XLV

En el pasillo que daba al cuarto de guardia, Kate miraba hacia las sombras que se movían, completamente aterrorizada. Era incapaz de apartar la mirada de aquella masa oscura que se había tragado todo el pasillo y que absorbía hasta el último fotón de luz. En la penumbra creciente, la silueta de Carter, de rodillas, se recortaba contra el fondo oscuro porque era más clara que la oscuridad que avanzaba hacia ellos, algo que la mente de Kate trataba en vano de procesar.

La sombra reptaba por las paredes y por el techo. A medida que se acercaba a las lámparas, éstas empezaban a parpadear y a emitir una luz cada vez más amarillenta y débil, que acababa desapareciendo por completo.

—¿Qué es eso? —murmuró Senka, muy pálida.

La serbia, habitualmente fría y cerebral, temblaba como una hoja. El estrés y el terror empezaban a pasarle factura.

—No lo sé —consiguió articular Kate. Sus ojos no se podían apartar de aquello, fuera lo que fuese.

Kate.

La voz se incrustó en su cabeza como un clavo oxidado. Kate soltó un gemido y cayó de rodillas.

Kate. Zorra presuntuosa. ¿Pensabas que podías burlarte de mí?

—¡Tenemos que irnos! —aulló mientras trastabillaba para ponerse en pie.

Se apoyó en una mesita. Sobre ella había un jarrón que cayó al suelo y se hizo mil pedazos. Kate se derrumbó de nuevo, arrastrando a Senka con ella. Las dos mujeres quedaron hechas un ovillo en el suelo, jadeando. El aire era demasiado espeso y caliente como para poder respirar. De nuevo, olía a aceite quemado y a algas podridas, pero esta vez con más intensidad que nunca. Apenas había oxígeno y pequeñas chispas de colores bailaban delante de los ojos de Kate. Comprendió que estaban a punto de morir asfixiados.

No vais a ir a ninguna parte, Kate. Él no está. Lo he engañado. Está perdido, y ahora no puede verte. Eres mía.

La oscuridad comenzó a reptar hacia ella, devorándolo todo a su paso. Kate apenas podía distinguir sus propias manos a medio metro de su cara. El ascensor situado al final del pasillo parecía estar a un millón de kilómetros, demasiado lejos como para ser una alternativa.

En la sombra estaréissss biennnnn, Kate. Yo me encargaré de toooodos. Aquí en la sombra nuuuunca hace frío. Nunca hace frío. Nunca hace frío…

Algo golpeó el hombro de Kate con fuerza. Lanzó un grito de angustia, pero no se movió. Su cabeza vibraba con tanta intensidad que notaba cómo sus encías se sacudían en ondas rítmicas. Apenas era capaz de pensar con claridad.

El golpe se repitió. Sólo entonces Kate se dio cuenta de que era Carter. El físico chorreaba sangre por todos los orificios de su cabeza, incluso por los ojos, y le propinaba pequeñas palmadas en la espalda con la mano, animándola a levantarse. Las lágrimas de sangre dibujaban grotescos churretes en su cara y le daban el aspecto de un payaso psicópata enloquecido. Su expresión era de dolor, un dolor tan intenso y alejado de lo natural que a Kate se le revolvió el estómago.

—Corred —jadeó, casi en un susurro—. Corred.

Carter le mostró la otra mano. En ella sujetaba una bengala naval de aspecto anticuado. A Kate no le dio tiempo a preguntarse de dónde la habría sacado el físico norteamericano, porque Carter rasgó el papel y tiró de la anilla en un único movimiento.

El pasillo se inundó al instante de un fulgor que dolía en los ojos mientras un ejército de chispas rojas saltaban en todas direcciones, envueltas en un humo denso e impenetrable. Las sombras parpadearon y temblaron, por un segundo, como sorprendidas por aquel repentino e inesperado chorro de luz que las partía en pequeños pedazos e iluminaba todo el recinto. Se oyó un gemido ahogado, que pronto se transformó en algo parecido a un bramido de furia. Carter aulló de dolor a medida que cientos de pequeñas venas comenzaban a reventar por todo su cuerpo como una fila de bombillas sometidas a una sobrecarga de tensión.

—¡CORRED! —aulló, mientras trastabillaba y se lanzaba pasillo abajo, en dirección contraria al ascensor. Hacia el corazón de las sombras.

La oscuridad se revolvió —Kate pudo ver cómo la negrura giraba sobre sí misma— cuando Carter, lanzando un último aullido de desafío, se internó en las sombras. La bengala comenzó a perder luminosidad nada más cruzar la primera línea de bruma oscura y las penumbras volvieron a avanzar.

Kate ayudó a Senka a levantarse y las dos mujeres echaron a correr hacia el ascensor, que brillaba débilmente al fondo del pasillo. Aquellos diez metros parecían tan largos como un maratón. Las sombras se revolvían en su estela, devorando metro tras metro, cada vez más cerca de ellas. Algo acuoso y frío les rozaba el pelo y tironeaba de los mechones que flotaban a sus espaldas. Un dedo húmedo rozó el cuello de Kate, como la lengua de un pez muerto, y a la joven se le escapó un grito mezcla de pánico y de dolor.

El ascensor ya sólo estaba a un par de metros. En ese momento el alarido desafiante de Carter se transformó en un aullido de dolor infinito, que se apagó de golpe, como si alguien hubiese tirado de un cable. La bengala se consumió al fin y las sombras del pasillo se volvieron más negras que el cielo sin estrellas de un planeta frío y desconocido. Las sombras sisearon, avariciosas.

Senka y Kate entraron en la cabina y, mientras la serbia cerraba la verja, Kate apretaba el botón de manera frenética. La cabina se cerró y con una sacudida comenzó a descender hacia las entrañas del Valkirie.

Al otro lado de la reja se oyó algo parecido a un suspiro de indignación, seguido de un golpe fuerte. Algo rugió con ira y los golpes se convirtieron en una sinfonía frenética. Un trozo de metal se desprendió de la verja y cayó sobre la cabina, repiqueteando en el techo. Kate y Senka se miraron y, asustadas, se abrazaron. A Kate le pareció oír la voz de Robert, retadora, desafiando a la cosa oscura, pero no podía estar segura. Quizá se tratase tan sólo de su imaginación. Lo cierto era que la sombra dejó de prestarles atención y se concentró en otra cosa.

De repente, los ruidos cesaron por completo. La sensación de embotamiento que las ralentizaba se iba disipando a medida que el ascensor se hundía en los niveles inferiores del barco. El aire parecía volverse más respirable y, por primera vez en mucho tiempo, Kate se irguió sin la sensación de que estaban violando su mente.

—Parece que lo hemos dejado atrás —murmuró, no muy convencida, al tiempo que trataba de recuperar el aliento.

—Creo que sí —contestó la serbia, mirando dubitativa al techo. Se puso los pantalones de chándal y con una goma se recogió el pelo en una coleta. Poco a poco parecía ir recuperando el control—. Pero no creo que podamos despistar a eso…, lo que sea, durante demasiado tiempo. Tenemos que salir de este barco cuanto antes, o tarde o temprano nos encontrará.

—No es tan sencillo —contestó Kate—. Estamos en medio del océano Atlántico, por si no lo recuerdas.

—Podemos coger uno de los botes.

—¿Y quedarnos a la deriva a mil kilómetros del lugar más cercano, en medio de una tormenta? Es una idea bastante mala.

—Corretear sin plan alguno por este maldito barco hasta que esa cosa nos cace es peor idea aún, Kate. —El acento eslavo de la serbia se marcaba más que nunca a causa de los nervios. Se rió, tétrica—. Salvo que tengas un plan mejor, deberíamos ir a la cubierta, y no a la bodega. Es el equivalente a escapar hacia el sótano de una casa encantada.

—Tenemos que bajar hasta las calderas. La única salida posible de esta pesadilla es por ahí.

—¿Cómo lo sabes?

Kate la miró fijamente. Resultaba complicado explicar que se había acostado con su marido apenas unas horas antes y que éste se lo había sugerido. Sobre todo porque su marido llevaba tres meses muerto. Aunque la línea entre lo sensato y lo insensato hacía mucho tiempo que había volado por los aires a bordo del Valkirie, aquello sonaba demasiado íntimo.

Senka la miró y finalmente suspiró con una media sonrisa que lo decía todo.

—Al sacarme de esa celda me has librado de revivir una experiencia horrible. —La serbia se estremeció, con un rictus de repulsión deformando su bonita cara—. No te imaginas lo que tenían pensado para mí. Los oí hablar al otro lado de la puerta. Esos… hijos de puta. Es lo único que soy capaz de recordar.

—¿Qué sucedió?

—Nada más. Tan sólo hablaban de en qué orden iban a… Luego recuerdo un pinchazo muy fuerte en las sienes y después… nada, hasta que te vi besándome. —Esta vez Senka sonrió más abiertamente, aunque su labio roto le hizo fruncir el gesto—. De modo que o bien estoy loca, o este barco está maldito. Y cualquiera de las dos opciones es espantosa. Así que si quieres ir a la bodega en vez de aventurarte en el océano, a lo mejor no es tan mala idea, después de todo.

Fue el turno de Kate para sonreír, y ambas mujeres se dieron un abrazo. Necesitaban sentir que se tenían la una a la otra. Entonces, el ascensor se detuvo con un estremecimiento final.

Las puertas se abrieron. Una bocanada de aire caliente como el infierno las golpeó con fuerza en la cara. Y Kate tuvo que apoyarse en el quicio para no derrumbarse ante lo que veían sus ojos.