El siguiente día era miércoles, y a Dirk lo despertaron de la manera habitual.

—Buenos días, Dirk. ¡Arriba, bonito mío! —dijo la señora Purejoie igual que hacía cada mañana, descorriendo las cortinas e inundando la habitación de luz.

—Los días nunca son buenos, y no me llaméis… —comenzó a decir Dirk, en su tono usual, pero entonces se acordó y suspiró. Aquel era su primer día como un chico humano, un crío normal. Iba a resultar difícil adaptarse, regresar a la normalidad. Dejó a un lado sus habituales salutaciones y se limitó a decir—: Buenos días, señora Purejoie.

—Llámame Hilary —dijo ella, igual que todas las mañanas.

—Buenos días, Hilary —dijo Dirk sin pensarlo.

Al oírlo, la señora Purejoie fue corriendo hacia él y le dio un abrazo enorme. Bajo aquel zafarrancho de amor, Dirk sentía la vergüenza propia de un muchacho que deseaba más ser temido como un Señor Oscuro terrible que abrazado por una madre afectuosa y cariñosa. Por un momento, llegó a pensar que iba a matarlo a estrujones, pero ella relajó su abrazo enseguida.

—¿Significa esto que ya no quieres ser Darth Vader, Dirk, bonito mío? —le preguntó la señora Purejoie.

Dirk hizo una mueca. No tenía ganas de hablar de ello, pero respondió en un murmullo apenas audible.

—Darth Vader no, insensata, más bien el emperador Palpatine… —y su voz se fue apagando. ¿Qué sentido tenía? Así que dijo en un tono más alto—: Algo así, señora… eeeh, Hilary.

—¡Pero eso es maravilloso, querido, maravilloso! —dijo, y le dio otro abrazo sofocante.

Dirk gruñó para sus adentros. No estaba del todo seguro de que fuera capaz de arreglárselas para intentar ser normal. Parecía todo tan… raro. La señora Purejoie se relajó un poco y le miró. Sonrió.

—Bien hecho, Dirk, bien hecho —le dijo—. Llevará su tiempo, pero te pondrás cada vez mejor, de verdad que lo harás. El doctor Wings y el profesor Randle dijeron que esto sería un síntoma de curación, de que mejoras. Qué razón tenían.

Dirk esbozó una sonrisa nada sincera hacia la señora Purejoie y se puso a mirar por la ventana. Tanta palmadita en la espalda, tanto abrazo y tanto rollo le hacía sentir bastante incómodo. En cuanto a Wings y Randle, ¿cómo era posible que esos dos valiesen para algo, y no digamos ya que llegasen a doctor y profesor?

La señora Purejoie volvió al ataque y le dio otro abrazo.

—Eres un encanto de niño —le dijo—, ¡mi pequeñín, Dirk! ¡Es que te comería! ¡Mmm, tocinito de cielo! —y al decirle aquello, empezó a hacerle cosquillas.

Fue demasiado para Dirk.

—¡Oh, por favor! —dijo él—. Parad un instante. ¡Podré ser fantasioso, pero sigo siendo un chico! ¡Basta ya! —y volvió a gruñir para sí. Ojalá fuese de verdad un Señor Oscuro. ¡No tendría que aguantar aquello por mucho más tiempo!

La señora Purejoie retrocedió. Sabía cómo eran los chicos. Tanto amor podía avergonzarlos. Es más, con los hombres hechos y derechos pasaba lo mismo: solían fingir con frecuencia que tampoco les gustaba que los llamasen «tocinitos de cielo».

—Muy bien, ¿qué prefieres para desayunar, bonito mío? —dijo la señora Purejoie cambiando de tema.

—Lo que sea… —masculló Dirk de mala gana.

En lugar de regañarle por ser un maleducado, la señora Purejoie le sonrió aún más. Después de todo, desde su punto de vista aquella era la respuesta típica de un hijo adolescente común. En condiciones normales, ella habría recibido de Dirk un «¡Exijo el corazón asado de mi adversario vencido!» o «¡Almas! ¡Tomaré almas para desayunar!», así que estaba bien oír algo más normal para variar, aunque fuese un poco cortante.

—Bien, dúchate, lávate los dientes y vístete. Te prepararé unos huevos, ¡tu plato favorito!

Le dio un beso en la frente, que Dirk soportó con una mueca, y salió de la habitación.

¿Huevos, su favorito? «Lo dije una vez —pensó Dirk—, pero me refería al Huevo de la Vida, por supuesto, ese primer huevo del cual surgió el mismísimo universo. ¡Comer de su cáscara te otorga un poder más allá de la comprensión de mortales e inmortales por igual!». Nunca consiguió hallar el Huevo de la Vida, pero como llegase a encontrarlo alguna vez… Claro, que todo era fruto de su imaginación. No había Huevo de la Vida, solo huevos fritos con tostadas a la Purejoie. Dirk se animó ante la idea. La verdad es que los huevos fritos sobre una tostada con una pizca de salsa ahumada… ¡Ñam, ñam! Salió de la cama, se quitó de golpe su pijama de La Parca (se lo hicieron a medida, pues no los venden en las tiendas; y conseguir permiso requirió unas enormes dosis de persuasión) y se metió en la ducha.

Apenas unos instantes después, Dirk se hallaba sentado a la mesa del desayuno enfrente de Christopher. Ante sí tenía un plato de huevos fritos sobre tostadas con salsa ahumada aparte. El aroma le hacía la boca agua, pero no podía empezar a comer aún, tenía que esperar a la señora Purejoie. Siempre tenían que esperar a la señora Purejoie, a que bendijera la mesa. Dirk comenzó a tamborilear con los dedos sobre la madera, igual que hacía en cada comida. Chris elevó la mirada al cielo. Sabía que Dirk odiaba las bendiciones y la espera, pero aquel tamborileo de marras ya le estaba empezando a parecer tedioso. La señora Purejoie apareció por fin, y Dirk se frotó las manos en un gesto de expectación impaciente.

—Acercaos, señora… eeeh, Hilary, y pongámonos a ello, ¿no os parece? —dijo Dirk en un tono brioso, como si él se encontrase al mando y ella fuese algún tipo de sirvienta.

La señora Purejoie le sonrió con indulgencia, se sentó y dijo:

—Bendícenos, Señor, a nosotros, y bendice estos alimentos que vamos a tomar, por los que te damos gracias —luego se santiguó con la señal de la cruz y con un gesto indicó a los demás que podían empezar.

La primera vez que se produjo aquella situación, Dirk se quedó horrorizado. Al fin y al cabo, si un Señor Oscuro ingiriese alimentos bendecidos, le abrasarían la boca como haría la brillante luz del sol sobre la pálida y vulnerable piel de un vampiro. Un alimento bendecido era un alimento sagrado, ¡un Señor Oscuro no podría comer eso! No obstante, ahora ya estaba acostumbrado, y, en cualquier caso, él tampoco era un Señor Oscuro, así que daba igual. Se puso a comer, rompió las yemas de huevo como si fuesen los ojos de Hasdruban el Puro y las machacó junto con las tostadas y la salsa ahumada hasta crear una masa informe. Siempre se imaginaba que los huevos con tostadas eran una especie de gachas sanguinolentas cuyos ingredientes eran los ojos del Mago Blanco, la carne churruscada de un mediano y la sangre de un elfo moreno.

Comenzó a llevárselo a la boca, y no dejaba de mascullar al tiempo que masticaba: «¡Qué ricos los ojos del mago!» y «Mmm, mediano crujientito». Siempre hacía comentarios por el estilo en el desayuno, comentarios que hacían que Christopher no pudiese contener una risita. Sin embargo, aquel día Christopher no parecía de humor.

Dirk miró a la señora Purejoie. Ella hacía lo mismo de siempre: ignorarle. Hacía tiempo ya que la señora Purejoie había dejado de intentar cambiar su conducta en la mesa, y había alcanzado verdadera maestría en el arte de no prestarle atención durante las comidas. Aquello solía hacer que Dirk se sintiese en cierto modo «victorioso» sobre los Tutores Puros, pero aquel día no parecía apropiado. El comentario constante que él solía mantener mientras comía se fue desvaneciendo.

La señora Purejoie miró en su dirección.

—Buen chico —le dijo, como si fuera un perrito. Dirk alzó la mirada. Él no era un perro, y no deseaba ser un muchacho; ni siquiera deseaba ser bueno. Pero era un muchacho, y tal vez hubiese llegado la hora de pensar en ser «bueno». Tenía que adaptarse, ser normal, como cualquier otro muchacho; así que esbozó una sonrisa y dio las gracias a la señora Purejoie por los excelentes huevos con tostadas.

Tras el desayuno, la señora Purejoie se marchó a dar un sermón a su iglesia. El doctor Jack sugirió la posibilidad de ir de excursión a alguna parte, aunque ni Dirk ni Chris se encontraban de humor. De todos modos, el día había amanecido gris, con lloviznas, y no era el mejor para ir de caminata. El doctor Jack hizo otras sugerencias, pero Chris y Dirk le dijeron que querían jugar a algo en el ordenador, para mayor irritación del doctor. Intentó convencerles para hacer otra cosa, pero finalmente desistió, se marchó a la sala de estar con un libro y dejó que Chris y Dirk se las arreglaran solos.

Subieron al piso de arriba camino del ordenador de Chris, pero una vez puestos, tampoco se vieron con ganas, ninguno de los dos. Todo aquel asunto de Sooz, el pabellón y el incendio estaba pudiendo con ellos. Permanecieron sentados en la cama de Chris, sin cruzar palabra.

Y Chris por fin rompió el silencio.

—Tengo que hablar contigo de una cosa —dijo.

Dirk realizó un gesto imperioso con la mano.

—Hablad.

—Tienes que hablar con Sooz —dijo Christopher.

Aquella perspectiva parecía angustiar a Dirk.

—Pero ¿qué le digo? ¿«Lo siento»? ¿Qué cambiaría eso? —preguntó desanimado.

—Tienes que hablar con ella; está cargando con las culpas y es tu amiga. Se merece algo mejor —insistió Christopher.

Dirk tenía un aspecto muy triste. Él había combatido en interminables batallas, comandado vastos ejércitos de monstruos temibles, quemado ciudades, construido torres tenebrosas, luchado contra poderosos paladines en el cuerpo a cuerpo, formulado eficaces conjuros que oscurecían los cielos y muchas más cosas, sin embargo hablar con una chiquilla gótica generaba en él, al parecer, un terror mortal. Y Sooz era uno de sus sirvientes: a ella no debería tenerle miedo. Pero claro, nada de todo aquel rollo de Cacique Malvado era verdad, por supuesto. Todo estaba en su imaginación, y ella era una amiga, no una sierva. Dirk suspiró. Tal vez fuese así como uno se sentía «culpable». Christopher tenía razón: debía hablar con ella.

—Muy bien, la telefonearé o algo —dijo en un tono nada convincente.

—No, tío, con eso no basta. Tienes que ir a verla, hablar con ella cara a cara. ¡A fin de cuentas, tenías que ser tú quien cargase con la culpa, y no ella! —gritó enfadado. Dirk estaba empezando a irritarle de nuevo, no se estaba portando bien con Sooz.

Dirk chasqueó la lengua en señal de fastidio, pero había de admitir que Christopher tenía su parte de razón.

—Oh, bien. Iré a verla entonces.

Aquello sorprendió a Chris, que al segundo lamentó haber levantado la voz y perdido los nervios: tenía la garantía de que tales cosas no funcionaban con Dirk, dado que resultaba prácticamente imposible convencerle para que hiciese algo que no deseara hacer. Es más, era increíble que estuviese siquiera tomando en consideración nada de lo que dijese Christopher; y que tampoco le hubiera soltado una de sus peroratas de Señor Oscuro sobre que nadie debería decirle lo que tenía que hacer.

Presionó un poco más.

—Pues podrías ir esta mañana, no tenemos nada que hacer hoy. Y hay otra cosa: Sooz me pidió que te dijese que había encontrado algo en el despacho de Grousammer, algo que él había escrito en su diario. Quiere hablar contigo sobre eso.

Dirk se encogió de hombros.

—Muy bien —dijo, y con eso, se levantó y se marchó.

Christopher no daba crédito, había resultado mucho más fácil de lo que él se esperaba; pero sabía que era para bien. Para Sooz, una de las peores cosas de la situación era que Dirk ni siquiera hubiese mantenido el contacto con ella. Le debía eso, como mínimo.

Dirk se fue a su habitación y se puso el abrigo. Se le ocurrió una idea. Abrió el armario en busca de su Capa de la Noche Infinita, que la señora Purejoie había colgado allí con sumo cuidado. Olía a limpio, a frescor. La había lavado con uno de esos suavizantes con fragancias vomitivas que se llamaba Brisa de verano, Delicia primaveral o cualquier otro nombre previsible y absurdo. ¿Es que no la podía haber puesto en remojo con sangre o algo similar? No solo eso, Dirk se percató de que la habían planchado, probablemente el doctor Jack, que era quien se encargaba de la plancha en el hogar de los Purejoie.

Frunció el ceño. ¡Los Señores Oscuros no llevan capas planchadas que huelen a suavizante, por todos los demonios! ¿Cómo le podían haber hecho eso? Además, se preguntaba si el hecho de haberla planchado afectaría al poder de la magia de los Glifos Sanguinolentos. ¿Habrían sufrido algún daño? Y se sorprendió una vez más. No era una verdadera Capa de la Noche Infinita, y los Purejoie estaban haciendo exactamente lo mismo que otros millones de padres hacían todos los días, en todas partes. Recogió la capa bajo su brazo y se marchó a casa de Sooz.

Decidió dar un rodeo y pasar por el instituto. Habían pasado dos días desde el incendio y quería ver los parterres. Deseaba librarse de su capa, y tal vez los parterres fuesen el mejor lugar para ello, la capa le recordaba su reciente locura, su enfermedad. No, había llegado el momento de deshacerse de ella de una vez por todas, junto con toda la fantasía del Señor Oscuro. También le echaría un vistazo al pabellón, regresaría a la escena del crimen, por así decirlo.