XX

—El 28 de agosto de 1939, a las cuatro y cincuenta y siete horas de la mañana, este barco, el Valkirie, fue encontrado flotando a la deriva a cincuenta y tres grados, noventa y cuatro minutos y diecisiete segundos de latitud norte, y veintiocho grados, cuarenta y siete minutos y quince segundos de longitud oeste, aproximadamente. No sabemos el punto exacto porque la tripulación que encontró el buque tardó un par de horas en apuntar la referencia. Estaban demasiado ocupados evitando morirse de la impresión, supongo.

Un murmullo de risas recorrió la sala, pero Feldman continuó.

—No les descubro nada si les repito que no había pasajeros a bordo, excepto yo. Todos conocen ese hecho. Pero aunque parezca realmente extraño, el Valkirie no constituye un caso aislado. De hecho, ni siquiera es el primero. Ha pasado más veces. Muchas veces, de hecho.

Cambió de imagen en el proyector y apareció un mapa del mundo con docenas de puntos rojos esparcidos al azar por los océanos.

—Desde que existen relatos escritos hay infinidad de testimonios de buques que desaparecen y vuelven a aparecer sin tripulación. Heródoto, el geógrafo de la Antigua Grecia, hace referencia a al menos tres casos distintos en sus escritos. Los llama «los barcos sin alma». Estrabón, Plinio, Agrícola, Manetón…, docenas de escritores y cronistas de la Antigüedad hacen referencia a historias oscuras de barcos que aparecen a la deriva; llevan su carga completa, no tienen rastros de violencia o daños, pero no hay tripulación. Y si buscamos en fuentes chinas, indias o japonesas, sucede exactamente lo mismo. La historia de los «barcos sin alma» se repite una y otra vez a lo largo de textos antiguos de todo el mundo.

—Supongo que algunos de esos casos, si no todos, tendrán explicación. —La voz de Carter surgió desde la oscuridad.

—Muchos de ellos sí, sin duda. Asaltos piratas, epidemias, barcos que se soltaron de sus amarras a causa de una tormenta, errores humanos… Las causas son múltiples. Pero hay una parte importante de los casos que no se puede explicar. Como en el Valkirie.

Feldman apretó un botón. Por la pantalla fueron desfilando antiguos manuscritos en varias lenguas, así como imágenes de barcos antiguos. Galeras, galeones, liburnas, jabeques se sucedían unas tras otras, proyectando sus sombras sobre el rostro de Feldman. Por un momento, el anciano le recordó a Kate a un hechicero oscuro invocando sombras que no deberían ser llamadas. Cosas que podían destrozar una habitación y dejarla de nuevo en perfecto estado. Un escalofrío le recorrió la espalda.

—El problema de las fuentes antiguas es que habitualmente son fragmentarias y poco precisas. Los cronistas tendían a adornar los casos de estas anomalías, por llamarlas de algún modo, con un montón de folclore, leyendas y relatos moralizantes. Localizar la auténtica historia y los hechos que sucedieron debajo de toda esa capa de cuentos y rumores ha resultado ser un trabajo absolutamente agotador. Afortunadamente, hemos contado con un equipo investigador que lleva trabajando en ello desde hace tres años.

Bebió un trago de agua y continuó.

—A lo largo de los siglos, esos casos se repiten. Incluso está parcialmente documentado cómo en 1660 cinco buques de la Flota de Indias que se dirigían desde América a España cargados de oro se esfumaron de la formación, para aparecer una semana después a la deriva, con el cargamento intacto y sin rastro de la tripulación…, excepto los perros y los gatos de a bordo.

—Me sorprende escuchar eso —le interrumpió Kate—. Yo crecí en España y no recuerdo haber oído jamás esa historia, ni siquiera en el instituto. Y es lo bastante curiosa como para ser conocida.

—Un par de naves inglesas encontraron los barcos. En aquel momento, Inglaterra y España acababan de salir de treinta años de guerra, y no era conveniente para los intereses de su majestad británica que el resto del mundo se enterara de que se había apropiado de cinco barcos cargados de oro que no le pertenecían, así que los ingleses lo ocultaron por completo. Descubrimos esta historia investigando entre la documentación del Almirantazgo británico.

Carter gruñó algo ininteligible. Kate sólo alcanzó a entender «fantasías», y no pudo evitar sonreír, pese al malestar que sentía.

La siguiente imagen era de un bergantín de dos mástiles y aspecto airoso con la bandera británica ondeando en la parte trasera.

—Pero al fin llegamos al siglo XIX y los casos empiezan a estar correctamente documentados. Este que ven aquí es el Mary Celeste.

A Kate se le abrieron mucho los ojos. Le sonaba el nombre de aquel barco.

—Posiblemente sea el barco fantasma más famoso de la historia. Hasta Arthur Conan Doyle escribió una historia sobre él —empezó Feldman—. El 5 de noviembre de 1872 zarpó de Nueva York con una tripulación compuesta por siete marineros y el capitán Briggs, además de la mujer de éste y su hija de dos años. Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que un mes más tarde, otro barco, el Dei Gratia, se cruzó en pleno océano Atlántico con el Mary Celeste, que navegaba a toda vela. Al capitán del Dei Gratia le llamó la atención que nadie saliese a cubierta, así que envió un equipo de abordaje. Descubrieron que, a pesar de que el barco estaba intacto y la carga completa, no quedaba nadie a bordo. La última anotación en el cuaderno de bitácora era de una semana antes, aunque la comida estaba recién servida. Justo como en el Valkirie.

Un murmullo de voces se levantó en torno a la mesa. Cherenkov asentía, muy serio. Feldman aprovechó para cambiar de imagen en la pantalla. Otro barco, en esta ocasión una fotografía.

—28 de febrero de 1855. El James B. Chester aparece a la deriva en medio del Atlántico, con su carga intacta y en perfecto estado de navegación. Sólo faltaban el compás y el libro de bitácora. Las pertenencias de la tripulación estaban apiladas al pie de uno de los mástiles, pero todos los botes salvavidas estaban a bordo y no había rastros de violencia. Nunca se supo nada más de su pasaje.

Una nueva foto. Esta vez, de un buque de vapor.

—Bahamas, 1905, apenas treinta años antes de la anomalía del Valkirie. El buque mercante Rossini, de bandera italiana. Lo encontraron a la deriva, con las calderas apagadas y totalmente desierto. Su carga de vinos, frutas y seda estaba totalmente intacta. Lo único vivo que había a bordo era el gato, un puñado de pollos y unos canarios medio muertos de hambre. El buque llevaba abandonado casi dos semanas.

Una nueva foto, de otro carguero, en este caso más pequeño.

—Unos años antes de este incidente tuvo lugar otra anomalía aún más llamativa. Este barco que ven en la pantalla es el Ellen Austin. Navegaba cerca de donde apareció el Valkirie cuando se encontró un velero de tres palos. Como en todos los casos anteriores, estaba totalmente desierto. El capitán Weyland, del Ellen Austin, envió un equipo de abordaje al velero. No pudieron encontrar nada ni nadie vivo a bordo, aunque se hallaba en perfectas condiciones. Pero no estaban ni el libro de bitácora, ni el diario del capitán, ni nada que pudiese aclarar el nombre del barco o su origen.

—Cuarenta y ocho horas más tarde, mientras navegaban en paralelo rumbo a Gibraltar, un espeso banco de niebla cayó sobre los dos barcos. —Feldman levantó la mirada de los papeles y su voz se tornó más grave—. El Ellen Austin perdió de vista el velero. Cuando consiguió encontrarlo de nuevo, un día después, no quedaba nadie de la tripulación de abordaje. Aquel barco sin nombre estaba desierto de nuevo, sin señales de violencia y sin rastro de ninguno de sus tripulantes.

Con todos los ojos puestos en él, Feldman continuó.

—Weyland envió a otra tripulación de abordaje desde el Ellen Austin, aunque esto casi le cuesta un motín. Siguieron navegando en paralelo, hasta que, a doscientas millas de Gibraltar, un nuevo banco de niebla, espeso y terriblemente frío, los envolvió otra vez. De nuevo perdieron de vista el velero, y esta vez fue para siempre. Cuando la niebla desapareció, el barco sin nombre no estaba a la vista, y jamás se volvió a saber de él ni de ninguna de sus tripulaciones.

La sala estaba en silencio. Tan sólo se oía el zumbido del proyector y la respiración agitada de Cherenkov.

—¡Eso no puede ser! —exclamó Carter, aunque incluso su voz escéptica tenía un matiz de duda—. Quiero decir, tiene que ser falso, o una leyenda, o…, o…

—Está todo documentado. Hubo una investigación por parte del Almirantazgo y de la aseguradora Lloyd’s, que tuvo que pagar una cuantiosa indemnización a los familiares de los marineros desaparecidos. No cabe duda, Carter. Fue real. Lo que todavía no sabemos es qué diablos pasó.

Feldman se volvió hacia Cherenkov y le hizo una seña. El ruso se puso de pie y caminó hasta el atril, que el anciano le cedió gustoso.

—Ha habido más de treinta incidentes en los últimos cien años —comenzó el ruso, con su voz cavernosa—. Y no pueden explicarse de ninguna manera. Soy físico, y mi campo son las radiaciones electromagnéticas. Me tropecé con estos… incidentes en 1972, cuando uno de nuestros submarinos balísticos de la clase Golf, el K-94, desapareció durante setenta y dos horas, y volvió a aparecer más tarde, sin rastro de la tripulación. Conseguimos localizarlo gracias a la baliza de emergencia, a poco más de trescientos metros de profundidad, con el reactor a media potencia y todas las esclusas completamente cerradas. No había ni una gota de agua salada dentro del casco, pero de los ochenta y tres hombres, entre marineros y oficiales, no quedaba ni el menor rastro.

Alguien bebió ruidosamente. Cherenkov los tenía atrapados con su historia.

—La operación de rescate fue un auténtico prodigio logístico que por motivos obvios jamás vio la luz. —Por un instante, la voz del ruso sonó orgullosa—. Fuimos capaces de recuperar un submarino nuclear en las mismísimas puertas de Estados Unidos sin que nadie se diese cuenta. Ni los propios norteamericanos.

Apretó un botón y apareció un diagrama de ondas electromagnéticas que a Kate le sonaba a chino. Aun así, hizo una discreta foto. A muchos de los físicos sentados en la mesa, sin embargo, les pareció sumamente interesante, porque se echaron hacia adelante y comenzaron a tomar notas en sus cuadernos.

—Los datos que envió el submarino antes de su desaparición eran sumamente extraños, pero hacían referencia sobre todo a una fuerte perturbación electromagnética. Los instrumentos habían enloquecido y durante unos momentos parecían haber perdido el control electromecánico del reactor nuclear. Me pasé los siguientes doce años estudiando aquellos datos, y la investigación me llevó a encontrar casos similares, como algunos de los que ha descrito el señor Feldman. No sólo ha pasado con barcos. También ha sucedido con aviones…

—¿Como la escuadrilla de torpederos que desapareció en el Triángulo de las Bermudas? —preguntó alguien al fondo de la sala.

Cherenkov asintió pacientemente, con expresión resignada, como si esperase que tarde o temprano aquello apareciese en la conversación.

—Sí, pero no —contestó—. Esto no tiene nada que ver con el Triángulo de las Bermudas, ni nada por el estilo. Olvídenlo por completo. El triángulo, que ni siquiera es un triángulo, es una chorrada pseudocientífica sin fundamento. No hablamos de extraterrestres, ni de la Atlántida, ni de ninguna de esas basuras new age.

El silencio en la sala era total en aquel momento.

—Esto es algo serio —continuó Cherenkov—. Hay dos tipos de movimiento de agua en el océano. El superficial, en el que influye el viento, la temperatura y otros factores, y los movimientos de aguas profundas, impulsadas por las corrientes de los océanos. La diferencia de movimiento entre unas corrientes y otras genera unas importantes diferencias de presión y estática que acaban provocando poderosas tormentas electromagnéticas.

—¿Como los huracanes? —preguntó uno de los meteorólogos.

—Exactamente, sólo que mucho más intensas y duraderas. Si una tormenta atmosférica dura unos días, o como mucho un par de semanas en el caso de los huracanes, una tormenta submarina puede tener una duración de meses. Su movimiento es mucho más lento y las energías que disipa son mucho más intensas. Sus campos electromagnéticos son tan poderosos que pueden provocar anomalías que interfieran con los buques que naveguen sobre ellas.

Apretó otro botón. Del aparato con aspecto extraño que había encima de la mesa surgió un haz de luz y, como por arte de magia, una representación tridimensional del planeta Tierra flotó sobre la mesa. Se oyeron suspiros de asombro. A Kate le recordó la imagen de la grabación que la princesa Leia introduce en R2-D2 al inicio de La guerra de las Galaxias. Aquella tecnología era muy innovadora. Estaba claro que Feldman no reparaba en gastos.

—Aquí es donde desapareció el Valkirie. —Un punto rojo brilló sobre el planeta Tierra que giraba en el proyector—. Y aquí es donde desapareció el submarino en el año 72. —En cuanto Cherenkov dijo eso, otro punto rojo apareció sobre el globo—. Y éstos son los lugares donde se han producido anomalías similares documentadas durante los últimos cien años, como las que nos ha contado el señor Feldman.

Apretó de nuevo el teclado y docenas de puntos rojos comenzaron a salpicar toda la superficie de los océanos, como si aquella representación de la Tierra estuviese sufriendo un grave ataque de varicela.

—Y ahora viene lo más interesante —musitó Cherenkov, como un mago a punto de realizar un truco especialmente difícil—. Observen esto.

En la proyección, los puntos empezaron a unirse mediante líneas rectas que atravesaban el globo. Las líneas se cruzaban y se superponían, y Kate pronto fue incapaz de seguirlas. Pero, al cabo de un momento, se dio cuenta de lo que estaba pasando y no pudo contener un gemido de asombro.

Sobre el globo se había dibujado un delicado entramado. Al principio parecía caótico, como el dibujo de un niño con un rotulador, pero observándolo con detenimiento, Kate descubrió que había un patrón, un juego de líneas que se repetía una y otra vez y que sólo coincidía en determinados puntos. Los puntos donde habían tenido lugar las desapariciones.

—Es asombroso —musitó.

Cherenkov la escuchó y se volvió hacia ella sonriendo.

—Lo he bautizado como la Singularidad de Cherenkov. Y ahora mismo navegamos hacia uno de los puntos donde esa singularidad existe. Pronto descubriremos si tengo razón o no.