19 de agosto angustia

Sooz ha insistido hoy en llevarme a ver uno de sus lugares preferidos. Me esperaba el típico sitio que le gustaría a una jovencita humana de trece años, o algo «de niñas», como lo llama Christopher, pero sonaba muy interesante, o así me lo pareció a mí. Resulta que su lugar favorito se encuentra en la cercana localidad de Wendle, y es un Museo de las Brujas.

Según parece, estas brujas eran mujeres humanas que fueron quemadas en la hoguera a causa de sus delitos, hace cientos de años, pero no eran lo que yo llamaría «brujas»: unas capitas negras, unos ridículos sombreros retorcidos, la nariz larga y verrugosa… ¡Y escobas, por todos los demonios! ¿Qué? ¿Es que te barren hasta la muerte? «¡Ríndete, o barro la entrada de tu casa!». ¡Bah! Y así se lo dije a Sooz: «¡Tendríais que ver las brujas que tenemos allá en las Tierras Oscuras!: la Bruja Graja, la Arpía Negra, la Vetusta Execrable, Nuestra Señora de los Tormentos o la Decrépita de los Cien Maleficios, por mencionar algunas, ¡eso sí que son brujas!», le dije.

Esto enfadó a Sooz sobremanera: «Vale, si las Tierras Oscuras son tan estupendas, ¿por qué no te vuelves a tu casita? ¡Lárgate con una de tus brujas, si es que son tan geniales, y déjanos en paz!».

«Estoy intentando volver», le dije yo, pero al parecer, eso la hizo enfadar aún más, y se marchó airada y con paso decidido. Estuvo mucho tiempo sin hablarme. Nunca entenderé a estos humanos, en especial a las hembras.

21 de agosto angustia

El señor Grousammer, el director, hace tales esfuerzos por irritarme que sospecho que pueda tratarse de Hasdruban el Puro bajo la apariencia de un conjuro de Máscara Carnal. La única forma de saberlo con seguridad sería clavarle los aguijones de mil y una abejas asesinas desde la mandíbula hasta el cuello, y después tirar con fuerza. No obstante, el plan no carece de dificultad. Además, si me equivoco, existe un riesgo serio de ser castigado. Otra vez.

Era viernes, el último día de clase antes del día de fiesta. Sooz se encontró con Dirk durante el descanso de la mañana y se lo llevó aparte para mantener una conversación privada. Tenía el aspecto de estar bastante contrariada por algo.

—¡Dirk, lo siento, he perdido el anillo que me regalaste! —le dijo con un cierto aire de culpabilidad.

—¡Oh, vaya, cuánto lamento oír tal cosa, Hija de la Noche! —dijo Dirk, que intentaba parecer sorprendido. En realidad, tenía el Anillo del Poder metido en el bolsillo, y jugueteaba con él mientras hablaban. Chris se lo había entregado la noche anterior, después de la cena.

—No sé cómo, pero lo he perdido de alguna forma, en clase de natación. He buscado en el vestuario pero… nada. ¡Lo siento de veras!

—No os preocupéis por ello —dijo Dirk al tiempo que fruncía el ceño. Allí había algo que no encajaba. Se esperaba una Sooz bastante más disgustada por aquello, pero no parecía tan molesta. ¿No había dicho ella misma que se trataba del mejor regalo que jamás le habían hecho, el mejor regalo que nadie le hubiera hecho?

—¿Y qué pasa con el ritual del lunes? —le preguntó Sooz—. ¿Puedes hacerlo sin el anillo?

—Oh sí, claro, por supuesto. Poseo otros sellos. ¡No os preocupéis más por él, mi vampirita! —dijo Dirk casi en un tono afectuoso.

—Ah vale, entonces muy bien —dijo Sooz sin darle mayor importancia—. Me voy ya, que tengo Lengua con Badulaque —añadió, y elevó la mirada al techo. Dirk soltó un gruñido en señal de solidaridad mientras ella ya se marchaba y se despedía con la mano por encima del hombro.

Allí se quedó Dirk plantado y perplejo. Tampoco tenía ella por qué salir corriendo así, las clases no se reanudaban hasta pasados unos diez largos minutos. ¿Podría ser que ya no le gustase a Sooz? ¿Es que ya no le importaba? Se esperaba alguna lagrimita o algo semejante. Se encogió de hombros. Quizá él hubiese juzgado de forma errónea toda la situación. Tal vez no se tratase de algo tan importante para ella, al fin y al cabo. ¿O es que estaba pasando algo más? O podría ser tan solo porque fuese el último día de clase antes de un largo fin de semana y ella se encontrase de un humor demasiado bueno como para llorar por aquello, ¿no? «Sí, tiene que ser por eso», pensó. Los días de fiesta siempre parecen alegrar a los niños humanos.

Dirk sacó el anillo, se lo puso en el dedo y le dio vueltas, pensativo. Estaba apagado, inerte, vacío y sin poderes (pero es que había estado siempre así desde que aterrizase en aquel absurdo lugar que los penosos humanos llamaban «Inglaterra»). Cuando llegase a casa, a las Tierras Oscuras, estaba seguro de que el anillo volvería a llenarse de energía funesta, y brillaría una vez más con su siniestra luz negra. Solo faltaban unos pocos días. ¡Rumbo a la Torre Tenebrosa, a sus Mazmorras del Destino y su Trono de las Calaveras! Habría mucho que hacer, y tendría que mantenerlo todo en secreto, ocultarse entre las sombras hasta haber recuperado su poder. Eso, suponiendo que su antigua apariencia regresara también. ¡Imagínate permanecer en aquel cuerpo! Prefirió no pensarlo. Era una posibilidad demasiado espantosa como para contemplarla. Frunció el ceño. Sorprendido, cayó en la cuenta de que echaría de menos algunas cosas de Whiteshields. Echaría de menos a Sooz. Echaría de menos a Chris. Incluso a la señora Purejoie. Un poco.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por Chris y Sal.

—Qué pasa, Señor Oscuro —le saludó Sal.

—Señor de los Deportes —respondió Dirk, que reconoció su bienvenida con un mayestático gesto de la cabeza.

—Ya tengo el lacre —dijo Chris, que mostraba una barra gruesa de cera de color granate—. Todo listo para el lunes.

—¡Excelente! —exclamó Dirk—. ¡Todo está preparado! ¡Pronto me veré libre de esta maldita dimensión! ¡Las Tierras Oscuras aguardan mi triunfal regreso! ¡Juó, jo, jo!

Chris y Sal intercambiaron una mirada y sonrieron. Todo el mundo estaba hoy de muy buen humor, ya fuese por el fin de semana que se avecinaba para unos o porque alguien pensaba que iba a volver a casa, a otra tierra, otra dimensión en otro universo. No obstante, la mayoría era por el fin de semana.

Y pronto llegó el amanecer del lunes, un día claro, soleado, con un cielo prácticamente desprovisto de nubes. Un hermoso día. En la hora undécima, Chris, Sooz, Sal y Dirk se encontraron en lo alto de Greenfield Lane. Sooz llevaba un pequeño quemador de gas, un cazo y una caja grande de cerillas de cocina. Chris tenía su barra de lacre; Sal, las llaves del pabellón; y Dirk, el pergamino y el incienso.

—¡Bienvenidos seáis, mis magos! ¡Hoy se obrará un gran sortilegio! ¡Abriremos un portal mágico entre dos mundos, algo jamás logrado en la Tierra! Es decir, al menos desde que Hasdruban me arrojó aquí en primera instancia, claro está, pero eso no es más que un inciso.

Sal, Sooz y Chris sonrieron con indulgencia.

—Muy bien, pongámonos manos a la obra, entonces —dijo Sooz, y descendieron sin prisa por la avenida. Greenfield Lane era una calle larga y arbolada. El día era caluroso. Los pájaros trinaban en los árboles, y alguna que otra criatura oculta se movía por entre los setos a su paso. Aquello era Inglaterra, no obstante, así que las «criaturas ocultas» solían ser cosas como musarañas, erizos, ardillas y conejos en lugar de trasgos agazapados, elfos sombríos o los no-muertos. «Menuda lástima», pensó Dirk para sí.

Recorridos unos cien metros, la calle comenzaba a descender con suavidad, en un pequeño valle, y volvía a ascender en dirección a la tapia trasera del instituto y los parterres municipales.

Sal se había adelantado al grupo cuando alcanzó lo alto de la pendiente. Se detuvo en seco y se agazapó para esconderse, pegado al muro. Comunicó a los demás que hicieran lo mismo por medio de un gesto con el puño levantado, como si fuesen una especie de patrulla militar. Chris miró a Sooz con una mueca en el rostro y el puño levantado, burlándose de Sal y haciendo un gesto negativo con la cabeza.

—No estamos en el ejército, que yo sepa —susurró y puso los ojos en blanco.

Sooz se encogió de hombros y contestó en voz baja:

—Pues a mí me parece encantador.

Chris volvió a negar con la cabeza y con un gesto de asco exagerado.

—Y, además, también es muy guapo —añadió Sooz.

Chris hizo otra mueca. Por alguna razón, aquello le irritó de veras, y se apartó de ella muy malhumorado. Sooz se sonrió, había obtenido la respuesta que buscaba. Miró a Dirk para ver su reacción, pero él se limitaba a fijarse en Sal y a hacerles gestos con la mano a ella y a Chris para que ambos guardasen silencio. La chica frunció el ceño. Pero ¿por qué Dirk no se fijaba más en ella? ¿Es que no le importaba que prefiriese a Sal antes que a él? A Chris sí parecía importarle.

Sal levantó la cabeza por encima del obstáculo para echar un vistazo rápido y confirmar qué era lo que le había asustado. Se volvió y susurró en un tono de voz bajo y áspero:

—¡Es Groseromer!

El director Grousammer. Allí estaba, trabajando en su parterre, ocupándose de sus hortalizas. Fijo que los vería si intentaban saltar por encima del muro del instituto.

—¡Maldición! —exclamó Dirk—. ¡Un millar de maldiciones caiga sobre las cabezas de los benditos niños elfos con sus ojitos dorados, y que les sea arrancado el corazón del pecho y sacrificado en el nombre de los Tenebrosos Dioses del Caos!

Se agacharon todos y se escondieron. El sol caía de plano. Reinaba el silencio a excepción de los trinos de los pájaros y el sonido del desplantador de Grousammer, que tintineaba contra las gravas ocasionales al clavarlo en la tierra. Dirk examinó la posición del sol. Miró a Chris e hizo un gesto con la barbilla en dirección a la muñeca de este. Chris se dio cuenta de lo que quería y miró su reloj.

—Once y veinte —susurró.

Dirk se mordisqueaba el labio inferior. La ceremonia tenía que celebrarse a las doce del mediodía. Chris y Sooz le miraban expectantes, y él se percató de que esperaban que a él se le ocurriese algo; pero bueno, sabía qué hacer. Llamó al grupo a reunirse en un corrillo.

—Era consciente de la posibilidad de que Grousammer estuviese trabajando en su parterre: como dice el refrán, conoce a tu enemigo. Lo tengo todo planeado —afirmó Dirk, y extrajo algo de su bolsillo.

—¿Una granada? ¡Eso es una granada! —exclamó Sal en un susurro de sorpresa.

—¿Vas a volarlo por los aires? —siseó Sooz, igualmente sorprendida.

—¡No puedes matarlo, Dirk, por todos los santos! —dijo Chris.

Dirk levantó la mirada y puso mala cara.

—Ya os lo he dicho, Chris, debería ser «por todos los demonios». ¡Y no, por supuesto que no, atajo de mentecatos! No es una granada de verdad… Es decir, no contiene ninguna sustancia explosiva, digámoslo así.

Chris y Sooz le miraban entre pestañeos de desconcierto.

—¿De dónde narices la has sacado? —preguntó Sal en un susurro.

—Se dice «de dónde demonios…», si no os importa. Y la preparé yo mismo en clase de ciencias; es más, me costó varios castigos. Me ha llevado siglos hacer que parezca tan vieja. Aquí tenéis, Señor de los Deportes; si no me equivoco, esta es vuestra especialidad —dijo Dirk, y le entregó la granada a Sal.

Sal la tomó de su mano. La miró. Y miró a Dirk.

—¡Lánzala! Como si fuera una pelota de cricket, justo a la espalda de Grousammer. Él creerá que ha desenterrado una vieja granada de la Segunda Guerra Mundial. Tendrá que dejar de fastidiarnos aquí e ir a llamar a la policía… Ya sabéis, una bomba sin explotar y todo eso.

—Oh —dijo Sal, y sonrió.

Sooz y Chris se echaron a reír. ¡Aquello iba a ser divertido! Sal asomó la cabeza para ver qué hacía Grousammer. Una vez llegado el momento propicio, lanzó la granada por alto al parterre. Aterrizó con un sonido metálico, y Sal volvió a agacharse para no ser visto. «Un lanzamiento perfecto», le comunicó a Dirk con un gesto de los dedos índice y pulgar en forma de círculo.

Transcurrieron unos instantes en silencio. De repente, Grousammer gritó con todas sus fuerzas:

—¡Aaaaahh! ¡Una granada!

Oyeron el ruido que hizo al tirarse al suelo de cabeza, en busca de cobijo.

Dirk y compañía se llevaron la mano a la boca para evitar reírse a carcajada limpia, y comenzaron a sacudirse y temblar, presa de una risa incontrolable.

—Serás idiota —escucharon decir al director, que hablaba consigo mismo—. Por el aspecto que tiene, es probable que lleve ahí desde la guerra. Guarda la compostura —oyeron cómo se ponía en pie—. Será mejor ir a llamar a la policía —masculló y se dirigió de regreso hacia el instituto. Estaba funcionando a la perfección.

Dirk se las arregló para controlar la risa.

—Podría volver demasiado pronto —dijo—. Sal, ¿seríais capaz de distraerle, lograr que se retrase un poco más? Se supone que vos tenéis que ir a hablar con él sobre cuestiones de cricket, ¿no es así?

—Sí, iba a ir a hablar con él mañana. Podría seguirle —sugirió Sal—, hacer como que nos encontramos por casualidad y pedirle que lo hablemos ahora.

—Eso resultaría de una gran utilidad —le dijo Dirk.

—¿Es que no quieres ver el ritual? —le preguntó Sooz.

—Sí —añadió Chris en voz baja—, ¿y si Dirk consigue de verdad abrir un portal entre dos mundos?

Sooz frunció el entrecejo. No le gustaba la idea de que Dirk se marchase, pero, por otro lado, ella presentía que el «conjuro» no iba a funcionar. Bueno, tenía sus ciertas sospechas, la verdad, igual que Chris, sin duda. No obstante, Sal estaba absolutamente seguro.

—Ya, claro. ¡Qué aquí no va a haber ningún portal, colegas! Contadme más bien que Dirk es un brujo de nivel veinte o algo así, Sooz hace de vampiro y Chris es otro loquesea de nivel veinte en ese rollo de juego de rol al que estéis jugando ahora mismo.

—Supongo que sí —dijo Sooz.

—Imagino que es una forma de verlo —añadió Chris.

Dirk, sin embargo, miró a Sal y exclamó:

—¿Brujo de nivel veinte? ¡Un simple brujo humano de nivel veinte! ¡Por todos los demonios, yo soy al menos un Señor Oscuro de nivel cincuenta, y yo…! —su voz comenzaba a elevarse.

Chris se llevó un dedo a los labios para advertirle de que guardase silencio por si acaso Grousammer pudiera oírles aún. Dirk se controló.

—¡Bah, esto no es un juego, os lo digo yo! —siseó.

—Claro, lo que tú digas —dijo Sal—. Mira, de todas formas, aunque a mí no me va este tipo de juegos, me parece genial si a vosotros sí. Aquí tenéis las llaves del pabellón. Me las devolvéis mañana por la mañana, ¿okey?

Le entregó las llaves a Dirk, quien las aceptó de mala gana. Entonces se percató de que estaba siendo innecesariamente grosero, así que hizo una reverencia y susurró:

—¡Excelente, Señor de los Deportes Sal Malik! ¡Yo, el Gran Dirk, os agradezco vuestra entrega y vuestras magníficas dotes de lanzador!

Sal hizo un gesto negativo con la cabeza, como si Dirk estuviese loco, pero no pudo evitar reírse un poco y acabar con una sonrisa de oreja a oreja.

—Claro, no problem, Vuestra Oscuridad… ¡y no le digas a nadie que yo te he dado esas llaves! Perdería mi puesto de capitán, por no mencionar la avalancha de castigos.

—No te preocupes, que guardaremos el secreto —dijo Chris.

—Y yo idearé un plan invencible para derrotar a esos de Crittenden —añadió Dirk.

—Vale, muy bien. Buena suerte, entonces… Os veo luego —dijo Sal.

—Quizá no —respondió Dirk—, ¡pero gracias por vuestros excelentes servicios, Sal Malik!

Y con aquello, Sal hizo un gesto con la barbilla y se encaminó hacia los parterres. Vieron cómo echaba a correr detrás de Grousammer, y en unos instantes, ambos habían desaparecido de su vista.

Sooz, Chris y Dirk se pusieron en pie y se abrieron paso hasta el muro bajo de la parte de atrás del instituto. Lo escalaron con facilidad gracias a unas cajas viejas de madera de los parterres, y se dirigieron al campo de cricket, donde se encontraba el pabellón, silencioso, como si los estuviera esperando, a pleno sol y sudando creosota por los poros de la madera.

Entraron en tropel y comenzaron a preparar el ritual. Dirk dibujó con mucho esmero y una tiza el símbolo de la Estación de Cinco Puntas del Tetragrámaton en el suelo de madera. Muy cerca, Sooz preparó el quemador de gas y lo encendió con una cerilla. Colocó el cazo sobre él. Chris aguardaba junto a ella con el lacre y se sentía un poco al margen. «“Guardián del lacre”, “El que funde la cera” o “Portador del lacre” no dan muchos aires de grandeza, ¿verdad que no?», pensaba para sus adentros.

Dirk extendió en el suelo su Capa de la Noche Infinita. Era como si cubriese entero, justo, perfecto, el símbolo de la Estación de Cinco Puntas del Tetragrámaton. Después, espolvoreó unas hierbas (cosas muy comunes como granos de pimienta, romero, hojas de laurel, aceite de bergamota y similares) en el cazo que descansaba sobre el hornillo de gas. Comenzó a desprender humo rápidamente, y con él, un agradable olor fresco.

A continuación mostró el pergamino a Chris y le hizo un gesto para que introdujese el lacre en el fuego. Se fundió enseguida, y sellaron el manuscrito. De espaldas a Sooz, para que no lo pudiese ver, Dirk sacó el anillo e imprimió su sello en el lacre reblandecido. Al fin y al cabo, se suponía que el anillo se había perdido, pero Sooz y Chris intercambiaron una mirada a espaldas de Dirk, como si ambos supieran exactamente lo que estaba pasando.

Entonces Dirk inició un cántico. Un canto extraño en algún tipo de lengua rara que Chris y Sooz jamás habían oído. El interior del pabellón pareció quedar en un silencio insólito. A ambos se les erizó el vello de la nuca, y volvieron a mirarse el uno al otro, pero esta vez un poco asustados. El cántico tenía verdadero aspecto de ser mágico. Y perturbador, inquietantemente desagradable.

O era su imaginación, o el aire estaba formando ondulaciones bajo la capa, «como el espejismo de la calima», pensó Sooz. Dirigió la mirada a Chris, que tenía los ojos clavados en el mismo sitio. ¡Él también lo veía! Eso sí que no podía ser real, ¿verdad? ¡Desde luego que no!

Dirk cesó entonces el cántico estrafalario. Para ese momento, el sello de lacre ya se había endurecido. Al grito de una palabra o una orden pronunciada en una lengua que no parecía hecha para unos labios humanos, partió el sello, prendió fuego al pergamino y lo depositó en el cazo de incienso. El conjunto se sumió en una fina columna de llamas verdosas, como si el incienso, el pergamino y el lacre se hubieran consumido de forma instantánea en un fogonazo de llamas mágicas. Dirk se volvió y se situó sobre la capa.

—¡Adiós, mis lugartenientes, adiós! —dijo.

Sooz y Chris se hallaban boquiabiertos. ¿En serio podría estar a punto de abandonarlos? Volvieron a intercambiar miradas de incredulidad.

Pero nada sucedió. Nada. El hornillo de gas continuaba siseando. Allí seguía la capa, inmóvil. Dirk también, tan perplejo como frustrado. Se puso a dar saltos sobre ella, la recogió, se envolvió en ella y repitió el cántico. Mas nada sucedió, nada pareció funcionar.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué no funciona? —gritaba. Entonces alzó los brazos, las manos asidas a la Capa de la Noche Infinita ahora extendida, y gritó a los cielos—: ¿Por qué, por qué? ¿Estoy condenado a permanecer atrapado para siempre en esta dimensión, débil e impotente por toda la eternidad?

Sooz, sin embargo, se mostraba aliviada, y dio un paso al frente, rodeó a Dirk con el brazo y dijo:

—Siempre me tendrás a mí, Dirk. Y me alegro de que no funcionase. Desde el principio, no quería que te marcharas.

Asombrosamente, a él no pareció importarle su proximidad, aquella intrusión; de hecho, Dirk apoyó la cabeza en su hombro, se reconfortó en su empatía y dijo:

—Gracias, Sooz, gracias. Yo también os habría echado de menos.

Sooz sonrió alegre.

Chris también tenía aspecto de estar aliviado, pero, quizá, por otros motivos. Había empezado a pensar que tal vez Dirk sí fuese de otro mundo, y eso habría sido tan increíble, tan extraordinariamente alucinante, que no tenía la plena seguridad de haber sido capaz de asumirlo. Sin embargo, ahora se daba cuenta de que todo había sido un elaborado juego, al fin y a la postre, y que Dirk era un loco divertidísimo. Todo aquello de la magia no estaba más que en sus mentes, y eso resultaba mucho más fácil de asumir.

—Lo siento, Dirk —dijo Christopher—. Quizá, ya sabes… quizá sea que, ya sabes… tal vez fuese llevarlo demasiado lejos. Quizá no seas un Señor Oscuro y todo eso.

Dirk se enderezó de golpe, con una máscara de ira en el rostro.

—¿Cómo osáis cuestionarme? ¿Acaso no sabéis quién soy yo? ¡Soy el Señor Oscuro, Dark Lord, Señor de las Legiones del Horror y Nigromante Supremo! ¡Mi hogar se encuentra en la Tenebrosa Torre de Hierro, más allá de las Llanuras de la Desolación!

En su ira, Dirk le propinó una patada al cazo del incienso y las cenizas, y mandó por los aires el hornillo de gas, que se estampó contra la pared y acabó sobre los viejos tablones de madera del pabellón.

—¡Guau, tranquilo! Tampoco es para ponerse así —dijo Chris al tiempo que salía disparado a apagar el hornillo.

En ese momento, sin aviso previo, los viejos tablones se prendieron en llamas, y el fuego comenzó a extenderse con gran rapidez, devorando las planchas de madera como si estuviesen recubiertas de petróleo.

—¡Pero qué…! ¡Fuera de aquí! ¡Ya! —gritó Christopher con todas sus fuerzas, y salió corriendo hacia la puerta con Sooz pisándole los talones.

Dirk se detuvo un momento, hipnotizado por las llamas, con los ojos clavados en ellas, en cómo avanzaban, y, al mismo tiempo, una sonrisa se fue dibujando en sus facciones. El color rojizo le iluminaba el rostro y los ojos, y, justo entonces, por un instante, Dirk tuvo el aspecto de un Señor Oscuro, apostado sobre las incendiadas ruinas de una ciudad recién saqueada por sus legiones de orcos, observando el llameante infierno en un ataque de carcajadas triunfales.

—¡Vamos, Dirk! —gritó Sooz—. ¡Tenemos que largarnos de aquí!

Dirk despertó de su ensueño, dio media vuelta y echó a correr hacia la puerta.

Cuando salieron a la luz del día, se detuvieron un instante sin saber muy bien qué hacer a continuación, presas de una creciente sensación de pánico que los abrumaba. ¿Acababan de prenderle fuego al pabellón de cricket del instituto? ¡Eso era terrible! Las ventanas del edificio ya escupían lenguas de fuego, y un remolino de humo negro ascendía hacia el cielo.

Dirk observaba cómo se quemaba el pabellón, fascinado con las llamas.

—Tenemos que marcharnos de aquí —dijo con aire distraído, no a su manera habitual.

—¿Estás bien, Dirk? —le preguntó Sooz.

Él la miró, y el rostro de Dirk la desconcertó. En lugar de su habitual sonrisa burlona, su regia arrogancia, la confianza en sí mismo, solo había tristeza, dolor, desesperanza y desconsuelo.

—Creí de verdad que funcionaría… —dijo entre dientes, casi para sí.

—No te preocupes, seguro que podemos volver a intentarlo —dijo Chris—, pero tenemos que ponernos en marcha ahora mismo. ¿Qué vamos a hacer, Dirk?

—¿Qué? —preguntó él—. ¿Qué?

—Que qué hacemos, Dirk. ¿Qué hacemos? —insistió Chris.

—Ah, sí, por supuesto —Dirk recuperó la compostura—. Debemos separarnos, marcharnos y hacer algo que otra gente pueda corroborar, ya sabéis, conseguir una coartada. Algo como preguntarle a vuestra madre si podéis ir al cine, Sooz, o algo similar. Nos encontraremos más tarde, esta noche, en casa de los Purejoie. Allí trazaremos un plan y nos aseguraremos de que nuestras versiones concuerdan. ¡Negadlo todo! ¡Negadlo todo! ¡Negadlo todo! Os veré más tarde, pero por el momento, he de estar solo —y dicho aquello, Dirk salió disparado hacia los parterres.

—Oh, Dios mío. Ahora sí que nos va a caer una buena —dijo Sooz. Chris la miró con cara de ser presa del pánico y la preocupación, pero en ese momento se recompuso.

—Supongo que tiene razón —dijo—. Tal vez podamos escapar de esta. A Dirk se le ocurrirá algo. Si alguien puede, es él.

—Sí, claro, ya lo solucionará Dirk —dijo Sooz. Aquel pensamiento la tranquilizó un poco.

—Vámonos antes de que lleguen la policía y los bomberos. Luego te veo, Sooz —dijo Chris, y salió corriendo detrás de Dirk.

Sooz siguió el mismo camino. A su espalda, el pabellón rugía entre las llamas. Al aproximarse al muro bajo junto a los parterres, vio a Chris agazapado detrás de un arbusto.

De repente, el director saltó el muro, corriendo en dirección al pabellón con cara de ansiedad. Se detuvo en seco cuando vio a Sooz.

—¡Susan Black! —le gritó—. ¡Tienes que salir de ahí inmediatamente! Rápido, por aquí…

Grousammer estaba intentando salvarla. Sooz le hizo un gesto de reconocimiento con la mano.

La mirada del director se clavó en la mano de Sooz, y sus ojos se entrecerraron de ira, cargados de sospechas. La mirada de la chica siguió a la de Grousammer. Su mano estaba aferrada a una caja grande de cerillas de cocina…