BARBARIE

FECHA: 10:10:11 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

Llegó procedente del norte, avasallando todo lo que encontraba a su paso. Se llamaba Ojos-Feroces, El Terrible. Iba montado a lomos de un Ligero gigante. Era menudo, pero de cuerpo robusto, adornado con abundantes pecas, resultaba ser un contrincante imbatible para cualquiera de los guerreros de su ejército, porque temían más al feroz resplandor de sus doce ojos rosados que a su látigo-espada.

Cuando era un crío de dos gran de edad que apenas si empezaba a hablar, había sido abandonado, en la ladera norte del volcán Éxodo, por los mayores de su clan, que andaba corto de comida. Como no tenía la aguda visión de un solo ojo «normal», aquel individuo tan dotado de pecas era poco útil para trabajar en los campos. La hambrienta cría encontró el nido de una pareja de Ligeros salvajes, antes de que los Ligeros le encontraran a él. Cuando los Ligeros regresaron, le encontraron descansando, saciado, entre los desmenuzados restos de uno de sus huevos. Fue cuidado por los Ligeros como si se hubiera tratado de uno de ellos y, al poco tiempo, participaba ya en las expediciones contra las manadas de los clanes que tenían cerca.

Muchos giros después, cuando ya era un jovenzuelo, atacó el territorio de su antiguo clan. Iba montado en uno de sus hermanos de nido, haciendo centellear el látigo-espada que había inventado. Un conjunto de agudas esquirlas de cristal de dragón atadas a una larga cinta de fibras tejidas. Nada podía alcanzarle porque estaba en lo alto de su montura, por encima de unas voraces mandíbulas dotadas de cinco dientes. Era invencible. Destrozó al jefe de su clan, convirtiéndole en trizas a latigazos, lo cedió a su montura para que se lo comiera, y se apoderó del clan. Hasta aquel momento no tenía nombre. Adoptó el de Ojos-Feroces, a causa de los temerosos susurros que podía oír cuando atravesaba el territorio a lomos de su montura.

Tres docenas de giros después, Ojos-Feroces estaba saciado. Sus bolsas de comer estaban llenas de comida, su bulbo cerebral estaba harto de las historias que había ordenado a los viejos que le relataran, y su ego estaba colmado por los cumplidos de los aduladores y serviles cheela que se disputaban las migajas de comida que él dejaba. Pero su deseo de poder no se saciaba, porque nunca podría perdonar a los que le habían abandonado a causa de sus excesivas pecas.

Ojos-Feroces seleccionó a tres de los cheela del clan, los pecosos que tenían un número mayor de ojos rosados, y les enseñó a montar en los Ligeros. A los pecosos esto les resultó fácil porque, con sus ojos rosados, podían percibir unos sutiles cambios de coloración de la piel y de los ojos de los ligeros que les permitían saber el humor de los peligrosos animales. Ojos-Feroces dejó a uno de sus nuevos guerreros al frente del clan y, con el resto de los suyos, se fue a conquistar el clan vecino.

La táctica de conquista de El Terrible era muy simple. Su ejército sitiaba el emplazamiento de un clan y luego él, con un pequeño grupo de guardias de escolta, llegaba montado hasta su interior. Personalmente, desafiaba al jefe del clan. Si éste era lo bastante loco como para aceptar el duelo, no tardaba en convertirse en carne para alimentar al Ligero de Ojos-Feroces. Su ejército permanecía allí el tiempo suficiente para alimentarse, ellos y sus monturas, desarmar y subyugar al clan, y escoger y entrenar a algunos reclutas. Después se iban, aunque dejaban a uno o dos de los suyos para mantener el clan bajo su control. En algunos de los primeros clanes les habían opuesto resistencia, pero a todos sus oponentes que hubieran quedado con vida al terminar la batalla les arrancaban todos los ojos menos uno, y les dejaban en libertad para que llevaran un aviso al clan vecino.

El Terrible, que ahora estaba a la cabeza de un pequeño ejército errante, tenía seis capitanes y cada uno de éstos iba al frente de una docena escogida de soldados montados. Estaban apoyados por un ejército mucho mayor que recogía alimentos y suministros de los clanes subyugados y los transportaban, por medio de largas filas de porteadores, desde los polos Oeste, Norte y Este hasta cualquier parte donde estuviera el ejército. En aquellos momentos, las líneas convergían hacia la parte norte de los alrededores de Paraíso de Brillante.

—Vamos a caer sobre Paraíso de Brillante. ¡Oh, El Terrible! —dijo Lanza-Caída—. Allí está Qui-Qui, el Dios de la Juventud y del Conocimiento. Vive en el Templo del Laberinto, protegida por su magia. Se dice que nadie más que ella ha podido llegar hasta el centro del Laberinto.

—Ella no es más dios que yo mismo —dijo Ojos-Feroces.

—Pero cuentan que ella puede hablar con las estrellas y volar por el cielo. También dicen que se mantiene siempre hermosa y que no puede morir.

—No puede hacer nada que no pudieran hacer los antiguos que vivieron antes del gran cortezamoto —dijo Ojos-Feroces—. Sea o no sea dios, apuesto a que sus jugos se derraman cuando le arrojes una de tus lanzas.

Su Ligero bramó e intentó morder al que montaba Lanza-Caída. Ambos tuvieron que golpear a sus monturas en sus sensibles ojos para aquietarlos.

—Los Ligeros ya tienen hambre —dijo Lanza-Caída.

—Pararemos allí y mataremos un Desliza-Lento para que coman.

Ojos-Feroces se deslizó hasta el suelo por la cola de su montura. Su arista golpeteó la corteza gritando una orden:

—¿Dónde está el esclavo que lleva el vino? ¡Tengo sed!

—El Terrible ha llegado hasta el norte de la ciudad —informó el mensajero—. Se han detenido para comer y alimentar a sus monturas.

—El Terrible —susurró Qui-Qui que, de repente, se sintió muy cansada.

El robot había estado insistiendo para que se sometiera a otra operación de rejuvenecimiento, pero lo había pospuesto cuando llegaron las noticias de que El Terrible se aproximaba.

—Parece como si la historia de Huevo estuviera siguiendo la historia de la Tierra. Hasta tenemos nuestro Atila. Sólo que en vez de tener al huno Atila, el azote de Dios, tenemos al pecoso Atila, el azote de Brillante.

—Será mejor que nos marchemos —dijo Resorte-Lineal que era uno de los ingenieros mecánicos—. El Terrible es irresistible.

—No, —dijo Qui-Qui—. Si es verdad que es como el huno Atila de la Tierra, no se parará hasta que haya conquistado la totalidad de Huevo o haya muerto. Si huimos, nos perseguirá. Debemos quedarnos y luchar.

—Pero tiene seis docenas de guerreros montados que van con él, y docenas y docenas más que están en reserva.

—Debemos quedarnos y luchar —Qui-Qui tomó un machete y una lanza—. No podemos dejarle ganar, porque, si lo hiciera, el oscurantismo caería probablemente sobre Huevo, como en cierto tiempo cayó sobre la Tierra.

Ojos-Feroces no encontró oposición y pudo desplazarse por la desierta ciudad de Paraíso de Brillante. Hizo alto cuando su ejército llegó frente al Templo del Laberinto. Acompañado por Lanza-Caída, dio una vuelta completa alrededor del perímetro de la pared exterior. Las escasas ventanas que existían en la alta pared tenían barrotes y sus paneles deslizantes estaban completamente cerrados. Cada pocos milímetros había mirillas. Algunas estaban a nivel de la corteza y otras a nivel de los ojos. A través de algunas de ellas pudieron atisbar algún globo ocular que les estaba mirando. A lo largo de la parte superior de la pared se extendía una espiral metálica; de vez en cuando aparecían unos destellos de luz entre las espiras.

—Eso deben ser las «barreras magnéticas» de las que nos han hablado nuestros recientes esclavos —dijo Lanza-Caída.

—Es muy raro que pueda quemar una cosa que no está caliente ni reluce.

Ojos-Feroces, de repente, fustigó a su Ligero y se dirigió en línea recta hacia la pared, entre dos mirillas, alcanzó con uno de sus pseudópodos la parte alta de la pared, y retrocedió.

—Quema —dijo, chupando el extremo de su pseudópodo—. No podemos pasar por encima.

Sólo había una entrada al Templo del Laberinto. Era muy amplia, y como carecía de puerta y de rejas resultaba amenazante. En la misma entrada había cuatro corredores estrechos que enseguida empezaban a girar a medida que se iban bifurcando para tomar el laberinto. Los corredores eran demasiado estrechos, para que por ellos pudiera pasar un Ligero.

Ojos-Feroces reunió a sus guerreros.

—Lanza-Caída, tú y tus guerreros desmontad y preparaos para entrar. Tres en cada corredor. Id armados con espadas cortas y machetes para el combate cuerpo a cuerpo. Los demás deben acercarse con sus Ligeros hasta la pared, a ambos lados de la entrada y taponar las mirillas con picas y lanzas. Si no pueden vernos, no podrán luchar.

La vanguardia escogida de la Horda Pecosa se dispuso en línea, procurando que cada uno tuviera permanentemente un ojo «normal» (de visión aguda) vigilando a su comandante. Éste sacó de su bolsa un par de espadas de manipulador y las hizo ondear de una manera estudiada.

—¡Al ataque! —gritó.

Empezó la carga. Los que iban montados adelantaron rápidamente a Lanza-Caída y a su docena de guerreros que se movían por medio de sus aristas. Cuando los Ligeros cruzaron el desnudo terreno empezaron a bramar y a desviarse hacia un lado u otro, a pesar de los esfuerzos de sus jinetes para mantenerlos bajo control. Desde una de las mirillas un ojo vigilaba.

—Las barreras escondidas en la corteza les están obligando a dirigirse hacia los campos de tiro —informó Weber-Gauss al centro de control—. ¡Soltad los asustadores grandes!

Súbitamente, Ojos-Feroces oyó unos gritos y alaridos que surgían a lo largo de la pared exterior del Laberinto. A través de los agujeros que estaban a nivel de la corteza, salía una corriente de objetos que giraban y chillaban, bailando por encima de la corteza. Eran de cabeza ancha y se iban estrechando hasta una aguda punta en su base. Mediante algún procedimiento mágico eran capaces de sostenerse en equilibrio sobre la punta, en vez de caer sobre la corteza, como era de esperar.

Del cuerpo giratorio de los asustadores salían unos cuchillos cortantes que daban unos profundos tajos, tanto a los Ligeros, como a los guerreros. Asustados por los agudos chillidos, los Ligeros se desbocaron y los guerreros huyeron.

Uno de los asustadores chillones se dirigió directamente a Ojos-Feroces. Este, observó su aproximación y le dio un golpe con la punta de su espada-látigo. El asustador alteró su trayectoria y se desvío trazando una curva alrededor de la nerviosa montura. Ojos-Feroces cabalgó para interceptar a la asustada Lanza-Caída.

—¡Te dije que atacaras! ¡Mírame!

Lanza-Caída se detuvo al momento y todos sus ojos se elevaron sobre sus pedúnculos rígidos. Ojos-Feroces se acercó cabalgando hasta el globo ocular más próximo y formó un manipulador-pinza que utilizó para aplastarlo lentamente.

—¡Al ataque! —dijo.

Lanza-Caída reunió a sus guerreros y volvió a conducirles hacia la entrada del mortal Templo del Laberinto. Los Ligeros rehusaron acercarse a la pared, y todos los guerreros se vieron obligados a desmontar y a recorrer con su arista el camino, a campo abierto.

Empezaron a salir de la pared más asustadores giratorios, pero ya no existía el efecto sorpresa. Los guerreros pecosos prosiguieron su avance intentando derribar a los asustadores con golpes de sus lanzas y espadas, pero el peculiar movimiento aleatorio de que estaban dotados y su rígida resistencia a ser tumbados ocasionaron muchas bajas. Sólo quedaron los guerreros que habían conseguido llegar lo bastante cerca de la pared para que los asustadores fueran lanzados detrás de ellos.

—Los asustadores grandes han conseguido acorralarles en el campo de tiro de los obuses —comunicó Weber-Gauss a su centro de control—. Empezad la barrera progresiva en las zonas que van del uno al ocho.

Una serie de explosiones, que procedían del interior del Templo del Laberinto, provocaron la incertidumbre en los atacantes, que miraron a su alrededor para ver cuál era el peligro que les acechaba. No vieron nada y después murieron al ser golpeados por unos enormes pesos que caían del cielo y los rajaban desde el dorso a la arista. El movimiento de las espadas de manipulador que blandía Ojos-Feroces estaba marcando todavía el ritmo de «ataque» y por este motivo los guerreros seguían atacando.

—Ya están al alcance de los lanzallamas —informó Weber-Gauss.

Unas llamaradas al rojo violeta salieron de los agujeros que estaban a nivel de los ojos y barrieron hacia atrás y hacia adelante, dejando unos charcos de líquido llameante y unos guerreros que chillaban a causa de las graves quemaduras. Uno de los guerreros consiguió llegar a la pared, entre dos de los agujeros y pudo tapar con su escudo uno de ellos, durante el intervalo entre las sucesivas proyecciones de fuego. El chorro del lanzallamas rebotó hacia dentro y se produjo una explosión detrás de la pared que hizo volar por los aires llamas y trozos de cuerpos. El pecoso se colocó delante de la mirilla y con el extremo de su pica en el agujero, daba continuos golpes para evitar que lo volvieran a utilizar. Todos los lanzallamas, uno tras otro, se redujeron al silencio cuando, mirilla tras mirilla quedaba bloqueada por alguna piedra de la corteza o por alguna pica que vigilaba un chamuscado, maltrecho y enfadado guerrero pecoso.

Tan sólo seis de los guerreros de Lanza-Caída consiguieron llegar a la entrada. Destacó a dos de ellos en cada uno de los tres corredores y ella entró sola en el cuarto.

—Los sensores manométricos indican siete objetivos —dijo Mega-Bar que vigilaba los indicadores del mapa del laberinto, colocado en la pared oeste de la sala de control—. Hay dos en cada uno de los corredores sin salida y otro en el camino principal del laberinto.

—Dejadles que pasen sobre las primeras trampas y luego reactivad las que queden detrás de ellos —dijo Gas-Neutrónico—. De esta manera les tendremos tanto a la ida como a la vuelta.

Lanza-Caída se deslizaba lentamente a lo largo del estrecho corredor. Introducía un cuchillo en todos los agujeros, antes de pasar delante de ellos y vigilaba atentamente por si había trampas. Con la punta de su espada corta, tanteaba enérgicamente la corteza que tenía delante, antes de pisarla con su arista. Cuando alcanzó la sección a rayas del corredor, extremó sus precauciones. Pinchaba el suelo y las paredes con su espada y empujaba por delante de ella su escudo cargado con la parte frontal de su arista, para dar peso. Como no sucedió nada, pasó por encima.

Desde lejos le alcanzó el ruido de un estallido y de un grito. Al parecer era Cicatriz-Fea. Casi inmediatamente después se produjo una fuerte explosión y se oyó otro grito de dolor. Alcanzó otra de las zonas a rayas y empezó a cruzarla precavidamente, utilizando como antes el escudo para protegerse. Hubo un fuerte estruendo y un escudo abollado salió despedido de debajo de su conmocionada arista. El escudo fue a dar en la parte alta de la pared, se quedó encima de la barrera magnética hasta que empezó a ponerse incandescente y a producir ruidos, luego volvió a caer sobre el corredor, casi encima de ella.

Ojos-Feroces esperó y esperó a que Lanza-Caída y sus guerreros salieran. Por fin lo hicieron, pero sus cuerpos eran empujados uno a uno hasta la entrada por una pequeña máquina que se ajustaba limpiamente a las paredes de los estrechos corredores. Habían sido quemados por una extraña llama que había cauterizado los agujeros que atravesaban sus cuerpos, y tres de los guerreros tenían heridas punzantes mortales que se extendían desde la arista a la parte superior.

Lanza-Caída fue empujada en último lugar. Ojos-Feroces envió a los carniceros para que se hicieran cargo del cuerpo, pero éstos la llevaron hasta él porque todavía vivía, a pesar de los enormes agujeros supurantes que tenía. Dos terceras partes de su cuerpo estaban paralizadas a causa de las lesiones en su bulbo cerebral, pero todavía era capaz de hablar con el resto de su arista.

—Tienen trampas que conectan y desconectan cuando quieren. Al entrar atravesé una de ellas, pero me cazó cuando regresaba. Me hice la muerta. Me acuchillaron sólo unas pocas veces, desde uno de los agujeros, pero me dejaron. Son unos flojos, que no están acostumbrados a matar. Yo me habría asegurado con una cuchillada al bulbo cerebral.

Levantó su deteriorado escudo y explicó:

—Mi escudo golpeó la «barrera magnética» pero no se quemó. Tal vez con muchos escudos, o con uno mucho mayor, se podría evitar que la barrera nos quemara.

Ojos-Feroces probó el escudo de ella sobre las barreras magnéticas que estaban en las zonas despejadas del exterior de la pared. Descubrió que podía atravesarla, con tal de estrechar su cuerpo para que no dejara de estar encima del escudo. Con otros escudos, sin embargo, la cosa no funcionaba. Interrogaron a algunos de los esclavos nuevos de los clanes locales y descubrieron que lo que se necesitaba era un metal especial al que llamaban «superconductor». Mandaron esclavos a Paraíso de Brillante con la orden de que recuperaran hojas de este material con el que fabricar escudos.

Había llegado la ocasión del festín de giro, y era ya tiempo de alimentar a los guerreros y a sus monturas. Había una gran abundancia de carne para los guerreros, porque los carniceros habían estado muy ocupados después de la batalla. Pero los Ligeros no probaron la carne de cheela, desde luego. Era demasiado exquisita para dársela a ellos, y además, no convenía que supieran que sus jinetes eran tan sabrosos. Los Ligeros comieron carne de Desliza-Lentos procedente del rebaño que viajaba con el ejército.

Ojos-Feroces estaba contrariado por lo que decidió matar por sí mismo al Desliza-Lento, en vez de dejar que los carniceros se ocuparan de la tarea. Uno de los carniceros levantó la arista directora del animal hasta la parte dorsal y condujo el Desliza-Lento directamente hacia su jefe.

Ojos-Feroces tenía la pica alzada y espero a que el Desliza-Lento se desplazara pesadamente hacia él. Era muy grande, su altura era el doble de la de las paredes que rodeaban el Templo del Laberinto. Observó atentamente las placas cuadradas de la armadura ósea, que eran mayores que un escudo y que se extendían por la parte superior y los lados del animal. Localizó un punto débil entre las placas móviles y se abalanzó hacia adelante para clavar su pica en la juntura, e inmediatamente retrocedió para salir de debajo del Desliza-Lento que se empaló a sí mismo en la pica y fluyó.

Ojos-Feroces dejó que los carniceros hicieran su trabajo. Mientras se alejaba, sus pedúnculos de los ojos se movían lentamente porque estaba sumido en profundos pensamientos. En lugar de reunirse con sus guerreros y comerse a sus camaradas, se limitó a coger un pedúnculo asado del cadáver de Lanza-Caída y chupó el ojo, mientras se dirigía a la zona donde los esclavos trabajaban para fabricar los escudos superconductores. Se detuvo y miró con desagradado el pedúnculo. Lamentablemente había cogido el pedúnculo cuyo globo ocular había sido aplastado, por lo que al chuparlo no había conseguido que soltara jugo en su bolsa de comer.

Estaba de mal humor cuando llegó a los recintos de los esclavos. Hizo que el esclavo que estaba a cargo de la armería abandonara su precaria comida del giro.

—¿Ves aquel Desliza-Lento muy grande que está allí? —preguntó al esclavo mientras sus pedúnculos se dirigían hacia el rebaño que estaba pastando cerca de allí—. La hembra corpulenta.

—Sí, ¡Oh, El Terrible! —contestó el esclavo.

—En vez de fabricar escudos con el metal «superconductor», quiero que hagas unas cubiertas metálicas para las placas de aquel Desliza-Lento.

—No me pidas que haga esto, El Terrible —suplicó el esclavo—. Un Desliza-Lento es peligroso cuando se enfada, y estoy seguro de que se enfadará si intentamos clavar placas encima de él.

—Te concedo tres giros —dijo Ojos-Feroces—. Después será un ojo por cada giro que te retrases.

Tiró a la corteza el pedúnculo que le había disgustado y regresó al festín en busca de otro. El esclavo recogió la comida desechada pero, por alguna razón, aquel pedúnculo no le supo tan bien como había supuesto.

—Han transcurrido cinco giros y todavía no ha hecho nada —dijo Qui-Qui—. Los guerreros van dando vueltas alrededor del Templo, fuera del alcance de los asustadores grandes, impidiendo que alguien pueda entrar o salir, pero no atacan. Deben estar planeando algo, pero ¿qué? Levitadme con la máquina de gravedad; tal vez pueda ver algo.

—Tendremos que desconectar la potencia de las defensas para poder activar la máquina —dijo Weber-Gauss—. Pero si no se trata de mucho tiempo creo que seguiremos a salvo.

Un docigiro después, los guerreros pecosos que rodeaban el Templo del Laberinto se pusieron en alerta cuando se empezó a transmitir un profundo zumbido por la corteza. El zumbido se transformó en un silbido y desde el centro del Templo ascendió el Dios de la Juventud y de la Sabiduría. Se elevó unos diez centímetros y se detuvo. Procedente de las afueras de Paraíso de Brillante se acercaba lo que parecía un robot gigantesco. No. Era un Desliza-Lento recubierto de metal. Encima de él se sostenía una pequeña figura pecosa.

Detrás del Desliza-Lento acorazado seguía la Horda Pecosa, recuperada de sus heridas y con todo su poderío recuperado. Qui-Qui notó que sus ánimos se hundían junto con su cuerpo, cuando la máquina de gravedad volvió a depositarla en el suelo.

Ojos-Feroces no malgastó el tiempo en preliminares. Si el Desliza-Lento no conquistaba el Templo del Laberinto para él, habría fracasado. Montado en su parte más alta, se echó hacia atrás cuando las placas recubiertas de metal se desplazaron hacia adelante, debajo de él. Sus dos guardias personales procuraban que el Desliza-Lento siguiera avanzando en la dirección correcta, pinchándole de vez en cuando entre las placas armadas. Pasaron fácilmente por encima de las barreras magnéticas exteriores, aunque la corteza despedía rayos eléctricos a medida que los bobinados se iban destruyendo, a causa de la gran presión magnética que se acumulaba.

Esperó a que sus guerreros silenciaran los lanzallamas que estaban en un tramo de la pared, y luego hizo que su gigantesca montura acorazada se lanzara hacia adelante. Las placas de metal superconductor, reforzadas por el gran peso del Desliza-Lento, hicieron presión contra la superpotente barrera magnética situada en lo alto de la pared exterior. Las bobinas de hilo zumbaron mientras la barrera pudo resistir la presión, pero luego la atmósfera se cargó de energía, lanzando chispas cuando las bobinas se colapsaron.

Espoleado por los pinchazos de los pequeños seres que iban montados en su parte superior, el Desliza-Lento acorazado empujó la pared exterior y la hizo caer sobre la siguiente pared del laberinto. El Desliza-Lento siguió adelante y penetró en un recinto secreto, al que hasta entonces sólo se podía llegar por un túnel subterráneo. Era uno de los centros de control de las defensas exteriores del Laberinto. Las lanzas de los guardias personales que iban a los lados de Ojos-Feroces dejaron a los acólitos clavados en la corteza.

El Desliza-Lento pasó por encima de los cuerpos y derribó otra pared, dirigiéndose hacia el centro del Templo del Laberinto. Una de las componentes de la guardia personal recibió el golpe de un peso que le cayó encima, después de haber sido alcanzada desde arriba, por un obús situado en el corredor por donde acababa de pasar. El resistente hilo sujeto al peso, la hizo saltar al lomo del Desliza-Lento. Cayó sobre la corteza y ardió.

Ojos-Feroces pinchó al Desliza-Lento para que empujara con más fuerza y abriera brecha en la pared siguiente. Ya habían alcanzado un gran cuarto interior, donde estaba un gran número de acólitos. Podía oír que sus aristas hablaban rápidamente, pero al parecer no hablaban uno con otro. Una imagen destellante de un cheela que estaba hinchado de un modo extraño, flotaba en el centro de una ventana mágica que estaba incrustada en el suelo.

—Atila ha logrado conducir un Desliza-Lento a través de las paredes. Ha penetrado profundamente en el Laberinto —el locutor miró hacia la pared que se venía abajo—. ¡Atila ya está aquí! ¡Estamos perdidos!

Empezó a correr, pero fue atrapado y destrozado junto a los demás, cuando intentaban escapar por una de las salidas del cuarto de comunicaciones.

Después de franquear otras tres paredes, el Desliza-Lento alcanzó el centro del complejo. Ojos-Feroces hizo detener su montura y miró a su alrededor. En el centro de la habitación había un revoltijo de cajas conectadas a unos pesados tubos. Pegada a una de las paredes estaba la hembra cheela más hermosa que jamás Ojos-Feroces había podido ver. Sostenía una pica y algo que parecía un machete, pero resultaba difícil para sus ojos distinguir algo tan pequeño.

—Tú debes ser Qui-Qui —dijo Ojos-Feroces—. La cheela que nunca muere.

Insertó una lanza en una bolsa especialmente preparada para lanzar armas arrojadizas y rugió:

—Veamos si tu magia puede protegerte de una lanza.

El arma arrojadiza surcó el aire y fue a enterrarse profundamente en la corteza que estaba inmediatamente delante de Qui-Qui. Empezaba a cargar, cuando ella se precipitó hacia adelante para herirle con su pica. Ojos-Feroces empujó hacia un lado a su guardia personal, hizo girar hacia adelante su látigo-espada y cortó el extremo de la pica. En el golpe de retorno dio un profundo corte en la parte superior de Qui-Qui, que no lo notó.

Al quedarse sin su pica, Qui-Qui se refugió entre el amasijo de tubos y válvulas que constituían el sistema central de distribución de potencia de todo el complejo del Laberinto. El generador propiamente dicho estaba escondido en el antiguo laboratorio subterráneo de Cero-Gauss.

Intentó que Atila descendiera de su prácticamente invisible emplazamiento.

—Y tú debes ser Pecoso-Atila —dijo ella—. Me han dicho que te llaman «Ojos-Feroces», pero «Ojos-Débiles» sería un nombre más apropiado después de fallar unos blancos tan grandes como éstos —le guiñaba sus párpados inferiores—. Ven a cogerme, niñito pecoso.

El insulto de ser llamado «niño» casi hizo perder el control a Ojos-Feroces, pero se contuvo y se calmó. A golpes del látigo-espada, que hacía restallar delante de él, hizo avanzar al Desliza-Lento por entre los tubos y cajas. Qui-Qui trepaba para apartarse. El Desliza-Lento se puso encima de una de las cajas. La válvula principal que había dentro se rompió y unas gigantescas oleadas de potencia atravesaron y quemaron el enorme cuerpo. El Desliza-Lento murió y se derrumbó, rompiendo otras conexiones de potencia. Las defensas automáticas del Templo del Laberinto quedaron colapsadas y la Horda Pecosa se precipitó a su interior. Qui-Qui quedó aplastada contra la pared por el cuerpo expandido del Desliza-Lento.

Ojos-Feroces descendió del Desliza-Lento moribundo y se acercó a Qui-Qui. De repente, una parte de la pared se deslizó hacia un lado y apareció un objeto metálico de forma abovedada. Se adelantó, habló y parecía que estaba vivo.

—¿Está usted preparado para someterse a su rejuvenecimiento? —preguntó el robot.

—¡No! —exclamó Qui-Qui, aunque su arista quedaba acallada por el cuerpo del Desliza-Lento que la estaba aplastando—. ¡No hables con él! ¡Puesta a cero! ¡Alto! ¡Desactiva tus circuitos!

—No puedo cumplir estas órdenes —contestó el robot—. Debo mantener en funcionamiento la máquina de rejuvenecer.

Qui-Qui no contestó. El robot se acercó a ella y examinó su cuerpo con sus sensores.

—Está muerta. Ha esperado demasiado antes de rejuvenecerse.

El robot se volvió hacia Ojos-Feroces, dio una vuelta a su alrededor con los sensores en funcionamiento.

—Usted tiene un tono muscular excelente, a punto para un rejuvenecimiento inmediato —dijo el robot—. ¿Le gustaría tener un cuerpo joven?

—¡Sí! —sus ojos no se apartaban de la mágica caja abombada de metal que se movía y hablaba.

—En primer lugar, hemos de preparar la ficha para el Comité de Rejuvenecimiento de los Clanes Aliados —el robot sacó un rollo de un compartimiento—. ¿Nombre?

Ojos-Feroces meditó durante unos momentos. Un cuerpo nuevo requería un nombre nuevo. Un nombre distinto a todos los demás.

—Atila —contestó con orgullo.

FECHA: 10:13:14 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

El Consejo del Espacio se reunió en un edificio sobre el que estaba suspendido el brillante globo de Huevo. El resplandor de Huevo ya no tenía el menor calor.

—Hemos perdido una buena amiga, que además era un gran profesor e ingeniero —dijo Red-Risco.

—Y que era nuestro único contacto con la superficie —añadió el almirante Rebana-Acero—. Al parecer estaremos clavados aquí hasta que Atila pierda el control. Quisiera que hubiera algún modo de matarle, por ejemplo, dejando caer algo sobre él.

—Nos resultaría bastante fácil deorbitar un proyectil —dijo Red-Risco—. Pero cuando el proyectil fuera ganando velocidad, el campo magnético de Huevo lo destrozaría, lo convertiría en una nube de plasma que se disiparía antes de llegar a la superficie. Para ocasionar daños tendríamos que deorbitar una masa muy grande. No disponemos de una masa así, ni de la energía necesaria para deorbitarla. Además podríamos matar a clanes enteros de esclavos inocentes, sólo para intentar matar a un solo individuo.

—Pues va a tener que transcurrir mucho tiempo antes de que la civilización vuelva a reconstruirse y puedan hacernos descender —dijo Rebana-Acero, resignado.

—Lo que hemos de hacer es descubrir la manera de bajar hasta la superficie sin ayuda —dijo Red-Risco.

—Esto será algo muy difícil —dijo Rebana-Acero—. Ninguna de las naves espaciales ha sido proyectada para aterrizar en la superficie. ¿Hay alguna manera de añadirle alguna clase de freno atmosférico o magnético?

—Huevo no dispone de atmósfera que pueda ayudar mucho —contestó Red-Risco—. Yo podría proyectar un freno de campo magnético si dispusiera de metal con la adecuada conductividad. Pero, al contrario que el frenado atmosférico, la energía cinética se convertiría en calor en el interior del freno metálico. A niveles altos de frenado, el freno llegaría a fundirse. A niveles bajos nos encontraríamos con el problema de tener que suministrar gravedad a la tripulación. Además un freno magnético tiene menor eficiencia a medida que disminuye la velocidad. El frenado podría disminuir la energía del vehículo, pero todavía iría demasiado aprisa para poder aterrizar.

—¿Y no habría modo de añadirle alguna clase de propulsión para las fases finales? —preguntó Rebana-Acero.

—Los impulsores inerciales de las naves de exploración son eficientes desde el punto de vista energético, pero su relación entre potencia y velocidad es demasiado pequeña y no puede utilizarse para la toma de tierra —contestó Red-Risco—. Es concebible que una de las naves de salto se modificase para usar los anticuados cohetes de antimateria, en la fase de aterrizaje. Pero incluso en el caso de que pudiéramos obtener las toneladas de antimateria necesarias para calentar el propulsor, no disponemos de los centenares de toneladas de propulsor que se necesitarían para dejar en el suelo una nave de salto con sus pesados generadores de gravedad. Estamos limitados por las disponibilidades de masa.

—Pues debemos encontrar alguna masa en alguna parte. ¿Serviría si sacrificáramos una de nuestras estaciones espaciales?

—Estoy pensando en otra cosa. Podríamos usar una de las masas de compensación que rodean la nave espacial de los humanos. Podrían arreglárselas con sólo cinco. Mi idea es utilizar una de estas masas como «primera etapa» para nuestro aterrizador. Se podría almacenar en la masa la energía que necesitamos y así no habría que acarrearla en el aterrizador y después transmitir esta energía al aterrizador por medio de algún sistema de lanzamiento.

—¿Estás pensando en un sistema de lanzamiento parecido al bucle de salto? —preguntó Rebana-Acero.

—Son demasiado alargados para que quepan en la masa de compensación —dijo Red-Risco—. Yo pensaba en una catapulta gravitatoria grande que estuviera montada en la masa. De algún modo podríamos poner la masa en una órbita elíptica alrededor de Huevo que la acercara casi hasta la superficie. En el punto exacto de la periapsis, la catapulta gravitatoria lanzaría el vehículo de aterrizaje, en la dirección opuesta a la trayectoria orbital dejándolo quieto, estacionario, unos pocos metros por encima de la superficie.

—¡Y desde allí sería un aterrizaje fácil! —dijo Rebana-Acero—. Podríamos desembarcar un equipo de ingenieros para que construyeran nuestra propia catapulta, para que el resto de nosotros pudiésemos bajar.

—Tengo la esperanza de poder matar dos pájaros de un tiro —dijo Red-Risco—. Estoy convencido de que podremos lograr que nuestro aterrizador sea la catapulta gravitatoria. Ahorraremos mucho tiempo.

—¡No puedes hacer volar una catapulta gravitatoria! Una catapulta gravitatoria sólo genera fuerzas cuando aumentan las corrientes de masa ultradensa. ¿Cómo vas a poder hacer funcionar las bombas? ¿Con un cable muy largo de alimentación de potencia?

—También se obtienen fuerzas gravitatorias cuando la corriente de masa disminuye —dijo Red-Risco—. Pero no deberías pensar en los cambios en las corrientes de masa. En realidad, lo que crea el campo gravitatorio es el incremento o la disminución del campo gravitomagnético que está dentro del toro. Creo que podemos lograr una catapulta gravitatoria que no necesite una alimentación exterior para que funcione. Pueden conseguirse cambios en el campo, sin alterar la velocidad de las corrientes de masa, sólo hay que cambiar su dirección. La verdad es que éste podría ser un buen proyecto para mi nuevo seminario de ingeniería gravitatoria. Y salió para ir a reunirse con su clase.

FECHA: 10:13:26 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

—Ya ha llegado el tiempo para los informes de los equipos de la clase —dijo Red-Risco—. ¿Cómo se está desarrollando el proyecto del aterrizador? ¿Quién es el jefe de equipo del aterrizador?

Uno de los alumnos, que estaba en la última fila, contestó:

—Se ha terminado el proyecto básico. Pondremos dos largos tubos multicanal delgados, que se enrollarán alrededor del toro en múltiples capas para lograr que el campo interior sea más uniforme. El aterrizador partirá con un tubo vacío y el otro lleno por completo de polvo de agujero negro que se desplace a gran velocidad. Esto provocará la creación de un campo gravitomagnético de máxima potencia en el sentido contrario al de las agujas del reloj. Cuando queramos utilizar la fuerza de repulsión gravitatoria, pondremos en funcionamiento una válvula de desvío para mandar parte de la masa en circulación del primer tubo al segundo, pero haciéndolo ir en sentido contrario. La corriente inversa anulará parte del campo gravitomagnético del interior, lo que equivale a disminuir su intensidad. El campo gravitomagnético decreciente generará un campo gravitatorio repulsor que mantendrá el aterrizador en levitación sobre Huevo.

—¿Cuánto tiempo va a estar inmóvil? —preguntó Red-Risco.

—Sólo tres mizgiros, por ahora —contestó el jefe del equipo aterrizador—. Puesto que ya disponemos del esquema básico, vamos a intentar disminuir el peso. Nuestra meta está en conseguir un tiempo de levitación de seis mizgiros, lo que nos llevaría a un tiempo aproximado de aterrizaje de un grugiro.

—Seguid trabajando —dijo Red-Risco—. ¿Equipo del lanzador?

—Nos ha correspondido el trabajo más fácil —informó otro de los estudiantes—. El lanzador es básicamente como una de las catapultas gravitatorias de Huevo, sólo que mayor. En lo que realmente nos hemos esforzado ha sido en conseguir que el campo gravitatorio de repulsión sea lo más uniforme posible en el centro para rebajar al mínimo los esfuerzos sobre el aterrizador durante el lanzamiento. Su tamaño resultó ser terriblemente grande: unos veinte centímetros. No creo que seamos capaces de meterlo en una de las masas de compensación de los humanos. Vamos a necesitar la masa grande del deorbitador. Creo que los humanos la llaman «Otis» en honor del humano que construyó la primera fuente espacial.

—No era una fuente espacial, era un ascensor —aclaró Red-Risco.

—¿Qué es un ascensor? —preguntó un estudiante.

—No te preocupes. ¿Equipo de la base de lanzamiento?

—A medida que el lanzador se hace mayor, la base se va haciendo menor —dijo un tercer estudiante—. Hemos formado un grupo conjunto de estudio con una clase de astrofísica que imparte Casta-Plasma, doctor en Astrofísica. Estamos aprendiendo las realidades de la física de las partículas y del plasma, al tiempo que ellos aprenden lo divertido que es ser un ingeniero gravitatorio. Nuestro equipo se llama ahora «los Revienta Planetas». Salimos en una nave de exploración para echar un vistazo a Otis. Su superficie está demasiado metida dentro de la pelusa. Vamos a tener que utilizar monopolos para que se contraiga y se haga más densa. Por suerte, los humanos mantienen en funcionamiento su fábrica de monopolos y tienen muchos almacenados.

—Todos estáis haciendo un trabajo excelente —dijo Red-Risco—. Disponéis de 24 giros más para acabar vuestros informes de equipo, y luego creo que será preferible que Casta-Plasma y yo hablemos con los humanos antes de seguir adelante.

FECHA: 10:13:32 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

—Pierre, tenemos una llamada desde la Estación Espacial del polo Este —dijo Jean—. Es Red-Risco y un astrofísico que se llama Casta-Plasma. Nos están pasando una información detallada por un canal de datos, pero además quieren hablar contigo.

Pierre abandonó las comprobaciones del ordenador de la nave y conectó su pantalla al canal de comunicaciones. En ella aparecieron dos cheela. Red-Risco era el de menor tamaño, aunque era grande para ser un macho. La otra llevaba insignias en su piel con una estrella en explosión en su centro. Pierre ya había mejorado en identificar los sexos, aunque Casta-Plasma se lo había puesto fácil, al mostrar sus grandes párpados inferiores.

—Hemos descubierto la manera de poder regresar a Huevo —empezó Red-Risco ahorrándose los preliminares—. Puesto que tenemos muy pocas cosas en el espacio, tenemos que pediros alguna masa y algunos monopolos. Desgraciadamente las masas de vuestro anillo son demasiado pequeñas; sólo la masa de vuestro deorbitador podría sernos útil. La reduciríamos de tamaño con monopolos, hasta que se convirtiera en una diminuta estrella de neutrones, para poder utilizarla como base, donde construir el aterrizador y su lanzadera.

Pierre estaba sorprendido.

—No veo como podríais hacerlo. Incluso si pudierais reducirla hasta llegar a una densidad igual a la de una estrella de neutrones, la ecuación de estado sería inestable y se colapsaría en forma de una miniatura de agujero negro.

—Esto ya lo sabemos —dijo Casta-Plasma—. Si inyectamos sólo un tipo de monopolo en la masa del deorbitador, podremos aumentar la densidad de su centro gracias a la formación de monopolo, pero los átomos de monopolos tendrán una tendencia a repelerse unos a otros, puesto que poseerán la misma carga magnética. Hay que confiar en que, de esta manera, podremos mantener bajo control la reducción de tamaño del deorbitador y evitar que se convierta en un agujero negro.

—Esto me parece muy arriesgado —dijo Pierre—. ¿Estáis seguros de vuestros cálculos?

—No —repuso Casta-Plasma—. Pero es un riesgo que debemos correr.

Súbitamente, en la pantalla apareció otro cheela.

Pierre reconoció las constelaciones de estrellas dobles, en la piel del almirante Rebana-Acero, jefe de los cheela del espacio.

—No es esto lo que nos preocupa —dijo—. No tan sólo queremos usar la masa del deorbitador como base donde construir nuestra catapulta gravitatoria, sino que además queremos bajar esta catapulta a la superficie de Huevo. Tendríamos que desviarla de su órbita habitual.

—No hay problema —dijo Pierre—. Sólo necesitamos su campo gravitatorio, y para esto no importa si es un asteroide degenerado, una estrella de neutrones en miniatura, o un agujero negro. El campo de gravedad externo es el mismo, sólo debéis volverlo a poner en su órbita elíptica cuando hayáis acabado de utilizarlo, porque lo vamos a necesitar para nuestro regreso al San Jorge. ¿No lo vais a estar utilizando durante mucho tiempo, verdad? Solo tenemos suministros para unas pocas semanas, ya que esta misión se había proyectado que durara ocho días.

—Este es el problema —ahora Rebana-Acero se había quedado solo en la pantalla—. Es posible que la masa de compensación resulte destruida, durante el proceso de colocar la catapulta gravitatoria sobre Huevo.

Pierre se quedó en suspenso durante unos segundos, pero en seguida se dio cuenta de que estaba malgastando lo que equivalía a semanas de vida del cheela, cuya imagen parpadeante indicaba que iba a esperar su respuesta en su pantalla, cada quinto de segundo.

—Sin la masa del deorbitador nos quedaríamos atascados aquí. ¿Qué probabilidades tenemos?

—Intentamos incesantemente encontrar una manera mejor de hacerlo —dijo Rebana-Acero—. Pero por ahora las probabilidades son de 12 a 1.

—Bueno —dijo Pierre—, esto no está tan mal.

—Hay 11 posibilidades en cada docena, de que la masa del deorbitador sea desintegrada, por efecto de las mareas, mientras traslada la catapulta gravitatoria hasta Huevo, y sólo hay una posibilidad de cada doce, de que sobreviva. Todo depende de cómo las dinámicas orbitales y de marea se complementen en los sistemas vibratorios internos de la masa del deorbitador durante su actual tránsito.

Pierre se detuvo a pensar unos pocos segundos, pero esta vez no se preocupaba por el cheela.

—Tenemos también a Óscar, que es la otra masa grande asteroide que se utilizó para colocar la masa del deorbitador en su órbita elíptica ¿Podrías utilizarla?

—Con los limitados recursos de que disponemos, no tenemos la posibilidad de alterar las leyes universales cuando se trata de masas grandes y de baja densidad —dijo Rebana-Acero—. Este asteroide está en su viaje fuera del sistema de Huevo del Dragón. En el mejor de los casos tardaríamos seis meses en traerlo hasta aquí. Esto, para nosotros, es la eternidad.

—Hmmmm.

Pierre tomó en consideración las opciones y dijo:

—Creo que es mejor que hable con la comandante Swenson y el resto de la tripulación.

Se reunieron en el salón del mirador para discutir el asunto. El doctor Wong puso en negro el mirador en cuanto entró. Nadie protestó. Ya sería bastante difícil tomar una decisión aunque se prescindiera de tener la imagen amarilla de Sol brillando a ráfagas en el mirador.

—La comandante Swenson dice que la decisión debemos tomarla nosotros —explicó Pierre—. Su única condición ha sido que debe hacerse mediante voto secreto y que la decisión de dejar que los cheela usen a Otis ha de ser por unanimidad.

—Sería mucho más fácil decir «SI» si las probabilidades fueran mejores —dijo Jean—. Un ocho por ciento a favor no admite un pronóstico muy bueno.

—Ocho y un tercio por ciento —corrigió Seiko—. También debemos tener presente el número de seres inteligentes que están involucrados. Arriesgando nuestras cinco vidas podemos evitar que se extinga toda una civilización inteligente.

—No me gusta la manera en que habremos de morir —dijo Abdul—. Sufrir hambre hasta morir, no coincide con mi idea de diversión. Prefiero hacerlo rápidamente.

César habló:

—Quiero recordaros a todos que hace exactamente tres horas, todos hubiéramos experimentado una muerte rápida si no hubiera sido por los esfuerzos de los dos cheela, el almirante Rebana-Acero y el ingeniero Red-Risco, que son los que ahora piden nuestra ayuda.

Pierre esperó por si había más discusiones. No las hubo, por lo que distribuyó hojas de papel en blanco.

—Escribid «SI» si estáis de acuerdo en dejar que los cheela usen Otis, o bien poned «NO» si estimáis que el riesgo es demasiado alto.

Luego Pierre recogió las papeletas y las recontó rápidamente.

—Hay cuatro «SI» y un «NO». Informaré al almirante Rebana-Acero que tendrá que encontrar otra forma de ascender a Huevo. Después programaré los cohetes conductores para que cambien la órbita de Otis y podamos volver a casa.

—Espera un momento —dijo Abdul—. He cambiado de opinión. Cambia mi voto por un «SI». No fue culpa de los cheela que Amalita desapareciera y sería estúpido guardar rencor a una estrella de neutrones. No importa.

FECHA: 10:25:02 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

Rebana-Acero y un Red-Risco de nuevo rejuvenecido observaron desde la lancha de exploración como la nave de transporte traía el primer lote de monopolos norte desde la distante fábrica de monopolos y los dejaba caer en la gran masa deorbitada de los humanos. Los monopolos se dispersaron en una nube difusa por efecto de la repulsión mutua desde el momento en que eran soltados de la nave de transporte. La nube fue absorbida por el campo gravitatorio del deorbitador y desapareció bajo la peluda superficie de la esfera de un kilómetro de tamaño. Más tarde debería disparar los monopolos hacia el interior de la esfera magnetizada con un acelerador electromagnético.

—El primero —dijo Red-Risco—. Y quedan muchos más. —Tragó una bola de mascar de una de las nuevas máquinas de alimentos.

—Va a ser un trabajo largo y pesado —respondió Rebana-Acero—. Cuarenta generaciones de transportes de monopolos, recorriendo siempre la misma extensión de espacio entre la fábrica y la masa deorbitadora. La situación puede producir monotonía, errores e incluso motines. Quiero mucha historia en las clases de las guarderías del trabajo de transporte y las mejores y más modernas máquinas de alimentos en las naves.

Contemplaron como el segundo transporte soltaba su carga de monopolos norte.

—Vayamos a las instalaciones de restauración de la Estación Espacial del polo Oeste —dijo Red-Risco—. Quiero ver cómo avanza la modificación de la lancha exploradora Abdul para convertirla en una nave de transporte.

FECHA: 20:55:45 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

Fue muchos gran después cuando Rebana-Acero y Red-Risco volvieron a visitar Otis. Rebana-Acero acababa de pasar por su rejuvenecimiento número 34 y tenía un aspecto muy joven, mientras que Red-Risco y la tripulación de la nave de exploración eran viejos y estaban cansados. El agujero negro que estaba en el centro de la nave de exploración entonces notablemente menos masivo, puesto que en reposo se había utilizado para maniobrar los impulsores inerciales durante los últimos 1.300 gran. Observaron a una nave de transporte que descargaba el último de los monopolos norte, en el depósito de la recámara de un largo cañón electromagnético. Un chorro de monopolos a elevada velocidad salió disparado con el cañón y penetró profundamente en la ahora ya sólida corteza de la masa deorbitadora. En el centro, los monopolos se mantenían en posición gracias a las intensas fuerzas de gravedad de aquella bola de diez metros de diámetro, a pesar de la repulsión magnética del resto de los monopolos que ya estaban en el núcleo ultradenso.

Cuando se hubo terminado esta etapa, a través de los enlaces de comunicaciones se propagó una combinación continua de tamborilees y bailes en señal de júbilo. Aumentó de volumen cuando la imagen del último lote de monopolo se extendió por el espacio que rodeaba a Huevo, con el lento avance de la velocidad de la luz.

—¡Estamos listos! —la anciana arista de Red-Risco intentaba mantener el ritmo de los tamborileos victoriosos de sus ingenieros.

—Esto es un gigantesco éxito para la especie cheela —dijo Rebana-Acero con calma, ya que sabía que todavía quedaba mucho por hacer—. Vamos a dejar que esto se enfríe durante ocho o doce gran y entonces volveremos a aplaudir con las aristas en nuestro largo viaje a casa.

—Los ingenieros gravitatorios de mi nuevo curso estarán preparados. ¿Dispones de un buen piloto experimentado en la gravedad para que nos lleve abajo? —preguntó Red-Risco—. A pesar de que la gravedad en la superficie y la velocidad de escape de Otis son sólo una pequeña fracción de las de Huevo, resultaría un aterrizaje peliagudo para alguien que sólo estuviera acostumbrado a volar por el espacio.

—Mi próxima promoción de pilotos ya se está entrenando en el anillo de masas que rodean la espacionave Matadragones —dijo Rebana-Acero—. Dentro de dos gran van a simular tomas de tierra a cincuenta metros por encima de Otis. Vas a poder disponer del mejor de este grupo, y él o ella tendrá autorización para escoger un nuevo nombre. Todos los de la clase están de acuerdo en que tal nombre será el de «Ascensor-Otis».