A la mañana siguiente, Dirk se levantó muy temprano, quería disponer de la mejor vista sobre el campo de cricket. Y recibió su recompensa. Conforme llegaban al instituto, ni los profesores ni los alumnos podían evitar fijarse en el nuevo pabellón, y muy pronto acudieron en tromba a admirar boquiabiertos, pasmados y estupefactos la extraordinaria visión que se alzaba ante sus ojos.

Pues allí estaba en pie, el pabellón de cricket. Prácticamente idéntico al antiguo, hasta en las marcas producidas por el envejecimiento en sus muros de madera y en las puertas. Dentro, incluso habían regresado a sus paredes los pósters y fotografías de los equipos de cricket de antaño, los entrenadores y las estrellas que todos creían perdidos entre las llamas. Y el material: bates, pelotas, protecciones y otras cosas por el estilo. Era como si el pabellón no se hubiese quemado nunca.

Comenzó a formarse una multitud. Se escucharon algunos gritos ahogados de sorpresa y asombro, pero la mayoría de los niños y profesores allí reunidos permanecían en un silencio absorto. Sencillamente, no creían lo que tenían ante sus ojos. Pronto empezaron a aparecer los móviles y se produjeron llamadas aquí y allá. No transcurrió demasiado tiempo antes de que los padres de los alumnos se encontraran también en la escena del suceso.

A cierta distancia, Dirk escuchó lo que decía uno de los profesores, el viejo Grout el Grotesco, el profesor de Historia.

—Creí que se había quemado en un incendio. ¿Acaso lo he soñado?

La profesora que tenía a su lado, la señorita Batelakes, se volvió hacia Grout y se encogió de hombros.

—Eso pensaba yo también, pero quizá lo hayamos entendido todo al revés, no sé.

—¿Es posible que esto sea real? —preguntó Grotesco.

—Pues… sí, eso parece, ¿no? Imagino que alguien se habrá equivocado, y este lugar no se ha incendiado nunca —supuso Badulaque pasándose las manos por el pelo como si no pudiese creer lo que veían sus ojos, cosa bastante cercana a la realidad.

—Supongo que tiene usted razón, pero yo habría jurado que vi mucho humo, incluso restos calcinados. Qué extraño. Es decir, tiene el mismo aspecto que el antiguo. Qué cosa más rara —dijo Grout.

Una sonrisa triunfal se dibujó en el rostro de Dirk al oír aquello, y se despachó a gusto con un gran «Juó, jo, jo» y los dedos entrelazados como el supervillano de un cómic. Los profesores se giraron para mirarle, y, al ver a Dirk soltar su risa diabólica, entrecerraron los ojos en señal de sospecha. «¿Podría ese extraño chaval tener algo que ver con todo aquello? ¡Desde luego que no!». Eso le hizo sentir más triunfal aún. ¡Qué día más glorioso estaba resultando ser aquel!

Todavía con una sonrisa de oreja a oreja, Dirk se marchó dando un paseo en busca de Christopher y Sooz. Se encontró con ellos en un lugar muy próximo, con los ojos clavados en el pabellón nuevo y la boca abierta de par en par.

—¿Es el pabellón viejo que ha vuelto del pasado de alguna forma? ¿Se ha regenerado? ¿Es una copia exacta? —estaba diciendo Sooz—. ¿Qué está pasando aquí?

—No lo sé —dijo Chris—, pero es muy raro.

Dirk dio un toque con el codo a sus amigos en un intento por atraer su atención. Ellos ni se percataron. Dirk chasqueó los dedos frente a las narices de ambos, y por fin los dos se giraron hacia él con una expresión de asombro en los ojos.

Sonrió.

—No se trata de una réplica exacta del viejo pabellón, la verdad. Mirad allá arriba, en lo alto, donde está el reloj. ¿Lo veis? Justo debajo —dijo Dirk mientras señalaba hacia arriba.

Sooz y Christopher cerraron un poco los ojos para enfocar mejor. Apenas eran capaces de distinguir una pequeña placa con un dibujo extraño.

—Es mi sello, el Sello del Señor Oscuro… ¡Igual que el de mi Anillo del Poder! —exclamó Dirk, orgulloso—. ¡Lo he incluido allí como una marca de que yo he reconstruido el pabellón!

—¿Tú…? ¿Tú has hecho esto? —preguntó Sooz estupefacta, y se llevó una mano a la frente—. Por supuesto que sí, ¿quién iba a ser si no? —añadió.

—En efecto, he sido yo. Y lo he hecho por vos, Sooz. Ahora os habéis librado, ¿no lo veis? ¿Cómo os van a poder culpar por algo que un tribunal de justicia se vería obligado a decir que nunca ocurrió? La joven quemó el pabellón, ¿no es así? Pues bien, ahí lo tenéis, tan campante, ¡y muy, muy intacto! Brillante, ¿verdad?

—Pero… pero… ¿cómo? —preguntó Christopher.

—Skirrits —respondió Dirk alegremente, como si eso lo explicara todo.

—¿Skirrits? —repitió Sooz en un tono de perplejidad.

—Sí, skirrits. Pequeños seres interdimensionales que viajan entre los mundos. Se parecen un poco a los trasgos o a unos duendes spriggans, pero son más… digamos, inteligentes, supongo… —se quedó pensativo un instante. ¿Por qué no embellecer la historia un poquito? ¿Engrandecer su figura?—. Invoqué al Rey Skirrit y le hice venir a mi presencia con un poderoso conjuro, y, a cambio de ciertas… eeeh, promesas…, le ordené reconstruir el pabellón en mi nombre. De manera que envió a los Mil y Un Skirrits a la Tierra y lo han reconstruido así, en una noche, con magia y esas cosas —Dirk dijo aquello como si se tratase de algo muy cotidiano para él. Y en realidad lo era, o lo solía ser.

—Guau —dijo Sooz—. ¿Y todo eso lo has hecho por mí?

—Pues sí —afirmó Dirk—. Yo os metí en un lío, Sooz, y ahora os acabo de sacar del lío.

Sooz sonrió, muy contenta, y se puso a dar saltitos en el sitio, al tiempo que daba palmaditas de alegría.

Dirk correspondió a su sonrisa con indulgencia, profundamente complacido al verla tan feliz, un sentimiento que le resultaba extraño, pero que no pudo evitar. Mas en ese instante Sooz cogió carrerilla y le dio un gran abrazo.

—¡Por los Dioses del Averno, desistid! —ordenó Dirk, avergonzado ante aquella muestra de afecto. Entonces, y para empeorar las cosas, Sooz le plantó un beso en la mejilla.

Él se puso rojo como un tomate, se sintió aturullado e incómodo, y no supo qué hacer con certeza, así que se limitó a farfullar unos instantes.

—Eeeh… ah… yo… mmm… —justo en ese plan.

Su reacción hizo que a Sooz le entrase una risilla, y que Christopher se enfurruñase.

—O sea, que esperas que nos creamos que has invocado a unas cuantas criaturas de otro mundo que han construido un pabellón de cricket nuevo para ti, ¿no? —le dijo airado.

—Pues sí —dijo Dirk, aliviado en el fondo por tener algo que hacer en lugar de solucionar lo del beso—. Eso es lo que ha sucedido. Vamos… mirad: ahí está la prueba —añadió gesticulando hacia el pabellón como un emperador romano que muestra un arco del triunfo que se acaba de construir para celebrar sus victorias.

Chris frunció el ceño. Tenía que admitir que Dirk estaba en lo cierto, aunque de todos modos, no se lo tragaba.

—Claro, pero ¿unos skirrits? ¿Seres mágicos de otro mundo? Más bien serán obreros polacos o algo así —dijo Chris de manera tajante.

—¿Obreros, polacos o de donde sea, y en una sola noche? ¿Y cómo iba yo a pagar a esos obreros, eh? —replicó Dirk entre risas.

—Y yo qué sé —respondió Chris con enfado—, ¡pero tiene que haber una explicación racional que no implique minitrasgos mágicos llegados de otra dimensión!

Justo en ese momento, el director Grousammer, que llevaba un rato observando el pabellón boquiabierto como todo el mundo, los vio allí de charla. Se dirigió hacia ellos a grandes y rápidas zancadas y les puso mala cara.

—¡Susan Black! ¿Qué significa esto? —le soltó de sopetón—. Yo estaba allí y vi ese maldito edificio en llamas, sentí el calor en la cara. ¿Qué está pasando? ¿Qué has hecho…?

Antes de que Grousammer pudiese continuar, Dirk le interrumpió.

—Será mejor que no hagáis demasiadas preguntas, director. Todo lo que tenéis que saber es que este pabellón sí está preparado contra incendios. Como debe ser.

A Grousammer le palideció el rostro ante aquellas palabras, se quedó blanco como una pared. Clavó una mirada de horror en Dirk, al tiempo que se tiraba de la barba histérico.

—¿Cómo…? ¿Cómo…? —tartamudeó.

—¿Que cómo sé del asunto del tratamiento contra incendios, señor director? Pues imagino que en realidad preferís no saberlo, ¿me equivoco? Digamos que ambos nos guardaremos mutuamente el secreto, ¿verdad? Que no levantaremos la liebre y eso.

Sorprendido y estupefacto, Grousammer parpadeó un instante con la mirada fija en Dirk. A continuación retrocedió unos pasos, como si pretendiese huir. Su rostro era una máscara de incredulidad.

—Pues, mmm… bueno, entonces no importa —dijo trastabillándose—. Eeeh, bien está lo que bien acaba, que se suele decir…

—Entonces, ¿puedo volver al instituto? —preguntó Sooz, sonriente.

—Cómo no, por supuesto, señorita Black. Está todo bien, como si nada hubiera ocurrido —dijo el director antes de dar media vuelta y marcharse tan rápido como pudo.

Sooz y Christopher dejaron escapar una risita. Dirk sonreía. Los tiranos penosos como Grousammer siempre se derrumbaban cuando las cosas se ponían feas. Ya no había nada que pudiesen hacerle a Sooz, y Grousammer no iba a hacer más preguntas, ¡eso por descontado!

7 de septiembre penuria

He hecho un dibujo de los skirrits reconstruyendo el pabellón para mí. Qué criaturitas más interesantes son, y muy útiles.

No obstante, me preocupa un poco el precio de su ayuda. Algún día, esto regresará para caer sobre mí, de eso estoy seguro.

Y me pregunto qué me pedirá el Rey Skirrit.