El tiempo pareció detenerse por completo. Feldman miraba a Kate con curiosidad, preguntándose cómo diablos había conseguido llegar hasta allí. La joven, por su parte, le observaba completamente abatida. Su juego había acabado. En cualquier momento, el viejo comenzaría a gritar y una multitud de guardias se congregaría allí. Por su cabeza pasó la imagen de cómo Moore había golpeado a Senka y sintió una punzada de terror. El miedo al daño físico, sinuoso y resbaladizo como una serpiente, se coló en su mente y se acomodó con una sonrisa perversa, dispuesto a disfrutar del espectáculo.
Feldman tenía un aspecto deplorable. Apenas le quedaban un par de mechones de pelo sobre la cabeza, mientras que el resto del cuero cabelludo estaba enrojecido y levantado, como si le hubiese atacado la tiña. El porte armonioso del anciano había desaparecido y estaba encorvado y tambaleante, apoyado en un palo de sombrilla que había salido de alguna terraza del Valkirie y que le servía de bastón. Sus ojos estaban apagados, y Kate observó con horror que en uno de ellos estaba creciendo una mancha blanca que tenía toda la pinta de ser una catarata.
Lo peor era su piel, que parecía apergaminada y seca, como si el magnate del juego hubiese envejecido cincuenta años en unas horas. Temblaba como una hoja a punto de caer del árbol.
—Hola, Isaac —murmuró—. Escúcheme un momento, se lo ruego. Déjeme hablar antes de…
—¿Sabe dónde está mi abuelo? —Su voz era como el crujido de un papel de periódico viejo—. Quiero ver a mi abuelo…
Kate se quedó horrorizada.
—¿Isaac? ¿Qué dice?
—¡Mi abuelo! ¡Quiero ver a mi abuelo ahora! —El anciano hizo un puchero y un chorrillo de baba espesa y maloliente se le escurrió por la comisura de la boca.
Conmocionada, Kate se dio cuenta de que el viejo Feldman, el gran coloso, el halcón de los negocios que hacía que la gente temblase a su paso, había perdido la cabeza por completo. Tan sólo era un viejo demente que paseaba en solitario por los pasillos del Valkirie. El barco, de alguna manera, había destruido la mente del único tripulante de 1939 que aún vivía. Su cuerpo estaba allí, pero su mente no. Con un escalofrío se preguntó si el lugar adonde había ido la parte consciente de Isaac Feldman era un sitio oscuro, más oscuro y profundo que un agujero negro. Como el que ella había adivinado por un segundo en aquel hueco de la escalera.
Kate se acercó a Feldman y le sujetó del brazo. Con cuidado caminó con él hasta un sillón y ayudó al anciano a sentarse. Su olfato le dijo que Feldman se había orinado encima hacía un buen rato.
—Siéntese aquí, Isaac —dijo, con voz arrulladora, mirando sin cesar hacia atrás. Si aparecía algún guardia en aquel momento estaba perdida por completo—. Hagamos un trato. Voy a buscar a su abuelo. Volveremos los dos a por usted dentro de un rato, pero no se mueva de aquí ni haga ruido mientras tanto, ¿vale?
No supo si la había oído o no, porque el anciano tenía la mirada perdida en el infinito. Su mandíbula pendía descolgada, como si Feldman estuviese en un estado de catatonia absoluta.
Kate lo miró con ternura mientras lo arropaba con una manta. La última vez que había visto a aquel hombre se había comportado de manera mezquina con ella, lo que había provocado que Moore la tratase como a una sospechosa. Pero ahora ya no era él. Todo lo que había sido Feldman había desaparecido. Sólo quedaba una ruina temblorosa que no era capaz de reconocer ni el sonido de su propia voz.
Cuando estuvo segura de que el anciano no se movería de allí, siguió su camino.
Feldman se quedó en el sillón, atrapado en las densas redes de un sueño demasiado profundo del que no podía despertar. Fundido como una bombilla sometida a excesiva tensión.
El salón Gneisenau estaba totalmente desierto. Las sillas que tendrían que haber estado ocupadas por el grupo de científicos estaban vacías, y todos los monitores, apagados. Sobre la mesa seguía el pequeño proyector que Cherenkov había utilizado el día de su presentación. A Kate le dio la sensación de que aquello había ocurrido hacía un millón de años, pese a que tan sólo habían pasado cuatro días.
Cuatro días.
Se quedó paralizada, notando un chorro de sudor frío que se deslizaba por su espalda. Si habían pasado cuatro días desde la partida, entonces el Valkirie tenía que estar llegando al mismo punto donde había desaparecido setenta años antes. A su cita con el destino, otra vez.
Se le acababa el tiempo. Recorrió el salón pasando las manos por encima de los monitores. Todos estaban fríos, como si llevasen apagados mucho tiempo. No había el menor rastro de ninguna de las personas que tendrían que haber estado allí, investigando y poniéndose cada vez más nerviosas a medida que llegaba la hora de la verdad. En una esquina, apiladas como trozos de madera arrastrados por las olas, había un montón de carpetas con documentación y gráficas de temperatura que ya no le importaban a nadie.
Era una imagen de desolación y abandono absolutos. Los restos de un naufragio olvidado por sus protagonistas.
Sobre una mesa encontró un lote de documentación ordenadamente apilada al lado de una impresora láser. La impresora estaba apagada y parecía un monstruo dormido llegado de otro planeta. Alguien había pasado por allí y había tirado parte de los papeles, o quizá había tropezado con ellos, y el suelo estaba cubierto por una capa de folios arrugados cubiertos de signos matemáticos. Con cierto asco, Kate descubrió que muchos de los folios tenían manchas de sangre reseca con forma de pétalo desfigurado, como si alguien hubiese goteado por encima de ellos. En un gesto automático se echó la mano a la nariz y comprobó, aliviada, que todavía no sangraba. De momento.
Apartó un montón de informes y estudios sobre electromagnetismo que nadie leería jamás, hasta encontrar un paquete de folios sujeto por una goma elástica en el que ponía: «A la atención de Kate Kilroy». No era muy grande, apenas unas cuarenta o cincuenta hojas. Sintió el pinchazo de la duda. No encontraría muchas pistas allí, pero tenía que intentarlo. Aunque, desde luego, aquél no era el sitio adecuado para leerlo.
Salió del salón y caminó un tramo por el pasillo hasta llegar al inicio de la Gran Galería. El nombre era demasiado grandilocuente para lo que aquel corredor era en realidad, pero Kate supuso que para un pasajero de los años treinta aquel sitio tuvo que haber sido impresionante. Era un amplio pasillo, con techos altos artesonados en los que de vez en cuando se abrían vidrieras de colores, con dioses germánicos que contemplaban ceñudos el paseo de parquet que se abría debajo de ellos. A los lados se alineaban pequeños locales donde estaba planeado que hubiera bares, joyerías, cafés y dos docenas de pequeños negocios más, para disfrute de los pasajeros de primera y segunda clase. Kate caminó por la galería vacía hasta detenerse debajo de una de las vidrieras. Sobre su cabeza, un Wotan con cara de haber cenado demasiada comida picante la observaba entre un revuelo de barbas y músculos. La joven se acercó a uno de los locales vacíos, que estaba cerrado y con todas las luces apagadas, como los demás.
Era la primera vez que se aventuraba hasta allí. El suelo tenía una ligera capa de polvo y restos de plástico y de cables de cuando los electricistas y restauradores habían acabado las obras. No parecía que nadie se hubiese acercado por allí en los cuatro días de travesía. Aunque era muchísimo más pequeña que las modernas avenidas comerciales interiores de los transatlánticos modernos, el Valkirie había sido un adelantado a su época y ya en los años treinta había incorporado una zona de aquel tipo a bordo. En medio de la penumbra, parecía una pequeño centro comercial abandonado.
Kate giró el pomo de la puerta y ésta osciló sobre sus goznes sin soltar ni un chirrido. Caminó por las sombras hasta encontrar una esquina por la que se filtraba un chorro de luz vacilante a través de una portilla. El cristal del ojo de buey estaba cubierto de algún tipo de resto de pintura que no permitía mirar hacia el exterior. Por otro lado, la luz mortecina del atardecer que se filtraba era muy tamizada y amarillenta. La niebla que los envolvía era aún más espesa que antes y su abrazo se había hecho cada vez más denso. Las ráfagas de lluvia golpeaban con violencia los cristales y el casco, y el viento aullaba como una alma en pena mientras la noche caía.
Revisó con rapidez el dossier. Tal y como le habían prometido, estaba la lista con los pasajeros y la tripulación. En una de las páginas, subrayado, estaba el nombre de Schweizer, el dueño de aquel sombrero que había encontrado en el paseo. A Kate le pareció hasta divertido que se hubiese podido asustar con aquello, visto todo lo que había venido después. Pasó las hojas, furiosa, pero como era de esperar no había nada parecido a un plano del buque, ni una sola pista de dónde podía estar la celda de Senka.
—Muy típico de ti, Robert —masculló, enfadada, arrojando con frustración la mitad de las hojas al suelo.
Entonces se fijó en las dos últimas hojas que sostenía en la mano. Eran una copia del libro de bitácora del Valkirie, el que el capitán Harper (¿seguiría atendiendo por ese nombre?) tenía sobre la mesa de derrota en el puente. Se fijó en que Anne Medine había copiado sólo las referencias a los últimos dos días. Sus ojos saltaron hasta la última anotación, hecha con la caligrafía picuda y germánica del capitán Kuss, el hombre al mando del Valkirie en 1939. A su derecha, en el lado inferior, había una pequeña mancha oscura, como si hubiese caído una gota de tinta sobre la página al escribirla y alguien hubiese tratado de borrarla con la yema del dedo.
20.47 GMT: 53 o 94’ 17’’ de latitud norte y 28 o 47’ 09’’ de longitud oeste. Viento débil racheado NNW con ráfagas de viento fuerte. Olas de tres metros. Banco de niebla sin variaciones desde el último cambio de guardia. Dirección y velocidad constantes. Se ha detectado una vibración anómala cerca de la sala de calderas. El reconocimiento realizado por el Oberfeldwebel Dittmar certifica que no hay daños aparentes. En la inspección subsiguiente, se ha descubierto a cinco polizones en el sollado de calderas número 2. El capitán abandona el puente para asistir a la cena de gala. Delega solución del problema en el oficial de seguridad Otto Dittmar. Cambio de guardia realizado sin novedad.
Y eso era todo. Después de aquello, el resto del diario estaba en blanco, hasta que a las cuatro y media de la misma madrugada el Pass of Ballaster había encontrado el Valkirie abandonado y a la deriva.
Kate releía las mismas líneas una y otra vez. Polizones en el Valkirie. Era la primera vez que oía hablar de aquello. Feldman jamás le había comentado nada, ni aparecía recogido en el dossier de documentación que había reunido el periódico. Tenía todo el sentido, si pensaba que hasta apenas un año antes aquel libro de bitácora había estado enterrado en un archivo militar, debajo de una tonelada de documentos administrativos de la época. Pero si Feldman lo sabía, ¿por qué no se lo había dicho?
La comprensión le alcanzó con la fuerza de un rayo. Feldman sospechaba que él mismo era uno de esos cinco polizones. Posiblemente, el bebé de alguna familia.
Porque de eso iba todo. De descubrir qué había pasado con aquella gente. Con su gente.
De descubrir sus orígenes y su propio destino. Las anomalías, la investigación de Cherenkov, Wolf und Klee…, todo eso no le importaba lo más mínimo a Feldman.
De súbito, Kate oyó un ruido de pasos y se escabulló como un ratón debajo de una mesa. Los pasos sonaban cada vez más cerca y se detuvieron justo enfrente de su puerta. Kate distinguió una sombra oscura y amorfa que se recortaba contra el cristal. Angustiada, miró a su alrededor, pero no había nada allí que pudiese utilizar para defenderse. Estaba atrapada en una ratonera sin salida.
Vio cómo el pomo de la puerta se movía y la hoja de madera y cristal giraba. Kate contuvo un chillido de pánico, notando cómo la sangre se agolpaba a sus pies.
Entonces, todo el aire de sus pulmones se escapó de golpe.
Harvey Carter, el físico norteamericano, estaba en el umbral. Un rayo de luz procedente de una vidriera bañaba la cabeza del científico con un resplandor apagado. Y donde antes solía llevar el pin de un mapache lucía una brillante esvástica de color rojo sangre.