Era difícil para Dirk acostumbrarse a la vida en la Tierra. Tenía que ir al instituto, minimizar el número de castigos que le eran impuestos, evitar al director Grousammer y similares, el Alto Concilio de los Escudos Blancos, la Legión de los Servicios Sociales y a aquellos psicópatas insensatos de Wings y Randle. Fue desgranando los días de agotadora monotonía a su propia manera:

18 de mayo

Odio la forma que tienen aquí de datar las cosas. Cuando asuma el poder, cambiaré los nombres de los meses. A mayo, mes en que fui empujado inconsciente a esta tierra de santurrones, le cambiaré el nombre por «desmayo», mucho más apropiado para mí y confuso para estos humanos. Junio, julio y agosto serán fúnebre, lúgubre y angustia, unos nombres mucho mejores para sus adorados meses de verano y sol, ¿verdad?

28 de mayo desmayo

He congregado a los primeros de entre mis seguidores. Todos los días, en el Antro Infernal que los humanos denominan «instituto», Sooz y Christopher vienen a mi encuentro en los descansos. Hemos formado una especie de caterva que yo llamo «la Corte del Señor Oscuro en el Exilio». La Hija de la Noche, Sooz, y el Hijo de los Tutores Puros, Christopher, son mis lugartenientes, mis serviles cortesanos. No obstante, Sooz y Christopher no parecen valorarlo de la misma manera. El otro día, Christopher dijo que lo hacían porque «es divertido, y nos gusta ir a dar una vuelta contigo, colega, haciendo como si fueras un Señor Oscuro».

¿Divertido? ¿Dar una vuelta? ¿Hacer como si fuera? ¿Y qué es ese término de «colega» que tanto oigo pronunciar? En cualquier caso, comienza a ser evidente que no alcanzan a entender su verdadera situación dentro de mi Corte. Diríase que emplean la mayor parte de su tiempo en reírse cuando se hallan en mi presencia.

Sin embargo, ha de haber también un cierto reconocimiento de mi poder y mi posición, ya que otros niños humanos están intentando adherirse a la Corte del Señor Oscuro en el Exilio.

9 de junio fúnebre

Mi Corte está creciendo. Mis jefes cortesanos, Chris y Sooz, forman mi círculo más íntimo, pero hay otros que van y vienen sin parar como ese «Nutters», el amigo de Chris. Todos ellos buscan deleitarse del oropel majestuoso del Gran Dirk. Algunos incluso me llaman Señor de la Oscuridad u otros títulos que yo les sugiero con mucha sutileza, como Nigromante Supremo, el Oscuro, Señor de los Nueve Infiernos o Lord de las Sombras; no obstante, la mayoría prefiere dirigirse a mí como Lloyd Malasombra, un título producto de una ocurrencia de la Hija de la Noche. Al principio no sabía si enojarme o no, pero he de admitirlo, me hizo reír, y resulta obvio que quienes se dirigen a mí como Lloyd Malasombra parecen hacerlo con respeto. Y con afecto, lo cual resulta de un cierto incordio. ¡Yo me labro mi respeto gracias al miedo! ¡Ordeno y mando con el terror! ¡Por los Dioses del Averno, se supone que no he de gustarle a la gente!

Aun así, esto es por ahora cuanto está en mi mano, y empiezo a disfrutar de nuestras reuniones cortesanas. No me he reído tanto en dos mil años.

17 de junio fúnebre

Hay contratiempos. Mi fama ha atraído la atención de otros jóvenes más corpulentos y agresivos. Sooz los llama «matones descerebrados». Yo los llamo Ogros. Ya he visto antes a los de su calaña, a lo largo y ancho de las Tierras Oscuras. En condiciones normales, son fáciles de controlar, pero desafortunadamente no poseo mis ancestrales poderes y no puedo someterlos a mi voluntad como antaño acostumbraba.

Hay algunos que se limitan a ser burlones, y a esos podemos manejarlos con nuestras réplicas mordaces y astutas. Pero los llamados matones pueden llegar a ponerse lo que Christopher llama «bastante pesaditos» con sus codazos y empujones, rompiendo bolsas y carteras, arrebatando libros o teléfonos, e incluso llegar a levantar la mano o azotar a alguien de manera ocasional u otras amenazas peores que aún están por venir. Por supuesto que tal cosa es insignificante comparada con presentar batalla a los Arcángeles de la Corte Celestial de los Sagrados, o batirse el cobre con el Mago Blanco durante milenios. Pero aun así, diríase que este acoso de los «matones descerebrados» es importante para mis seguidores, pues ellos no conocen otras batallas.

Y aún sufro de esos terrores nocturnos, o albores nocturnos, como me gusta llamarlos a mí. Parece que el Cazador Blanco se cierne sobre mí. Y para rematar las cosas, ¡otro informe!

¡Condenados sean estos profesores santurrones y se pudran para toda la eternidad en mis Mazmorras del Destino!

19 de junio fúnebre

La situación empeora. ¡Esos matones orcos descerebrados están empezando a meterse conmigo! ¡Ultraje! Hacen comentarios del estilo: «¡Ahí va el Señor Majadero!», o «Allá va el 404», o «Mira, es el Majadero Solitario», o «Eh, Dirk, ¿cómo se lleva lo de ser un colgao?».

Comienzo a dominar esa verdadera maravilla que es la tecnología informática, de manera que ya sé lo que es un error 404 en Internet, pero ¿qué es un Majadero Solitario? Ya se lo preguntaré a Christopher… él lo sabrá.

Sea como fuere, la cuestión es que no se están dirigiendo a mí en la forma debida, no estoy recibiendo el respeto que merezco. De hecho, se están «pasando conmigo», según lo llama Sooz. Ocurre casi todos los días. Es intolerable y no puede proseguir. Tendré que hacer algo al respecto. Y creo que ya sé lo que haré.

Comentario del profesor:

Dirk es un alumno difícil, pero es también uno de los más dotados para las ciencias que jamás he tenido. El auténtico problema no guarda relación con su aprendizaje o sus aptitudes para la ciencia. «Crear la toxina más mortífera conocida por el hombre» difícilmente puede considerarse un trabajo de ciencias apropiado. Y al crear su propia marca de pegamento de contacto y utilizarlo para adherir los zapatos del director al estrado del salón de actos casi consigue que lo expulsen.

Al día siguiente, en la escuela, Dirk caminaba por el pasillo en dirección al aula. Allá frente a él emergían el peor matón de su curso, Phil Miller, y sus dos compinches, Dave Murray y Jon Chu. Phil Miller era un muchachote grande, mucho más que Dirk por un margen más que amplio. Los tres se detuvieron en medio del pasillo y lo bloquearon. Dirk elevó la mirada, hizo un desdeñoso gesto negativo con la cabeza e intentó dejarlos atrás, pero Phil Miller le propinó un empujón que lo devolvió a su posición inicial, y le dijo:

—Ah, no. No tan rápido, Señor Majadero, loco pringao.

—Apartad de mi camino, ser sin cerebro —respondió Dirk.

Aunque Phil Miller se alzaba sobre él como lo haría un ogro sobre el trasgo más diminuto, Dirk no se amilanó un ápice. Aquello pareció enfurecer aún más a Phil Miller: ¿por qué no le tenía miedo aquel canijo mequetrefe?

—¡Tú, bicho raro! —gritó a Dirk y le dio otro agresivo empujón en el pecho.

Dirk entrecerró los ojos de ira y, en el tono de voz más elevado y claro posible para que todo aquel presente en los alrededores pudiese oírle, dijo:

—Phil, creo que fuisteis particularmente considerado ayer al quedaros en casa a ayudar a vuestra mamá a glasear esa tarta en lugar de salir a jugar al fútbol con vuestros compinches…

La mandíbula de Phil Miller se abrió de golpe.

—¿Cómo lo has sabido…? —farfulló.

—Ese corazoncito rosa de azúcar fue un detalle encantador… Fascinará a las amigas de vuestra hermanita pequeña —añadió Dirk.

A Jon Chu le entró la risilla. Dave Murray, sin embargo, parecía un poco molesto.

—Dijiste que no podías venir a darle al balón porque estabas castigado por haber roto una ventana —dijo, apuntando un dedo acusador hacia Phil.

—No. Yo… ¡Estaba castigado! —protestó Phil, al que habían pillado desprevenido.

—Azúcar glaseado rosa —dijo Jon entre risas—. ¡Eso sí que es de nenazas!

—No, no… ¡Además, no era rosa, era rojo! —dijo Phil.

—¡Entonces sí que te quedaste en casa a glasear una tarta en lugar de jugar al fútbol! —afirmó Dave.

—Eeeh… mmm… —Phil Miller se puso rojo como un tomate.

—El nene de mamá, ¿eh? —se burló Jon.

La conversación prosiguió, con unos Jon y Dave que cada vez le tomaban más el pelo a Phil. Mientras esto sucedía, Dirk prosiguió discretamente su camino. Cuando hubo alcanzado el final del pasillo, Phil gritó a su espalda:

—¡Esta me la vas a pagar, majadero!

—¿No creéis que a vuestros amigos quizá les gustaría que les hablaseis de ese pijama de los Power Rangers que aún guardáis debajo de la almohada? —contestó Dirk al instante, bien seguro de que en su voz no hubiese el menor signo de temor. Esto provocó más risas aún, además del efecto añadido de cerrarle la boca a Miller.

Aquel altercado con Miller pronto llegaría a oídos de toda la escuela, cómo Dirk lo había ventilado tan solo con sus palabras. Se produjeron algunos intentos más de poner a prueba a Dirk a cargo de otros similares a Phil Miller, pero muy pronto cesaron ya que, cada vez que iban a por él o le voceaban, Dirk revelaba algo que fuese muy, muy vergonzoso para ellos. Simplemente, no les merecía la pena. Nadie pudo descubrir cómo Dirk sabía todo aquello de esa gente, pero lo sabía, y siempre era cierto.

Un día, Christopher y Sooz preguntaron a Dirk cómo se había enterado de todas aquellas cuestiones tan personales sobre la gente.

—Nigromancia —respondió él dando por hecho lo evidente—. Los muertos saben todo lo que traspasa su plano dimensional, es solo cuestión de invocar los espíritus de los caídos y obligarles a contarte todos sus secretos.

—Por supuesto, claro, ¡cómo iba a ser de otra manera! —había respondido Christopher, y todos se habían reído. Y esa se convirtió en la versión oficial que recorrió el instituto, aunque nadie se la creyera, por supuesto.

Dirk empezaba a hacerse un hueco a su propia manera. No obstante, había un grupo con el que aún tenía problemas, los Cachas, como se hacían llamar ellos mismos a partir de un término empleado en las películas y series de televisión sobre adolescentes norteamericanos.

Se te tenían que dar verdaderamente bien los deportes para entrar en los Cachas, que miraban por encima del hombro a todo aquel que no jugase bien a algo y, además, se metían de manera especial con los empollones. Y Dirk era un poco empollón. Estaba aprendiendo todo lo relativo a los ordenadores con bastante rapidez, y ya era el campeón de ajedrez del instituto. Además, le encantaban ciertas cosas muy de empollones como los naipes, la magia y los libros interactivos o los juegos de rol fantásticos. «¿Por qué el malo es siempre el Señor Oscuro?», se le oía decir a menudo, presa de un genuino asombro.

Y Dirk no era en absoluto bueno en el fútbol ni en el cricket, ni en cualquier otro deporte. Dirk afirmaba que la razón se debía a que no se acostumbraba a encontrarse en el débil cuerpo de un niño humano, y a que echaba de menos sus cuernos, sus grandes colmillos y su extraordinaria fuerza. Los demás decían que se debía a que era malo, sin más.

El líder de los Cachas era Sal Malik, a la sazón capitán del primer equipo de cricket del Instituto Whiteshields. Era también muy apuesto; y cinturón negro de kárate. La mayoría de los alumnos lo admiraba. Un día, Dirk estaba esperando a ser elegido para jugar un partido de cricket en el instituto, si bien no se trataba de una competición oficial, tan solo unas prácticas y entrenamientos. Odiaba esperar a que lo eligiesen, allí, con los demás chicos: solía ser de los últimos escogidos, algo que a él le parecía una humillación innecesaria. Al fin y al cabo, debía ser él quien infligiese las humillaciones, y no al revés. De todas formas, ni siquiera le gustaba participar en aquellos juegos estúpidos.

Sería diferente, no cabe la menor duda, si hubiera contado con un equipo de ogros jugadores de rugby, futbolistas supervillanos o vampiros jugadores de cricket, por poner un ejemplo. La idea le sugirió ciertas cuestiones de interés: ¿se considera falta beberse la sangre del lanzador contrario en el cricket? Una horda de delanteros ogros harían una melé de rugby imparable, pero ¿se lo permitiría el reglamento? Y el doctor Octopus, ¿sería quizá el mejor portero de fútbol del mundo?

Había valorado la posibilidad de no presentarse a jugar, pero hacer novillos solo conseguiría atraer más sobre sí la atención de los legionarios de la señorita Cloy, y de esos psicópatas infantiles e insensatos de Wings y Randle, algo de lo que podía sin duda prescindir. De manera que lo soportó. Finalmente, era el único que faltaba ya por elegir, y Sal Malik se vio obligado a incluirlo en su equipo. Dirk se sentía molesto y humillado, pero se lo guardó para sí. Como contrapartida, empezó a pergeñar elaboradas fantasías de venganza en su cabeza, algo que le hizo sentirse un poco mejor, algo que había estado haciendo mucho últimamente.

Comenzó el partido: al equipo de Sal le tocaba lanzar la pelota y cubrir el campo. A Dirk lo enviaron a una esquina lejana, donde se pensaban que estorbaría lo menos posible. Dirk hizo lo que solía hacer en tales circunstancias: soñar despierto (o soñar no-muerto, como él prefería llamarlo), elaborar complicadas estrategias para dominar el mundo, golpes maestros, hostiles intentonas de hacerse con el poder y cosas por el estilo. En ese momento, el bateador golpeó la pelota hacia él. Dirk tenía que recogerla y lanzarla de vuelta, aunque lo hizo demasiado lento a juzgar por los comentarios de sus compañeros de equipo. Eso sí, esta vez no se le cayó al suelo. Esto hizo que se tomase un cierto interés por el juego, y comenzara a advertir ciertos detalles.

Durante un descanso para ir a beber, se encaminó hasta Sal Malik y le habló de manera solemne:

—¡Señor de los Deportes Sal Malik, escuchad mis palabras!

Inexpresivo, Sal le miró fijamente. Dirk había captado su atención, de modo que regresó a un lenguaje algo más normal (algo en lo que había estado trabajando de forma reciente) y dijo:

—Ese bateador al que parece que no somos capaces de eliminar… es zurdo, ¿cierto?

Sal le miró de un modo inquisitivo, con una ceja levantada, como si aún no terminara de creerse que Dirk se hubiera dirigido a él.

Dirk prosiguió:

—Bien, parece ser realmente bueno con esa cachiporra de madera… mmm, quiero decir con ese bate, sobre su lado derecho. Es a ese punto donde la mayoría de los lanzadores suele enviar la pelota cuando el bateador es diestro, así que él lo ha practicado mucho. Vamos a dejar que Brownie sea el lanzador un rato: es lento, pero muy preciso, y digámosle que apunte a su izquierda, donde el bateador tendría las piernas si fuera diestro. Esto debería conseguirnos un par de buenos golpes, y su movimiento de pies es realmente malo por ese lado. Así quizá logremos que le dé mal una o dos veces, y tendremos la oportunidad de cazar la pelota al vuelo y eliminarlo.

Sal frunció el ceño. No solo no podía creer que Dirk le hubiese hablado, tampoco era capaz de creerse lo que le había dicho… al fin y al cabo, se supone que los empollones no saben nada de deportes, ¿no?

Dirk continuó:

—Situad un par de receptores subalternos detrás del bateador y un par de esclavos de campo por aquella parte —dijo mientras señalaba ciertas zonas del terreno de juego.

Los ojos de Sal seguían al dedo de Dirk.

—Ah, te refieres a un par de receptores internos y un par de jugadores de campo —respondió Sal, que procesó de manera automática el esquema táctico sugerido, a pesar de su sorpresa.

—Así es, efectivamente, como vos decís —remató Dirk.

Sal se quedó mirándolo perplejo un poco más, y, a continuación, entrecerró los ojos con aspecto pensativo y se marchó a hablar con algunos de sus jugadores. Cuando se reinició el partido, Dirk contempló el gratificante hecho de que Sal llevase a cabo los cambios que él había sugerido. Y quién lo iba a decir, el bateador quedó eliminado en la siguiente tanda, de un modo casi exacto al que Dirk había pronosticado.

A lo largo del partido, Sal le llegó a pedir consejo a Dirk en varias ocasiones, y la mayoría de las veces, lo que él sugería tenía sentido. Al fin y al cabo, poseía unos conocimientos innatos de estrategia, y hacía un buen uso de ellos. Finalmente ganaron el partido, y Sal no fue tan orgulloso ni arrogante como para no reconocer que Dirk había tenido mucho que ver en ello. Ganar lo era todo para Sal, y él no iba a desperdiciar una oportunidad de mejorar sus estadísticas como capitán solo porque el consejo que estaba recibiendo provenía de un pirado de la informática.

De manera que Dirk y Sal trabaron una amistad inverosímil; cuando se encontraban, lo hacían como por accidente, aunque ambos habían llegado a un acuerdo más o menos tácito para hacerlo así. Sal no deseaba que los Cachas supiesen que se estaba haciendo amigo del «rey de los superempollones». Por tanto, lo que hacían era algo así como «toparse» el uno con el otro frente a una de las máquinas expendedoras, o junto a la tapia trasera del instituto, la que lindaba con los parterres municipales, como si diese la casualidad de que ambos se encontraban allí al mismo tiempo «admirando» el huerto del director (es decir, soñando con la forma de colarse ahí y arrasarlo: el huerto de Grousammer había sufrido tantos pillajes que el director lo había rodeado de alambre de espino para mantener a los vándalos a raya).

Sal y Dirk hablaban de deportes, pero no en conversaciones del tipo «yo soy del Manchester United, y odio al Arsenal», o «no hay nadie como Wayne Rooney», sino con verdaderas charlas serias sobre táctica y estrategia, en especial de fútbol y de cricket, los principales focos de interés para Sal. Dirk estudió aquellos deportes detenidamente. Era muy importante para él cultivar su relación con Sal: suponía un camino para lograr la total aceptación en el instituto; y, una vez la hubiese logrado, contaría con la plataforma perfecta sobre la cual extender su ámbito de influencia.

De ese modo, Dirk se hizo mejor y mejor en tácticas. Un tiempo después, se encontró con que los capitanes lo escogían a él el primero por lo valioso de su conocimiento estratégico. Sal nombró a Dirk, además, su vicecapitán. Sal era como el rey Arturo, y Dirk era su Merlín. Llegó a intentar, incluso, que admitieran a Dirk en el primer equipo oficial de cricket del instituto, pero tal cosa no resultó posible, pues la selección la hacía el profesor de deportes, y jugaras como jugases, Dirk simplemente no era lo bastante bueno como para ganarse un puesto por derecho propio. Al menos por el momento. No obstante, sí era lo bastante bueno como para ser el anotador oficial, de forma que siempre se hallaba junto a las líneas laterales, preparado para aconsejar a Sal sobre dónde situar a los jugadores de campo, o cómo sacar provecho de las debilidades de la alineación del contrario.

Dirk estaba bastante satisfecho con su posición como vicecapitán/consejero/Merlín. Por supuesto que hubiera preferido hallarse al mando absoluto, pero reconocía que carecía de las condiciones físicas necesarias para tal papel. Lo que sí tenía era una considerable influencia, y a él le iba perfecto ser quien tirase de los hilos en la sombra. Y algo más importante: Sal y él se hicieron amigos, o algo así, y le proporcionaba protección (influencia, incluso) con los del estilo de los Cachas. Para Dirk se trataba de una alianza estratégica de gran magnitud.

El instituto ganó más y más partidos, y comenzó a ascender en la clasificación de la liga escolar.

Sal empezó a depender más y más de Dirk, de manera que su relación cambió de forma sutil. Dirk comenzó a llevar las riendas, y sus encuentros ya no fueron «en secreto».

Ahora, era Sal quien había de ir hasta Dirk y formar parte de su Corte, ir por ahí con gente como Sooz y Christopher, y con algunos genios del ajedrez, pirados del Warhammer, friquis de la informática, fanáticos de los juegos de rol, góticos, etcétera.

Y así fue como Dirk se labró una posición en el instituto. Y lo comentaba en su diario, a su manera:

29 de junio fúnebre

Christopher puede ser muy útil en el instituto. Explica muy bien mis órdenes a mi servidumbre de lacayos. No todos obran como se les dice… En los viejos tiempos habría aniquilado sin más a uno de ellos como ejemplo para el resto. La joven humana, sin embargo, obra bien. Christopher dice que «está por mí».

Yo pensé que se refería a que va a por mí, con pretensiones de hacerse con el poder por medio de algún golpe maestro, pero él me explicó que en realidad significa que «le gusto». Hasta donde alcanza mi conocimiento, esto puede resultar de una gran utilidad. Obedecerá mis órdenes, pero no a causa del temor, sino porque ella así lo deseará.

Quizá tenga la posibilidad de utilizar esta nueva vía como medio para obrar mi voluntad.

Por otro lado, he recompensado a Christopher con el nombramiento de lugarteniente en jefe, pero se sigue negando a llamarme «Señor». En condiciones normales sería castigado, pero, por desgracia, necesito su ayuda para hallarle algo de sentido a este extraño mundo en que me encuentro. Quizá, si conquistase la Tierra, o si me lo llevase conmigo de regreso a las Tierras Oscuras, entonces sí podría castigarle como es debido; pero por ahora debo ser «amable» con él, algo que me resulta difícil.

Entretanto, he ideado un excelente plan para la conquista del instituto.

Notas:

1: Hallar un modo de traer un ejército de orcos, trasgos y espectros a la Tierra. ¿Crearlos aquí, tal vez?

El móvil de Sooz empezó a escupir el último tema de Angelbile, que ella se había puesto como tono de llamada: una canción llamada «Para qué morir, si tú no mueres conmigo» que había llegado al número dos de las listas de éxitos de música gótica. Sooz comprobó quién llamaba y lo cogió.

—Hola, Chris —dijo muy animosa.

—Hola, Sooz —dijo Chris—. ¿Sabes qué?

—¿Qué?

—¡Mi padre me ha regalado entradas para Morti! ¿Vas a querer venir? —preguntó Chris.

—¡Morti! Bah… no sé… mmm… ¿irá Dirk? —dijo Sooz.

—Bueno… sí, digo yo que vendrá —respondió Chris.

—Ah, vale, entonces sí, me encantaría ir —dijo Sooz.

—¿Es que si Dirk no viniese entonces tú tampoco vendrías? ¿Es eso?

—No, no, claro que iría —se apresuró a responder Sooz en un tono poco convincente.

—Sí, claro —dijo Chris con cierta amargura.

—Que no, de verdad… mmm, por cierto, ¿te has enterado de lo de ese informe con notas y todo sobre el director? —le preguntó Sooz, cambiando de tema.

—Sí, algo he oído —dijo Chris un tanto molesto, aunque se iba metiendo poco a poco en la emoción de aquel episodio: la historia se había extendido por el instituto como la pólvora, junto con muchas fotocopias de un informe bastante impertinente y maleducado sobre el director—. Es fantástico, ¿verdad? Groseromer se pondría como una fiera al verlo, ¿no?

—Fue Dirk, ¿verdad que sí? Eso es lo que dicen en el instituto —preguntó Sooz.

—Sí, ya te digo que fue él —contestó Chris—. Robó un informe en blanco y lo rellenó de su puño y letra.

—¿Qué robó uno? ¿Cómo? —preguntó Sooz.

—¡No te lo vas a creer! Verás, va y me dice que se las ha ingeniado para que le funcione un embrujo o algo así. O por decirlo en el idioma de Dirk, fue algo como: «Mi Ingenio Perverso no conoce límites, pues he conseguido que uno de mis encantamientos, el conjuro de la Mano Siniestra, funcione aquí, en esta dimensión sumida en la ignorancia que vosotros insignificantes humanos denomináis “la Tierra”. Juó, jo, jo».

—¡Ja, ja, qué bueno, Chris, sí que suena clavado a él! ¿Y qué es lo que hace ese hechizo? —quiso saber Sooz.

—Eso sí que es raro. Dice que le permite desprenderse de su mano izquierda y enviarla por ahí sola.

—¿Qué? ¡Puaj!

—¡Sí! Así que dice que se quitó el antebrazo izquierdo y lo envió a trepar por la ventana del despacho de Groseromer para mangar un informe —dijo Chris.

—¡Ya, no me lo creo! —respondió Sooz.

—¡Eso le dije yo! «¡Ni de coña, tío!». Pero entonces… entonces…

—¿Entonces qué? —preguntó Sooz, fascinada.

—Pues… yo había ido a verle a su habitación, ¿vale? Pues no recuerdo haberle visto la mano izquierda cuando estuve allí. Es verdad que podría haberse bajado mucho la manga y eso, pero tengo que reconocer que no lo parecía. Entonces, los ojos se le pusieron vidriosos. Más tarde me dijo que estaba «dirigiendo la mano con el poder de su ánima».

—¡El poder de su ánima! Uuuooo, qué espeluznante, ¡pero se sale! Y me encanta el nombre, ¡la Mano Siniestra! —dijo Sooz, regodeándose.

—Sí, sí, típico de Dirk… pero da igual, me llamó mi madre y tuve que irme. Más tarde vi a Dirk, y tenía un informe en blanco. Aunque lo realmente extraño era que su brazo izquierdo tenía un aspecto bastante pálido y verdoso, y estaba claro que le dolía. ¡Hasta con una cicatriz y todo! Justo por encima del codo, roja, muy fea e hinchada.

—Guau… —dijo Sooz—. Es decir… que… que no puede ser verdad, ¿no?

—Pues… no lo sé. Se podría haber pintado la cicatriz, digo yo. Tiene que habérsela pintado, seguro, ¿verdad que sí?

—Claro —dijo Sooz, que intentaba mostrarse segura—. Por supuesto que se la tiene que haber… es decir, ¿podría realmente haber enviado por ahí su mano con un hechizo mágico? ¿En serio?