LII

Sombras opacas. La negrura más densa y completa.

Al principio no pasó nada. Luego, lentamente, un pequeño chispazo de luz, casi un destello imperceptible, perforó tímidamente la oscuridad más absoluta e impenetrable que un ser humano pudiese imaginar. De hecho, era una oscuridad antigua, malvada y sabia; mucho, muchísimo más densa y profunda que nada que tuviese relación con el hombre. Aquel tímido destello, aquel fogonazo, crecía alrededor de la silueta de una mujer arrodillada en el suelo que protegía un pequeño bulto contra el pecho. Lentamente, el brillo tembloroso fue creciendo, hasta empezar a refulgir como un puñado de luciérnagas después de una tormenta.

Kate exhaló el aire de sus pulmones y se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración hasta aquel momento. Temerosa, levantó la vista. A su alrededor había caído una noche sin estrellas. No había ni el más mínimo rayo de luz, excepto la claridad que parecía emanar del aire que la rodeaba, y gracias a la que podía ver unos veinte metros a su alrededor. Más allá, algo invisible y denso se arremolinaba, furioso, incapaz de atravesar el halo invisible que la protegía como una burbuja.

Echó un vistazo por la borda. La tormenta que había estado sacudiendo el barco hasta apenas un minuto antes se había esfumado como por arte de magia. La superficie del Atlántico estaba lisa como un espejo. Era un enorme charco de oscuridad que se perdía más allá de su vista.

Miró a su alrededor. El Valkirie estaba como siempre. Casi como siempre, se corrigió en seguida.

El barco parecía el mismo, pero había docenas de sutiles cambios a su alrededor. Las planchas del costado destrozadas por la tormenta estaban de nuevo en su sitio, y el bote que había lanzado a Moore al mar volvía a estar trincado como si nunca se hubiese movido. El suelo de madera de teca estaba exactamente igual, pero con un tono de barniz diferente, apenas un grado o dos más claro, distinto al que tenía bajo sus pies apenas un minuto antes.

Kate se levantó, desorientada y confusa, y sólo entonces advirtió que el cadáver de Feldman había desaparecido. No estaba allí.

Era imposible. Sin duda, habría caminado unos cuantos metros sin darse cuenta cuando las sombras la alcanzaron. Anduvo un trecho en un sentido y en otro de la cubierta, pero no encontró ni el menor rastro de Feldman, ni una sola mancha de sangre. El paseo estaba impoluto, como recién salido del astillero.

Trató de relajarse. La atmósfera era densa, caliente y pesada. No había nada parecido a una brisa en el ambiente, donde el único aire que se movía era el que generaba ella al andar. Todos los sonidos estaban como amortiguados, en un entorno inmóvil e inerte. Kate estaba segura de que las sombras eran las responsables de aquella situación.

De repente se detuvo, al ubicar mentalmente aquella situación. «Es como estar metida dentro de una fotografía —pensó—. Atrapados en un momento en el tiempo».

La impresión fue tan brutal como un puñetazo. Kate jadeó, asombrada. Estaba atrapada. La pregunta no era sólo dónde, sino también cuándo.

Dio un paso atrás y su espalda tropezó contra un bulto que sobresalía de la pared. Se giró como una cobra y vio que se trataba de uno de los flotadores salvavidas del barco. Suspiró aliviada, pero de golpe su sonrisa se quedó congelada en el aire como si hubiese tragado un litro de hiel.

Porque justo debajo del nombre del barco y del emblema de la KDF, campeaba una orgullosa águila de alas extendidas que sostenía entre sus garras una esvástica roja como la sangre.

Kate no podía respirar. Se ahogaba. Su pie derecho tropezó con la urna donde habían estado las cenizas de Robert y ésta rodó con un sonido hueco. El recipiente, con minúsculos rastros de ceniza adheridos en su interior, emitía un débil brillo en medio de las sombras, cada vez más débil. Kate levantó su mano y la contempló. Su piel parecía brillar con luz propia, como si todas y cada una de las células de su cuerpo se hubiesen convertido en una pequeña central eléctrica empeñada en suministrar luz a una ciudad sitiada.

Ella.

Ella emitía la luz, no Robert. No tenía ningún sentido.

Algo se removió entre las sombras, que se apartaron para dejar paso. Era una mancha oscura que destacaba contra el fondo negro y sin estrellas. Una mancha que avanzaba hacia ella destilando rabia e incomprensión.

¡No puedes resistirte a mí! Él ya no está. Tú no tienes poder para enfrentarte a mi voluntad.

Un zarcillo de oscuridad salió disparado hacia Kate, pero antes de alcanzarla tropezó con el halo de luz que la envolvía y se deshizo en una mezcla de ceniza y humo, en medio de un aullido de dolor.

¡No puedes!

La voz de ella sonaba con la fuerza de un huracán por encima de los gemidos inquietos del ejército de sombras que la seguía.

¡No puedes, maldita zorra! ¡No es posible! ¡Él ya no está!

—Él sí que está, mala puta —mintió Kate poniendo sus músculos en tensión—. Sólo que aún no sabes dónde.

Y sin darse tiempo a pensar se lanzó a la carrera entre la negrura.

Al atravesar el manto de sombras notó una intensa sensación de frío, tan penetrante que le empezaron a arder los pulmones y todos los poros de su piel se erizaron al momento. Sin embargo, no se detuvo. Era consciente de que su tiempo se acababa.

Ella se removió a sus espaldas con tanta violencia que el salvavidas salió disparado de la pared, como arrastrado por una mano invisible, y el bote colgado sobre el paseo se destrincó por segunda vez en diez minutos (o, mejor dicho, por primera vez). Al caer, el bote impactó contra la borda, rompiéndose en pedazos y regando de trozos de madera las aguas negras que rodeaban el Valkirie.

Kate corrió por el paseo, sabiendo que sólo el halo de luz que la rodeaba la mantenía a salvo. A ella y al pequeño bebé que dormitaba envuelto en el talit.

—Tenemos que encontrar un bote, pequeño —murmuró Kate arrullando al bebé—. Tenemos que salir de esta tumba flotante lo más rápido posible.

Kate.

La joven se detuvo. No era posible.

—No. —Apretó los labios y continuó caminando.

Kate, escúchame. Soy yo.

—Esto es un truco. —Meneó la cabeza, con los ojos llorosos—. Robert, ya no estás aquí. Vi cómo arrojaban tus cenizas al agua.

Kate, soy yo, te lo prometo.

La voz de Robert sonaba alta y clara en su cabeza, pero preñada de urgencia.

Ahora no puedes verme, pero tienes que escucharme. Es muy importante.

—¡Y una mierda, zorra! ¡No me la vas a jugar! —Kate se volvió, furiosa, agitando un puño contra el muro de oscuridad que la rodeaba. El sonido de sus pasos se ahogaba nada más alcanzar el borde del radio de luz y su voz no llegaba mucho más lejos. Era como tratar de detener a puñetazos un huracán.

Te gustan las cerezas, sobre todo si están frías. No te gusta que te apriete la base de la espalda cuando te doy un masaje. Tenemos unas fotos escondidas dentro de un libro de Alicia en el País de las Maravillas en el octavo estante del salón. Siempre has dicho que si tu madre viese esas fotos le daría un infarto. Una vez me tiraste una tarrina de helado encima por decir que tu pelo rojo parecía un incendio. La última vez que nos vimos en casa me dijiste que me amabas y me besaste en la base del cuello. Y sé que me echas de menos cada minuto del día. Como yo a ti.

El silencio se hizo atronador. Kate lloraba abiertamente, con los labios temblorosos. Los sollozos le subían por la garganta y morían en su boca, incapaces de salir.

Soy yo, Kate. Sigo aquí. No me he ido. Por eso ella no puede hacerte nada.

—Pero… ¿cómo es posible, Robert? Vi cómo tiraban tus cenizas por la borda. Tú…

Sabes cómo, Katie. Lo sabes perfectamente.

Al oír esas palabras, la muchacha cerró los ojos y comenzó a llorar abiertamente, pero, por primera vez en mucho tiempo, de felicidad.

—Robert… —musitó.

Casi no tenemos tiempo. La hora límite se acerca y el ciclo está a punto de cerrarse. Tienes que dejar a ese bebé en la pista de baile. Ahora.

—¿Dejarlo? —La voz de Kate sonó casi ultrajada, apretando un poco más al crío contra el pecho de manera inconsciente—. ¡No puedo hacer eso!

Escúchame, Kate. Es la única manera. Por primera vez, el ciclo ha cambiado. Isaac Feldman por fin ha muerto a bordo del Valkirie. Era el último tripulante del viaje original que faltaba para que el círculo se cerrase. Ahora, las sombras tendrán que partir. Su misión está completa. Lo único que las retiene es ese niño. Ella lo quiere, para poder seguir aquí. Si lo atrapa, el ciclo continuará. Si se va contigo, las sombras te seguirán a dondequiera que vayas. Liberarás una pesadilla en el mundo.

—Entonces…, ¿cuál es la alternativa? —La voz de Kate temblaba, de pura rabia y emoción. Le parecía una monstruosidad abandonar a un bebé indefenso a bordo de aquella casa encantada flotante.

Debe salir por sus propios medios. Continuar su vida. Ser lo que tenga que ser en su plano de realidad.

—¡Pero si es un bebé de meses! ¿Cómo va a salir por sus propios medios de aquí?

Como estaba escrito. Como lo dicta su destino. Mira.

Kate oyó un ruido a sus espaldas y se volvió. Un haz de luz vacilante atravesó las sombras como un cuchillo caliente cortando mantequilla. Las nubes oscuras se dispersaron por un instante y Kate pudo ver cómo tres hombres vestidos con ropas de los años treinta trepaban trabajosamente por la borda. El más joven de ellos era un granujilla con acné en la cara y expresión de miedo. Kate pudo adivinar que muchos años más tarde aquel chico se convertiría en un anciano con las paredes de su casa llenas de fotos y recuerdos.

El más alto de ellos movió el haz de su linterna sobre el paseo lateral. Comentaron algo entre ellos, pero pese a estar a menos de veinte metros Kate no pudo escuchar ni una palabra de lo que decían. Era como si estuviesen dentro de una enorme campana de cristal que los separase del resto del mundo.

El oficial se llevó la mano a la cara y gritó algo en dirección opuesta a la de Kate. La joven no se pudo contener más y gritó también.

—¡Estamos aquí! ¡Estamos aquí!

El efecto de su grito fue sorprendente. Los tres hombres se revolvieron a la vez con cara de terror y tropezaron entre ellos. La forma en la que se cayeron al suelo fue tan cómica que Kate se hubiese muerto de risa en una situación menos dramática que aquélla.

No pueden oírte, Kate, o al menos no de la forma que tú quieres. Para ellos, eres como un fantasma. Y lo serás para siempre si no sales de aquí en menos de diez minutos. El ciclo está a punto de cerrarse, y si estás a bordo cuando eso suceda, quedarás atrapada entre dos mundos para siempre. Serás un espectro para toda la eternidad. Y él también.

—¿Lo encontrarán? —Kate miró al bebé, que dormitaba a pierna suelta, agotado tras tantas emociones.

Sin duda, siempre que esté en su lugar en el momento exacto. Y, ahora, ¡corre!

Kate no necesitó que se lo dijeran dos veces. Apurando el paso caminó a toda velocidad hasta la puerta que daba acceso al gran hall de las águilas. Tiró de la portilla, que giró con un traqueteo sonoro, y la dejó abierta de par en par. Esperaba que los marineros siguiesen sus pasos.

Caminó sobre la pesada alfombra color sangre hasta llegar a las imponentes escaleras. La gran araña de cristal estaba a oscuras, como todo el vestíbulo, y daba la sensación de que hasta el último átomo de luz y de vida había sido absorbido.

Pasó cerca de las orgullosas águilas, que lanzaban su silencioso grito de desafío hacia la eternidad con la cruz gamada entre sus garras. Sin temer a las sombras que se apartaban a su paso, cruzó el comedor y llegó hasta la pista de baile. Las bandejas cargadas de comida caliente aún humeaban. No debía de hacer ni veinte minutos que las sombras se habían adueñado de aquel espacio lleno de gente y ya no quedaba rastro de nadie.

Al pasar por delante de un cuarto de servicio, Kate abrió un armario y sacó una manta con el logo de la KDF bordado. No iba a dejar a un bebé de pocas semanas tirado sobre el frío suelo de mármol sin abrigarlo un poco. Envolvió al pequeño y en ese instante sintió algo. En la atmósfera inmóvil y oscura del salón, algo se movía a sus espaldas. Algo malvado y confuso.

Dámelo. Dámelodámelodámelodámelo. Es mío, zorra. Es mío, como todo este lugar. No te cruces en mi camino.

Kate apoyó con cuidado al bebé dormido en el suelo y se volvió con el puño derecho cerrado. No estaba segura de lo que hacía, pero jamás en su vida se había sentido tan serena y tranquila.

—Sólo quedamos tú y yo… ¿Verdad? —murmuró hacia las sombras—. Muy bien. Si lo quieres tendrás que venir a por él. Y tendrás que pasar sobre mí.

Te reservaré un rincón especial de sufrimiento.

La voz destilaba ira, pero también miedo. Acostumbrada desde hacía eones a que nada cambiase, aquel momento nuevo y único la desconcertaba.

Desearás una y mil veces haber muerto.

—¿Sabes? Estoy harta de toda esta mierda de muerte y oscuridad. —Kate hizo un gesto de desprecio, con el puño todavía cerrado—. Así que si vas a hacer algo, hazlo de una puñetera vez o vuélvete al infierno.

Todo el aire pareció congelarse por un momento, estupefacto. Entonces se oyó una especie de alarido atroz y una enorme ola oscura se lanzó hacia Kate devorándolo todo a su paso como un tsunami de maldad.

Kate esperó durante un segundo y entonces abrió su puño y lanzó el colgante con la estrella de David de Feldman hacia la pared negra que se abalanzaba sobre ella. En cuanto el colgante salió de su mano y tropezó con el muro de negrura, dio la sensación de que el tiempo se detenía por completo. La estrella de seis puntas rodeada de símbolos cabalísticos pareció disolverse en un grumo acuoso y un segundo después estalló en un fogonazo de luz cegador que iluminó el salón de baile hasta el último rincón, como si un fotógrafo gigante hubiese disparado el flash más grande del planeta.

Los rayos de luz atravesaron las sombras y las deshicieron por completo. Kate pudo escuchar un gemido borboteante que se apagaba poco a poco. Por una fracción de segundo, con los ojos entrecerrados, pudo adivinar una sombra enorme recortada contra un fondo de luz brillante. Aquella sombra, que recordaba la de una persona pero no era humana, se retorcía de dolor bajo los destellos de la explosión. La intensidad de la luz aumentó y, en medio de un alarido salvaje, fue volviéndose cada vez más cegadora hasta que Kate tuvo que cerrar los ojos. Entonces, los últimos átomos de oscuridad se evaporaron por completo.

Setenta años después, por fin, la Pulsa Denura alcanzó su final y ella dejó de existir.