FECHA: 21:02:58 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
La larga procesión que procedía del distante villorrio del clan empezó a llegar mucho antes del final del giro. Estaban todos los miembros del clan, excepto los que debían cuidar del rebaño.
Escudo-Abollado, la jefe del clan, encabezaba la procesión, llevando su deformado escudo delante de ella. Inmediatamente detrás iban sus guerreros, que llevaban un Vergonzoso comestible acabado de matar. Era rojo con círculos blancos relucientes. Seguían los jóvenes con bolsas llenas de tubérculos y bayas. Después acudieron los Ancianos. De sus bolsas asomaban los inquietos ojos de las crías. Cerrando la comitiva iban los pastores que no estaban cuidando del ganado.
—¿De dónde han sacado el Vergonzoso de color rojo y blanco? —susurró Gatea-Corteza, mientras llegaba la procesión.
—Hay otro clan más hacia el este, al que han encargado que cuiden de los Vergonzosos de este sabor —contestó Ascensor-Otis—. No veo la mayor parte de las joyas de gala que les he regalado. Probablemente han hecho un intercambio con el otro clan, dando las joyas, a cambio de uno de los Vergonzosos comestibles que el emperador consiente que se queden.
—Bienvenidos, amigos del clan de la Corteza Polvorienta —dijo el capitán Ascensor-Otis—. Vuestros regalos de comestibles, para nuestra escasa comida de cambio de giro, son muy de agradecer. Mientras esperamos a que empiece el festín del giro, tal vez queráis probar las muestras que hemos dejado en las alfombras de comer.
—Demos gracias a Brillante por nuestros nuevos amigos y sus maravillosas máquinas de hacer comida —dijo Escudo-Abollado—. Ojalá que nunca volvamos a tener hambre.
Los guerreros y los jóvenes descargaron sus regalos de comida, que eran recogidos entusiastamente, por el equipo del chef Contenta-Bolsas. Los miembros del clan, que acababan de hacer un largo viaje, tenían hambre y paseaban entre las alfombras de comer probando la gran variedad de alimentos que las máquinas de hacer comida eran capaces de fabricar.
—¿Es que vosotros, los cheela del espacio, no vais a comer nada de todo esto? —preguntó Lee-Letras a Ascensor-Otis, quien inmediatamente tomó una bola elástica de concentrado de carne de color rojo oscuro y la introdujo en una de sus bolsas de comer, para tranquilizar a Lee-Letras.
—Preferimos esperar para saborear la comida que habéis traído —dijo Ascensor-Otis.
—El Vergonzoso comestible no es malo —dijo Lee-Letras, introduciendo en una de sus bolsas de comer un par de cristales dorados—. Pero no entiendo porque queréis comer tubérculos y bayas, en vez de estos sabrosos manjares.
—Ya lo sabrás cuando te hayas pasado algunos gran sin comer más que el concentrado de carne de la máquina que os daremos —le dijo Ascensor-Otis.
—Jamás me cansaré —dijo Lee-Letras chupando el extremo de un bastón de color amarillo y plata—. Probaré todo lo que hay en el rollo de instrucciones.
—¿Serás tú quién maneje la máquina? —preguntó Ascensor-Otis.
—Sí. Ya que soy el único del clan que sabe leer, me han encargado de hacerla funcionar.
—El festín de giro está servido —tamborileó fuertemente sobre la corteza el chef Contenta-Bolsas.
Todos entraron en el edificio y pasaron a la zona de comedores donde la comida preparada con el Vergonzoso rojo y blanco, puesto sobre una guarnición de tubérculos cortados y bayas frescas, les esperaba. Pronto estuvo rodeado por los espaciales, mientras que los miembros del clan de la Corteza Polvorienta se reunían alrededor de su nueva máquina de hacer comida. Lee-Letras casi se olvidó de comer mientras hacía funcionar la máquina fabricando montañas de cristales dorados, bolas de color rojo oscuro, huevos blanquiazules y cilindros amarillos y plateados y descubriendo que cada uno era más sabroso que los anteriores.
—Verdaderamente, es una máquina milagrosa —dijo Escudo-Abollado a Gatea-Corteza mientras se repartían los chorros de un envase de jugo de bayas—. Pero, a pesar de todo, me preocupa. Mis trabajadores estarán inquietos si no tienen que cazar, para conseguir comida.
—Pueden venir aquí y les enseñaremos otras cosas. Les enseñaremos a leer letras, a trabajar con los números y a manejar las máquinas. Hasta les podremos instruir para que construyan sus propias máquinas.
—¡Es una idea excelente! —dijo Escudo-Abollado—. Te dejaré algunos aquí cuando nos marchemos. Es posible que mientras les enseñáis, puedan ser útiles en la construcción de la gigantesca máquina que podrá atraer las naves estelares que están en los cielos.
Súbitamente, tres pastores llegaron al comedor, deslizándose a la máxima velocidad que sus aristas les permitían. Uno de ellos había dejado caer su pica de pastor, a causa del pánico.
—¡Ha venido la recaudadora! —gritó el primero de ellos.
—Contó el rebaño y se puso muy enfadada —dijo el segundo acercándose a Escudo-Abollado—. Nos ha dicho que la acompañemos hasta donde estés, y hemos venido lo más aprisa que hemos podido.
Por la corteza se transmitió una alarma:
—Cien Ligeros se acercan por el este —dijo una voz de ordenador—. Las barreras magnéticas han sido activadas.
—¿Ligeros? —dijo Gatea-Corteza.
—Los guerreros del emperador no se arrastran por la corteza —dijo Escudo-Abollado—. Cabalgan a lomos de unos Ligeros entrenados.
Escudo-Abollado salió de la almohadilla de reposo vecina a la alfombra de comer que había compartido con Gatea-Corteza, para marcharse. Gatea-Corteza se unió a ella.
—Esto no es asunto tuyo —dijo Escudo-Abollado—. Debo ir yo misma a su encuentro. Están enfadados conmigo, pero no contigo.
—Quiero conocerles y explicarles que la pérdida de los Vergonzosos fue un accidente —dijo Gatea-Corteza.
—El emperador no acepta excusas —dijo Escudo-Abollado.
—Pero tal vez aceptara el pago. O puede ser que la recaudadora acepte un soborno. Además, creo que debo hacer desconectar la barrera magnética, antes de que alguno de los Ligeros domados del emperador se queme la arista.
—Esto será prudente —dijo Escudo-Abollado.
Gatea-Corteza anuló la barrera magnética y se mantuvo al lado de Escudo-Abollado mientras esperaban que la recaudadora y su escolta se aproximaran. Cada uno de los Ligeros llevaba un cheela con gran número de pecas. El dibujo irregular rojo y blancoamarillento de las pecas, alcanzaba a sus globos oculares. Detrás de los cinco Ligeros se arrastraba una hilera de porteadores que llevaban sus bolsas repletas de carga; algunos eran pecosos, pero mucho menos que los cinco guerreros. Los guerreros mantenían sus ojos alerta, en todas las direcciones, ya que estaban en territorio desconocido pero, al parecer, se quedaron indiferentes al ver a lo lejos la enorme catapulta gravitatoria y las máquinas menores, diseminadas por la base.
—No sé cómo pueden ver con estos ojos rosados —susurró el ingeniero Conductor-Térmico—. Esto debe ser un gran inconveniente en una batalla.
—No pueden ver muy bien —explicó Escudo-Abollado—. Pero los pecosos lo compensan con su gran control sobre los animales. Corren rumores de que el emperador puede hablar a los animales.
—Ya veo que el montar en un Ligero debe ser una ventaja muy importante en una batalla —dijo Ascensor-Otis—. Un guerrero montado en un Ligero sin duda podrá luchar con ventaja contra una docena de guerreros que estén en el suelo.
—Contra dos docenas —dijo rápidamente Escudo-Abollado—. Lo sé.
Sus ocho ojos miraron hacia las profundas abolladuras de su escudo. Dejó caer el escudo al suelo y se adelantó desarmada para saludar a la recaudadora.
—Te saludo, recaudadora del emperador —dijo ella—. Soy Escudo-Abollado, jefa del clan de la Corteza Polvorienta.
—Has fracasado —dijo la recaudadora. La dureza de su áspera voz quedaba apagada por el cuerpo de su Ligero—. Hemos venido a coger los 132 Vergonzosos Cebú que son propiedad del emperador. Nos faltan cuatro. Ya conoces el castigo.
—Sí, recaudadora —dijo Escudo-Abollado acercándose más.
—¿Cuál es el castigo? —susurró Gatea-Corteza a Lee-Letras, que estaba a su lado.
—Un ojo —dijo Lee-Letras—. Un ojo por cada Vergonzoso.
—¡Pero si ahora ya no tiene más que ocho!
—Yo me adelantaré contigo, Escudo-Abollado —dijo uno de los Ancianos de su clan.
—¡Esperad! —dijo Gatea-Corteza—. Somos visitantes que venimos de las estrellas del cielo. Cuando nuestra gran nave llegó de las estrellas, matamos accidentalmente algunos de los Vergonzosos Cebú que el clan cuidaba. Estaremos más que satisfechos si podemos indemnizar al emperador, por su pérdida.
—Te favorece el que admitas tu crimen, esclavo —dijo la recaudadora—. Ya se nota que eres un forastero, porque no sabes que el emperador no necesita monedas. El dinero sirve para los tratos entre los esclavos. Lo que el emperador quiere, lo toma.
—Podemos darle una máquina que hace comida —dijo Gatea-Corteza—. Puede hacer más comida que un gran de Vergonzosos comestibles.
La recaudadora hizo una pausa, y los ojos de ella iban cambiando el ritmo de sus movimientos mientras meditaba.
Gatea-Corteza aprovechó su vacilación.
—Aquí mismo tengo algunas muestras —dijo acercándose a las alfombras de comer. Escogió media docena de bolas rojas y otra media docena de cubos dorados y se las aproximó.
Formó un potente manipulador que levantó sobre el lomo del Ligero para dárselas a la recaudadora. Ésta tomó una de cada clase y las inspeccionó cuidadosamente. Después miró fijamente a Gatea-Corteza.
—¡Cómetelas! —le ordenó—. ¡Ahora!
Estuvo atenta mientras él las cogía de nuevo y las introducía en una de sus bolsas de comer. Después de unos pocos sezgiros volvió a abrir su bolsa para demostrar que ya no estaban allí. Entonces volvió a levantar las restantes hasta ella, para que escogiera otra. Ella chupó cuidadosamente un cristal amarillo y luego lo dejó caer en su bolsa de comer.
—El emperador cogerá la máquina de hacer comida —dijo ella.
—La pondré sobre otra máquina que la transportará y así no tendréis que cargar con ella —dijo Gatea-Corteza.
—Será mejor que le dé un deslizador de carga —dijo Pila-Potente—. Está provisto de un gran acumulador. No queremos que el emperador se quede sin comida.
Pocos mizgiros después ya estaba cargada sobre el deslizador una segunda máquina y la presentaron a la recaudadora.
—Ésta es la caja que controla al deslizador —dijo Gatea-Corteza—. La he dejado en «automático». A cualquier parte que llevéis la caja, el deslizador la seguirá.
La recaudadora cogió la caja y después llamó al jefe de los esclavos:
—Ven, esclavo. Tú llevarás la caja. Ten mucho cuidado para no dañar la máquina de comida del emperador. La pena sería severa.
—Sí, recaudadora —dijo el porteador. Gatea-Corteza observó que sólo tenía nueve ojos.
Gatea-Corteza entregó un rollo.
—Este rollo contiene las instrucciones de funcionamiento de la máquina de comida. En él, el emperador podrá leer la manera de hacer con esta máquina más de una docena de gran de diferentes clases de comida.
La recaudadora cogió el rollo y se lo introdujo en una bolsa sin dignarse mirarlo.
—El emperador tiene que hacer otras cosas más importantes que leer —dijo ella—. Yo me cuido de leer para él.
—Queda mucho espacio libre en el deslizador —dijo Gatea-Corteza—. Tus porteadores pueden poner su carga en él y la transportará en su lugar.
—¡Ah! Sí. La carga —dijo la recaudadora—. ¡Descargad los huevos!
Cada uno de los porteadores vació tres o cuatro bolsas, y poco después había sobre la corteza un montón de huevos de Vergonzoso que tenían rayas blancas y negras. No obstante los porteadores todavía eran bastante voluminosos. Probablemente todavía cargaban con los suministros para la expedición, incluida la comida para los Ligeros.
La recaudadora miró desde arriba a Escudo-Abollado.
—Aquí hay 144 huevos de Vergonzoso Cebú. Son propiedad del emperador. Dentro de 72 giros volveré. Si habéis cuidado bien a los 144 Vergonzosos de Cebú, os dará magnánimamente doce de ellos para que el clan se alimente. Si no lo hacéis ya conocéis la penalización.
—Sí, recaudadora —dijo Escudo-Abollado.
—Y hablando de penalizaciones —dijo la recaudadora—. Todavía no has pagado la del último fracaso.
—¡Pero os hemos dado la máquina de hacer comida! —objetó en voz alta Gatea-Corteza.
—¡Silencio, esclavo! —rugió la recaudadora—. Tú no puedes dar nada al emperador. El emperador lo coge.
La recaudadora enfocó sus ojos a Escudo-Abollado:
—Además, el emperador no admite excusas —dijo, sacando una larga espada, que tenía forma de látigo, de su vaina que iba a lo largo del flanco de su Ligero.
—Lo entiendo, recaudadora —dijo y cuatro ojos de Escudo-Abollado se alzaron sobre sus rígidos pedúnculos.
—Yo quiero estar a tu lado —dijo un Anciano.
—Yo también quiero —dijo otro avanzando con un pedúnculo erecto.
—Yo también —dijo el capitán Ascensor-Otis y se adelantó bravamente para estar junto a Escudo-Abollado y alzó un pedúnculo cuyo globo miraba desafiadoramente a la recaudadora.
—¡Este asunto no te concierne! —susurró Escudo-Abollado con tanta intensidad que la onda electrónica hizo oscilar la piel de Ascensor-Otis.
—Yo pilotaba mi nave cuando originó los daños de tu clan —dijo Ascensor-Otis—. Quiero limpiar el honor de mi clan compartiendo tu castigo.
—A mí, poco me importa de dónde salgan los ojos —dijo la recaudadora acabando la conversación mediante un experto corte de su látigo-espada. Cuatro ojos cayeron sobre la corteza y se reventaron. Después, la recaudadora envainó su látigo-espada e hizo que su Ligero se montara en el deslizador. Sus cuatro escoltas silenciosos hicieron lo mismo.
—Nuestros Ligeros están cansados de tanto viajar —dijo la recaudadora al jefe de los porteadores—. Coge la caja y ve delante de esta máquina flotante, hasta Brillante-Centro.
Se fue, sin mirar hacia atrás.
Escudo-Abollado esperó a que la recaudadora se hubiera alejado para dedicar su atención a Ascensor-Otis que estaba a su lado.
Los once pedúnculos de los ojos que le quedaban, estaban rígidos de furia, con los globos oculares inmóviles y fijos sobre la lejana mota que se veía en el horizonte.
—Es inútil luchar con los guerreros del emperador —dijo Escudo-Abollado—. Por suerte, no vienen con frecuencia.
En lugar de estirarse para tocar su piel con un pseudópodo, ella estiró uno de sus pedúnculos en buen estado y frotó la base rígida de uno de los tallos de ojo de él. Las sutiles implicaciones sexuales del contacto le ayudaron para que volviera a estar en posesión de sus sentidos.
—Tu clan y el mío han participado en un festín de hermandad. Sé que hablo en nombre de todo el clan del espacio —dijo Ascensor-Otis—, cuando afirmo que queremos ser algo más que amigos del clan de la Corteza Polvorienta. Aunque no estemos sujetos por relaciones de intercambios de parejas y huevos, podemos atarnos por una relación de los dos clanes, mezclando nuestros jugos corporales derramados en combate.
Levantó el muñón de sus pedúnculos, de cuyo extremo todavía goteaban los jugos corporales. Ella acercó su muñón reciente y tocó el de él, mezclando sus jugos. Hubo un instante de duda, y luego los dos Ancianos del clan, que habían tomado parte en el sacrificio, se acercaron a ellos y añadieron sus dos muñones. Gatea-Corteza tomó un objeto agudo de una de sus bolsas y deliberadamente se hirió en uno de sus pedúnculos y se adelantó para unirse al grupo.
—Has sido muy valiente cuando te has adelantado —dijo Escudo-Abollado cuando se deshizo el grupo—. Tendré mucho honor en compartir un huevo contigo, porque estoy segura que la cría traerá honor a nuestro clan. ¿Querrá vuestro clan, ser nuestro clan exterior, intercambiando parejas y mezclando los jugos de combate? Es decir, ¿estás de acuerdo en procrear con una hembra que sólo tiene siete ojos?
—Ninguno de nosotros es perfecto —dijo Ascensor-Otis agitando su muñón.
—Pues si tu jefe de clan lo permite, vendrás con nosotros cuando regresemos a los recintos de nuestro clan —dijo Escudo-Abollado—. Estoy segura que tenemos mucho que aprender uno del otro.
—No tengo inconveniente —dijo Gatea-Corteza—. ¿Y tú, capitán Ascensor-Otis?
—Tampoco yo —contestó él—. Pero creo que ha llegado el momento de que cambie mi nombre. A partir de este momento, no me llaméis capitán Ascensor-Otis. ¡Elijo que me llaméis Ojo-Vengador!
Escudo-Abollado reunió a su gente. Cogieron su cuota de huevos de Vergonzoso y se dirigieron al este, hacia el emplazamiento de su clan. Lee-Letras estaba al cuidado del deslizador que transportaba la máquina de hacer comida, mientras Ojo-Vengador iba a su lado, dando instrucciones, por medio de su arista que golpeaba rápidamente. No se fue todo el clan, algunos de sus miembros jóvenes se quedaron con el «clan del espacio» para ser aprendices de los ingenieros y descubrir los secretos de la lectura y de los ordenadores.
La noticia de los forasteros que venían de las estrellas y de sus maravillosas máquinas de fabricar comida, se propagó por toda la corteza. Los jefes de otros clanes les visitaron y fueron recibidos calurosamente por Gatea-Corteza y alimentados con la deliciosa «comida de las estrellas» hecha por las máquinas. Los componentes de los clanes estaban muy dispuestos a aprender todo lo posible, sobre aquellas máquinas milagrosas de los espaciales. Los recuerdos de una vida cómoda y con abundancia, en los días anteriores al estrellamoto, se habían transmitido oralmente por medio de los relatos de los Ancianos en sus guarderías; por esta razón no temían a la tecnología, sino que la aceptaron enseguida.
Al cabo de poco tiempo, los clanes abandonaron sus lugares de origen y fueron a establecerse alrededor de la base de los espaciales. Tuvieron mucho cuidado en llevar con ellos las manadas de los Vergonzosos comestibles del emperador. Pero, en vez de dejarles pastar, los rebaños fueron encerrados en establos dotados de barreras magnéticas y alimentados con productos hechos por las máquinas, que se habían adaptado para manufacturar el alimento de los Vergonzosos comestibles, y produjeran así el crecimiento óptimo de los animales. Pero no se los comían, porque el chef Contenta-Bolsas y el ingeniero Dobla-Metales habían trabajado juntos hasta construir máquinas de comida que pudieran ofrecer raciones de Vergonzoso que no se podían distinguir de las reales.
—Parece como si mi gente dedicara la mitad de su tiempo a fabricar máquinas de comida —dijo Dobla-Metales una vez en la reunión del Estado Mayor.
—Serías más exacto si dijeras una duodécima parte —dijo Gatea-Corteza—. Además, con todos los aprendices del clan, tu equipo de construcción de máquinas de comida es el doble de lo que era antes.
—Mi equipo de ingeniería de la corteza es cinco veces mayor de lo que era —dijo el ingeniero Gatea-Corteza al grupo—. Ya tenemos los cimientos de soporte debajo de la catapulta de gravedad y hemos excavado y recubierto la corteza que quedará bajo el agujero central. Ahora estamos ocupados en construir caminos. Dentro de los próximos cuatro giros tendremos pavimentados todos los caminos del campo base y los de los edificios de los clanes. Y la carretera que va hasta la central de potencia será ensanchada en doce giros, hasta el tamaño de un Desliza-Lento.
—Con el personal adicional y la carretera, la construcción de la central de potencia principal ya va muy por delante de lo previsto —dijo Pila-Potente—. La planta primera empezará a chupar magma dentro de seis giros.
—Bien —dijo Push-Pull—. Mi equipo ha acabado de conectar de nuevo las tuberías de la catapulta de gravedad, para transformar la máquina voladora, en una catapulta convencional. Cuando tengamos una planta de potencia, podremos probarla a una cuarta parte de la potencia.
—Cuando juzguéis que ya estáis preparados, mandaré un mensaje a la Estación Orbital del polo Este pidiendo que nos envíen una nave de exploración poco cargada —dijo Gatea-Corteza—. Quiero traer una máquina de rejuvenecer. Algunos de estos jefes de clan se están volviendo viejos y están casi sin ojos a causa de sus encuentros con la recaudadora.
Su experiencia es demasiado valiosa para dejarla perder en estas circunstancias.
—Podemos construir nuestras propias máquinas de rejuvenecer —dijo Masa-Delta—. Si los talleres de precisión de las arcas interestelares pueden fabricar la delicada maquinaria interior, la gente de Dobla-Metales podrá hacer lo que falte.
—Todavía tendremos el problema de conseguir el raro catalizador para ocasionar la formación del enzima de rejuvenecimiento —recordó Gatea-Corteza a su colega.
—Esto no es ningún problema —contestó Masa-Delta—. Hemos estado metiendo tanta corteza dentro del separador de masas, para hacer nuestra provisión de metales, que como subproducto hemos reunido una cantidad de catalizador suficiente para hacer trabajar una docena de máquinas de rejuvenecimiento.
—¿Ojo-Vengador, como van tus relaciones con los clanes? —preguntó Gatea-Corteza.
—De una manera excelente —dijo Ojo-Vengador—. Los miembros del clan de la Corteza Polvorienta casi se consideran espaciales. Se juntan muy a gusto con los otros clanes y hasta han empezado a encargarse de las clases de las primeras letras y de la iniciación a los ordenadores. Pero parece que hay cierta tensión en la actuación de los Ancianos. Creo que ha llegado el tiempo en que la recaudadora ha de visitarles.
—Este pensamiento también me pone tenso —dijo Gatea-Corteza. ¿Estamos preparados para cuando venga?
—Confío en que lo estemos —dijo Ojo-Vengador.
FECHA: 21:03:12 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
La recaudadora llegó por el oeste. Ella y sus cuatro guerreros de escolta, montados en sus Ligeros iban por el centro del camino pavimentado, mientras los porteadores se arrastraban paralelamente a ellos, por la corteza, transportando su pesada carga de huevos de Vergonzosos. A pesar de que estaban muy lejos, Gatea-Corteza podía ver el preocupado remolino en el movimiento de los ojos de la recaudadora, cuando pasaba por el lado de los edificios del clan y por los corrales de los Vergonzosos comestibles.
—La sincronización es casi perfecta —dijo Gatea-Corteza cuando miró al cielo con un ojo.
Un objeto grande estaba cayendo del cielo directamente hacia ellos. Un gruñido grave se inició sobre la corteza. Después se convirtió en un desgarrador alarido para amortiguarse cuando la catapulta de gravedad detuvo bruscamente en el aire a la esférica nave de exploración y la depositó con suavidad sobre la plataforma de aterrizaje.
El clan cheela y los Vergonzosos ya habían visto más de una docena de aterrizajes y no se alteraron. Pero los porteadores que iban con la recaudadora, retrocedieron y se dispersaron. Algunos de ellos, sacaban huevos de sus bolsas mientras huían. Dos de los Ligeros se desbocaron, y fue menester el experto comportamiento de los guardias guerreros para reducirlos, aunque no sin que antes uno de los Ligeros destrozara tres de los huevos que habían quedado en el suelo.
La recaudadora consiguió dominar a su montura y miró fijamente a Gatea-Corteza; luego con enérgicas órdenes y restallidos de su látigo-espada, reorganizó su expedición. Tres ojos quedaron en el camino. La recaudadora hizo avanzar a su Ligero y sacó un rollo de una de sus bolsas.
—¡Jefes de clan! ¡Adelantaros hasta aquí!
Los jefes de los ochos clanes que habían ido a vivir alrededor de la base, formaron un grupo delante de la recaudadora. Escudo-Abollado se adelantó a los demás. No llevaba armas, pero llevaba su escudo a un lado.
—Saludos, recaudadora del emperador —dijo—. Soy Escudo-Abollado, jefe del clan de la Corteza Polvorienta.
—He venido para coger los 132 Vergonzosos Cebú que pertenecen al emperador —dijo la recaudadora—. ¿Por qué habéis abandonado los terrenos de pasto que os había asignado, y los habéis traído hasta aquí, sin permiso?
—Aquí, los Vergonzosos del emperador están protegidos contra los Ligeros salvajes. Si los cuentas, verás que no hemos perdido ninguno. Aquí, los Vergonzosos del emperador tienen mejor pasto. Si los observas, verás que tienen un aspecto inmejorable.
La recaudadora ya había contado los Vergonzosos de rayas blancas y negras cuando había pasado por el lado del redil. Era verdad que, excepto uno que faltaba del rebaño del clan del Risco Blanco, todos estaban en excelentes condiciones.
—Voy a llevarme 132, de cada rebaño, para el emperador —dijo la recaudadora—. El emperador, magnánimamente os da el resto, para que alimentéis a vuestro clan.
Agitó sus ojos en dirección de los porteadores, que empezaron a desembolsar su carga de huevos de Vergonzosos.
—Aquí tenéis los huevos para el próximo rebaño. Son propiedad del emperador. Guardarlos con cuidado. Ya conocéis la penalización.
Escudo-Abollado vacilaba cuando empezó a hablar, pero al fin pudo tamborilear toda la respuesta:
—No queremos los Vergonzosos comestibles que sobran. Los damos voluntariamente al emperador.
—Tú no puedes dar nada al emperador, esclavo —dijo la recaudadora con gran enfado—. ¡El emperador lo coge! A causa de tu insolencia voy a llevarme todos los Vergonzosos, y vuestros clanes ya pueden ir desenterrando tubérculos. Ahora coged estos huevos de Vergonzoso y cuidad de ellos.
—No queremos más huevos de Vergonzoso del emperador —en esta ocasión Escudo-Abollado tenía una voz más atrevida.
—¡Esclavo insolente! —gritó la recaudadora—. El emperador lo posee todo. Cada Vergonzoso, cada tubérculo, cada fruto y cada planta y hasta la carne de los Ligeros salvajes, son del emperador. Recoged estos huevos. De lo contrario os voy a desterrar a todos de las tierras del emperador y pasaréis hambre.
—Nosotros damos al emperador, todo lo que es del emperador. No necesitamos la comida del emperador. Ya tenemos las máquinas de hacer comida, para alimentarnos.
—Me llevaré las máquinas de hacer comida, esclavo. Todo pertenece al emperador, incluyéndote a ti —sacó su látigo-espada y lo hizo oscilar amenazadoramente—. Cuando haya terminado contigo, insolente gusano de la corte, nadie volverá a hablar de negarse a cuidar los Vergonzosos del emperador.
Escudo-Abollado alzó su escudo cuando la recaudadora lanzó su montura hacia adelante. Gatea-Corteza tamborileó una breve orden en la corteza y una casi invisible barrera magnética se levantó a través del camino. El Ligero disminuyó de velocidad y retrocedió cuando su arista alcanzó la barrera magnética. Los campos magnéticos de elevadísima intensidad, deformaban las moléculas de la arista del Ligero hasta el punto de la rotura. El Ligero bramó y retrocedió para aliviar la parte quemada de su arista.
Gatea-Corteza se adelantó para ponerse al lado de Escudo-Abollado.
—Ya no es necesario criar más Vergonzosos —dijo a la recaudadora—. Ahora las máquinas de hacer comida ya puede producir su carne de Vergonzoso al igual que las demás comidas que hacían. Aquí ya hemos casi terminado nuestra tarea, y queremos ver a nuestro emperador. Podemos darle muchas, muchas máquinas de hacer comida, deslizadores de carga, deslizadores personales, pavimentadoras de caminos y otras máquinas, además de las centrales de potencia para hacerlas funcionar. La totalidad de Huevo puede alcanzar una gran prosperidad y los esclavos ya no van a ser necesarios.
Gatea-Corteza advirtió que habían desaparecido los movimientos de los ojos de la recaudadora, mientras intentaba asimilar la idea de no tener esclavos a quienes dar órdenes.
—Si el emperador me garantiza un salvoconducto —dijo Gatea-Corteza—, yo, junto con mis fabricantes de máquinas, tendremos mucho gusto en visitarle en Brillante-Centro. O bien él puede venir aquí. Como puedes ver, no hemos atacado a tu partida y os hemos dado más de lo que habíais venido a buscar. Estaremos contentos si el emperador viene a visitarnos. Si lo desea, puede montar en nuestras astronaves y mirar hacia abajo, para ver simultáneamente todos sus dominios.
Como si tratara de acentuar su oferta, se oyó por la corteza un silbido que iba en aumento y la catapulta gravitatoria lanzó de nuevo al cielo la nave de exploración.
Enfrentada con la barrera que no podía franquear, y atemorizada, a su pesar, por la tecnología que veía a su alrededor, la recaudadora optó por retirarse.
—Voy a informar a emperador de vuestra conducta —dijo—. Él decidirá lo que tendréis que hacer.
Gatea-Corteza hizo descender la barrera que rodeaba los corrales, y los porteadores, que ya habían recogido los huevos de Vergonzoso, se llevaron los dóciles rebaños por el largo camino que los conduciría a Brillante-Centro. Pero, antes de retirarse, la recaudadora y su guardia utilizaron las aristas de sus Ligeros para derribar todas las paredes bajas que delimitaban las zonas de viviendas de los clanes y desparramar por la corteza sus escasas posesiones.
—Confío en que el emperador sea más razonable que la recaudadora —dijo Dobla-Metales.
—Si este emperador es el Atila original —replicó Gatea-Corteza—, ni siquiera dos docenas de rejuvenecimientos serían suficientes para hacerle razonable. Opino que es conveniente que trabajemos en nuestras defensas.
La recaudadora regresó a Brillante-Centro cuando Atila acababa de pasar por su último rejuvenecimiento. Su cuerpo compacto y musculoso era más fuerte que los anteriores, pero con las mismas pecas que aquellos. Sostenía una bolsa exterior llena de cristales dorados que lanzaba de uno en uno, dentro de una de sus bolsas de comer.
—Buen botín, Ojos-Locos —dijo mirando a los Vergonzosos comestibles que iban desfilando delante de él—. Quiero uno de estos a rayas.
—Ordenaré a los criados que te lo preparen para el festín de giro, ¡El Terrible! —dijo la recaudadora.
—¡Lo quiero ahora! —exigió Atila—. Tengo hambre —señaló hacia un criado que estaba cerca—. Este estúpido robot del rejuvenecimiento, no hace otra cosa que alimentarme con concentrados y decirme que coma despacio. He tenido que abollarlo con mi espada, para que me soltara.
—He tenido algún problema en las provincias del este —dijo la recaudadora después de un largo silencio.
—¿Algunos esclavos que te sisaban?
—No. No sólo nos entregaban todos los Vergonzosos que se suponía nos debían dar, sino que además no quisieron quedarse con su parte.
—Ya me parecía que los rebaños eran mayores. ¿Qué les pasa? —preguntó Atila—. No sobrevivirán mucho tiempo, si no comen más que tubérculos.
—También rehúsan comer tus tubérculos y tus frutos —dijo la recaudadora.
—Lo que dices me hace creer que tu nudo cerebral ha dejado de trabajar, Ojos-Locos —dijo Atila—. Si no fuera que te conozco muy bien, podría decir que te estás volviendo vieja, para ser la recaudadora.
—Todavía soy la más fuerte entre todos tus guerreros. ¡Oh, El Terrible! —dijo la recaudadora con temor—. Pero todavía traigo noticias peores que éstas, ¡Oh, El Terrible!
—Acaba ya con esta imbecilidad de ¡Oh, El Terrible!, Ojos-Locos. Me siento magníficamente en este nuevo cuerpo y ya sabes que no hay otro de mis guerreros que pueda ser tan bueno como tú como recaudador del emperador.
Se interrumpió durante unos instantes, mientras un criado le servía un trozo crudo de Vergonzoso Cebú, y prosiguió:
—Esto es así, a menos que dejes de estar en el primer puesto en los próximos ejercicios de combate.
Atila llenó a rebosar su bolsa de comer con la carne y empezó a chuparla ruidosamente. Después echó sobre la carne algunos cristales dorados.
—Excelente combinación —dijo—. Ahora, cuéntame las malas noticias.
—No quieren quedarse con el nuevo cupo de huevos.
—Estoy seguro de que has rajado a tiras al jefe del clan y a unos cuantos viejos, hasta que has encontrado a alguien del clan que quiera hacerse cargo de los huevos en vez de morir. ¿No es cierto?
—Lo he intentado, ¡Oh, El Terrible! —dijo la recaudadora con su arista, que tartamudeaba a causa del miedo—. Pero estábamos cerca de los edificios del extraño clan que hace las máquinas de fabricar comida. Crearon una barrera invisible que hizo detener a mi Ligero —se calló cuando advirtió que los movimientos de los pedúnculos de él, adquirían un lento movimiento pensativo—. Hice lo mejor que podía hacer, ¡El Terrible!
Atila, finalmente, rompió su silencio.
—¿Tu Ligero tenía la arista quemada? —preguntó.
—Sí —contestó ella, sorprendida por la pregunta—. No lo puedo comprender. No vi ninguna radiación calorífica que saliera de la barrera.
—Este extraño clan hace otras cosas, además de las máquinas de comida —dijo Atila pensativamente—. Te metiste en una barrera magnética. Se necesita bastante más que un Ligero, para poder cruzarla. ¿Qué más viste?
—Tienen muchas máquinas. Algunas de ellas recubren la corteza con unos caminos lisos. Otras escupen tubos largos y barras de metal, y otras se deslizan cortando el metal, en forma de piezas para las otras máquinas. Además, han convertido su gigantesca máquina de volar, en una máquina que atrapa las esferas metálicas que caen del cielo.
—Éstas son historias de Anciano, de los días de antes del gran cortezamoto —dijo Atila—. Y ahora vas a contarme que hay cheela que viven entre las estrellas.
—Yo misma vi dos cheela que salían de la esfera y descargaban unas máquinas pequeñas —le explicó la recaudadora—. Después volvieron a meterse dentro de la esfera y ésta fue disparada de nuevo hacia el cielo.
—No me gusta la idea de que haya alguien que pueda entrar y salir de Huevo sin mi permiso. ¿Qué pasaría si todos los esclavos decidieran irse a vivir a las estrellas?
—El jefe del extraño clan se ofreció a darnos todas las máquinas que queramos, incluyendo las nuevas máquinas de comida que pueden hacer cualquier clase de Vergonzoso —dijo ella—. Dijo también que ya no necesitaremos pastores o cosechadores para los alimentos, porque todo el trabajo puede ser hecho por las máquinas. Ya no vamos a necesitar los esclavos. Y a mí no me gusta todo esto.
—Si los esclavos no existieran —dijo Atila—, no habría necesidad de un emperador, ni de sus guerreros.
Introdujo otro pedazo crudo de Vergonzoso en su bolsa de comer.
—Existe una rebelión que cae del cielo —dijo—. Voy a aplastarla con mi arista, como hice ya hace mucho tiempo.
Se limpió su manipulador en la corteza y se encaminó hacia el antiguo Templo del Laberinto, que estaba en Brillante Centro.
No encontró guardias alrededor del laberinto. Los esclavos tenían tanto temor a aquel sitio que nunca se acercaban por allí. Atila prescindió de la entrada y rodeó la parte exterior, para llegar a un gran boquete de la alta pared. Mientras fluía sobre los amontonados bloques de piedra, la recaudadora se rezagaba.
—Ven conmigo, Ojos-Locos —ordenó Atila—. ¿Vas a permitir que los cuentos antiguos te afecten?
—He oído decir que por aquí, hay trampas mortales —dijo la recaudadora.
—Has oído bien —Atila volvió a seguir, hasta el interior, aquel sendero de destrucción, aunque la recaudadora se había detenido en seco—. Pero las trampas mortales dejaron de funcionar cuando pude llegar al generador de potencia.
Por fin llegaron delante de la última pared rota que daba paso a una habitación muy grande. En su centro había un montón de placas metálicas y unos huesos viejos de Desliza-Lento.
Atila apartó los huevos a un lado y recogió una placa metálica, tan grande como un escudo de los mayores. Cuando le dio un golpe, sonó con gran fuerza.
—Me parece que es sólido —dijo. Lo dejó en el centro de la habitación y se colocó sobre él, levantando el extremo de su arista, para que ésta no tocara el suelo. Se mantuvo en semejante posición durante un momento.
—¿Has podido oír un susurro? —preguntó, y entonces la placa metálica prestaba ecos a su arista.
—No he oído nada —dijo la recaudadora.
—Esto está bien —dijo Atila—. Todavía es superconductora.
Empezó a apartar más huesos y a amontonar las placas.
—Trae unos esclavos aquí, para que amontonen las placas —ordenó—. Tal vez tengas que persuadirles un poco con tu látigo-espada.
En aquel momento, Atila sintió un dolor agudo en su arista. Cuando miró hacia abajo, pudo ver una hoja de puñal y unos pocos huesos de cristalium de pedúnculos de ojos.
—Has conseguido que la última cuchillada sea la tuya, ¿no es cierto, Qui-Qui? —dijo, su arista golpeó y los huesos se desparramaron por la habitación.
—¿Quién es Qui-Qui? —preguntó la recaudadora.
—Es alguien a quien conocí hace mucho tiempo —dijo Atila.
Cuando salían por el agujero de la pared del laberinto, Atila dijo:
—Recuerdo que hace algún tiempo mandé construir un zoo, porque quería ver todos los animales que vivían en Huevo, ¿dónde está?
—Siempre ha habido un zoo en Brillante-Centro, por lo menos desde que yo era una cría —dijo la recaudadora.
—Condúceme allí —dijo Atila, trepando por la cola de su Ligero.
En el zoo, Atila pasó rápidamente a lo largo de los corrales hasta que llegó al del Desliza-Lento. Desmontó y se coló por una estrecha grieta que había en su gruesa pared.
—Son peligrosos. ¡Oh, El Terrible! —le advirtió el cuidador.
—Silencio, esclavo —dijo Atila cuando el Desliza-Lento ya se dirigía hacia él—. Ojos-Locos, ven aquí.
La recaudadora bajó de su cabalgadura y, con la espada pronta, entró en la jaula.
—Mantente en movimiento delante de él, provocándole —dijo Atila. Se hizo a un lado y se quedó quieto. La atención del Desliza-Lento se desvió hacia la recaudadora, que se apartó y el Desliza-Lento la siguió. Atila se abalanzó desde la parte trasera y se agarró al lado delantero de una placa, mientras ésta se elevaba sobre la corteza y empezaba a subir hasta la parte alta del animal rodante.
La recaudadora iba alternando los golpes y los gritos delante del Desliza-Lento. Las enormes placas surgían sobre la parte superior del animal y parecía como si hubieran de caer directamente encima de ella.
De repente oyó como si el Desliza-Lento estuviera pronunciando su nombre.
—Ojos-Locos —dijo la amortiguada voz—. ¡Mira hacia aquí arriba!
La recaudadora retrocedió para poder ver a Atila que estaba montado sobre el Desliza-Lento. Su arista se desplazaba hacia atrás, a medida que las placas del Desliza-Lento iban pesadamente hacia adelante.
—Todavía no he olvidado la manera de hacerlo —dijo Atila con orgullo.
Golpeó con fuerza al animal en su parte alta y éste se detuvo, sorprendido. Le golpeó en otro sitio y le hizo reanudar la marcha.
—Es un modo estúpido de cabalgar —dijo cuando su arista volvió a desplazarse, para mantenerse encima del animal—. No puedes dejar descansar tu arista, como cuando vas montado en un Ligero. Tienes que andar lo mismo que él, pero hacia atrás. Acució al Desliza-Lento, hasta que éste avanzó a su velocidad máxima y entonces, hábilmente, bajó por la cola hasta la corteza.
—Busca algunos esclavos y clávale aquellas placas superconductoras. ¡No habrá ninguna barrera magnética que pueda detenerme!
—Es demasiado lento; para llegar donde están los edificios de los extraños, se necesitará un gran de giros —dijo la recaudadora.
—Se nota que nunca has tenido que desplazar un ejército —dijo Atila—. Unos cuantos guerreros montados en Ligeros pueden circular rápidamente por la corteza, pero un ejército de guerreros se mueve con la misma rapidez que un Desliza-Lento, y al igual que este animal, come todo lo que haya a su paso.
Hurgó en su bolsa y sacó algunas bolas rojas. Dejó caer dos de ellas en su bolsa de comer y el resto lo hizo rodar, para que pararan por donde iba a pasar el Desliza-Lento que se aproximaba.
FECHA: 21:03:45 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
—Oíd todos —dijo Abdul—. Sucede algo divertido allí abajo, en Huevo.
Pulsó un interruptor general y la imagen se pudo ver en todas las pantallas.
—Parece una columna de hormigas —dijo César.
—Es una analogía muy adecuada, Doctor Wong —dijo Seiko—. He vigilado los resúmenes de noticias de los cheela. La base de desembarco está en alerta, a la espera de un ataque de Atila. Esto tal vez sea su ejército.
—Estarán allí dentro de veinte segundos —dijo Pierre—. ¡Si pudiéramos hacer algo…!
—Los cheela pecosos tienen ojos rosados —dijo Seiko—. ¿Os acordáis de cómo los ojos del profeta Ojos-Rosados eran afectados por nuestro láser?
—¡Abdul, enfoca el láser sobre la base de desembarco! —interrumpió Jean.
—De acuerdo. Pero un haz de láser no va hacerle otra cosa a un cheela más que estimularle.
FECHA: 21:04:15 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
El gemido de las bombas de la catapulta gravitatoria cambió de tono cuando recogieron la nave que iba fuertemente cargada y la dejaron suavemente en la plataforma de descarga. Docenas de cheela del espacio salieron por la curvada rampa y empezaron a descargar la bodega. Cuenta-Estrellas abandonó el puente de mando y fue a saludar a Gatea-Corteza.
—He tenido problemas para conseguir voluntarios que quisieran quedarse en el espacio, a pesar de que allí se está más seguro —le explicó Cuenta-Estrellas—. Todo el mundo quiere estar aquí abajo, porque es donde está la acción.
—Veo que has traído armas —observó Gatea-Corteza.
—Sí, proyectores de positrones, fuentes de obuses, minas de antimateria, deslizadores cortacabezas y un par de metros de bobinas para barreras supermagnéticas.
—Voy a pasarle las bobinas de barrera al ingeniero Electro-Magnético inmediatamente —dijo Gatea-Corteza—. La Horda Pecosa está tan sólo a unos pocos giros de distancia.
—La he visto cuando descendíamos —dijo Cuenta-Estrellas—. La columna se alarga algunos centenares de metros. ¿Estás seguro de que tenemos posibilidades contra todos ellos?
—La mayoría son porteadores y personal auxiliar —dijo Gatea-Corteza—. Los únicos a los que realmente hay que temer son al propio Atila y a unas tres docenas de gran de sus guerreros pecosos. Si podemos derrotarles, el resto se rendirá.
—Tres docenas de gran contra dos gran —dijo Cuenta-Estrellas.
—Pero nuestros 288 tienen la tecnología a su favor.
—Tenemos algo más a nuestro favor —añadió Cuenta-Estrellas.
—¿Qué es? —preguntó Gatea-Corteza.
—Que sabemos que no podemos perder. Levantadme unos cuantos metros para que pueda ver lo que están haciendo.
FECHA: 21:04:16 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
Atila cabalgaba en su Ligero al frente de su ejército. Grupo tras grupo, cada uno al mando de un granturión que disponía de un gran de guerreros montados, se extendía hacia el oeste por el largo camino pavimentado. Al lado de Atila iba la recaudadora.
—Vaya bonito camino que los forasteros han hecho para nosotros —dijo la recaudadora—. Servirá para anticipar su muerte.
—Parece acabado de pavimentar —dijo Atila—. No me lo explico, ni los puntos calientes, tampoco.
—¿Qué puntos calientes? —preguntó la recaudadora.
—Guarda esos globos oculares negros bajo tus mullidos párpados y usa los rojos que Brillante te ha concedido —repuso con dureza Atila.
La recaudadora hizo descender sus ojos normales y miró con los rojos hacia el camino. Podía ver unos puntos irregulares de color ultra-rojo a lo largo del pavimento, como si debajo hubiera algo caliente.
—¿Qué son esas cosas? —preguntó la recaudadora.
—No lo sé; y no me gustan las cosas que no comprendo.
Llegaron a los lindes del territorio de los forasteros. Los guerreros que iban en cabeza se detuvieron. Hacía falta casi un giro para que se reuniera allí el resto de la columna.
Atila había estado deseando aquella batalla. Era la primera vez, en muchas generaciones, que sentía cómo los escalofríos del peligro corrían por su piel.
—¡Traed esos Desliza-Lentos! —ordenó—. Y que los primeros doce granturiones me den sus informes.
Los doce jefes de grupo montaron en sus Ligeros y le rodearon.
—Cabalgaré con el primer Desliza-Lento por encima de las barreras de la puerta principal —dijo Atila—. Los cuatro primero grupos han de seguirme cuando entre.
Se volvió hacia el granturión del cuarto grupo:
—¡Arista-Rota!
—Zi, ¡Oh, El Terrible! —la arista de Arista-Rota no pronunciaba bien, a causa de una gran cicatriz, recuerdo del mordisco de un Ligero.
—Tú montarás el segundo Desliza-Lento sobre las barreras de la derecha y los grupos cinco al ocho te seguirán. Once-Ojos irá con su Desliza-Lento a la izquierda.
—¡Traedme mi Desliza-Lento! —ordenó, apeándose de su Ligero. El Ligero se quedó con su pareja, que era montada por la recaudadora.
—Casi ya hemos llegado al festín de giro —le recordó la recaudadora.
—No nos detendremos para el festín —dijo Atila—. Mis guerreros comerán carne de los forasteros como festín del giro.
Atila ascendió por la arista directora del Desliza-Lento y tomó el control del enorme animal. Los granturiones hicieron girar sus cabalgaduras y salieron apresuradamente a reunir sus grupos.
Los guerreros vieron a Atila montado en el Desliza-Lento, oyeron los gritos de sus granturiones, e inmediatamente se lanzaron hacia adelante, mientras sus gritos de guerra se mezclaban con los rugidos de los Ligeros.
—¡Nos atacan! —exclamó Gatea-Corteza—. Ni siquiera va a hablar antes con nosotros.
—Hacía mucho tiempo que El Terrible no tenía una excusa para luchar —dijo Escudo-Abollado—. Tiene miedo de que os rindáis.
—Pues va a tener una lucha de verdad —prometió Gatea-Corteza—. ¡Detonad las minas antimateria!
El ingeniero Pila-Potente cerró un interruptor y con un ruido desgarrador, el camino del oeste explotó bajo las aristas de la Horda Pecosa. Los Ligeros y los guerreros que los montaban fueron destrozados por las explosiones y lanzados hacia los lados.
Los que habían ido por los bordes del camino, o por entre los diferentes emplazamientos de las minas, se alejaron rápidamente hacia ambos lados. Pero fue sólo para encontrarse con los desgarradores estallidos de otras dos ristras de minas, que explotaron a cada lado de la carretera.
Atila percibió una sorda explosión, a través del cuerpo de su Desliza-Lento, cuando detonó la mina antimateria. El Desliza-Lento dio un fuerte aullido de dolor, pero siguió adelante aguijoneado por la criatura que lo montaba. Atila se dio cuenta de que el animal estaba herido. Pero, si se exceptuaba una placa destrozada debajo de su armadura metálica, todavía era operativo. Observó desde su privilegiado observatorio, en lo alto del Desliza-Lento, los daños que acaba de sufrir su ejército. Al contrario que su Desliza-Lento, el ejército había resultado muy maltrecho por el ataque sorpresa. Los guerreros no habían sido presa del pánico durante el ataque y seguían avanzando hacia su enemigo, pero no estaban en sus formaciones habituales. Cada uno de ellos, tenía por lo menos, uno de sus ojos fijo en su emperador.
Atila sacó sus espadas de manipulador, y las hizo centellear formando unas figuras complicadas alrededor de su cuerpo. Los guerreros controlaron su desorganizado empuje y buscaron a un granturión. Los granturiones, con sus espadas de manipulador haciendo señales, reunieron los guerreros que estaban a su alrededor y, luego, hicieron una señal a su jefe. Ya no quedaban más que seis grupos. La mitad de los guerreros habían muerto a causa de las minas antimateria. Con las espadas centelleantes. Atila alineó los grupos tras de los tres Desliza-Lentos y el ataque continuó.
—¡Hagamos andar a este animal! —gritó Atila, metiendo la punta de un puñal entre las ranuras de la armadura del Desliza-Lento. Andaba hacia atrás según el Desliza-Lento rodaba pesadamente hacia adelante. Encima de él, vio una gran esfera suspendida en el cielo. No se dejó amedrentar por ella. Aquella esfera ya caería, cuando lo hiciera la fortaleza y la potencia fuese desconectada.
Desde muy alto, sobre el campo de batalla, Cuenta-Estrellas seguía el desarrollo de la acción e informaba a sus amigos que estaban debajo.
—Los dos primeros grupos están dentro del alcance de las fuentes de obuses —informaba—. Coordenadas: uno-tres y uno-seis.
—Uno-tres disparada —dijo Dobla-Metales, accionando los pequeños interruptores de su consola. Uno-seis disparada.
Unas filas de tubos, largos y casi en posición vertical, dispararon sus salvas, y docenas de pequeñas bolas pesadas se elevaron en el cielo para caer después, como pequeños meteoritos vengadores, sobre la Horda Pecosa. La corteza vibraba a causa de los gritos de los guerreros y los Ligeros perforados, pero el ataque seguía.
—Coordenadas uno-dos. Coordenadas uno-siete. Coordenadas dos-tres —iba informando Cuenta-Estrellas desde arriba.
Abajo, en el suelo, Atila sacó sus espadas de manipulador y lanzó otra señal. Los granturiones, en respuesta a ella, cambiaron su manera de avanzar, a una forma en zigzag. Muchas de las mortíferas bolas que caían no daban en el blanco. Atila oyó un gruñido cuando el guerrero que estaba a su lado recibió una bola en su nudo cerebral. Su cuerpo muerto, caído ante la parte delantera del Desliza-Lento, fue aplastado al llegar a la corteza.
—Tres-tres. Cuatro-siete. Dos-cuatro. Cinco-siete. Seis-Siete —iba diciendo Cuenta-Estrellas.
—Mis cañones están vacíos —contestó Dobla-Metales.
—El Desliza-Lento de Atila casi ha llegado a la barrera y los otros dos, no van muy distanciados de él —anunció Gatea-Corteza—. ¡Hemos de detenerles! Activad los robots.
Los tubos, que habían actuado a la manera de las plantas fuente, habían cesado definitivamente de tirar píldoras. Se estaban acercando a la barrera.
Atila aminoró la marcha de su Desliza-Lento, temeroso de nuevas sorpresas. Descansando en el suelo, delante de las invisibles barreras magnéticas, había unos complejos trozos de metal. De repente parecieron cobrar vida. Cada uno de ellos tenía un manipulador muy largo que pinchaba, cortaba o quemaba. Los robots habían sido programados para ir tras los Desliza-Lentos, y especialmente, de sus jinetes. Algunos fueron aplastados bajo las pesadas placas armadas, pero otros se escabulleron alrededor, hasta la parte trasera de los animales y empezaron a trepar por su arista directora. Eran insensibles a las hojas de espada, y cuando un Ligero se había encontrado ya alguna vez con uno de aquellos robots que cortaban, quemaban y pinchaban, rehusaban volver a acercarse a ellos.
—¡Utilizad vuestros dardos! —gritó Atila a los guerreros que estaban cerca de él.
Los guerreros tenían unas bolsas, especialmente adaptadas, que cargaron con unos dardos, pesados y cortos, y usaron sus músculos internos para despedirlos, formando un corto arco, desde sus puestos en lo alto de sus Ligeros. Los dardos perforaban las pieles metálicas de los robots, dejando unas heridas relucientes. Algunos dejaron de funcionar, otros se quedaron clavados sobre la corteza, pero los restantes siguieron adelante.
—¡Hay dos que están trepando por tu Desliza-Lento! —dijo uno de los guerreros que estaba cerca de él.
—¡Arrojad dardos!
Atila estaba tamborileando fuertemente sobre el Desliza-Lento, para lograr que se diera la vuelta, porque así los robots debería trepar por una corriente descendente de placas móviles, lo que disminuiría su velocidad de avance. Primero uno, y después el otro, fueron alcanzados por los dardos. El Desliza-Lento volvió a gruñir. Uno de los dardos había atinado en una juntura de su armadura. El Desliza-Lento ya estaba rodeado de una masa arremolinada de guerreros montados en Ligeros, que después de silenciar al resto de los robots, intentaban atacar de nuevo.
—Los robots han alcanzado a dos de los Desliza-Lentos —dijo Cuenta-Estrellas.
—Ya hemos podido oírlo por la corteza —dijo Gatea-Corteza gritando por encima de los bramidos de los Desliza-Lentos—. Debe ser muy desagradable tener un robot de construcción que se abre paso cortando y quemando hasta el nudo cerebral de uno.
Los bramidos se acabaron con unos sollozos. El Desliza-Lento que quedaba, hizo coro al grito de su moribunda pareja, y después volvió a sus habituales gruñidos de queja, porque la polilla que estaba en su parte alta, volvía a pincharle para que siguiera adelante.
—No han podido alcanzar al que nos importaba más —dijo Gatea-Corteza—. Atila está a punto de romper la barrera magnética.
—Seguidme —chilló Atila.
Con las espadas de manipulador haciendo unas victoriosas florituras, lanzó su Desliza-Lento contra la barrera magnética. La corteza rugió, cuando los generadores intentaron mantener el campo, y después se derrumbó la barrera. Con gritos de triunfo, la vanguardia de la Horda Pecosa se coló por la abertura. Cayeron hacia atrás al encontrarse con otra barrera de haces de positrones, que ocasionaba grandes agujeros en sus pieles. Los generadores de positrones tenían un alcance limitado en aquella atmósfera tenue, pero evidentemente llegaban más lejos que los dardos. Estos, sin embargo, podían ser lanzados en cualquier dirección, mientras que los haces de positrones iban describiendo espirales alrededor de las líneas del campo magnético que iban de este a oeste. Los espaciales con sus rayos y los guerreros con sus dardos, luchaban unos contra otros como si fueran los caballos y los alfileres en un cruento final de partida.
—¡Pastores! ¡Diseminad vuestras adhesivos! —chilló Lee-Letras a los suyos.
Después corrió entre los grupos que luchaban y tiró unos pequeños adhesivos de arista por el lugar donde iban a pasar los Ligeros. Muchos imitaron sus acciones. Los Ligeros que avanzaban se encontraron con los adhesivos y se detuvieron bramando. Sus jinetes maldecían y los apuñalaban para conseguir que volvieran a marchar, pero muchos de ellos fueron alcanzados por los punzantes rayos positrónicos.
Lenta, pero inexorablemente, los defensores hubieron de retroceder. Nuevamente, Atila alzó su espada y señaló una orden. Los guerreros que estaban alrededor de él empezaron a maldecir y volvieron a combatir con su máxima dureza.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Gatea-Corteza a Escudo-Abollado.
—Atila ha decidido llamar al resto de su ejército —dijo Escudo-Abollado—. Los del primer escalón están muy enfadados, porque no han podido concluir la batalla por ellos mismos.
—Pues vienen muy aprisa —les informó Cuenta-Estrellas.
Atila hizo una nueva señal, y los guerreros que estaban con él cesaron de luchar y se retiraron, para poner una guardia que protegiera la abertura que había conseguido hacer en la barrera magnética. Cuando el resto de su ejército se aproximó, Atila se lanzó por la parte trasera del Desliza-Lento y montó en su Ligero. Enarbolando sus espadas de manipulador, se hizo seguir por la Horda Pecosa a través de la abertura.
—¡Soltad los deslizadores cortantes! —vociferó Gatea-Corteza—. Ved bien como los apuntáis, porque no pueden distinguir al amigo del enemigo.
Docenas y más docenas de pequeños deslizadores motorizados se aproximaron a través de la corteza. De su parte superior surgían tres largas hojas, afiladas como navajas, que obligaron a más de un guerrero a abandonar su malherida montura. Pero un guerrero de la Horda Pecosa, aunque estuviera descabalgado, era un enemigo formidable. Gran tras gran, los Ligeros y los que los montaban pasaban por la abertura. Las fuentes de obuses ya habían sido recargadas y entraron de nuevo en funciones. Los rayos de positrones centellaban por la atmósfera mientras se comían la carne, dejando grandes agujeros, y los coches deslizadores dirigidos por los incansables espaciales, vomitaban bombas de antimateria por ambos lados, hasta que el conductor era detenido por un látigo-espada o por un dardo en su nudo cerebral. Los defensores habían sido rechazados de su última barrera magnética. El Desliza-Lento armado se desplazó de nuevo hacia adelante.
Un maltrecho coche deslizador se paró junto a Gatea-Corteza y Escudo-Abollado. Su conductor era Ojo-Vengador. Sus bolsas estaban llenas de objetos pesados.
—Hemos de detener a este Desliza-Lento —dijo Ojo-Vengador—. Bajad las barreras, mientras cruzo por allí.
Sin esperar la respuesta puso su control de velocidad en la posición extrema y se dirigió directamente hacia la barrera.
—¡Detente! —gritó tras él Gatea-Corteza, pero hizo una seña al ingeniero Electro-Magnético. La barrera se interrumpió, el coche deslizador la cruzó a toda velocidad y se volvió a conectar de nuevo.
—Es un loco —dijo Once-Ojos a Atila—. ¡Avanzad con los dardos! —ordenó a sus guerreros.
—Va a por el Desliza-Lento —gritó Atila, hostigando a su Ligero para que se moviera. El Ligero de la recaudadora ya iba por delante del suyo, y ella estaba sacando de la vaina su látigo-espada. Ojo-Vengador le hizo un quiebro y lanzó una bomba antimateria hacia ella, pero ésta conocía su objetivo y no se dejó engañar. Él aumentó la velocidad de su coche deslizador hasta el máximo, intentando situarse a su lado, pero el látigo-espada le acertó en el costado. Ojo-Vengador explotó cuando las bombas antimateria que llenaban sus bolsas provocaron una gigante deflagración. Los restos del coche deslizador se metieron debajo de las placas del Desliza-Lento que seguía avanzando.
Una conmocionada recaudadora pudo salir de debajo de su Ligero muerto, ordenó a un guerrero que le cediera su montura y estaba sacando otro látigo-espada de su bolsa de armas cuando llegó Atila.
—Ahora sólo puede salvarnos un milagro —dijo Gatea-Corteza.
De repente, un grito de angustia partió del ejército que avanzaba. El grito también salió de algunos de los guerreros amistosos, del clan vecino.
—Atila y sus guerreros están escondiendo sus ojos —observó con asombro Escudo-Abollado.
—¡Es demasiado brillante! —gritó Lee-Letras, escondiendo tres de sus ojos.
—¿Qué es demasiado brillante? —preguntó Gatea-Corteza.
—Es un rayo ultra-rojo que viene del centro de los Ojos de Brillante. Me causa dolor en mis ojos rojos.
—¡Los humanos han conectado su láser! —exclamó Gatea-Corteza.
—La mayor parte de los soldados de la Horda sólo tienen unos pocos ojos salidos —dijo Escudo-Abollado—. Tienen dificultades para gobernar sus Ligeros.
La recaudadora escondió sus ojos pecosos y observó con sus dos ojos comunes. Tuvo que hacerlos ondular atrás y adelante para poder enterarse de lo que pasaba a su alrededor.
—¡Apagad esa luz! —vociferó Atila, mientras tenía todos sus ojos escondidos debajo de los párpados.
Se había vanagloriado de que ninguno de sus ojos era normal aunque aquello pudiera significar que era incapaz de leer la letra menuda de un rollo.
Los dos Ligeros, el de Atila y el de la recaudadora, resultaron heridos por los deslizadores cortantes y se detuvieron para cuidar de sus heridas. La luz ultra-roja seguía brillando.
—Estos estúpidos Ligeros no sirven para nada —gritó Atila.
Sacó sus tres espadas de manipulador y se deslizó al suelo por la parte trasera de su Ligero. Con los incesantes movimientos de sus espadas, protegió sus flancos de los enemigos que no podía ver y trató de atisbar por debajo de sus párpados pese a la deslumbrante y hostil luz. La recaudadora se bajó también para estar junto a su jefe.
Algo que chillaba escalofriantemente pasó por uno de sus lados, y después otro pareció que pasaba por debajo de ellos. Sólo después de que el pequeño misil, con unas superafiladas hojas verticales, hubo pasado, la recaudadora se dio cuenta de que su arista estaba resbaladiza y que sus músculos ya no trabajaban bien. Atila volvió a gritar y apoyó su pequeño cuerpo musculoso, en el de ella, tratando de levantar su arista para apartarla de otro deslizador cortante.
Los Ligeros resultaron muy fáciles de matar, recordaba después Gatea-Corteza. Al no tener sus jinetes que les protegieran, fueron dianas fáciles para los rayos positrónicos. Los guerreros pecosos eran más duros. A pesar de que muchos de sus ojos estaban ciegos, cuando ya estaban sobre la corteza, podían usar su arista para saber si se acercaba algún enemigo, y muchos de ellos tenían uno o más ojos normales que les permitían ver, pero Atila no tenía ninguno.
La batalla se prolongaba, pero la luz ultra-roja que venía desde arriba seguía brillando.
—¡Esto no terminará nunca! —gritaba Atila agitando sus espadas a su alrededor, con las que entretejía un escudo. La recaudadora se había separado de él, para evitar las hojas cortantes.
—Los humanos tardan siempre mucho tiempo en hacer cualquier cosa —dijo Gatea-Corteza que estaba a poca distancia de allí—. Por esta vez, permita Brillante que no se apresuren.
—Venid a cogerme, esclavos —dijo la recaudadora haciendo restallar su látigo-espada sobre la corteza.
Los músculos de su bolsa de armas lanzaron un dardo, pero el tiro resultó corto e hizo vibrar la corteza. Hizo voltear su látigo amenazadoramente alrededor de ella.
—Con mucho gusto —dijo Escudo-Abollado levantando su escudo y su pica.
El látigo-espada de la recaudadora empezó a girar con velocidad mayor cuando se fue hacia Escudo-Abollado.
—¡Escudo-Abollado, espera! —gritó Gatea-Corteza.
Desde una distancia segura, a salvo del alcance del látigo-espada, lanzó hacia la recaudadora un rayo positrónico que le ocasionó un gran agujero.
Con los jugos que se derramaban por su arista y su costado, la recaudadora lanzó un golpe de látigo-espada para cortar un ojo de su atacante. Un escudo abollado paró el golpe. Otro rayo del arma antimateria quemó profundamente su nudo cerebral.
La recaudadora se fluidificó.
La corteza que estaba alrededor de Atila se quedó en silencio, pero el resplandor ultra-rojo persistía. Atila dejó de mover sus espadas para poder oír, con su arista, lo que estaba pasando. Los manipuladores que sostenían las espadas percibieron una vibración que procedía de la empuñadura. Cuando Atila volvió a agitar las espadas, ya no tenía nada que agitar. Las hojas de las espadas se habían desintegrado.
Atila sacó un ojo rosado al resplandor ultra-rojo y… ¡vio una piel pecosa!
—Dame tu espada —exigió Atila.
—Sí. ¡Oh, El Terrible! —dijo una voz y la espada de Lee-Letras cortó el ojo que asomaba.
—¡Ojo-Vengador está vengado! —proclamó Lee-Letras.
Atila gemía en su agonía.
Gatea-Corteza levantó su lanzador de positrones y dijo:
—Acabemos de una vez.
—¡No! —dijo Escudo-Abollado—. ¡Es mío!
Se montó encima de Atila. El cuerpo del emperador se retorció y su arista casi quedó hacia arriba, en su intento de sacudirse a su atacante. Ella lo mantuvo debajo y metió su espada corta, en su nudo cerebral. Los párpados de Atila se relajaron y los ojos rosados fluyeron sobre la corteza, cuando se apagó por fin el resplandor que venía de los Ojos de Brillante.
Escudo-Abollado levantó un globo ocular sin vida y lo cercenó de su soporte. Se fue hacia el ojo siguiente.
—Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco —dijo—. Esto salda la cuenta de lo que me debías. Ahora pasaremos cuentas de lo que debes a los Ancianos que estuvieron a mi lado.
Siguió dando la vuelta alrededor del cuerpo que se fluidificaba hasta que llegó al último de los ojos. Gatea-Corteza lo sostenía en un manipulador y tenía un pequeño puñal preparado.
—Estoy cansada —dijo Escudo-Abollado—. Puedes quedarte con éste.
—Éste es por Qui-Qui —y Gatea-Corteza cortó el último globo ocular del emperador de Huevo del Dragón.
—¿Quién es Qui-Qui? —preguntó Escudo-Abollado.
—Alguien a quien conocí hace mucho tiempo —dijo él.
FECHA: 21:04:17 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
—Ha sido una excelente elección de frecuencia, Jean —dijo Seiko—. Ultravioleta corto. Demasiado larga para la visión normal de los cheela y demasiado corta para poder causar efectos sexuales secundarios. Decididamente esto ha decidido la batalla.
—¿Qué sucede? —preguntó Abdul.
—Qué ha sucedido, debes preguntar. Todo se ha terminado en una décima de segundo.
—¿Pero quién ha ganado? —chilló Abdul.
—Los cheela del espacio, desde luego.
Seiko recogía las emisiones de resúmenes de noticias que llegaban desde la corteza.
—Con una pequeña ayuda de sus amigos —dijo Abdul.
—Necesitan un poco más de ayuda —dijo Seiko—. Sus bibliotecas quedaron aniquiladas por el estrellamoto, y desean que les devolvamos parte de la información que está en los cristales de HoloMem de nuestra biblioteca. No lo quieren todo, e informarán a nuestro ordenador de las secciones que necesitan.
—Voy a coger el primer cristal.
Pierre que estaba sentado frente a la consola de la biblioteca estiró el brazo para alcanzar el estante de los HoloMem y sacó uno de ellos. Todavía estaba marcado «A hasta AME» pero el contenido del diccionario humano había sido sustituido, hacía mucho tiempo, por todo el conocimiento de los cheela. La transmisión del contenido del cristal sería más rápida si se efectuaba desde la consola de comunicaciones de la cubierta principal, por lo que Pierre se empujó por la escalera de metal, lo más aprisa que pudo, sabía que por muy rápido que se moviera un humano siempre le parecería muy lento a un cheela.