Dirk estaba sentado en el borde del sofá con el rostro oculto entre las manos. Frente a él se encontraban Wings y Randle, los psiquiatras infantiles. Se había visto obligado a soportar aquellas sesiones mensuales desde el mismo día en que aterrizó en la Tierra. Por lo general, Dirk solía mostrar un desdén notorio hacia sus terapias, sus teorías descabelladas y extraños remedios basados en las cosas más estrambóticas de la mayor locura posible: la psicología humana. Tal y como les decía una y otra vez, en realidad no era humano, así que nada de aquello llegaría nunca a funcionar con él.
O al menos eso había creído, porque ahora ya no estaba tan seguro. Quizá tuviesen razón. Quizá sí estuviese sufriendo de estrés postraumático, y tal vez sí tuviese de verdad un trastorno de identidad disociativo, o como fuera que ellos lo llamasen. Quizá no fuese más que un crío con una imaginación desbordada que se había inventado toda aquella historia del Señor Oscuro para ocultar cierto trauma o suceso terrible.
Su conjuro, el que había creado él mismo, no había funcionado, y eso que estaba convencido de que abriría un portal entre las dos dimensiones. La verdad es que ahora veía que aquello nunca tuvo pinta de funcionar. Su Gran Anillo no era más que un anillo, y probablemente jamás hubiera tenido ningún poder, sino que sería tan solo un anillo de esos comprados en una página web de juegos de rol, años atrás. Quizá la capa fuese únicamente un objeto promocional de Harry Potter o algo así. El conjuro de la Mano Siniestra solo existía en su mente, también. Con toda probabilidad, él habría robado un informe de la mesa de algún profesor y, en su imaginación, se habría inventado aquella historia de enviar por ahí su mano izquierda, movida por el poder de su ánima.
Y a causa de su delirio, de su locura, a Sooz la enviaban a casa unos días y, quizá, la expulsarían del instituto de forma definitiva. Tal vez, incluso, la «pasma» podría «contenerla». ¿O era «detenerla»? Nunca era capaz de acordarse.
De cualquier modo, él la había metido en un buen lío; y ella era su… Quiso decir «seguidora», o «servidora», pero se dio cuenta de que eso también era un delirio. Era su amiga. Una de entre los dos o tres amigos de verdad que tenía en todo el mundo. Aunque claro, quizá en alguna otra parte del mundo él tuviese unos padres de verdad. Antaño, esa idea le hubiese hecho sentirse horrorizado, pero ahora ya no estaba tan seguro. Los ojos se le comenzaron a llenar de lágrimas, como si estuviese a punto de llorar. ¿Cómo era posible? ¡Los Señores Oscuros no lloran!
Recobró la compostura, se tragó las lágrimas y alzó la mirada. Su rostro, lánguido y pálido, carecía de expresión.
—Quizá tengáis razón, profesor Randle —dijo Dirk.
—Yo soy el doctor Wings, ese es el profesor…
Randle le interrumpió de inmediato.
—Wings, pedazo de idiota, deja que hable el muchacho —le dijo irritado.
Wings le correspondió con una mirada agresiva. Dirk casi esperaba que le fuese a poner una mala cara a Randle, o que le sacase la lengua, pero no lo hizo, por mucho que tuviera el aspecto de estar deseando hacerlo.
Dirk esbozó una débil sonrisa y prosiguió.
—Pero no soy capaz de recordar nada de mi vida antes de llegar a la Tierra; o antes de crearme la ilusión de haber llegado a la Tierra. No recuerdo a mis padres ni ninguna otra vida excepto la de un Señor Oscuro arrojado a la Tierra y atrapado en el cuerpo de un niño humano. Sin embargo, los recuerdos han de estar ahí, tienen que estar… ya que el asunto del Señor de la Oscuridad es solo una ilusión, ¿no es así?
—Esto es un progreso excelente, hijo, ¡excelente! —dijo el profesor Randle.
—Desde luego que sí: el primer paso del camino hacia la recuperación es reconocer que se tiene un problema —dijo Wings mientras se metía la mano en el bolsillo, sacaba una gominola y se la metía en la boca. Se puso a masticarla con laboriosidad. Le ofreció una a Dirk.
Dirk se quedó mirando fijamente al paquete de gominolas. La última vez que Wings le ofreció una, estaba convencido de que se trataba de alguna clase de truco, un intento de envenenarle. En esta ocasión le quitó el paquete entero de la mano. Por unos instantes la expresión de Wings mostró una cierta alarma, pero Dirk cogió solo una, negra, por supuesto, y le devolvió el resto del paquete. Masticó la gominola y paladeó su sabor ácido y dulce a la vez. Quizá pudiese crear gominolas mágicas, si es que alguna vez conseguía regresar a su sanctasanctórum… y se sorprendió ante lo que estaba haciendo. No había sanctasanctórum, ni Torre Tenebrosa protegida al abrigo del Monte Pavor, ni Mazmorras del Destino. Todo estaba en su cabeza.
—También he estado sufriendo una pesadilla recurrente —contó Dirk. Les habló de la Bestia Blanca que le perseguía casi todas las noches, iba tras él por toda su mente como una de esas fatalidades ineludibles que él solía enviar tras sus enemigos (es decir, supuestos enemigos, claro).
Randle entrecerró los ojos, y Wings frunció el ceño. El rostro de este último se encendió como si se le hubiese ocurrido una idea. Y se puso a hablar entusiasmado.
—Con toda probabilidad, la Bestia Blanca es una manifestación subconsciente del trauma, cualquiera que sea, que ha empujado a tu mente a inventar este delirio tan complejo. Es tu propia mente que intenta dejarlo salir, manifestarlo. El trauma desea salir a la luz, ser reconocido, pero tu mentalidad consciente no quiere verlo, prefiere dejarlo enterrado. ¡Es como si tu inconsciente fuese a la caza de tu consciencia!
Se giró hacia Randle con una sonrisa triunfal, como si le estuviese diciendo: «He llegado ahí antes que tú. Chúpate esa».
Randle apretó los dientes y se dio media vuelta con un gesto de irritación en la cara. Luego suspiró y dijo a regañadientes:
—Supongo que podrías estar en lo cierto.
Dirk alzó la mirada. Aquellos dos estaban más interesados en quedar el uno por encima del otro que en ayudarle. «Será mejor reconducirlos», pensó, así que dijo en tono imperioso, como si les estuviera ordenando que le ayudasen:
—¿Cómo puedo recuperar mi vida real?
—Ah, claro, la psicoterapia será probablemente la respuesta —dijo Randle.
—Tal vez, incluso, un poco de hipnoterapia para ver si podemos traer de regreso a la superficie esos recuerdos de tu vida real —dijo Wings.
—Pero hemos de tener cuidado con eso —dijo Randle a Wings—. No debemos sacar aún el trauma a la superficie, solo restablecer los recuerdos de su infancia temprana. Todavía no está preparado para afrontar el trauma.
—Por supuesto —dijo Wings con irritación—. ¡¿Acaso crees que soy idiota?!
Su compañero asintió ligeramente e hizo un gesto con las manos, como si le indicara que sí, la verdad, que pensaba que Wings era idiota. En ese instante, Randle se dio cuenta de que se había pasado un poco de la raya, en especial cuando vio que el otro entrecerraba los ojos y le lanzaba una mirada asesina. En primera instancia, el profesor Randle se mostró avergonzado, pero después se animó, como si se le hubiera ocurrido algo que pudiese apaciguar a Wings.
—Tú tienes una gran formación en hipnosis, ¿no es así? ¡Eres uno de los mejores! Podríamos probar una sesión de hipnoterapia con Dirk ahora mismo, si él quiere… y si su tutora, la señora Purejoie, nos da permiso —dijo Randle.
Aquel elogio aplacó a Wings.
—Desde luego que sí, eso es cierto. Incluso doy clases de técnicas de hipnosis. ¿Qué te parece, Dirk? ¿Te apetece probar? —le preguntó.
Dirk suspiró. Él sí que lo sabía todo acerca de la hipnosis. Los vampiros la utilizaban para desconcertar a sus presas. En el pasado, él mismo había hecho uso de conjuros de hipnosis para obtener información de sus víctimas por la vía rápida, cuando no tenía tiempo para torturarlas. Se trataba de una herramienta poderosa, pero no fue hasta llegar a la Tierra que aprendió que se podía llevar a cabo sin ninguna magia, solo con el poder de la sugestión. Y nunca funcionaría con un Señor Oscuro, simplemente porque su voluntad era demasiado fuerte. Advirtió entonces que estaba volviendo a fantasear. Si él no era más que un crío, y ellos adultos… por supuesto que funcionaría.
—Está bien —dijo Dirk—, lo probaré; cualquier cosa que me pueda ayudar a recuperar mis recuerdos. Solo quiero ser un chico normal y continuar con mi vida.
—¡Muy bien, jovencito, muy bien —dijo Wings—, lo estás haciendo realmente bien!
—Sí —añadió Randle—. Estoy seguro de que te habrás curado enseguida. Bueno, en unos meses, al menos… La verdad es que estas cosas llevan algo de tiempo.
Dicho aquello, comenzaron a prepararlo todo. Randle se marchó a hablar con la señora Purejoie y regresó unos minutos más tarde con su permiso por escrito, que Dirk también tuvo que firmar. De manera instintiva, fue a buscar el Anillo del Poder con intención de utilizarlo para imprimir su sello en el documento, pero entonces se percató de lo que estaba haciendo y lo firmó con un simple «Dirk Lloyd».
A continuación, le sentaron en el confortable sillón de cuero del doctor Jack. Wings dijo que iba a utilizar algo llamado inducción hipnótica de relajación progresiva. Comenzó a hablarle en un tono muy monótono, diciéndole que se estaba quedando dormido, que los párpados le empezaban a pesar, etcétera, igual que en los programas de la televisión que Dirk había visto. Pero no funcionó. Dirk no pudo evitar decir cosas como:
—¡Pues no, no es así, no me pesan los párpados! No son más que pequeñas porciones de piel humana, ¿cómo van a pesar? —estaba volviendo a ser el de antes. Un rato después, Wings se detuvo.
—Escucha, Dirk —le dijo—, tienes que ayudarme con esto. Es prácticamente imposible hipnotizar a alguien que no quiere ser hipnotizado. Tienes que relajarte. Has de desear sumergirte. Confía en nosotros, ¡sabemos lo que hacemos!
«¿Confiar en ellos?», pensó Dirk. Ahí estaba el problema: él no era de los que confiaban. Él siempre pensaba que la gente era interesada, traicionera y astuta, exactamente igual que lo era él… excepto que él no lo era, por supuesto. Todo estaba en su cabeza. Solo era otro crío humano. «¡Ag, qué pensamiento más espantoso!», suspiró para sí con resignación.
—Está bien, doctor Wings, lo intentaré —dijo él.
—Buen chico —respondió Wings.
Y, esta vez, Dirk sí se sumergió. Wings le pidió que pensase en el pasado, que intentase acceder a los primeros recuerdos que tenía de su padre. Dirk se movió inquieto y juntó y retorció las manos, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por recordar.
Y, de repente, dijo:
—Ahora recuerdo, ¡lo recuerdo! Fue hace mucho tiempo, tantos milenios en el pasado. La Primera Edad, la llamaron. ¡El Mago Blanco, Gamulus el Bueno! ¡Él era mi padre! Pero me rechazó… dijo que jamás sería un sagrado mago-sacerdote. Yo era demasiado egoísta, estaba demasiado obsesionado conmigo mismo. Me expulsó de la Academia y me maldijo, me desterró de su vista. Me dijo que portaba la mácula del mal, y que él había cometido un error al pensar que podría educarme en la senda de la Luz. Yo era un elemento de la Oscuridad, ¡y todo por mis escarceos con las Artes Negras! ¡Ja, qué sabría aquel viejo insensato! No me hacían falta sus maestros trasnochados con todas sus peroratas sobre el autocontrol, la moderación y el amor por todos los seres vivos. No necesitaba sus Blancas Palabras del Poder ni sus Libros de Bendiciones Sagradas. Ya crearía yo los míos, y levantaría mi propia Academia, una Academia de la Luna, una Academia de la Noche, y los dejaría atrás a todos. Ya les enseñaría yo a ellos, a él, mi engreído padre… ¡Le enseñaría lo realmente grandioso que soy, y entonces, algún día, vendrían a mí a suplicarme mi saber, a suplicar mi perdón! ¡Soy el Gran Dirk! Lo aplastaría a él y a esa Academia suya del Saber Sagrado. Le…
—Mmm, bien, ya es suficiente, Dirk, suficiente —dijo Wings.
Dirk guardó silencio, de regreso a su sueño profundo de la hipnosis.
—Extraordinario —susurró Wings a Randle—, jamás había visto una fantasía tan arraigada como esta. ¡Es sobresaliente! Está construida a la perfección.
—Suena como si su padre fuese una especie de pastor evangelista apocalíptico o algo así —replicó Randle también en susurros—. Resulta obvio que tuvo serios problemas con él. ¿Por qué no le preguntamos sobre su madre? Quizá eso arroje un resultado más normal.
—Buena idea —dijo Wings mientras se introducía otra gominola en la boca. Randle parpadeó irritado. El constante masticar gominolas de Wings le estaba poniendo verdaderamente enfermo.
—Ahora, Dirk, volvamos atrás, más atrás. ¿Qué recuerdas de tu madre? ¿Quién era? —preguntó Wings.
Dirk se dio media vuelta en el sillón de cuero. Su rostro se arrugó angustiado.
—Madre… Madre —dijo, y entonces sonrió—. Me quería. Me alimentaba. Rica leche y… sangre —la voz de Dirk se fue apagando, y él comenzó a moverse inquieto en el sillón, como si no tuviese el menor de los deseos de hablar de ello.
Wings y Randle intercambiaron miradas de fascinación y asombro.
—Con este chaval podríamos hacer carrera —susurró Randle—. ¡Podríamos escribir un libro sobre él!
—Lo sé, lo sé —dijo Wings al tiempo que le pedía a su compañero que guardase silencio en un gesto con las manos—. Continúa, Dirk. Cuéntanos más sobre tu madre.
—Era hermosa —dijo Dirk como en una ensoñación—. De piel pálida y pelo oscuro, los ojos negros como la noche y, sin embargo, labios brillantes, como rubíes. Era anciana, muy anciana, aunque joven, muy joven. El caso es que era reina, tenía sangre real; es decir, su sangre original, claro está… porque mostraba cierta tendencia a… mmm… tomar prestada la sangre de los demás. La verdad es que lo hacía mucho, sí.
Wings y Randle tenían el aspecto de hallarse más confundidos aún.
—Quizá tuviese leucemia o algún problema de riñón —susurró Wings—. Suena como si se hubiera visto obligado a recibir muchas transfusiones de sangre, o sesiones de diálisis, tal vez.
—¿Y que muriese a causa de ello, quizá? ¿Piensas que podría tratarse de algo que el chico no haya llegado a asimilar? —preguntó Randle.
—Podría ser. Espera, está a punto de decir algo —dijo Wings.
—Era la Reina de los Noctámbulos, pueblo ancestral que moraba en la Torre Umbría. Un día me contó que mi padre llegó hasta allí una vez, y que ella lo sometió a un encantamiento y consiguió que él la amase; ahora bien, lo que no consigo entender es por qué tuvo que encantarlo. ¿Quién no habría amado a la Temida Reina de la Noche, la Tenebrosa Dama del Inframundo, mi madre, Oksana la de la Tez Pálida?
Wings y Randle escuchaban fascinados por la historia, Wings mascando sus gominolas, y Randle con sus golpecitos en la barbilla tan propios de la caricatura de profesor que era.
—De modo que yo nací —prosiguió Dirk— producto de la unión de un Mago Blanco y una Reina de los Vampiros.
—Cielos, esto es desesperante —dijo Randle alzando los brazos al cielo en señal de desaliento—. Otra vez estamos con vampiros y magos, ¡se lo está imaginando todo otra vez!
—Aguarda un segundo, que va a decir algo más —dijo Wings.
—Mi padre, Gamulus el Bueno, huyó de la Torre Umbría en cuanto dispuso de una oportunidad, rompiendo de alguna forma las ataduras del encantamiento que lo retenía. No obstante, cuando supo que había engendrado un hijo, vino a por mí. Y llegó con el Fuego Sagrado, el Acero Bendito y las Saetas de Espino especialmente endurecidas en la Llama Sagrada del Templo de la Vida y creadas con el fin específico de reventar los corazones de los vampiros. Apareció con un ejército de paladines que habían hecho el voto de erradicar a los no-muertos y todas sus obras. Destruyeron la Torre Umbría, me arrebataron del pecho de mi amada madre y la asesinaron allí mismo, en la cripta. Mi padre me llevó entonces a la Academia del Saber Sagrado, para criarme como a uno de los suyos.
Dirk guardó silencio. Las lágrimas brotaban de sus ojos.
—¡Eso es! —susurró Randle—. ¡Todo es una fantasía sin sentido, pero ahí está el porqué! ¡Qué te apuestas a que su padre mató a su madre en la vida real!
—Sí, tiene mucho sentido —respondió Wings.
—Y entonces —prosiguió Randle con su argumento—, Dirk huyó de casa y creó toda esta fantasía tan elaborada para suavizar tal horror.
—Sería factible, incluso, que su padre se encontrase ahora en la cárcel —dijo Wings presa de la emoción.
—Deberíamos revisar los archivos —propuso Randle.
—Sí. Es fascinante, fascinante. ¿Lo has grabado todo?
—Ah, sí. Está todo en la cinta. Creo que deberíamos despertarlo ya, parece que lo está pasando mal —dijo Randle.
—¡Sí, no quiero hacerle sufrir más! Tenemos que tomárnoslo con calma, paso a paso —dijo Wings, y se dirigió al chico—. ¡Despierta, Dirk! —dijo en voz muy alta, y chasqueó los dedos.
Él se despertó de un sobresalto. Miró a su alrededor, confundido.
—¿Habéis descubierto algo, profesor Wandle? ¿Doctor Rings? —preguntó Dirk.
—Es profesor Randle —dijo este en tono lacónico.
—Vamos, deja que hable el chico —soltó Wings más que contento de poder devolverle una a Randle.
Este, sin embargo, puso los ojos en blanco e hizo caso omiso.
—Sí, Dirk, lo hemos hecho —dijo—. Ha sido muy, muy interesante.
—¿Quiénes eran mis padres, entonces? —preguntó Dirk con entusiasmo.
—Es mejor que no hablemos sobre eso aún —dijo Wings volviendo a sacar el paquete de gominolas del bolsillo.
Randle le dirigió una mirada cargada de irritación, le arrebató las gominolas de la mano y se las metió en su propio bolsillo. Wings se quedó mirándole bastante asombrado.
—Confía en nosotros, Dirk —dijo Randle—, no ha quedado muy claro quiénes eran. Hemos de intentarlo aún con unos pocos tratamientos más, a ver si conseguimos llegar al fondo de esto.
Wings se situó junto a Randle, como si estuviese intentando ganar una posición que le permitiese recuperar sus gominolas, y dijo a Dirk:
—Hay otras posibles interpretaciones que también nos gustaría explorar, pero ya te iremos hablando de ellas en cuanto nos sea posible.
Randle se quitó a Wings de encima de un codazo y añadió:
—Oh, sí, por supuesto. Así que nos vamos a despedir, jovencito, por el momento. Lo estás haciendo verdaderamente bien, muy bien. Tenemos que ponernos a trabajar en nuestra estrategia para la siguiente sesión terapéutica.
Abandonaron la habitación, y Dirk se sentó junto a la ventana, exhausto. Pudo oír a Wings y Randle hablar con la señora Purejoie en el recibidor de la casa durante varios minutos. En otros tiempos, hubiera intentado agudizar el oído para captar su conversación, pero ahora no podía importarle menos. Oyó entonces cómo la puerta se abría y se cerraba, y vio a Wings y Randle dirigirse hacia su coche. Daba la impresión de que Wings, visiblemente enfadado, estaba reprendiendo a Randle, que se detuvo de forma repentina, sacó las gominolas del bolsillo y las desperdigó por el suelo. A continuación, le tiró el paquete vacío a Wings, a la cara, y continuó hacia el coche con paso decidido. Por un instante, Wings se quedó plantado e incrédulo, e hizo una mueca de burla a espaldas de Randle. Recogió una gominola del suelo. Randle estaba ya abriendo la puerta del coche cuando Wings le tiró la gominola muy airado. Esta le acertó de lleno en la coronilla, rebotó y fue a parar a unos arbustos. Randle se quedó petrificado por un momento, sin saber cómo responder. Un segundo o dos después, se aclaró la garganta como si no hubiese pasado nada y se metió en el coche. Wings esbozó una sonrisa triunfal; se agachó, recogió otra gominola del suelo, se la metió en la boca y la masticó de manera ostentosa antes de seguir al otro al interior del vehículo.
Dirk hizo un gesto negativo de desesperación con la cabeza. Vaya par. ¡Y pensar que estaba dejando en sus manos todas sus esperanzas y sus temores!
Aquella tarde, Chris se asomó a verle. Dirk estaba tirado en su silla, mirando apático por la ventana.
—Qué pasa, Vuestra Oscuridad —le saludó.
—No me llaméis así, ya no soy el Señor Oscuro. Solo soy Dirk —dijo apenado.
—¿Qué quieres decir? ¿De qué estás hablando? —le preguntó Chris, sorprendido con su respuesta.
—No soy nada, solo un chaval —dijo Dirk—. Todo ha sido una fantasía, una especie de locura. Un trastorno de identidad disociativo, como lo llaman los psiquiatras.
Chris no se podía creer lo que estaba oyendo.
—Pero si esos dos son unos idiotas: Wings y Randle. Tú mismo lo dijiste. ¿Y qué pasa con ellos? —le preguntó Chris, y Dirk le dirigió una mirada inquisitiva—. Ya sabes, ellos. Los santurrones, los profes, los padres, los servicios sociales y todos los demás, todos los que van por ahí intentando controlarte, ¡intentando controlarnos! ¿Es que ya no somos rebeldes?
—No, no lo somos. Somos solo unos críos —contestó Dirk entristecido—. Se acabó. Todo fue un sueño. Un juego. Una fantasía estúpida.
Chris frunció el ceño. ¡Aquello era una pesadilla! Y no deseaba oírlo. Sin el Señor Oscuro, Lloyd Malasombra, volvían a ser unos críos, chavales impotentes sin control alguno sobre sus vidas. Adolescentes sin esperanza. Otra pandilla de escolares que intentaban alcanzar la edad adulta sin sufrir demasiados daños. Y sin el Señor Oscuro, ¿cómo iban a salvar a Sooz?
—Aquel fuego lo demostró —prosiguió Dirk—. Y fue algo bueno, sus llamas consumieron la locura en mi cabeza. ¡Qué delirio! Como si yo pudiese viajar a otra dimensión… ¡Menuda ridiculez!
Con los hombros caídos en señal de desesperación, Chris se sentó en la cama. Ni él ni el resto de la Corte del Señor Oscuro en el Exilio se habían preocupado acerca de si era verdad o no. Lo que realmente importaba era que Dirk creía que era verdad. Él lo hacía parecer verdad. Y su convicción era el motivo de que mereciese la pena seguirle el juego. Sin ella, todo carecía de sentido, solo era un pasatiempo más.
Chris seguía sin poder creer que Dirk hablase en serio.
—¿Y qué pasa con Hasdruban el Puro? ¿Es que ya no quieres vengarte? —le preguntó.
—¡Ja! ¿Que qué pasa con él? He sido derrotado. Mi derrota es absoluta. Hasdruban ha vencido. ¡Aunque, por supuesto, jamás ha habido ningún Hasdruban, para empezar! —replicó Dirk.
Permanecieron sentados y sumidos en un silencio cargado de desilusión.
—Por cierto, ¿cómo está Sooz? —preguntó Dirk un rato después.
—No muy bien. De hecho, quería hablar contigo sobre eso. Ella ha pagado el pato, ya lo sabes, así que tú te has librado. Grousammer ha amenazado con entregarla a la policía. Podría ir de farol, pero si lo hace, es posible que Sooz sea amonestada o algo así, con lo cual estaría fichada. Además, la han expulsado unos días del instituto…
Dirk estaba abatido.
—No tenía ni idea… —dijo—. Por los Nueve Infiernos, ¿qué es lo que he hecho? —escondió el rostro entre las manos y comenzó a mecerse hacia delante y hacia atrás.
—Podrían expulsarla para siempre —prosiguió Chris—, e incluso enviarla a uno de esos institutos especiales, o algo. Tal vez no volviésemos a verla —se le quebró la voz, y Chris se dio media vuelta.
Dirk volvió a levantar la mirada, aturdido.
—¿No volver a verla nunca?
—Es posible —dijo Chris—. Depende de Grousammer, de lo lejos que quiera llegar con esto.
Dirk se quedó pensativo.
—Ya no me importa lo que me pase a mí, la verdad —dijo Dirk—. Podría ir y contar que fui yo quien quemó el pabellón, librarla a ella. ¿Qué pensáis?
—No sé, Dirk. Quizá. Pero eso les haría sospechar. Querrían saber por qué dijo que había sido ella. Os la podríais acabar cargando los dos, ¿y qué sentido tiene? Ella tampoco querría eso. En realidad, cuando hablé con ella, estaba más disgustada por el hecho de que no hubieras ido a verla o no la hubieses llamado.
Dirk desvió la mirada con culpabilidad.
—No me veo capaz de mirarla a la cara por ahora, me siento muy desdichado.
—Pues deberías ir a verla. ¡Le debes eso, como mínimo! —dijo Chris.
—De todas formas, ¿por qué ha tenido ella que «pagar el pato», como decís los humanos? Es decir, como decimos los humanos —preguntó Dirk.
—¿Es que no lo sabes? —dijo Christopher, enfadado. Era incapaz de ocultar el tono celoso de su voz—. Me parece que le ha dado fuerte contigo, ¡Dios sabe por qué! —entonces se controló, y prosiguió—: Además, pensó que te sacarías algo de la manga para rescatarla, para sacarla del lío. Todos lo pensamos: Lloyd Malasombra la salvará, recitará un conjuro, hará algún truco, un chanchullo, o improvisará una partida de rescate para liberarla. ¡La Hija de la Noche es inocente! ¡Rescatémosla! Ese tipo de cosas.
Totalmente sumido en la vergüenza, Dirk miraba a otro lado.
—No hay nada que pueda hacer, no tengo poderes. ¡Solo soy un crío, por todos los santos!
—Querrás decir «por todos los demonios», ¿no? —dijo Chris en un intento por provocar una sonrisa y traer de vuelta algo del antiguo Dirk.
—No, quiero decir «por todos los santos» —afirmó Dirk de manera enfática—. Mirad, pensaré en entregarme yo para salvarla a ella, pero eso es todo lo que puedo hacer. No obstante, como vos decís, ¿qué sentido tiene hacerlo si eso supone hundirnos los dos? Es más, ¿qué sentido tiene nada? Para el caso, podría rendirme… —se volvió para mirar por la ventana y, así, dejar claro que deseaba estar solo.
Chris suspiró. De todas formas, no se le ocurría nada más que decir, de modo que se marchó y dejó a Dirk a solas con su desesperación.
Según se marchaba, oyó a Dirk mascullar para el cuello de su camisa.
—Quizá la Bestia Blanca dé conmigo y ponga fin a todo… ¿O será eso también un sueño?
Christopher frunció el ceño. La pinta que tenía Dirk no era nada buena, y eso estaba fastidiando verdaderamente a Chris. Sus padres veían que a Dirk le pasaba algo, eso era obvio, así que se volcaban con él… e ignoraban a Christopher por completo. ¿Acaso tendría que ir por ahí él también con la mirada perdida y eso? ¿Le prestarían entonces un poco más de atención?
Y Dirk tampoco se estaba portando bien con Sooz: primero le pidió a Chris que le robara, y ahora la dejaba en la estacada. La verdad era que, cuanto más lo pensaba Chris, más convencido estaba de que la única razón por la que aguantaba a Dirk (bueno, Dirk le caía bien, todo sea dicho, pero justo en ese momento él no estaba preparado para admitirlo) era lo divertidísimo que resultaba ir por ahí con él, y que le hacía reír. En aquel preciso instante no era muy divertido andar por ahí con Dirk.
Akram Malik, padre de Sal, metió la marcha atrás en su coche para estacionarlo en el aparcamiento mientras escuchaba en la radio un partido de cricket entre Pakistán e Inglaterra. Ni siquiera se preguntó por qué los únicos sitios libres que había en todo el aparcamiento eran aquel y los dos que este tenía a cada lado, casi como si la gente hubiera evitado aparcar en esa zona de un modo deliberado. Tampoco reparó en el cartel que alguien había hecho con un trozo de cartón y apoyado de manera apresurada contra el bordillo del pavimento. En él, habían garabateado lo siguiente: «¡Cuidado con la Plaza de Aparcamiento Maldita!».
Estaba demasiado concentrado en el partido de cricket.
Vio a un hombre ciego con un perro lazarillo que cruzaba por delante de su coche. Akram sintió el inexplicable impulso de pisar a fondo el acelerador y atropellar al pobre hombre, y soltó una risita contenida al pensar en ello. No era capaz de entenderlo. Su propio padre era ciego, y Akram trabajaba como voluntario en el centro social para invidentes. ¿Por qué iba a querer atropellar a uno de ellos? Se apresuró a apagar el motor y salió del coche. La sensación de maldad diabólica que en apariencia se había apoderado de él se desvaneció con el paso de unos minutos, y comenzó a sentirse mucho mejor, pero a su regreso, se encontró con el parachoques trasero del vehículo en el suelo. Una vez que lo hubo examinado con mayor detenimiento, se dio cuenta de que la mayor parte del parachoques había sido corroída literalmente por el óxido. En apenas media hora.
Akram frunció el ceño. Cerca de él, una anciana de pelo cano, encorvada y consumida, se encontraba sentada en un banco echando migas de pan a los pájaros.
—¡Está maldita! ¡Esa plaza de aparcamiento! ¡Maldita, se lo digo yo! —vociferó la anciana.