Era la noche del domingo. Medianoche. Dirk abrió la puerta del dormitorio de Chris de la manera más silenciosa que pudo. Chris estaba despierto y esperándolo, vestido con un jersey y unos pantalones negros. Sonrió a Dirk con un aire conspiratorio.

—Estoy listo —susurró.

Dirk asintió con una expresión seca. Juntos, descendieron por las escaleras con sigilo y salieron de la casa sin despertar a los Purejoie. Dirk había pasado varios días planeando la escapada. Para Chris no era más que una excursión nocturna, una pequeña travesura, pero para él, se trataba de una partida letal al juego del ratón y el gato, y él era el ratón. Podría resultar en su destrucción definitiva, aquella misma noche, a menos que lograse cambiar las tornas. ¿Podría la presa convertirse en cazador?

—¡Ya lo veremos! —dijo en voz alta.

—¿Qué has dicho? —preguntó Christopher.

—Oh, nada, nada. Vámonos —respondió Dirk.

Partieron camino del Ahorraplús. Tras un paseo de veinte minutos, durante el cual trataron de evitar ser vistos (dos jovencitos solos por ahí pasada la medianoche podrían atraer miradas inoportunas, en especial de la policía), llegaron al aparcamiento del supermercado. A aquella hora de la noche se encontraba completamente desierto, que era lo que esperaban, por supuesto. Las potentes luces del edificio principal mantenían el aparcamiento lo bastante iluminado, pero en las zonas más exteriores, la luminosidad descendía hasta convertirse en una especie de penumbra crepuscular. Y fue allí, en los límites del estacionamiento, donde Dirk cayó a la Tierra, todos aquellos meses atrás.

Dirk encendió una linterna. Hubiera preferido utilizar el conjuro de la Llama Ungular, o el Orbe Luminiscente, más poderoso aún, ya que los hechizos mágicos no llevaban pilas y solo se extinguían cuando uno lo deseaba. Aun así, la tecnología humana no estaba tan mal.

Recorrió las plazas de aparcamiento en busca de una con un charco de aceite negro, y allí estaba. La luz se reflejaba de un modo extraño en su superficie negra y cenagosa. Esencia del Mal. La esencia de un Señor Oscuro, la esencia de Dirk.

Chris, fascinado, se quedó mirándola fijamente. Casi podía sentirla, como si le estuviese llamando, tentando, persuadiendo para que hiciese cosas. Cosas nada buenas. El mal. Retrocedió atemorizado. Tenía que ser cosa de la noche, que le estuviese jugando una mala pasada, que su mente le estuviera engañando en aquel lugar oscuro y desierto. No podía ser un charco de maldad en estado puro, ¿verdad?

Entonces se le ocurrió una idea.

—Si es tu Esencia del Mal, Dirk, ¿por qué no la recuperas? ¿Es que no lo echas de menos, todo ese mal?

Dirk se volvió y miró a Chris fijamente, con su rostro que, bajo una luz tan tenue, parecía una máscara blanca. En su rostro apareció una expresión de desagrado.

—Había pensado en ello… pero no sé… es que… no quería… —la voz de Dirk se fue apagando como si no fuese capaz de terminar de decir lo que quería. Tal vez ni siquiera sabía lo que quería decir.

Chris seguía con la mirada fija en la sustancia negra. De algún modo le atraía.

—Quizá consigas recuperar tu cuerpo, ya sabes, con las garras, los cuernos y todo lo demás —dijo Chris en tono distraído—. Y a lo mejor tu risa malvada deja de cecear…

Dirk le miró y frunció el ceño. No le gustaba la expresión que había en el rostro de Chris.

—Apartaos de la Esencia del Mal, Chris —gritó—. ¡Esa sustancia se puede apoderar de vuestra alma! ¡Ni siquiera yo me aventuro a acercarme demasiado!

Chris no le hizo ningún caso, de manera que Dirk lo agarró por el brazo y lo alejó de allí al tiempo que se aseguraba de dar siempre la espalda a la mucosidad negruzca.

—Y además, ya se me había ocurrido eso también, pero decidme, ¿qué creéis vos que me harían si aparezco en el instituto con unos colmillos amarillentos, unos cuernos descomunales, los huesos al aire por todas partes y unos tres metros y medio de estatura? ¡Pues es probable que llamasen al ejército o algo parecido!

Entonces, Chris pareció salir del trance en el que había caído, y se rio a carcajadas.

—Ja, Groseromer intentaría dejarte castigado —dijo Chris.

—Bah, si ni siquiera quepo en el aula de castigo —contestó Dirk con una mirada de reojo hacia Chris, para asegurarse de que se encontraba bien. Ya se le había olvidado lo peligrosa que resultaba la Esencia del Mal para los humanos—. Muy bien, Chris, quiero que os quedéis aquí, y que no miréis a esa cosa negra, ¿de acuerdo? Yo voy a sentarme aquí cerca y a intentar dormir un poco. Cuando esté soñando, permitiré que la Bestia Blanca me encuentre.

—¿Y qué pasará después? —preguntó Chris.

—Debería materializarse por aquí —respondió Dirk.

—¿A qué te refieres exactamente con «materializarse»?

—¡Aparecer de la nada, literalmente! Yo seguiré dormido, y la Bestia intentará venir a por mí. Vos tenéis que interponeros en su camino, apaciguar a la Bestia y todo lo demás. Y, si no me despierto, vos tenéis que despertarme, a toda costa: gritadme, vociferadme, ¡por los Nueve Infiernos, pateadme si tenéis que hacerlo! ¿De acuerdo? ¿Lo habéis comprendido? —le preguntó Dirk a Chris con una mirada muy intensa.

—Claro, claro —dijo Chris en tono displicente. En realidad no creía que fuese a pasar algo. Probablemente ni siquiera hubiese un lince suelto, seguro que se trataba de un bulo; y desde luego que no se creía que hubiera uno acosando a Dirk en sus sueños, intentando darle caza en su propia mente. Chris suspiró. Claro que era divertido escaparse por la noche, pero ahora ya estaba empezando a ser un poco aburrido. Allí se encontraban los dos, en un maldito aparcamiento, ¿y qué estaba haciendo él? Quedarse de brazos cruzados mientras Dirk se echaba una cabezadita. Oh, qué divertido…

Dirk sacudió a Chris con fuerza.

—¡Escuchadme, Chris, y dejad de soñar despierto! ¡Esto es muy serio! La Bestia Blanca podría matarme. ¡Para siempre! ¿Lo entendéis?

Chris puso los ojos en blanco.

—Que sí, que sí, que te va a «devorar el alma» y te va a «consumir por toda la eternidad» justo como me contaste la otra noche. Y nada de regresar como un no-muerto, ni siquiera como un zombi descerebrado. Para siempre, finito, kaput, bye-bye al Señor Oscuro hasta nunca jamás, ¡que sí, que lo he pillado, Dirk!

—Muy bien, entonces —dijo Dirk mirando a Chris con ojos de preocupación. Estaba bien claro que Chris no lo había pillado en realidad. De todas formas, en cuanto que apareciese la Bestia, Chris lo pillaría bastante rápido; y él mismo tampoco tenía verdadera elección: que la Bestia le diese caza solo era cuestión de tiempo, y lo más probable era que eso ocurriese cuando se encontrara solo y fuese vulnerable, durmiendo en su cama. No, era mejor hacer que aquella cosa lo hallase como él había previsto, en el terreno que él había escogido.

Dirk se agachó justo enfrente de la mancha de aceite de Esencia del Mal. Cruzó las piernas al estilo Buda y cerró los ojos. Unos pocos minutos después, se sumergió en un sueño que más bien parecía una especie de trance.

Chris le estaba observando. Dirk tenía los ojos cerrados, y en la penumbra crepuscular, su rostro adquiría la palidez de la luna. De repente comenzaron a temblarle los ojos, y los labios se le retorcieron en el rictus de una sonrisa de miedo. Se le abrió la boca y chilló con fuerza, soltó un gemido horripilante de verdadero terror.

A Chris se le erizaron los pelos de la nuca. Fuera lo que fuese lo que estaba sucediendo en la cabeza de Dirk, definitivamente le estaba helando la sangre. ¡Y a Christopher también!

En ese momento, Chris retrocedió un paso de manera involuntaria. El corazón comenzó a latirle con fuerza en el pecho, y la boca se le quedó más seca que la arena del desierto. Algo había aparecido en el aire: una pequeña bola blanca de energía luminosa. El aire se inundó de un extraño olor, como si alguien quemase gasolina y rosas, todo mezclado.

Retrocedió otro paso más. No podía creer lo que estaba viendo. ¡La bola blanca de energía iba creciendo más y más! Se estaba convirtiendo en una especie de gato gigantesco con un brillo cegador, o quizá un tigre, o una pantera, o tal vez alguna clase de leopardo de otro mundo, ¡mucho más grande y terrible que un lince! Brillaba como el negativo de una foto, justo igual que en el dibujo de Dirk. La saliva goteaba de sus fauces, con unos dientes largos y feroces, sus garras bien afiladas y mortíferas. Sus ojos iban cobrando la forma de esferas amarillas de un hambre insaciable.

Ante aquella visión, Chris estuvo a punto de mearse en los pantalones. Era total y absolutamente terrorífico. Ya era lo bastante malo si hubiese sido una pantera de verdad, pero ver aquello salir así, de la nada… Un leopardo espectral, un tigre fantasma. Era demasiado, y Chris se dio la vuelta con un grito de pavor en los labios, dispuesto a salir corriendo y salvar la vida, pero justo al girarse vio a Dirk, allí sentado y dormido; y la Bestia Blanca… estaba surgiendo apenas a unos metros de él, a su espalda, ¡y no cerca de la mucosa negra, precisamente! Dirk se encontraría a su total merced. Con un salto, caería sobre él y le arrancaría la cabeza en un abrir y cerrar de ojos.

A Chris le entró el pánico… qué ganas tenía de echar a correr, pero no podía dejar a su amigo en la estacada. Durante unos instantes, la lealtad y el pánico libraron una batalla por el control de su alma. Y venció la lealtad. Con un sollozo de temor, Chris se giró y regresó corriendo. Justo cuando la Bestia Blanca se estaba preparando para abalanzarse, Chris saltó por encima de la silueta durmiente de Dirk y siguió corriendo en dirección a la criatura, impidiéndole el paso.

—¡Dirk, despierta! —gritó con todo su ser—. ¡Dirk! ¡Dirk!

La Bestia le enseñó sus espantosos colmillos y rugió. Levantó una de las zarpas, lista para arrancarle la cabeza a Chris de un solo golpe. Reculó atemorizado, pero se mantuvo firme al tiempo que rezaba porque Dirk le hubiera dicho la verdad.

La Bestia vaciló un instante con la zarpa en alto para atacar. Lo atravesó con aquella mirada letal que había en sus ojos.

Chris se sintió como si la Bestia se estuviese asomando a los lugares más recónditos de su alma. Entonces, la criatura agachó las orejas, se sentó sobre los cuartos traseros, se tumbó y bajó la cabeza en señal de sumisión hasta apoyarla sobre sus patas delanteras. Se quedó mirando a Chris con pasividad. El muchacho no se lo podía creer. Ahora no parecía más que un enorme gato casero, un Garfield blanco, brillante y gigantesco. A Chris le entró la risa. Llegó incluso a alargar la mano y a darle unos golpecitos a la Bestia sobre la cabeza.

Miró a su alrededor. Dirk se iba despertando poco a poco, como si saliese de una anestesia.

Pero entonces los ojos de Chris se sintieron inexorablemente atraídos por la mucosidad negra, y Dirk comenzó a desvanecerse de su conciencia, iba retrocediendo en la distancia como un recuerdo ya perdido. La visión de Christopher estaba sobrecogida ante la imagen brillante de la sustancia negruzca. Se apoderó de su mente.

En su cerebro se disparó una serie de pensamientos extraños. Pero ¿qué estaba haciendo? Si lo único que tenía que hacer era echarse a un lado y liberar a la Bestia Blanca. ¡Aquello sería el final de Dirk! Se acabaron las competiciones por el amor de sus padres. Sooz se quedaría desolada, por supuesto, ¡pero él podría consolarla! Sería su amiga, y se enamoraría de él, no de Dirk. Sí, aquella era su oportunidad, la oportunidad de librarse de aquel intruso, menudo pájaro cuco, ¡Dirk Lloyd el usurpador!

Sin pensarlo más, Chris actuó. Se echó a un lado y retrocedió.

—Adelante, ya es tuyo, Bestia, ya es tuyo —se oyó a sí mismo decir con malicia.

La Bestia saltó y rugió. Dirk se despertó, se puso en pie y se volvió.

—¿Por qué, Christopher?

Fue todo lo que pudo decir antes de que la Bestia Blanca saltase por el aire y aterrizase de golpe sobre él.

—¡Por todo lo Infame, noooo! —gritó Dirk cuando la Bestia lanzó sus mandíbulas babosas a su garganta en un intento de arrancársela de un bocado. En el último instante, Dirk consiguió levantar el brazo izquierdo, y las mandíbulas de la Bestia lo atraparon entre los dientes.

Al ver aquello, Chris salió de golpe del miasma de maldad que se había apoderado del control de su mente. Soltó un grito de horror y salió disparado con la intención de meterse en medio para quitarle a su amigo aquella cosa de encima.

—Lo siento, lo siento, lo siento —gritaba Chris sin parar.

A Dirk se le escapaban gritos ahogados de dolor: la Bestia le estaba mordiendo el antebrazo. Entre un rechinar de dientes, Dirk consiguió articular unas pocas palabras.

—Traición… El corazón ya no es puro, nada podéis hacer. ¡Retroceded, Chris, retroceded ya!

—No —respondió Chris, y le echó los brazos alrededor del cuello a la Bestia para intentar apartarla de él.

La Bestia retrocedió y arrastró a Dirk con ella, a continuación se levantó sin soltarle el brazo y se sacudió en un intento por quitarse a Chris de encima. La fuerza de la Bestia era descomunal: Dirk, con el brazo izquierdo aún atrapado entre sus mandíbulas, se sacudía como una muñeca de trapo con una horrible mueca de dolor en la cara. Chris salió volando por los aires y cayó desplomado a varios metros de distancia. Allí se quedó, aturdido.

Sin embargo, eso le otorgó a Dirk el tiempo necesario para que se le ocurriese algo. Entrecerró los ojos y su rostro adoptó un aire de férrea determinación. Masculló unas pocas palabras para el cuello de su camisa y, con la mano que tenía libre, describió en el aire una serie de gestos arcanos. De pronto, ¡el antebrazo izquierdo se le separó del resto justo por debajo del codo! La Bestia no se lo podía creer. Por unos momentos se quedó confundida, atónita. Tenía un brazo entre los dientes, ¡pero el brazo aún se movía! Dirk comenzó a alejarse a rastras, retrocediendo por el suelo. La mano que colgaba de la boca de la Bestia se estiró hacia arriba y le metió un dedo en el ojo. A pesar del peligro, Dirk consiguió arrancarse una risilla burlona con aquello.

La bestia bufó y soltó el brazo, y a continuación se abalanzó en busca de Dirk, pero para entonces él ya se encontraba al otro lado del charco negro de mucosa, y la Bestia fue a parar justo delante de la mancha. La criatura miraba fijamente a Dirk, hambrienta, tomando aire para el salto final. Sin embargo, los ojos se le dilataron de un modo muy extraño, se le abrió la boca y sacó la lengua. Emitió un sonido muy raro, una especie de maullido ansioso, y se puso a darle lametazos a la mancha negruzca como si fuese un platito de leche al tiempo que ronroneaba. La sustancia negra fue recorriendo su cuerpo y llenando de sólidas líneas negras aquel negativo blanquecino. Su pelaje sobrenatural se volvió negro como el carbón. Conforme su silueta iba adoptando la tonalidad de las sombras, la criatura comenzó a desaparecer, a disiparse en la noche como el humo en el viento. Muy pronto, todo cuanto quedaba de ella no eran más que dos ojos amarillos y brillantes suspendidos en la oscuridad, pero también se desvanecieron, y todo quedó en calma.

Dirk se tumbó boca arriba, jadeante. Su mano izquierda reptaba de vuelta hacia él. Dirk recogió su Mano Siniestra con la derecha y se la volvió a colocar en el muñón mientras recitaba unas palabras mágicas arcanas entre susurros y con la cara desencajada de dolor. En su antebrazo sangraban unas heridas con forma de incisiones blancas, pero, teniendo en cuenta el tamaño de la Bestia, no tenían tan mala pinta. Nada que no pudiesen remediar unos puntos de sutura.

Chris se puso en pie y observó todo aquello estupefacto y aturdido de horror. Para empezar, resultaba obvio que todo lo que le había dicho Dirk desde el principio —las Tierras Oscuras, los skirrits, el conjuro de la Mano Siniestra, los Señores Oscuros y los Magos Blancos, y todo lo demás— era cierto. Asumir eso ya era lo bastante difícil, pero además, sobre él se cernía ahora un terrible sentimiento de culpa por haber traicionado a su amigo.

—Cuánto lo siento —dijo—. ¿Podrás perdonarme, Dirk? No sé qué me pasó, fue como si estuviese poseído o algo así, no era…

—No hay nada que perdonar, Chris. Sé lo que ha pasado: ha sido la Esencia del Mal. Se apoderó de vos, os obligó a obrar así, apeló a la oscuridad en vuestra alma, os corrompió por unos instantes.

—Aun así, la Bestia Blanca casi te mata por mi culpa —dijo Chris muy apesadumbrado.

—Y también podría haberos matado a vos, con suma facilidad. Una dentellada, un zarpazo… pero saltasteis sobre ella, Chris, a pesar del riesgo. Eso me dio el tiempo necesario para preparar y pronunciar el conjuro de la Mano Siniestra. Y eso me salvó.

—¿Yo… te he salvado yo? —preguntó Chris.

—¡Así es! Pero de todas formas, todo ha acabado ya. Mi mente se ha visto liberada de una gran carga. Soy libre al fin, libre de la amenaza de la total aniquilación. La Bestia Blanca ha sido derrotada. ¡La conspiración de Hasdruban se ha frustrado! ¡Juó, jo, jo!