Dirk soñaba con un par de ojos dorados que le observaban sin parpadear, hambrientos, a través de una niebla blanquecina. La mirada torva de aquellos ojos refulgía, le buscaba, le perseguía, pretendía darle caza. Dirk sabía que tenía que huir, escapar de aquellos ojos implacables, terribles, pues venían tras él y solo a por él. Tal pensamiento le llenó de terror, un miedo horrible que se aferraba a su alma oscura en una pavorosa perversión, un temor que no estaba acostumbrado a experimentar. Allí, atrapado en el cuerpo de un pobre muchacho humano, era vulnerable, había perdido sus poderes. Aquella cosa, aquel monstruo con sus detestables ojos de amarillenta fatalidad, venía a por él, ¡y lo destruiría para siempre!

Se despertó con un sobresalto. Solo era un sueño. Una de las hembras humanas que ellos denominaban «enfermeras» le había despertado. Dejó frente a él lo que llamaban «desayuno»: huevos, beicon y pan tostado. Cayó en la cuenta de que estaba desaforadamente hambriento y se dio un atracón, ahora que las pesadillas con ojos amarillentos ya se desvanecían. Estaba acostumbrado a la carne asada de sus adversarios caídos, pero, por alguna razón, la sola idea le había revuelto el estómago. Imaginó que sus exigencias culinarias se veían ahora dominadas por las necesidades de un cachorro humano de trece años. «Qué insulso», pensó.

Un poco más tarde, la señorita Cloy, comandante local de la Legión de los Servicios Sociales, vino a verle. Para entonces él ya se encontraba recuperado, se sentía bastante bien, teniéndolo todo en consideración. Podía caminar, hablar y en general hacer sin sentir náuseas todo lo que podían hacer los jóvenes humanos. Ojalá no fuesen de una debilidad tan patética. ¿Es que no podía haber tenido el cuerpo de un infante orco o de una cría de dragón? A esa misma edad, ambos eran capaces de partir en dos a un humano.

La señorita Cloy comenzó a hablar, y así se entrometió en sus cavilaciones.

—¡Buenos días, Dirk! Traigo buenas noticias: hemos tenido que trabajar mucho, pero conseguimos que un juez nos arreglara todo anoche. Has pasado a encontrarte bajo tutela judicial de la corte de menores, y te llevaremos con una familia de acogida antes de que termine el día.

—Los días jamás son buenos, señorita Cloy. ¿Y decís vos que os las habéis arreglado para dar con cierta autoridad mágica que actúe contra mis poderes oscuros? ¡Eso ya lo veremos, insignificante hembra humana! —dijo Dirk, y levantó las manos muy por encima de la cabeza, preparando un fogonazo de Conjuro Espectral con el que fulminarla por completo. Pero, por supuesto, nada sucedió. Regresó a sentarse en la cama hundido en el desaliento.

—Sí, sí, Dirk, muy divertido. Ahora intenta dejar las bromas por un momento y escucha. Vamos a llevarte con los Purejoie, un matrimonio joven y encantador que ya tiene un hijo, un chico de tu edad que se llama Christopher. ¿No es estupendo? Con un poco de suerte, os podréis hacer amigos.

«Quizá sea cierto y hayan logrado algún tipo de protección mágica», pensó Dirk en un intento por aislarse del estúpido parloteo de la señorita Cloy. La tutela de la corte… ¿La Corte Celestial de los Sagrados, quizá? Esa tutela sí que sería difícil de romper, pero habría de encontrar alguna forma.

La señorita Cloy continuaba hablando.

—Ella es vicaria en la iglesia local, y el señor Purejoie es doctor. Una gente encantadora. Ya tienen una habitación para ti. Nos hemos ocupado de todo.

—¿Vicaria? ¿Qué es un vicario? —preguntó Dirk—. ¿Y él, de qué artes arcanas es doctor? ¿Brujería? ¿Magia ritual? ¿De qué cosa?

La señorita Cloy se quedó mirándolo con una cara bastante rara, sin tener la certeza de que estuviera hablando en serio.

—Eeeh, bueno, es doctor en medicina, médico de cabecera, en realidad. Y un vicario es como un sacerdote, ya sabes, de la Iglesia.

Dirk la miraba fijamente mientras iba asimilándolo. «Doctor en medicina… ¿un curandero, eh? Bah, qué desperdicio de intelecto. Un hombre así debería de ser fácil de manipular. Pero las iglesias… eso sí es interesante. Si tienen iglesias, ¡significa que han de tener dioses!». Quizá pudiese encontrar uno lo suficientemente poderoso, ofrecerle un sacrificio —humano, por supuesto— y tal vez el dios lo devolviese a su propia dimensión, puede incluso que lo enviase en su cuerpo original. Las noticias sí eran alentadoras.

—Habladme del templo en el que la señora Purejoie es sacerdotisa. ¿A qué tipo de dios sirve ella? —preguntó Dirk con entusiasmo—. ¿Qué tipo de sacrificios acepta ese dios? ¿Vírgenes? ¿Primogénitos? ¿Los corazones de los inocentes y de aquellos libres de pecado?

La señorita Cloy ya había decidido hacer caso omiso de cualquier cosa demasiado estrambótica que dijese Dirk, de manera que se limitó a responder a la primera parte de la pregunta:

—Pues bien, eso tendrás que preguntárselo a ella. Para empezar, no se trata de un templo, sino de la Iglesia de Inglaterra. La señora Purejoie estará en disposición de hablarte al respecto —volvió a mirar a Dirk de aquella manera—. ¿De verdad que nunca antes has oído hablar de un vicario, o de la Iglesia de Inglaterra?

—Por supuesto que no —replicó Dirk—. Fui arrojado aquí contra mi voluntad y desde otra dimensión, donde yo era un poderoso señor de muchas tierras que infundía terror, como ya os dije, y…

La señorita Cloy le interrumpió.

—Sí, querido, por supuesto que sí. Bueno, ahora mismo eres un muchachito, y ya es hora de que te quitemos ese pijama de hospital y te vistamos con esta ropa que te hemos traído —dejó sobre la cama unas vestiduras de aburridos colores—. Vaqueros, zapatillas de deporte, camiseta y cazadora. Todo nuevo. Te gustará.

Dirk se quedó mirando con incredulidad aquellos ropajes tan curiosos. Unos pantalones azules ásperos, unos zapatos blancos y absurdos con cordones y una pieza barata de una especie de algodón tintado. La chaqueta era roja y tenía el aspecto de algo que hubiesen llevado puesto los bufones de Old Mylorn… es decir, hasta que sus legiones de orcos quemaron el lugar y lo redujeron a cenizas, claro está.

—No vestiré tales ropas de mal gusto —dijo Dirk—. ¿Dónde se halla mi Capa de la Noche Infinita? ¡Traédmela de inmediato, insignificante hembra humana! —le ordenó.

La señorita Cloy le lanzó una mirada fulminante.

—¡A mí no me hables así, jovencito! —le soltó ella—. Mi nombre es señorita Cloy. Puedes llamarme Jane, si lo prefieres, ¡pero no voy a consentir que se me llame «hembra humana»! Tu capa de mago te espera colgada en tu habitación en casa de tus custodios y tutores, los Purejoie.

Dirk se mostró desconcertado. ¿Es que la mujer no sabía ante quién se hallaba? Comenzó a repasar mentalmente los diversos castigos a los que la sometería con el objeto de corregir su comportamiento, pero se volvió a echar un vistazo a sí mismo. Le estaba costando acostumbrarse a aquello, al estado de impotencia en el que se encontraba. ¡Qué extraño era verse sometido al poder de otros! De algún modo habría que cambiar las cosas. Entonces tuvo otro pensamiento: custodios y tutores. Estaba claro que lo iban a situar bajo la custodia de algún tipo de centinelas conocidos como los Tutores. A él ya lo habían vigilado centinelas con anterioridad, pero siempre había hallado la forma de darles esquinazo, tuvieran los poderes que tuviesen, y decidió que esta vez no sería muy diferente. Por ahora, sería mejor seguir el juego, hasta que tuviese la posibilidad de aprender algo más sobre aquellos guardianes. Había perdido sus poderes, pero aún contaba con su intelecto, ¡su Ingenio Perverso! Encontraría la manera de salir de allí.

—Como vos deseéis, señorita Cloy —dijo en su mejor tono de voz «autoritario pero educado».

—Gracias, Dirk —dijo ella—. Volveré en unos minutos, en cuanto te hayas cambiado de ropa —y salió de la habitación.

Cauteloso, Dirk tomó las prendas y comenzó a vestirse. Los pantalones vaqueros parecían resistentes, pero nada que se asemejase a una buena armadura de cuero ennegrecido, o al caparazón de los gigantescos Escarabajos de Combate de Borion, criados a lo largo de milenios por los sabios hombres de aquella ciudad… es decir, hasta que sus espectros alados arrasaron la ciudad y esclavizaron a su población, claro está. No obstante, conservó los tanques donde los criaban.

Dirk hizo a un lado los recuerdos. ¿De qué le servía ahora detenerse a pensar en las glorias pasadas? Tenía que ser fuerte, y eso significaba concentrarse en los problemas más inmediatos. Mientras se vestía, Dirk pudo oír a la señorita Cloy hablar con alguien al otro lado de la puerta. Hizo un esfuerzo por entender lo que decía.

—Cualquiera que sea el trauma que ha sufrido, no da muestras de estar remitiendo. Sigue sumido en el delirio más completo, se aferra a la idea de que es de otro mundo, y eso en realidad tiene sentido: si es de otro mundo, no se ve obligado a enfrentarse a la realidad de este. Lo que sea que le haya sucedido tiene que ser bastante horrible, pobre chico. Al menos está respondiendo al nombre de Dirk y ya no insiste en que es «Dark», todo un signo de progreso.

Entonces oyó una voz de hombre; se diría que sonaba a la de Wings.

—Sí, es un caso fascinante. Ha habido casos de trastornos de identidad disociativos similares a este, a menudo provocados por algún tipo de trauma físico y mental, pero ninguno en el que la personalidad nueva haya sido extraída de una mitología moderna de un modo tan completo. La creación de los Escudos Blancos como sus enemigos está muy bien inspirada. Cualquiera que fuese su trauma, pondría la mano en el fuego por que está relacionado con este pueblo de alguna manera. Deberíamos pensar en los tratamientos: psicoterapia, terapia cognitiva, quizá…

Sus voces se iban desvaneciendo conforme ellos se alejaban. Dirk se sintió destrozado. Nadie le creía, era obvio que solamente pensaban que estaba loco. ¡Maldito fuese el Mago Blanco! Hasdruban era astuto, oh, menudo astuto que era. La derrota de Dirk resultaba absoluta, qué castigo más cruel, ser entregado a sus enemigos en un estado tal que ni siquiera le reconocían como quien era, y lo trataban como si estuviese loco. Qué humillación más completamente absoluta. Ahora era insignificante, ya no suponía una amenaza, una triste nada, un humano, ¡un niño humano incluso, un niño humano demente! Hubiera sido mejor que le hubiesen asesinado sin más.

Dirk hizo una pausa. Quizá Hasdruban no lo había matado porque en realidad no podía hacerlo. Quizá fuese algo tan simple como que no era lo suficientemente poderoso para matarle. Aquel pensamiento le dio algo de esperanza. Quizá aquel exilio era lo mejor que podía hacer Hasdruban. La determinación y la firmeza florecieron en su corazón oscuro como una rosa negra, y declamó para sí, en voz alta:

—¡Por el Poder de los Nueve Infiernos que hallaré una forma de vencer esta maldición y de regresar a mi tierra con poderosa majestuosidad y sortilegios tan potentes como jamás se hubiese visto antes! ¡Y lamentarán con amargura el día en que se cruzaron conmigo! Pues Yo soy el Señor Oscuro… mmm…

Sin embargo, no fue capaz de recordar su verdadero nombre, y su terrible voto se desvaneció en la vaguedad. «Dark Lord Dirk» no llegaba a sonar convincente, que digamos.