FECHA: 06:58:07.3 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
Los retortijones de hambre que padecía Cara-Pecosa se localizaban, alternativamente, en cada una de sus bolsas de comer. Se hicieron tan intensos que le hacían recordar con nostalgia sus antiguos tiempos en el basurero, cuando llegaban los trineos con los desperdicios de los restaurantes. Había transcurrido mucho tiempo después del festín de giro y ella tenía que conseguir algo para comer. Lo malo era que había demasiado silencio en la corteza que estaba a su alrededor. Era casi seguro que los claneros iban a oírla cuando empujara la roca para destapar el final del túnel. Lo que hizo fue acercarse a la boca del túnel y sacar un ojo aprovechando una rendija que quedaba entre la piedra y la pared.
—¡Maldición de Brillante! —susurró al tiempo que replegaba su ojo.
Una clanera estaba allí, pero había algo raro en su aspecto. Volvió a asomar un ojo, para ver la reacción que provocaba al mover ligeramente la piedra. Un fuerte ruido de arrastre se irradió por la corteza, pero la clanera no se movió. Haciéndose más osada, apartó la roca a un lado y fluyó hacia la atmósfera que todavía chisporroteaba.
Mantenía sus ojos resguardados, a medias, bajo sus párpados y se acercó a la clanera. El grueso cuerpo había fluido en forma de un amplio óvalo. Unos pocos globos de ojos de un rojo amarillento colgaban tristemente sobre sus carnosos párpados y las grandes insignias de clanera se habían desprendido de sus esfínteres de sostén.
—¿Eras demasiado blanda para soportar un pequeño cortezamoto, mamona de Vergonzosos?
Cara-Pecosa recogió una de las insignias de la clanera y se la colocó en su propio pellejo que estaba sin condecoraciones. La insignia pesaba, pero se sentía feliz.
—Me sienta mejor a mí, que a ti, chupaojos, amante de tu padre —dijo cuando fluyó encima del cadáver de la clanera y cogió el resto de las insignias.
En una de las bolsas encontró un látigo electrónico. El pellejo de Cara-Pecosa había probado el látigo, la primera vez que la cogieron y fue lo suficientemente tonta para intentar fugarse. Desde aquel día, cuando la cogían haciendo algo malo, seguía pacíficamente a los claneros. Fluyó fuera de la clanera muerta y conectó el látigo. Unas corrientes de elevado voltaje chisporrotearon por la corteza. Introdujo el látigo debajo de la arista de la clanera. La primera descarga produjo alguna acción refleja en los bordes de la arista pero cesó cuando el látigo formó un aura sobre el cadáver.
—A ver si ahora algún clanero se atreve a detenerme —bravuconeaba moviendo el látigo en todas direcciones—. ¡Freiré sus aristas y me las comeré como aperitivo entre los festines!
Se embolsó el látigo y se desplazó hacia el centro de la ciudad, casi arrastrando las enormes insignias por la corteza. El silencio le molestaba mucho. Desde que había salido del cascarón, en el basurero del otro lado de la ciudad, su arista había percibido el constante ruido del roce de las aristas y el de las máquinas, que le llegaban a través de la corteza. Pero en aquella ocasión allí no oía nada; ni el quejido de alta frecuencia del Bucle de Salto. Por fin, se acordó de mirar hacia donde debía estar el Bucle de Salto. Ya no estaba allí.
—¡Esto debe haber sido un baile de campeonato! —dijo en voz baja para sí misma, mientras avanzaba lentamente utilizando su atenta arista habituada a circular por las calles.
Cuando llegó el siguiente festín de giro, ya no sentía hambre. Había cargado a tope sus bolsas de alimentos, de gustos exóticos, que había cogido de las tiendas sólo custodiadas por los tenderos muertos. Su rechoncho pellejo deslumbraba a causa de las insignias de todas clases que lucía, incluyendo las dobles estrellas del almirante que había robado al soldado del espacio. Sus pecas estaban recubiertas por manchas irregulares de pintura corporal aplicada inexpertamente, y rodeando a cada uno de sus pedúnculos de los ojos había una o dos joyas ostentosas en forma de anillo, de alto precio, que había robado en una joyería. Su arista percibió un ruido lejano.
—¡Un clanero! —supuso.
Se fue rápidamente hacia un estrecho callejón que estaba entre dos edificios comerciales. Cuando llegó allí se desembarazó de las pesadas insignias, escondió los anillos de ojo en una de sus bolsas, y escuchó atentamente con su arista. Parecía que sólo había una cosa en movimiento, y sonaba como si fuera un Vergonzoso. Se sentía solitaria, y por esta razón se adelantó para descubrir el origen del ruido. En el mismo instante en que empezó a moverse, el sonido cambió de dirección y se fue directamente hacia ella, avanzando rápidamente. Pronto pudo ver, calle abajo, un Vergonzoso que se le acercaba tan aprisa como se lo permitía su arista.
—Hola, Copito-Rojo —dijo Cara-Pecosa al saludar al Vergonzoso cuando llegó a su lado, con el color de su pelo virando al rojo blanco a causa de la fatiga.
A Cara-Pecosa le gustaban mucho los animales, y formó un pseudópodo para acariciar el pelo ensortijado de aquel. El Vergonzoso dejó caer al suelo un pequeño rollo mensaje, y evitando las caricias se separó de ella y esperó; sus ojos miraban alternativamente primero a ella y luego al rollo. Cara-Pecosa pasó junto al rollo para acariciar al Vergonzoso, pero éste se zafó, dio una vuelta por detrás de ella, levantó el rollo y lo volvió a poner junto a la arista de ella.
Abandonó la idea de acariciar al animal y usó su pseudópodo para empujar hacia abajo el rollo, como había visto hacer alguna vez en la holovisión de los escaparates de las tiendas. El rollo quedó aplanado sobre la corteza. Había algo escrito. Ella conocía algunas palabras como «ENTRADA» y «SALIDA», pero no sabía leer el resto. El Vergonzoso se movía sin parar hacia atrás y hacia adelante, mientras ella trataba de descifrar el mensaje. De repente reconoció otra palabra. Era «SOCORRO». Se detuvo. Si ayudaba a alguien, éste se preguntaría, con toda seguridad, de dónde había sacado aquella pintura corporal tan cara, y llamaría a los claneros.
—Lo siento, Copito-Rojo —dijo dejando que el rollo se enrollase en el suelo de la calle—. Busca a otro. Tengo que ocuparme de mí misma.
Se encaminó a la entrada de una tienda de comestibles que había en aquella calle. El Vergonzoso recogió el rollo, se esforzó por adelantarla y dejó otra vez el rollo en su camino, vigilando atentamente con sus doce ojos todos los movimientos que ella hacía. Intento sortearlo, pero el Vergonzoso se movió con rapidez para bloquearle el camino. Se detuvo para tamborilear en el suelo una carcajada e intentó de nuevo acariciar al animal. El Vergonzoso la eludió y empezó a hacer cortos viajes de ida y vuelta en la dirección desde donde había llegado, deteniéndose para ver si ella lo seguía, y volviendo a empezar de nuevo la serie de movimientos. Mientras se movía hacia el lugar de donde procedían unos pequeños ruidos de ansiedad.
—Está bien, Copito-Rojo, te seguiré —siguió tras el Vergonzoso, calle abajo, con su arista alerta a un posible ruido de un clanero.
El Vergonzoso guió a Cara-Pecosa hacia el centro de la ciudad. Cuando llegaron a la entrada de un recinto muy grande, se introdujo por una reja que había en la pared. Cara-Pecosa dudó, porque sabía que aquél era el sitio donde trabajaban los personajes importantes que llevaban las insignias más pesadas. Algunas veces, ella y su pandilla habían pensado colarse allí, para ver si había algo que pudieran robar, pero los claneros estaban allí para impedírselo. Al ver que se detenía, el Vergonzoso regresó para recogerla y sus ruidos se hacían cada vez más ansiosos. Entró en el recinto y pudo oír una voz lejana que llamaba. Allí había algo muy extraño. La voz sonaba como si llegara desde dentro de la corteza. Se limpió bien la arista y esperó la siguiente llamada. La dirección de donde llegaba la voz era, sin duda, desde abajo. Con un intenso sentimiento de inseguridad, Cara-Pecosa siguió al Vergonzoso hacia la voz, hasta que éste se detuvo algún trecho hacia adelante, para intensificar sus lamentos. Fueron contestados por una voz.
—¡Rin-Tin-Tin! ¡Has vuelto! —dijo Cero-Gauss en cuanto vio a la bola de pelo rojo en el borde de la rampa—. Tenía la esperanza de que encontrarías a alguien para darle el mensaje —colocó parte de su arista contra la pared lateral y elevó la intensidad de las vibraciones de su arista—. ¡Oiga, si hay alguien arriba! ¡Socorro! ¡Estoy atrapada en un agujero! ¡Socorro! ¡Socorro!
Rin-Tin-Tin salió corriendo y no tardó en regresar. En aquella ocasión un globo de ojo de cheela se asomó mirando por encima del cuerpo del Vergonzoso. El ojo no tardó en ocultarse de nuevo.
—¡Por el culo de Brillante! —dijo Cara-Pecosa escondiendo su propio ojo bajo su párpado y haciendo esfuerzos para olvidarse de aquella imagen terrible. Con sus Ojos restantes miró a la preciosa corteza plana que tenía a su alrededor, tratando de calmarse. Trató de hablar con el adulto que estaba en el agujero, pero no pudo porque su arista se apretaba demasiado contra la corteza. Aflojó su arista, y evitando que sus ojos mirasen, con demasiada frecuencia, hacia la parte de la corteza que faltaba, al fin pudo contestar.
—Hola, quien seas —dijo Cara-Pecosa que todavía tenía su arista enervada por la emoción—. ¿Cómo te has caído en este hoyo?
—Con un ascensor —contestó Cero-Gauss.
—¿Y eso, qué es?
—Es una máquina para ir hacia arriba y hacia abajo. Pero no puede funcionar sin potencia, por lo que supongo que tendré que quedarme aquí hasta que lo arreglen. Por favor. ¿Puedes decir a tu maestro de la guardería, o a cualquier otro adulto que estoy aquí, y conseguir que envíen ayuda?
—No tengo ningún maestro de guardería que me limpie los vómitos —dijo Cara-Pecosa con un tono de voz enfadada—. ¡Me cuido de mí misma!
—Lo siento —dijo Cero-Gauss que estaba muy extrañada por lo vulgar de su lenguaje—. No puedo verle, y creía que era una cría. Estoy aquí aislada con algunos animales de investigación que están hambrientos y necesitó urgentemente que vuelvan a conectar la potencia a mi ascensor. ¿Podría, por favor, buscar a un guardia o a alguien que pudiera avisar a las autoridades?
—No voy a buscar a un asqueroso clanero, para nadie —dijo Cara-Pecosa—. Por otra parte, todos están muertos. Todo el mundo está muerto. Usted y Copito-Rojo son las únicas cosas que he visto en todo Paraíso de Brillante.
Mientras hablaban, Cara Pecosa perdió poco a poco su miedo a las alturas y se acercó a un lado del agujero cuadrado del suelo, hasta que ella y Cero-Gauss pudieron verse mientras hablaban.
—Tú eres una cría —los instintos de protección de Cero-Gauss empezaron a salir a flote en cuanto vio a la escuálida y manchada joven cheela—. ¿Qué te ha ocurrido? Estás cubierta por completo de pintura. ¿Queda alguien vivo en tu clan que se pueda cuidar de ti?
Cara Pecosa dudó un poco antes de contestar:
—No.
—En este caso yo seré responsable de ti hasta que podamos encontrar un miembro de tu clan. Me llamo Cero-Gauss. Soy uno de los profesores del Instituto. Pero primero hemos de lograr que yo y los animales podamos salir de aquí. Están terriblemente hambrientos y no quiero que se coman las plantas con las que investigo.
Se agachó debajo de una de las pesadas placas del techo que habían quedado inclinadas, y volvió a salir con una jaula de animales vacía.
Después empujó su cuerpo hacia arriba por la fina rampa que se había formado por la intersección de dos de las placas del techo que habían quedado apoyadas en un rincón del arrasado laboratorio subterráneo y añadió la caja al montón de las que ya había allí.
Sujetándose en las cajas con parte de su arista, se estiró hasta que pudo colocar un ojo a nivel del hoyo, cerca de Cara-Pecosa. Como ya estaba bastante cerca, pudo ver que Cara-Pecosa era uno de aquellos huevos abandonados en Este paraíso. Esto explicaba sus ordinarias expresiones. Rin-Tin-Tin se abrió camino entre ellos, para conseguir una caricia ya que había cumplido con su deber.
—Sólo puedo asomar un ojo —dijo Cero-Gauss—. No he parado de intentarlo durante los dos últimos giros, pero no consigo hacer subir el resto de mi cuerpo. Necesito más jaulas, o lo que sea, para poder subirme a ellas. Creo que podrás encontrar más jaulas en el edificio que hay allí, cerca del edificio del ascensor.
—No lo sé —dio unos golpecitos sobre el lomo del Vergonzoso y se lo acercó para abrazarlo—. Me parece que para esto hay que trabajar mucho.
—Los amigos de Rin-Tin-Tin están terriblemente hambrientos —dijo Cero-Gauss, que había conseguido deslizar la parte posterior de su arista sobre unos barrotes de la jaula para acariciar a Fracaso, Escoba, Algodón y Peludo y hacerles gritar.
—Está bien —dijo Cara-Pecosa con desgana—. No podemos dejar morir de hambre a los Vergonzosos. Ven, Copito-Rojo. Guíame hasta estas jaulas.
Antes del siguiente festín de giro, Cero-Gauss y los animales ya habían logrado subir a la superficie de la corteza. Cero-Gauss encontró el depósito de víveres para animales que estaba en el laboratorio, y un poco a disgusto, dejó que Cara-Pecosa les diera de comer, mientras ella se dedicaba a explorar el Instituto del Ojo Interior y la ciudad que estaba a su alrededor. Era peor de lo que había creído. No sólo habían muerto todos los demás cheela, también todas las plantas y animales habían perecido. Había ido al zoo para visitar las jaulas de los gigantescos Desliza-Lentos del hemisferio Norte, y también las de los Ligeros. Todos habían muerto. Los únicos Desliza-Lentos y Ligeros que habían sobrevivido eran sus híbridos miniatura. Encontró unas pocas semillas en algunos almacenes de artículos de jardinería, pero no estaba segura de que hubieran podido resistir las tormentas de radiaciones penetrantes que al parecer habían quemado todo lo demás. Por fortuna los alimentos envasados de los almacenes de comestibles se podían comer. Ella y los animales podían sobrevivir hasta que hubieran podido plantar y recoger algunas cosechas.
Cuando Cero-Gauss regresó al Instituto del Ojo Interior, descubrió que Cara-Pecosa había dispuesto las jaulas y algunas cajas de manera que formaran un recinto para los animales y estaba jugando con ellos.
Cuando la profesora de las grandes insignias regresó, Cara-Pecosa advirtió que se había quitado las insignias baratas de plástico, que llevaba cuando estaba en el hoyo, y las había sustituido por otras hechas de metal muy caro. Cara-Pecosa se sacudió la montaña de Vergonzosos que tenía encima, haciendo retroceder a un curioso mini-Ligero, y salió del recinto que había construido. Las ondulaciones de los pedúnculos de la adulta de las grandes insignias, daban a entender que había algo que le preocupaba.
—¡Especies enteras aniquiladas! ¡Han sido barridas! —dijo Cero-Gauss—. Sólo nos queda la colección de mi laboratorio, y ¡es tan limitada!
—Pues a mí me parece que tenemos grandes cantidades de todo —dijo Cara-Pecosa—. Las tiendas están llenas de comida, y si queremos algo especial, podemos comernos uno de sus Vergonzosos. ¿Qué gusto tiene el de las rayas?
—¡No! —con sólo pensarlo Cero-Gauss sentía un gran terror—. No debemos comerlos. Son los últimos de Huevo. Debo hacerles criar para conservar vivas sus especies. Y a las plantas, también. Son las únicas que quedan. También tengo que salvarlas.
Se aproximó al borde del agujero para mirar a las docenas y docenas de plantas que estaban a muchos milímetros por debajo de su nivel. Allí podrían sobrevivir, pero estas plantas, o por lo menos sus semillas, deberían ser trabajosamente elevadas, hasta el nivel de la corteza, para que pudieran ser útiles a las generaciones futuras, si es que había generaciones futuras.
Cara-Pecosa se había colocado al lado de Cero-Gauss cuando ésta miraba a las plantas que estaban en el hoyo. El sentir un cuerpo inmaduro al lado del suyo, hizo colapsar las últimas defensas contra el síndrome del Anciano. Extendió un mando de incubación y con él cubrió el dorso escuálido, pecoso y pintarrajeado de la fea cría.
Cara-Pecosa había visto a los adultos hacer cosas muy raras, pero para ella representó una nueva experiencia cuando descubrió que la profesora desarrollaba una arruga, exactamente debajo de los bultos carnosos de sus párpados. La arruga se convirtió después en una lámina que se extendió por encima de su pecosa parte superior.
Un sentimiento desconocido la embargó. No era un sentimiento tan intenso como el que sentía cuando hacía juegos de ojos con Arista-Rota; era más como un sentimiento de descanso, cálido y de estar a salvo. Por fin pudo descansar de la constante vigilancia que la había mantenido viva, desde sus primeros y terribles días en el basurero, con los salvajes ligeros que intentaban darle caza. Ahora había alguien que se cuidaba de ella. Alguien que vigilaba por ella. Introdujo todos sus ojos debajo de los párpados, contrajo su cuerpo en forma de bola y, allí, bajo el mando de incubación, descansó. Le gustaba la profesora, y ella gustaba a la profesora. Quería a los animales, y los animales la querían. Se preguntaba si aquello era lo mismo que pertenecer a un clan. Decidió quedarse allí, si la profesora quería.
FECHA: 06:58:08 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
El último sitio que Qui-Qui inspeccionó fue el Centro de Rejuvenecimiento. Tal como esperaba, todos estaban muertos, hasta las «plantas dragón» se habían roto por la raíz. Las largas barras de cristal que habían sostenido las plantas, relucían caídas sobre la corteza. Cuando salía, pasó junto al cuerpo inmóvil de un robot y se detuvo porque había percibido un chisporroteo eléctrico.
—¡Emergencia! ¡Emergencia! —susurraba una voz metálica.
Se acercó al robot. El cuerpo no se movió, pero la voz electrónica se hizo más fuerte.
—¡Emergencia! ¡Emergencia!
—La emergencia ha pasado —la arista de Qui-Qui vibró a través de la corteza.
El robot continuó dando la alarma como si no hubiera podido oiría. Qui-Qui pasó a la transmisión susurrada:
—La emergencia ha pasado —susurró Qui-Qui, utilizando su cuerpo para generar oscilaciones en el mar de electrones de su alrededor.
—¡Emergencia! ¡Cortezamoto! ¡Activen el Plan Dos! ¡Llamen al doctor! —dijo el robot.
—¡Alto! —ordenó Qui-Qui, que era la propietaria de una docena de robots personales—. ¡Emergencia terminada! ¡Puesta a cero! ¡Informe de su estado!
—Funcional a tres gruavos —dijo el robot—. He de informar a un doctor. Ha ocurrido un fallo.
—¡Alto! ¡Puesta a cero! ¡Emergencia terminada! Dime cómo activar las comunicaciones con Paraíso de Brillante.
—Debo informar a un médico. Usted no es médico —dijo el robot y se quedó mudo.
Qui-Qui estaba intrigada. Los ojos del robot no funcionaban. ¿Cómo sabía que no era un médico? Regresó a las oficinas principales, localizó los restos del doctor en medicina Sabino-Salk, de donde sacó las adornadas insignias de médico que se colocó en vez de sus joyas de gala. Regresó a donde estaba el robot, pero no demasiado cerca de él. Podría realizar una buena imitación del acento de la arista del doctor Sabino-Salk, pero nunca le había oído susurrar. Lo hizo lo mejor que pudo.
—¡Dime cómo reparar los enlaces de comunicación con Paraíso de Brillante! —ordenó.
—Abrir caja —dijo el robot.
Qui-Qui estaba desconcertada. Miró a su alrededor y vio una gran caja metálica en un rincón de la sala. La pared de la sala había sufrido una abolladura muy grande, en el sitio donde la caja se había empotrado. Se acercó a la caja para descifrar su casi ilegible placa. ¡Era otro robot! Según su placa, era un robot de mantenimiento, para un grupo de máquinas de preparación de enzimas que ya deberían haber llegado al Centro de Rejuvenecimiento. Sacó los enganches y deslizó a un lado la pesada tapa. Doce ojos vítreos surgieron de una protuberancia del tamaño de un cuerpo de Vergonzoso y miraron a su alrededor.
La parte superior de la protuberancia tenía la marca de una planta rinconera.
—¡Energía! —dijo la cosa.
El fondo de la caja cayó y el robot salió deslizándose sobre su ondulante cara inferior. Se detuvo al lado del robot averiado para intercambiar información, y después se desplazó hasta la sala de máquinas de enzima, donde encontró un acumulador a media carga que le permitió rehacer su propia energía. Qui-Qui le había seguido. El robot no le hizo caso y empezó a levantar una máquina de enzimas para colocarla sobre su base.
—¡Alto! —dijo ella—. Repara los enlaces de comunicación con Paraíso de Brillante.
—Ésta no es mi función —dijo el robot—. Mi función es mantener el Centro de Rejuvenecimiento en condiciones operativas.
—¡Puesta a cero! —ordenó—; El Centro de Rejuvenecimiento no puede operar sin doctores. Todos los doctores han muerto. Debes conseguir otros doctores. Los doctores están en Paraíso de Brillante. Debes preparar los enlaces de comunicación con Paraíso de Brillante, para poder llamar a los doctores.
El robot abandonó la reparación de la máquina de enzimas averiada. Fue a la oficina central, encontró una de las consolas de videoenlace, y la abrió. Efectuó algunas pruebas, y se fue a la consola próxima a la primera. Como ninguna de las dos podía funcionar, sacó partes de una y otra, y luego de una tercera, y las colocó en una cuarta consola. Abandonó la sala durante un tiempo breve y regresó con una pequeña fuente de energía para conectar a la consola. Y siguió con sus pruebas de rutina.
—El enlace de comunicaciones está reparado. Paraíso de Brillante no contesta —informó y regresó, para proseguir la reparación de la máquina de enzimas.
Qui-Qui probó la consola de videoenlace. En su vida había tenido que hacer tantas llamadas de larga distancia, ya conocía de memoria todos los crujidos y murmullos de arista que indicaban el estado de los distintos tramos de enlace. La llamada llegaba probablemente hasta la central de la ciudad de Roca Blanca, pero las fibras estaban rotas entre aquella ciudad y Paraíso de Brillante. Intentó que el robot la acompañara a Roca Blanca, para reparar la central de comunicaciones, pero la máquina rehusó abandonar su puesto de trabajo y las máquinas de enzimas que le habían sido asignadas. Qui-Qui se cansó de insistir, y regresó a Roca Blanca, para recoger su volador.
Tan pronto como activó el volador, el acoplador acústico hizo vibrar el suelo con un mensaje grabado.
—¡Qui-Qui! Conteste por el canal 36. ¡Qui-Qui! Conteste por…
El aparato de comunicaciones ya estaba puesto en el canal 36, y no tuvo que hacer más que activar el transmisor.
—Aquí, Qui-Qui —dijo y esperó la respuesta durante dos largos grugiros.
—Aquí el teniente Capacidad-Shannon, Qui-Qui. ¿Está usted bien? Enseguida podrá hablar con la almirante.
La voz áspera y desagradable llegó a través del suelo. La almirante parecía estar aún más preocupada que la vez anterior.
—¡Su conducta no tiene excusa! —dijo la almirante Transferencia-Hohmann—. Quiero que, a partir de ahora, se ponga en contacto cada medio giro. ¿Entiende usted? ¿Dónde estaba?
—Intentaba encontrar a alguien más —dijo Qui-Qui—. Pero no he podido. ¿Y ustedes?
Tuvo que soportar otra larga espera.
—No —dijo Transferencia-Hohmann—. ¿Qué podemos hacer? ¡Estamos sentenciados! —otra larga pausa—. ¡Si tuviésemos a alguien más que no fuera una estúpida artista!
El enlace con la almirante se cerró. Qui-Qui estaba a punto de desconectar la potencia, pero oyó de nuevo a Capacidad-Shannon.
—Aquí hay alguien más que quiere hablar con usted —dijo.
—… ¿Hola?… ¿Es Qui-Qui?… —llegó una voz—. Yo… ah… hace tiempo que la conozco. La verdad es que no la conozco realmente. La vi cuando iba a entrar en el Centro de Rejuvenecimiento. Me llamo Red-Risco. Soy director de una compañía constructora o lo era hasta hace poco.
Qui-Qui ya había pasado por esta situación muchas veces. Otro macho que hablaba balbuceante, a causa de unos grandes párpados.
—Me acuerdo de usted —dijo con el acento de arista que utilizaba en el escenario—. El doctor dijo que usted necesitaba algunos ejercicios suplementarios. A mí me pareció que no, porque tenía muy buen aspecto.
Después de otra larga pausa, Red-Risco recuperó su ecuanimidad y contestó:
—Su aspecto también me agradó mucho —dijo—. Y apostaría a que ahora es todavía mejor, después del rejuvenecimiento.
—… Quisiera tener vídeo —intercaló Capacidad-Shannon.
—Ya han pasado veinte giros desde el estrellamoto —continuó Red-Risco—. Y sólo hemos podido ponernos en contacto con usted. He hablado con la escasa gente que está conmigo en la estación espacial y que la conocen a usted, y he investigado en nuestra biblioteca, a pesar de lo reducida que es. Usted es la productora de sus representaciones, se ocupa de sus propias finanzas y controla a una plantilla de docenas de personas, incluyendo una docena de robots, y además pilota su propio volador. Usted no es estúpida.
Dudó antes de seguir:
—¿Se cree usted capaz de llegar a ser un ingeniero?
—Claro que sí —contestó ella—. Si tengo un maestro adecuado y tiempo suficiente. ¿Por qué?
La respuesta de Red-Risco tardó dos grugiros en llegar.
—La almirante, en el fondo, tiene razón. Estamos clavados aquí arriba. No tenemos ninguna nave espacial que pueda aterrizar en Huevo, por sus propios medios, sin que se estrelle. No podemos construir un aterrizador, porque no disponemos de las herramientas ni de las primeras materias para trabajar. Necesitamos algo que «recoja» a alguna de nuestras espacionaves. Los bucles de salto se han derrumbado, pero tal vez sea posible reactivar alguna de las catapultas gravitatorias, si no está demasiado averiada.
—Mi plan es utilizar los robots que hay en Huevo —explicó Red-Risco—. Con un retraso de dos grugiros en las comunicaciones entre la órbita sincrónica y la superficie, resultará imposible para nosotros el dirigirlos. Pero si usted nos ayuda a controlarles, podremos mandarles la información que necesiten, para efectuar las reparaciones de la catapulta. Pero primero hemos de encontrar estos robots, y reunirlos en uno de los polos. ¿Podrá usted hacerlo?
—Ya he encontrado algunos —dijo Qui-Qui—. Todos están tan muertos como las personas, excepto uno. Lo encontré dentro de una caja en el Centro de Rejuvenecimiento del polo Oeste. Trabaja perfectamente, pero sólo quiere seguir reparando la maquinaria de rejuvenecimiento. He probado todos los trucos para controlar a los robots, pero lo máximo que he podido conseguir ha sido que arreglase las máquinas de videoenlace. Desgraciadamente, es el único robot capaz de funcionar que he encontrado. Temo que no podremos usar robots para reparar las catapultas de gravedad.
Aunque llegaba enmascarado por los ruidos parásitos, producidos por el desfase temporal gravitacional, Qui-Qui percibió un tono de abatimiento en la voz de Red-Risco, cuando volvió a oírle.
—Tendré que pensar en otra solución —dijo Red-Risco—. Bien. Adiós por ahora.
—Adiós, ingeniero Red-Risco —dijo Qui-Qui con su tono más halagador—. Para mí ha sido un verdadero placer poder hablar con usted. Confío en verle personalmente muy pronto.
Durante los dos grugiros siguientes, estuvo pensando en lo sola que iba a encontrarse durante muchos gran de giros.
Cuando la voz de Qui-Qui llegó por fin a Red-Risco, se había desplazado hacia el rojo por efecto gravitatorio, y se había convertido desde su escala normal de contralto, a una escala baja y profunda que sólo se solía oír, normalmente, en la intimidad de un cuarto de alfombras para el amor. Red-Risco tartamudeó una respuesta.
—… Ah… sí. He tenido mucho gusto… de verdad. Ha sido un gran placer poder hablar con usted, Qui-Qui… una maravilla…
El enlace se interrumpió.
Dos giros después, Qui-Qui regresó al Centro de Rejuvenecimiento llevando toda una panoplia de insignias de doctor en Medicina. El robot de mantenimiento había reparado el generador de potencia auxiliar y puesto en marcha una de las máquinas para hacer enzimas. Cuando hubo logrado esto, se había permitido trabajar en asuntos de prioridad inferior y había retirado todos los cadáveres y ordenado el local. En aquellos momentos estaba intentando hacer funcionar otra máquina de enzimas.
Qui-Qui entró en la oficina principal e intentó leer los archivos para descubrir la manera en que funcionaba el centro y así poder fingir mejor que era un médico. No había potencia en los bancos de memoria, por lo que fue a quejarse al robot. Lo mantuvo ocupado en ello dos giros, pero al fin consiguió que la memoria de la oficina central tuviera potencia y funcionara.
Descubrió, entonces, que los ficheros de memoria estaban en blanco. La radiación los había borrado, durante el seísmo. Fue al edificio del despacho antiguo del doctor Sabino-Salk y tomó algunos rollos libro de la pared de rollos. A excepción de algunas débiles marcas en el centro de los rollos, todos estaban borrados también. Comunicó su descubrimiento a la Estación Espacial del polo Oeste.
—¿Por qué está usted todavía en el polo Oeste? —Transferencia-Hohmann estaba enfadada—. ¡Debería estar buscando robots o cosas que pudieran ser de utilidad!
Cuando Capacidad-Shannon le dio las malas noticias, la voz de la almirante sonó mucho más desesperada:
—Ya suponía que los archivos de los ordenadores podían haber desaparecido, pero ¿también los rollos?
—Hasta las mismas pantallas de gusto —dijo Qui-Qui—. Antes había un letrero gustativo muy artístico en la corteza, a la entrada del centro. Ahora no sabe a nada.
La respuesta retardada de Transferencia-Hohmann fue desesperada además de inútil.
—¡La civilización ha sido destruida! ¿Qué vamos a hacer?
Qui-Qui no se molestó en responder. Apagó su transmisor y volvió a su batalla de inteligencias con el robot. En primer lugar consiguió que reconstruyera la mayoría de fichas de funcionamiento del Centro de Rejuvenecimiento, a partir de su memoria interna. Después las leyó cuidadosamente y se le ocurrió la forma de que el robot recargara los acumuladores de su volador. Le ordenó que fuera a buscar los acumuladores de su volador que eran «carga urgente», y que los dejara al lado de los acumuladores que se usaban como potencia de socorro de las máquinas de enzimas. Después le mandó hacer una «reparación» en la oficina principal, y aprovechó para cambiar los cables de conexión y cargar sus acumuladores. El último paso fue conseguir que el robot transportara otra vez la «carga urgente» al volador. Ahora ya podía ir a cualquier parte de Huevo. Pero no había adonde ir.
FECHA: 06:58:09 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
Por fin, Huevo-Pesado recuperó el sentido. Borrosamente recordaba el dolor intenso de sus globos oculares. Se había convertido en un dolor apagado. Alargó sus pedúnculos para asegurarse de que sus ojos no se escondían debajo de los párpados, pero no podía ver nada. Escuchó con su arista, intentando imaginarse dónde estaba. A su alrededor todo estaba en silencio. No había más ruido que el latido de sus bombas de fluido y los débiles rumores que llegaban desde las profundidades de Huevo.
Empezó a recuperar fragmentos de memoria. Recordó que había estado andando sin rumbo por la cima de las montañas del polo Este, loco de dolor. Recordó que había encontrado la rampa de descenso. Que había marchado tambaleándose, cayendo, resbalando en la oscuridad, recordó haber llamado desesperadamente golpeando la corteza, hasta que su arista se despellejó, pero que nadie fue en su ayuda. Después, el dolor del hambre superó al dolor de las quemaduras.
Por fin encontró comida. Un trozo de comida estaba en su manipulador, a punto de ser introducido en su bolsa de comer. Pero, por alguna razón, no se lo había comido.
Notó que había algo debajo de su arista. Era el cuerpo de otro cheela. Desplazó su arista y palpó el cadáver. Era el de una hembra corpulenta. Había profundos cortes en el cuerpo que había sido destrozado por una burda cuchilla. El aguzado trozo de metal que había producido los cortes estaba en uno de sus manipuladores. El trozo de comida estaba en otro manipulador. Formó un juego de pseudópodos para palpar la comida. Era liso, redondo, blanco y parecía de piel…
—¡Un huevo! —gritó, golpeando fuertemente la corteza con su arista—. ¡He estado a punto de comer un huevo!
Volvió a enloquecer.
Con sus pedúnculos moviéndose en forma errática, devolvió el huevo a su madre, y se alejó tambaleándose por la calle desierta. Encontró una tienda que tenía la puerta abierta. Era un bar de pulpa. Se abrió camino, más allá del cadáver del encargado del bar y encontró un botín de envases de pulpa. No podía leer las etiquetas, pero después de sorber algunos envases hasta dejarlos secos, ya no le importaba. Desapareció el dolor apagado de sus ojos. Se sentía bien. Cargó en sus bolsas de transporte tantos envases como podía llevar y emprendió su camino de regreso hasta la calle.
—¡Hola! —llamó, sin obtener respuesta. Debía seguir desplazándose. Debía encontrar a alguien.
Arrastró su sobrecargado cuerpo con gran fatiga, calle abajo y encontró otra puerta abierta. Era la de una tienda de composturas. Tal vez allí podría encontrar un buen cuchillo. Encontró muchas herramientas, pero no había un solo cuchillo. Descolgó una herramienta que estaba al lado de la alfombra de trabajo del mecánico. Era una lámpara de soldar. Funcionaba con unos depósitos de líquidos que, al mezclarse, producían una llama muy elevada de temperatura. El soldador estaba en posición de automático, e inmediatamente formó una llama muy larga que quedó dirigida hacia la piel de Huevo-Pesado. Gritó, preso de un dolor enloquecedor al sufrir otra vez un calor intenso. Sus bolsas empezaron a vomitar envases de pulpa destilada y soltó la antorcha que al tocar un envase lo hizo explotar, provocando una bola de fuego, de color violeta brillante.
—¡Puedo ver! —dijo Huevo-Pesado porque el chamuscado extremo de unos de sus pedúnculos había dado una débil respuesta a la intensa iluminación.
Extasiado por la luz, fue añadiendo envase tras envase a la hoguera. Estaba enloquecido. Todo el interior de la tienda empezó a arder y el calor le obligó a salir a la calle. Los depósitos del líquido del soldador originaron una tremenda explosión.
Cuando Qui-Qui volvió a mirar en el comunicador, había algunas buenas noticias.
—Senso-Atento en la Estación Espacial del polo Este, ha detectado un gran fuego y explosión en Ascensión de Ligero, en la base de las montañas del polo Este —dijo el teniente Capacidad-Shannon—. Podría ser una señal, o un efecto retardado del estrellamoto. Hasta ahora, éste ha sido el único signo de vida en Huevo.
—En este caso, es nuestra última esperanza —dijo Qui-Qui—. Me voy a Ascensión de Ligero. Cogeré el volador, pero no voy a volar porque consume mucha potencia. Viajaré muy cerca de la superficie, donde los repulsores de gravedad encontrarán abundante masa, contra la que poder aplicarse. De esta manera podré dar dos vueltas a Huevo sin vaciar los acumuladores —se interrumpió—. A pesar de que esto sea un verdadero despilfarro, porque tengo un juguete espléndido que puede volar por el cielo y tengo que utilizarlo como un simple deslizador sobre la corteza.
Qui-Qui dejó al robot para que cuidara de su máquina de rejuvenecimiento e hizo elevar el volador a escasa altura, en busca del perfil de vuelo de consumo mínimo y se dirigió al polo Este. Metros y metros de terreno árido pasaron bajo su volador, mientras cruzaba por encima de la brillante corteza blancoamarillenta.
Evitando los restos del Bucle de Salto que estaban diseminados sobre la corteza, posó el volador en un espacio plano de los alrededores de Ascensión de Ligero. No pudo encontrar donde amarrarla. Se aseguró de que su máquina quedaba lejos de cualquier cuerpo sólido que pudiera averiarla, en caso de otro cortezamoto. Antes de alejarse del aparato efectuó una llamada en la estación espacial del polo Este que flotaba encima de ella, y esperó su respuesta.
—El incendió ocurrió en la barriada del oeste —dijo Senso-Atento—. En la parte vieja de la ciudad, justo al final de la rampa superconductora de descenso que utilizaban los trabajadores de Construcciones Red en el proyecto de la Fundación del Espacio. No tiene más que buscar una calle de las que van de este a oeste y dirigirse hacia las montañas.
Otra voz entró en el enlace de comunicaciones. Era la de Transferencia-Hohmann:
—Debe proteger su volador, a toda costa —ordenó la almirante—. El incendio puede haber sido causado por saqueadores. Debe ir armada e informarnos a cada docigiro.
—No tengo armas, y voy a necesitar dos docigiros sólo para llegar desde aquí al lado Este —dijo Qui-Qui—. Además el que haya habido un fuego, no significa que deba haber una banda de saqueadores. Informaré cuando regrese.
Qui-Qui empezó a sentirse algo incómoda, mientras atravesaba la ciudad abandonada. Avanzaba silenciosamente y se detenía frecuentemente para escuchar. Al fin, oyó una voz. Tenía el registro de tenor alto, de la arista de un macho. La voz sonaba desafinada, como la de un borracho. Mientras iba por las calles buscando el origen de la voz, reconoció la canción. Era su canción «Enlaza tus ojos con los míos».
Llegó a un cruce y miró calle abajo. Tambaleándose ciegamente de acera a acera había un sucio y borracho macho, de buen tamaño. En el sitio donde deberían haber estado sus ojos, no había más que llagas rezumantes al final de los muñones. Trozos de piel colgaban de su cuerpo lleno de ampollas. Sorprendida por el estado en que se hallaba, Qui-Qui se quedó quieta en el centro de la intersección, mientras él iba tejiendo su camino y se aproximaba. Su primera reacción fue la repulsión, que fue sustituida por la de la lástima, cuando consideró el dolor y sufrimientos por los que debía haber pasado para sobrevivir, mientras ella volaba en un lujoso volador. El macho iba llegando a la tercera estrofa de la canción, y ella, por lo bajo, unió su voz grave de contralto, a la de él.
… Sé mi amigo, sé mi amor.
Sé mi arista, mi cobertor.
Enlacemos nuestros ojos.
La voz del macho se fue perdiendo a medida que la de ella se iba haciendo más fuerte.
—¡Realmente, debo estar volviéndome loco! —se decía a sí mismo, tirando al suelo el envase de jugo barato a medio consumir.
—No. No estás loco —dijo Qui-Qui acercándose a él.
—¿Es así como se muere uno? —dijo él, sin mandar todavía sus vibraciones de arista hacia ella—. Durante toda mi vida he deseado a Qui-Qui. Y ahora me parece que está conmigo.
—Estoy aquí —dijo Qui-Qui, con su inconfundible voz—. Soy la Qui-Qui de verdad, la que deseabas tanto, y he venido para cuidarte.
Se colocó al lado de Huevo-Pesado y dulcemente enlazó tres pedúnculos con los heridos muñones y lo condujo a un hospital que había visto a poca distancia de allí. Mientras iban uno al lado del otro ella le cantaba.
En el hospital, le lavó, puso ungüento en sus ampollas, vendó los muñones de sus ojos, y llenó sus bolsas de comer con comida decente. Después hizo el amor con él.
Se concentró en el cuerpo del macho e ignoró la falta de glóbulos oculares. La arista de él daba masaje al dorso de ella, con estremecimientos de placer, mientras sus doce muñones se enrollaban cada vez con mayor fuerza, alrededor de los pedúnculos de ella, hasta que se acoplaron párpado con párpado. El orificio de la base de los muñones de ojo se abrió y gotitas de fluido de su cuerpo cayeron en los expectantes párpados de ella. El dilatado deseo de ambos se satisfizo al fin. Qui-Qui se relajó debajo del cuerpo inmóvil de Huevo-Pesado mientras las gotitas seguían su camino, dentro del cuerpo de ella, hasta la acogedora huevera.
FECHA: 06:58:11 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
Las manos y los pies de Pierre habían sufrido tirones, dentro del agua y habían golpeado contra las paredes del tanque, por efectos de una fuerza inimaginable cuando las pantallas se habían vuelto oscuras. Durante tres inacabables segundos, las alarmas habían sonado por todo el Matadragones mientras el ordenador intentaba reparar los daños para volver a funcionar.
Por fin se iluminaron de nuevo las pantallas múltiples construidas en las paredes de su tanque.
—Informe de la situación —dijo.
—Estrellamoto en Huevo de Dragón —contestó el ordenador—. Los sistemas han sufrido daños a causa de los rayos gamma y de las ondas de gravitación. Estado operacional de un 82 por ciento.
—Hemos recibido una dosis importante de radiación —dijo César desde su parte de la pantalla múltiple—. Los que estamos en los tanques hemos recibido 120 rem. La mitad de una dosis mortal son 500 rem.
—¡Amalita! —gritó Abdul—. ¡Amalita! ¡Contéstame!
No hubo respuesta.
—Algo va mal —dijo Abdul y empezó a desalojar el agua de su tanque.
—El médico soy yo —dijo César—. Voy a revisar su estado.
—La superficie de Huevo ha sufrido severos daños —dijo Seiko—. Ha cesado toda su actividad. He activado los sensores de observación.
—Todas las comunicaciones con Huevo han desaparecido —dijo Jean—. Tenemos contacto con la estación espacial del polo Este.
En su parte de pantalla, su cara fue reemplazada por la imagen de un cheela que destellaba cada décima de segundo.
—¿Podéis observar alguna vida, debajo de vosotros, en Paraíso de Brillante? —preguntó Senso-Atento.
—No —contestó Seiko—. Hemos visto un resplandor térmico en el polo Este.
—Lo sabemos.
En una de las pantallas de Seiko apareció un círculo de destellos que el ordenador superponía, en una imagen de la observación de Paraíso de Brillante.
—Hay un área con nueva vegetación…
—¿Dónde?
—En el Instituto de Ojo In…
Seiko dejó de hablar, porque el cheela se había ido.
—Doc —dijo Pierre—. ¿Ya has encontrado a Amalita?
—Sí —dijo César—. Ha muerto.
—Creo que será mejor que no viajemos con Otis, hasta que las cosas de aquí se vayan arreglando —Pierre indicó al ordenador que cancelara el cambio previsto de trayectoria, por medio de la masa desorbitadora. Debería pasar casi un día, antes de que el asteroide se encontrara en una posición donde pudiera ser contactado otra vez.
FECHA: 06:58:20 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
Qui-Qui informó cuando regresó al volador. Se había llevado con ella a Huevo-Pesado. Hubiera podido viajar más aprisa si hubiera ido sola a informar y luego hubiera regresado para recogerle con el volador, pero ninguno quería separarse del otro.
—¿Dónde estaba usted? —explotó Transferencia-Hohmann cuando le pasaron la llamada del volador—. Estaba enferma de tanto preocuparme por si usted había cometido alguna estupidez y hubiéramos perdido el único vehículo que puede funcionar en Huevo. ¿Qué le ha demorado tanto?
—He encontrado a un superviviente, almirante. Necesitaba atención médica. Se llama Huevo-Pesado. Era un encargado de turno en el proyecto de la Fuente Espacial. Quiere hablar con Red-Risco.
—Quiero decirle cuanto siento que hayamos perdido la Fuente Espacial —dijo Huevo-Pesado.
Después de la larga espera, contestó la voz de Red Risco.
—Me alegra saber que otro miembro de la tripulación pudo sobrevivir. Tan pronto como podamos bajar de aquí, vamos a volver a construir la Fuente Espacial. Es un gran alivio, además, poder contar con un obrero experimentado en construcciones. Tenemos mucho que hacer. Lo primero es que usted examine las catapultas del polo Este y me diga en qué estado están. Luego empezaremos a trabajar en su reparación.
Qui-Qui dejó que él mismo contestara.
—Qué más quisiera, jefe —dijo Huevo-Pesado—. Pero no me queda ningún ojo.
—Huevo-Pesado era el único que estaba vivo en Ascensión de Brillante —explicó Qui-Qui—. O sea que aquí no estamos más que nosotros dos.
—Es posible que haya alguien más —dijo Sensor Atento—. Los humanos informan que hay una zona con vegetación en el Instituto del Ojo Interior de Paraíso de Brillante. La Estación Espacial de Órbita Polar nos lo acaba de confirmar. Se ha decidido que usted vaya allí, enseguida.
—¡Y esta vez, manténgase en contacto con nosotros! —era la almirante Transferencia-Hohmann—. La continua preocupación ha hecho agravar la inflamación crónica de mis bolsas de comer. Usted va a dejar que el ingeniero sea el piloto del volador. ¿Lo entiende Qui-Qui?
—Estoy ciego, almirante —le recordó Huevo-Pesado.
Qui-Qui desconectó el enlace de comunicaciones y conectó la potencia al volador. Se deslizó por encima de la carretera que iba directamente hacia el oeste, donde estaba Paraíso de Brillante. La ancha calzada estaba destruida en muchos sitios y abundaban los restos de coches de deslizamiento. Conocía muy bien Paraíso de Brillante y condujo el volador hasta el lugar de aterrizaje próximo al Instituto del Ojo Interior. Uno al lado del otro se deslizaron por los campos del instituto. Había plantas por todas partes.
Había todas las variedades de plantas imaginables, pero sólo unas pocas de cada tipo. Qui-Qui recogió unos cuantos frutos maduros y los dos disfrutaron de los frescos sabores después de tantos giros de frutos envasados. Era evidente que las plantas habían sido transplantadas recientemente, porque las bandejas en que habían crecido estaban apiladas cerca de allí. Ambos escuchaban con sus aristas, pero no podían oír más que a unos Vergonzosos comestibles, que estaban en un corral lejano. Cuando pasaron cerca de un edificio de oficinas que tenía las vallas muy bajas, Huevo-Pesado se detuvo porque su sensitiva arista había captado algo.
—Por aquí cerca hay alguien refunfuñando.
Se encaminaron al edificio de oficinas y encontraron a alguien que estaba ocupado en una alfombra escritorio. Era vieja y llevaba muchas insignias científicas, dispuestas en círculo, alrededor de su cuerpo. Qui-Qui apenas sí podía recordar el significado de tantas insignias.
—¿Hola? —dijo Qui-Qui con cierta reserva.
—Déjenme acabar esta línea —la científica terminó la escritura y les dirigió la atención de sus ojos.
—Soy Cero-Gauss, doctora en Magnética aquí, en el Instituto. Me alegro mucho de que por fin haya venido alguien, para conseguir que las cosas vuelvan a funcionar. Todo está muy mal. ¿Saben ustedes que los rollos y las memorias moleculares de la biblioteca se han borrado? He hecho cuanto he podido, intentando reconstruir mis notas de investigación, pero me falta tiempo, porque me he de cuidar de los animales y de las plantas. Estoy muy cansada. Sólo quiero cuidarme de los huevos y de las crías hasta que me muera.
—¡Usted no puede hacer esto! —dijo Qui-Qui.
—¿Por qué no?
—Por lo menos, no ahora. Nosotros tres somos los únicos que quedamos vivos en Huevo —explicó Qui-Qui—. Si la raza ha de sobrevivir, es preciso que pongamos muchos huevos.
—Soy demasiado vieja, y estoy demasiado cansada para poner huevos —dijo Cero-Gauss—. Además, no es cierto que seamos los únicos. Hay alguien más.
La arista de Cero-Gauss lanzó un mensaje direccional:
—Cara-Pecosa, querida. Haz el favor de venir. Tenemos compañía.
FECHA: 07:02:06 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
Puesto que las cosas ya se habían encauzado rutinariamente, Qui-Qui sólo tenía que comunicar cada docena de giros. En esta ocasión cuando lo hizo, Transferencia-Hohmann estaba en reunión y Capacidad-Shannon pasó la llamada a Red-Risco.
—Durante el último giro hemos tenido otro grupo de crías que han salido de sus cascarones —dijo Qui-Qui—. Es ya el undécimo. En breve plazo, Huevo-Pesado podrá empezar clases educativas, para preparar a los jóvenes ingenieros que usted necesita. Cero-Gauss, por fin, se ha resignado y acepta abandonar el trabajo de sus notas de investigación, para poder cuidarse de los huevos. Todavía considera algo obsceno el tener que empollar sus propios huevos, pero puesto que es una experta en genética, conoce perfectamente la importancia de tener un banco genético lo más variado posible, y cumple con «su deber», lo llama así, y todavía pone huevos, además de empollarlos.
Qui-Qui soltó una risita antes de proseguir. Se sentía cohibida al usar palabras obscenas, en una conversación educada.
—También conserva los registros de las «madres» de las crías, para poder evitar, dentro de lo posible, la generación entre parientes próximos —volvió a su risita—. No hay dificultad en identificar a los «hijos» de Cara-Pecosa. Con toda seguridad lo genes pecosos son dominantes.
«Cara-Pecosa es genial con los animales. Con sólo mirarlos ya puede decir cómo se sienten. Los rebaños se multiplican rápidamente, y por fin, Cero-Gauss hace ya cuatro giros, nos permitió comer carne fresca. Yo misma, estoy convirtiéndome en una experta en cuidar plantas. Los terrenos del Instituto ya están completamente llenos de plantas productoras de frutos y semillas, y estamos haciendo nuevas plantaciones en zonas vírgenes, en los alrededores de la ciudad.
—También tengo buenas noticias —dijo Red-Risco después de la larga espera—. Hemos logrado ponernos en contacto con el robot del Centro de Rejuvenecimiento del polo Oeste, dándole órdenes mediante un haz compacto de Rayos X desde la Estación Espacial del polo Oeste. El robot sólo ha sido capaz de reparar una de las máquinas de enzimas, pero dentro de cinco gran ya tendremos bastantes enzimas acumuladas, para el rejuvenecimiento de un macho o de una hembra pequeña.
—¡Es maravilloso! —exclamó Qui-Qui—. Puedo llevar allí a Huevo-Pesado, para que recupere la vista, y después habrá alguien que pueda decirle a usted lo que está mal en las catapultas de gravedad, y también podré disponer de otra persona con quien compartir la carga del cuidado de las plantas.
FECHA: 07:03:32 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
En aquella ocasión, Qui-Qui activó antes el comunicador. Su voz era solemne:
—Huevo-Pesado se ha fluidificado. Supongo que el sufrimiento de su cuerpo ha sido excesivo.
—¡Ha desaparecido nuestro último ingeniero! ¡Estamos condenados! —llegó el lamento de Transferencia-Hohmann—. Deberíamos abandonar.
—Yo no abandono —dijo Qui-Qui—. Déjeme hablar con Red-Risco. Quiero empezar las clases de ingeniería.
Mientras aguardaba la respuesta de Red-Risco, Qui-Qui repasaba mentalmente la genealogía de los jóvenes machos de más edad que estaban en la guardería. Si tenían que mantener en crecimiento su pequeño grupo, hasta que las hembras jóvenes tuvieran edad suficiente para poner huevos, ella y Cara-Pecosa tendrían que empezar a enseñar a los machos mayores algo más que la lectura, el cálculo, la agricultura y la ingeniería.