la Tierra? Pues un gótico, por supuesto —hizo una breve pausa y prosiguió—. Aunque Sal tiene razón, no es una noctámbula de verdad, y a eso no hay forma de darle la vuelta.

—A ver —dijo Sooz—. ¿Te acuerdas de ese juego online que tanto me gusta? Me refiero a ese del que Chris y tú decís que es como una versión gratuita del Battlecraft, ya sabes, el Realm of Shadows.

—Sí, más bien una imitación barata —dijo Chris con desdén—. ¿Qué le pasa?

—Bueno, pues uno de los tipos de personaje que incluye es un noctámbulo, una especie de paladín-vampiro. Y yo estoy en el nivel veintiséis como noctámbula, así que, técnicamente, soy una noctámbula.

Dirk volvió a fruncir el entrecejo y a continuación asintió.

—El Realm of Shadows es un poco… eeeh, ¿cómo lo decís vosotros los humanos? Eeeh… una chorrada, creo. Aun así, mmm, podría valer. Al fin y al cabo, vos sois el avatar de una noctámbula en el Realm of Shadows igual que yo soy el avatar de un Señor Oscuro aquí, en la Tierra. ¿Sabéis qué os digo? ¡Qué podría funcionar! ¡Esto se pone interesante!

Sooz sonrió ante aquello y le puso a Sal una cara como de estar diciéndole: «¿Lo ves? Dirk piensa que soy un vampiro, ¡o lo bastante similar!».

Sal se limitó a elevar la mirada al cielo y soltar un gruñido.

—Y no dejas de decir que Grousammer es un tirano, ¿verdad? —dijo Chris.

—Oh, sí, creo que todos estaremos de acuerdo en eso —afirmó Dirk. Todos hicieron ostensibles gestos afirmativos con la cabeza.

—¿Y cómo vas a conseguir su barba? —le preguntó Sooz.

Dirk lo meditó unos instantes.

—Mmm, imagino que seré capaz de hallar un modo… pero solo por si acaso, es posible que tengáis que servirme de coartada, Sooz. Si alguien os pregunta sobre lo que sea, en realidad, limitaos a decir que estuve en vuestra casa, jugando al Realm of Shadows. No, mejor no digáis eso, decid Battlecraft. No deseo que nadie piense que juego al Realm of Shadows, tengo una reputación que mantener —dijo Dirk.

Sooz hizo un gesto negativo de disgusto con la cabeza.

—¡Es un juego genial! Deberías probarlo —dijo ella.

La conversación derivó en una discusión acerca de las bondades de diversos juegos de ordenador. Dirk anunció que pretendía hacer su propio juego, donde el jugador sería un alienígena llamado «el Oscuro» que tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en la Tierra. Su objetivo sería esclavizar a la humanidad por medio del uso de una combinación de nuevas tecnologías y una extraña magia interestelar.

—¿Por qué? —preguntó Chris.

—¿Qué queréis decir? —dijo Dirk.

—Pues eso, que por qué tiene que esclavizar a la humanidad —intervino Sooz—. ¿Para qué?

—Pues ya sabéis… eeeh… porque… ¡Bueno, porque tiene que hacerlo! ¿Qué otra razón se necesita? —respondió Dirk, extrañado por la pregunta.

—Siempre ha de haber un motivo, ¿no te parece? —le dijo Chris.

—¿Por qué? Se conquista por el placer de conquistar, ¿es que no basta? —esgrimió Dirk—. Y deseo llamar al juego «Aplasta insignificantes humanos bajo la suela de tus Botas Victoriosas».

—Venga ya, tío, eso es muy largo para un juego de ordenador —dijo Sooz.

—¿Qué? ¿Cómo osáis criticarme? ¿Y por qué es muy largo? —replicó Dirk.

—Eeeeh… Pues porque es demasiado largo, ¿no? —intervino Sal.

La conversación continuó por aquellos derroteros durante un tiempo, hasta que finalizó la hora de comer y tuvieron que regresar a sus clases. Cuando entraron en el edificio, Grousammer venía por el pasillo directo hacia ellos. Dirk se detuvo de golpe y clavó en él una mirada muy intensa.

Grousammer miró a Dirk con el rabillo del ojo y una expresión de incomodidad en el rostro. Al acercarse el director, Dirk dio unos pasos hacia él y levantó las manos, como si estuviese tomándole las medidas de la cara y la barba. Sooz y Chris se esperaban algún tipo de reacción violenta por parte del dire, como mínimo que le echara una charla, si no un castigo; pero Grousammer puso cara de estar aterrado ante la cercanía de Dirk y aceleró el paso encogiendo los hombros, como si se esperase una puñalada por la espalda en cualquier momento, y mascullando para sí mientras se alejaba por el pasillo…