FECHA: 06:53:40 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
Un zumbido intermitente se irradiaba por la corteza. Red-Risco no quiso enterarse y continuó la placentera tarea de sembrar unas pequeñas plantas parasol en un arriate de la parte posterior del jardín, para sustituir a las que se habían convertido en semillas. Arrancó las plantas viejas e hizo con ellas un montón para que Arena-Movediza se lo llevara, y las reemplazó por los nuevos retoños. Se trataba de una nueva variedad que él y Arena-Movediza estaban desarrollando a partir de una forma mutante que había descubierto durante su último trabajo de ingeniería.
La planta parasol normal tenía doce ramas de soporte, que salían y crecían en su única raíz principal, y con las que se daba apoyo a la superficie cóncava superior que radiaba hacia el cielo. Aquellos retoños tenían veinticuatro ramas. Este efecto de duplicación no era simple, sino semejante a dos armazones de planta que trataran de coexistir debajo de una corteza común, porque los brillantes extremos de las ramas en voladizo se iban alternando en sexo y color. Las plantas parasol normales variaban lentamente con el tiempo. Las puntas que tenían el polen, que al empezar eran de un color rojo muy oscuro, se volvían de color rojo y blanco brillante, y luego volvían a ser como al principio. Las dos series de puntas de polen del parasol doble estaban desfasadas. Cuando una de ellas tenía color oscuro, la otra lo tenía brillante, produciendo una impresión muy placentera.
El zumbido persistía.
—Arena-Movediza —chilló hacia la corteza—. ¿Puedes contestar a esta llamada?
—Cójala usted. Tengo mucho trabajo limpiando la habitación de los Vergonzosos —dijo una voz que llegaba desde la parte trasera del edificio.
Con un gesto de resignación, Red-Risco vació su bolsa de jardinero, se limpió su manipulador en una toalla, disolvió el rechoncho brazo óseo en su cuerpo y se dirigió hacia el estudio. El sonido se hizo más fuerte cuando entró en la habitación. Lassie todavía estaba descansando en un caliente rincón del estudio. Se deslizó sobre la placa gustativa que estaba en el suelo, y una parte de su arista inferior tocó el cuadrado de la pantalla señalada con la palabra RESPUESTA. Era el almirante Estrella-Fugaz, jefe de la expedición para el rescate de los Pausados. La imagen presentaba otra vez unas manchas blancas. Tendría que llamar a la compañía encargada de la conexión de vídeo y lograr que encontraran el tramo defectuoso del cable de fibra transmisora de rayos X que llegaba hasta su domicilio.
—Sintonice el canal de holovídeo de los servicios públicos —dijo Estrella-Fugaz—. En la cámara legislativa se está llegando al final del debate sobre la financiación del Roscón Jumbo. Pronto va a tener lugar la votación, y entonces podremos empezar los trabajos.
Mientras «veía» a Estrella-Fugaz por medio de las ultrasensitivas papilas gustativas de su arista, Red-Risco dirigió algunos de sus ojos hacia la pantalla plateada que estaba colocada en una pared del estudio. Formó un pseudópodo para maniobrar en una pequeña caja de mandos, dispuesta en el suelo, donde tocó algunos paneles.
Unas breves escenas aparecieron delante de la pantalla, mientras la antena plana de distribución fásica, empotrada en un rincón de la vivienda, variaba su zona de recepción para recibir un flujo de rayos gamma modulados, procedentes de un satélite de emisión directa que estaba suspendido al oeste de los Ojos de Brillante.
Cuatro de sus ojos miraron hacia arriba para ver la conformación de seis brillantes asteroides que se cernían sobre Brillante. Su distribución era muy anormal.
—Los Seis Ojos se han alejado mucho de su posición —dijo Red-Risco—. Deberíamos haber ido allí hace mucho para colocarlos bien. Después de todo, prometimos hacerlo.
—Bueno. A los políticos les gusta hacer promesas —repuso Estrella-Fugaz—. Pero cuando se trata de destinar dinero para cumplirlas, parece ser que necesitan mucho tiempo para decidirse. Especialmente en casos como éste, donde no hay una verdadera urgencia. Tenemos mucho tiempo.
—Teníamos mucho tiempo cuando ocurrió el accidente —le recordó Red-Risco—. Pero los políticos han estado tonteando durante seis gran de giros para encontrar una manera más barata de realizarlo. Mis ingenieros, y yo mismo, hemos intentado abaratarlo al máximo, pero no hay manera de construir este gigantesco motor inercial y mandarlo al espacio por menos de mil millones de estrellas, y cuanto más esperemos más nos va a costar. ¿Cómo se lo toman los humanos?
—Según Maestro-del-Cielo, empiezan a sentir pánico. Lo deduce por la entonación de sus voces.
—¿Cuál es el cálculo actual del tiempo que falta para el desastre?
—Resulta difícil de determinar. Disponemos de un modelo gravitatorio de ocho cuerpos que puede predecir con mucha aproximación las posiciones futuras de la nave y de los asteroides con relación a Huevo, pero la verdadera incógnita es la resistencia del casco de la nave. Los humanos han empezado a introducirse en sus tanques de protección contra la aceleración, y allí estarán a salvo por algún tiempo. Pero preferiría tener el cohete arreglado antes de que el casco cediera de modo que los humanos pudieran utilizar toda la nave cuando les llegue el momento de regresar. Puedo suponer que, por lo menos disponemos de dos minutos humanos.
—Esto nos da cuatro gran de giros —dijo Red-Risco—. Creo que puedo tener el motor acabado en menos de dos, si conseguimos el dinero.
Devolvió su atención a la escena tridimensional que flotaba sobre el suelo, delante de la pantalla plateada del holovisor. Los representantes se habían reunido en una gran hondonada situada en el centro de Brillante y que servía como recinto para reuniones. En los últimos tiempos aquel lugar no se usaba con mucha frecuencia, porque muchas de las asambleas para negocios y espectáculos las efectuaban por medio de enlaces múltiples de comunicación, en vez de asistir a ellas personalmente. Sin embargo, aquélla era la última sesión de la legislatura antes de las elecciones y se efectuaba, como era tradicional, en el recinto de comunicaciones. El último de los temas presupuestarios a tratar en aquella magna sesión era la aprobación de los fondos para construir el motor de desplazamiento inercial, a escala gigante, que se necesitaba para reemplazar el motor que fallaba en un cohete conductor de los humanos. Por sus enormes dimensiones y por su forma tórica, los presentadores de la holovisión lo habían bautizado con el mote de Roscón Jumbo. Lo de Roscón derivaba de su parecido con un pastel que los humanos solían comer. Uno de los legisladores estaba en el uso de la palabra, y la holocámara enfocó sus pedúnculos de ojos, que se agitaban al mismo tiempo que la placa alfombra del estrado ampliaba los golpes y movimientos de su arista.
—… Y yo, en primer lugar, no quiero regresar a mi clan, precisamente antes de las elecciones, y tener que explicar que hemos de aumentar los impuestos sólo para poder rescatar a un grupo de Pausados ignorantes que no supieron construir correctamente su nave espacial. Yo digo: ¡Qué se rescaten ellos mismos!
—Estoy seguro de que mi estimado colega del tercer sextante de la cámara no quería decir exactamente lo que acabamos de oír —le reprendió una legisladora—. Con toda justicia hemos de oponernos a que se diga que los Pausados son unos ignorantes, aunque vivan con tal lentitud que les resulte imposible llegar a ponerse a nuestro nivel. Pero esto no quiere decir que sean animales. No podemos ignorar su difícil situación y dejar que se mueran. Después de todo, nos ayudaron en el pasado.
—Pero ya ha pasado mucho tiempo desde que esto sucedió. Fue cuando éramos unos salvajes. Les hemos pagado con creces. Hemos llenado sus cristales de memoria con toda la tecnología avanzada para que puedan utilizarla. Hemos eliminado los agujeros negros que existían en su Sol para evitar las eras glaciales que, en caso contrario, deberían haber soportado. Afirmo que no estamos en deuda con ellos. La exploración del espacio es peligrosa. Los individuos, tanto los cheela como los humanos, resultan muertos con mucha frecuencia por accidentes imprevisibles. Estos Pausados aceptaron voluntariamente una misión peligrosa. Han tenido mala suerte y deberán aceptar su sino. ¿Por qué hemos de vaciarnos los bolsillos para salvarles de su propia temeridad? Yo votaré ¡No!
—¡No es posible que hable en serio! —explotó, airado, Red-Risco—. ¡No dejaremos que estos humanos mueran, cuando podemos salvarles con tanta facilidad! Está haciendo comedia de cara a los electores. ¿Hay alguna probabilidad de que estos locos no nos den el dinero?
—Si se pone a votación en esta sesión, probablemente se autorizará la asignación, aunque será por poco margen —calculó Estrella-Fugaz—. Lo que temo es que decidan aplazar la votación hasta después de las elecciones. Para entonces ya habría resultado elegido un número elevado de nuevos representantes y tendríamos que volver a pasar por todo el proceso de reeducación y justificación. Esto requeriría todo un gran de giros, y el tiempo se nos está quedando corto.
Otro cheela ocupó el estrado de los oradores. Debía ser la líder del cuarto sextante, puesto que había salido de la zona principal de aquel sector. Su cuerpo era grande y firme y resultaba de una gran presencia. El ritmo de ondulación de sus pedúnculos de ojos se hizo cada vez más lento a medida que iba atrayendo la atención de la asamblea de legisladores.
—El legislador del primer sextante y la legisladora del tercer sextante son muy competentes. Ambos han estudiado la misma serie de hechos, pero al parecer no han llegado a estar de acuerdo. Estoy segura de que hay muchos de ustedes con unas diferencias de opiniones similares. Quiero hacer una propuesta de compromiso. Recomiendo que devolvamos el rollo de esta propuesta al agujero de la pared archivo de donde ha salido y volvamos a considerarla cuando se hayan efectuado las elecciones. Entonces ya tendremos más información procedente de nuestros contables e ingenieros y podremos llegar a una decisión con mejor conocimiento de causa. Tal vez entonces hayamos podido hallar un modo menos costoso de realizar el proyecto.
—¡Los humanos están en peligro, debemos decidirlo ahora si queremos que nuestra actuación sirva para algo! —dijo una arista desde el primer sextante.
La líder del cuarto sextante se calló, formó un par de pseudópodos y sacó de una de sus bolsas un rollo de escritura. Lo dejó en el suelo donde la gravedad lo mantenía plano, y bajando uno de sus ojos cerca del suelo empezó a leer:
—Registro de los informes del subgrupo de la Legislatura que se ocupa del Espacio, Comunicaciones e Interacciones con los Pausados. De fecha giro 112 del gran de giros 2875 desde el Contacto. Informe de progresos dado por el comandante de la expedición de rescate de los Pausados, almirante Estrella-Fugaz —se saltó unos párrafos y prosiguió—. Cito exactamente lo dicho por el almirante Estrella-Fugaz: «Nuestros calculadores estiman que las mareas llegarán a ser lo suficientemente altas para romper el casco de la nave humana en 2880. Los humanos pueden sobrevivir en los tanques de protección contra las mareas, tal vez hasta 3010.» —continuó—, en una sección posterior dice: «Contando a partir del momento en que se autorice la realización del proyecto, nuestros ingenieros calculan que van a necesitar aproximadamente dos gran para terminar la construcción del motor de propulsión inercial e instalarlo en el cohete de los humanos». —Después de citar prosiguió—: Tenemos tiempo. Dentro de pocos giros estaremos en 2876. Los humanos estarán a salvo por lo menos hasta cuatro gran después, y tan sólo necesitamos dos gran para completar el trabajo. Con toda seguridad, podemos aplazar la decisión por un breve periodo, hasta que hayamos celebrado las elecciones.
El líder del primer sextante avanzó rápidamente hasta la tarima del estrado de los oradores:
—La distinguida líder del cuarto sextante ha cometido la negligencia de no proseguir la cita del comandante de la expedición de rescate de los Pausados. ¿Quiere concedernos el favor de leer el párrafo siguiente, aprovechando la circunstancia de que lo tiene debajo de su arista?
Los pedúnculos de ojo de ella se agitaron con enfado, pero continuó leyendo:
—«Si por algún motivo, no obstante, existiese un retraso en el inicio de la construcción, el coste real podría exceder del que hemos calculado. Para mantener el plazo, cierto número de etapas de la fabricación deberían ser realizadas en paralelo. Siempre hay alguna posibilidad de error que obligaría a repetir algún trabajo y esto siempre es muy gravoso.» —levantó su ojo del rollo—. Sí, habría un riesgo si retrasamos la iniciación de los trabajos, pero también hay el riesgo de empezar ahora, sin buscar antes una solución menos cara. Como líder del cuarto sextante, pido una votación sobre la oportunidad de archivar el rollo.
—Esto está decidido —dijo Estrella-Fugaz en voz baja—. Después de que un líder de un sextante pide una votación, el debate se detiene hasta que se haya efectuado el recuento de votos. Me complace que se viera obligada a leer lo del costo supletorio, pero consiguió cubrirse bien. Esto va a resultar muy reñido. Si la votación se hiciera para decidir sí o no a la adjudicación de dinero, entonces habríamos ganado con toda seguridad, porque a nadie le gusta quedar señalado en las actas como partidario de dejar que los humanos se mueran. Pero, entre los que habrían votado sí, hay muchos que estarán a favor de aplazar la decisión.
La imagen del holovídeo hizo un zoom inverso para mostrar como los legisladores acudían a las placas alfombras preparadas para dar su voto, tocando sus pantallas de arista. En un reluciente rectángulo que aparecía en el centro del bloque del holovisor, Red-Risco podía seguir el recuento de votos. Se había llegado a 114 síes frente a 112 noes para decidir si devolver el rollo al archivo, cuando dos legisladores más se deslizaron por las rampas y los totales quedaron igualados en 114 cada uno.
—¡Falta uno de los legisladores! —exclamó el almirante Estrella-Fugaz.
—Veo a alguien, allí al fondo.
—¡Maldición de Brillante! —el almirante Estrella-Fugaz pudo identificar al cheela que faltaba—. Es Arista-Parlante, del quinto sextante. Creo que estará decidido a votar en favor de retirar el rollo. Pero sólo tiene dos sezgiros de tiempos para alcanzar su alfombra de votación.
Ambos observaban al legislador que iba bajando por la rampa. Era uno de los legisladores más viejos, y su placa alfombra de voto estaba en el centro de reuniones.
—Falta un sezgiro —musitaba Estrella-Fugaz—. Sólo 12 parpadeos… 8… 7… 6… 5… 4… 3… 2…
Sonó un gong y la votación se cerró con empate a 114 síes y 114 noes.
—Una votación con empate, no decide nada —sentenció el juez de votación.
—¡Hemos ganado! —gritó la imagen de Estrella-Fugaz, con tanta energía que Red-Risco pudo percibir que su propia arista vibraba—. Llene sus bolsas. Nos encontraremos en la planta de montaje de naves espaciales del polo Este.
—¿Dice usted que hemos ganado? —preguntó Red-Risco—. Si ni siquiera ha empezado la votación sobre la asignación de fondos, ¿cómo es posible que hayamos ganado?
—Considerando lo fácil que resulta posponer los asuntos para un legislador cuando tiene alguna duda en su mente esta última votación representa para nosotros una victoria inmensa. Le doy mi palabra de que, cuando se acabe la votación para conceder la asignación vamos a ganar por tres a uno.
Pero Estrella-Fugaz se equivocaba. El líder del cuarto sextante solicitó una votación por medio de la arista, y entonces el voto resultó unánime.
Red-Risco apagó su holovisor y volvió a sus ocupaciones de jardinería. No estaría bien dejar sin terminar el arriate de plantas, y necesitaba aquel periodo de tranquila relajación que obtenía al trabajar la blanda corteza con sus manipuladores, antes de partir para encargarse del mayor de los proyectos de ingeniería en que se ocupaba su empresa.
Cuando hubo terminado la tarea en el jardín, regresó a sus habitaciones y empezó a llenar sus bolsas con las cosas que iba a necesitar durante la larga ausencia de su casa.
—¡Arena-Movediza! —llamó—. ¿Dónde están mis insignias y mi pintura corporal? Estoy seguro de que va a haber algunas ceremonias formales, y tendré que llevarlas.
—Todavía están en su maleta —dijo Arena-Movediza al tiempo que le entregaba la bolsa—. No ha llegado usted a vaciarla desde su último viaje. He sacado solamente una gran cantidad de toallas, tan sucias y con tantas manchas de alimentos, que las voy a usar como abono. Hay algunos rollos de toalla y algunas joyas relucientes en el agujero de abajo, a la izquierda de la pared de su cuarto vestidor.
—Pon sólo las toallas en la maleta —dijo Red-Risco—. Y deja aquí las joyas ostentosas. Se trata de un trabajo y no de una fiesta.
—Usted debe llevarse las joyas —insistió Arena-Movediza—. Va a visitar las estaciones espaciales y la Cúspide de la Plataforma de Lo-Más-Alto. Es posible que usted no tenga muy buena opinión de sí mismo. Pero, para toda aquella gente, usted es una celebridad. Va a haber recepciones, y usted debe aparecer como el propietario de una de las mayores compañías privadas de Huevo.
Arena-Movediza sacó las joyas radiactivas hechas con cristales de uranio, enriquecido en neutrones, que estaban en el agujero de la pared del vestidor. Se las entregó a Red-Risco que las miró durante un cierto tiempo. Relucían a causa de la emisión de rayos gamma, debida a la fisión espontánea de los núcleos de uranio. Las metió en la maleta de viaje. Abrió una bolsa de uno de sus costados e introdujo profundamente la maleta en su cuerpo. Debería sacarla de allí cuando tomara el transporte del Bucle de Salto, porque sólo estaba permitido llevar una pequeña cantidad de equipaje en la cabina de la nave de salto.
Se fue hasta su estudio para embolsar algunos instrumentos y rollos técnicos, y dio a su robot secretaria las instrucciones para el manejo de los mensajes.
Lassie, que había visto en muchas ocasiones anteriores como su amo se marchaba, se desplazó lentamente desde su yacija y se acercó a él para que le acariciara los pedúnculos de los ojos. Mientras Red-Risco mimaba a la casi calva Vergonzosa y le dirigía unos dulces ruidos electrónicos, le dio las últimas instrucciones a Arena-Movediza, utilizando su arista inferior.
—Por lo menos habrá de pasar medio gran de giros antes de que pueda tomarme un respiro para regresar a visitaros —dijo—. Es posible que Lassie se muera mientras estoy fuera.
—Cuidaré de ella —prometió Arena-Movediza—. Los otros Vergonzosos estarán contentos de tener algo más que carne de Desliza-Lento en sus comederos.
—No la des a comer a los Vergonzosos —dijo Red-Risco—. Ha sido mi fiel Vergonzoso desde que estaba en la escuela de ingeniería. Quiero comérmela yo mismo.
—¡No consigo entenderle! —se notaba el disgusto de Arena-Movediza—. Aquí está usted, que es lo bastante rico para poder comer filetes de primera, de carne de cheela, todos los días, y me dice que quiere chupar una carne vieja y fibrosa de Vergonzoso.
—Pues será así —dijo Red-Risco—. Pero me parece que tienes razón cuando dices que su carne es vieja. Será mejor que hagas carne picada con las partes más duras.
Hizo una última caricia a Lassie, tomó su planta mascota Red-Bonita, y fluyó por la puerta, pasó por el patio y salió a la calle donde le esperaba un coche deslizante robotizado para llevarle hasta el Bucle de Salto.
Se deslizó sobre la placa de grueso metal, que le estaba esperando, entre el escudo frontal y la unidad de potencia situada detrás, y luego la cubierta transparente y superconductora se cerró encima de él. El coche de deslizamiento se levantó unas cuantas micras del suelo y aceleró calle abajo, viajando sobre las olas del campo magnético que generaba en su placa base.
La terminal de pasajeros del Bucle de Salto estaba en las afueras de Brillante, no demasiado lejos de las ruinas del Templo Sagrado. Allí se estaban efectuando algunos trabajos de restauración, y Red-Risco pudo ver algunas grandes máquinas excavadoras de la corteza que trabajaban en la colina de uno de los ojos. Este era uno de los pocos trabajos cuya contrato había perdido Construcciones Red. Tanto él como sus ingenieros estaban acostumbrados a los trabajos de alta tecnología, y siempre acababan por perder al fijar el precio de las operaciones de excavación. El coche deslizador se detuvo y Red-Risco insertó su tarjeta magnética en la correspondiente ranura.
El vehículo descontó 8 estrellas y 64 gruesavos y le liberó de su prisión transparente.
La terminal estaba situada en un barrio peligroso de la ciudad, por lo que se apresuró a dirigirse a la puerta que estaba señalizada como ENTRADA. En el mismo momento en que activaba con su arista la puerta magnética, un rapazuelo se metió en la abertura entrando en sentido contrario. Estaba muy sucio y su flanco sin emblemas tenía más cicatrices que los flancos de muchos soldados. Mantuvo la puerta abierta empleando su arista e intento acuchillar con un afilado estilete a Red-Risco, quien rápidamente invirtió el golpeteo de su arista.
—¡Está bien, maldito gordinflón. Échate hacia atrás y no te pasará nada —miró hacia detrás de la puerta—. Arista-Cascada… Espalda-Pecosa…!, ¡moveos! —gritó—. ¡Los claneros están detrás de vosotros!
Dos nuevos pilluelos aparecieron por la puerta; todavía eran más pequeños que su jefe. La menor de ellos lucía algunas joyas de vestir y una toalla bordada que sin duda había robado. No era mucho mayor que una cría, acabada de salir del cascarón, y Red-Risco pudo mirar su parte superior para comprobar que «Espalda-Pecosa» estaba cubierta de manchas de tonalidad distinta a la del resto de su cuerpo. El conjunto de las pecas se extendía también a sus ojos, porque algunos de ellos eran rosados en vez de tener su color normal de un rojo oscuro.
Arista-Cascada dio a su jefe de pandilla una de las dos maletas que habían sustraído, y los tres pilluelos de la calle desaparecieron en distintas direcciones. Red-Risco oyó el golpe de la puerta automática al cerrarse y volvió a pisar la alfombra de activación para abrir la puerta y dejar salir a la agente de orden público. Esta lanzó una mirada con sus doce ojos que lo abarcó todo, y se marchó en persecución del jefe de la pandilla, que todavía estaba intentando meter una pesada maleta en una de sus bolsas. Red-Risco la vio pasar, pero era evidente que la agente, cargada con todas sus armas, insignias y aparatos de comunicación, no iba a poder coger al veloz chiquillo.
Red-Risco había quedado horrorizado al ver el tamaño del menor de los ladrones. En los recintos de incubación de su clan, una cría de aquellas dimensiones estaría todavía jugando con los Ancianos, escuchando el relato de las antiguas historias de los héroes del clan y las hazañas que habían realizado.
Aquella niña debía ser lo que los asistentes sociales llamaban «una cría rechazada». Era muy probable que su madre hubiera sido una prostituta sin clan que había abandonado su huevo entre la basura local. Si el huevo no era comido por los basureros, la cría podía tener una probabilidad razonable de sobrevivir, porque los cheela acabados de salir del cascarón, podían alimentarse por sí mismos y entre la basura había gran cantidad de alimentos. Luego, algunas crías ya mayores podían tomar a los pequeños bajo su protección para enseñarles a robar en su beneficio.
El simple hecho de pensar en aquella pobre y desamparada criatura, con su fea espalda llena de pecas, creó en el cuerpo de Red-Risco unas potentes tendencias sentimentales de protección. Deseaba encontrar a aquella pobre criatura para protegerla, alimentarla y amarla. Quería…
Red-Risco se estremeció voluntariamente para hacer desaparecer aquel sentimiento. Todavía no podía permitir que sus hormonas le convirtieran en un anciano. Tenía que realizar un trabajo.
Fluyó por la puerta y entró en el terminal, convertido otra vez en un hombre de negocios. Encontró la puerta de acceso que pudo atravesar, cuando su tarjeta magnética demostró que tenía una reserva para aquel Salto. Puesto que el pasaje del Salto era un gasto mayor, en la barrera del acceso tenía un lector de arista para comprobar que se trataba del legítimo poseedor de la tarjeta.
Mientras se deslizaba en el largo y esbelto vehículo, un mozo le ayudó a sacar de su bolsa la maleta de viaje. Y, mucho más delgado, avanzó por el estrecho corredor y se introdujo, de lado, en su ranura de alojamiento. Levantó el panel que debería evitar que su cuerpo se deslizase hacia afuera, durante la aceleración extrajo un rollo de papeles y empezó a leer con dificultad por la estrechez del lugar. Descifraba una pequeña parte, mientras usaba sus pseudópodos para desenrollar por un lado y enrollar por el otro.
La nave de saltos partió con puntualidad. Dejó a un lado el rollo para comprobar como los transparentes escudos superconductores se levantaban para cerrar el compartimiento. El vehículo se deslizó por una rampa hasta el inicio del Bucle de Salto propiamente dicho. Este parecía un tubo aplanado que viajaba por encima de la corteza durante un cierto tiempo y después se elevaba hasta llegar al cielo, en aparente desafío a la intensa gravedad de Huevo. El pasajero situado junto a Red-Risco era un jovencito que parecía que acababa de salir de la Academia de Ingeniería de los Clanes Aliados que estaba en Brillante. Llevaba unos emblemas de ingeniero que, sin duda, estaban acabados de hacer.
—Parece que sea imposible, ¿no es cierto? —dijo el jovencito.
—Parece como si tuviera que caer —contestó Red-Risco.
—No debe preocuparse —le tranquilizó el joven—. Todo es perfectamente seguro. Verá usted: lo que lo mantiene suspendido es algo que usted no puede ver, la cinta de elevada velocidad que se desplaza dentro del tubo. En un túnel, al este de aquí, hay enterrado un potente motor lineal electromagnético que hace que la cinta se mueva a gran velocidad y la introduce en el interior del tubo.
Notaron un golpe cuando el morro del vehículo empezó a inclinarse hacia arriba.
—Acabamos de pasar sobre la magneto de deflexión que desvía la cinta hacia arriba —explicó el ingeniero jovencito—. La cinta viaja a una velocidad que alcanza prácticamente la cuarta parte de la de la luz, y entraría en órbita si no hubiera de levantar el peso del tubo.
—¡Oh! ¿De veras?
—Sí —afirmó el ingeniero—. Pero usted no se preocupe, que no nos vamos a ir al espacio. El tubo se mueve con la cinta transportadora, utilizando guías superconductoras, y pronto va a nivelarse para que viajemos sobre la superficie de Huevo. Vamos allá. ¿Nota usted la aceleración a medida que las fijaciones magnéticas del vehículo empiezan a acoplarse con las de la cinta?
Se hundieron mucho más profundamente en sus ranuras cuando el vehículo empezó a elevarse sobre la parte superior del tubo en dos tramos superconductores, mientras captaba la energía de la cinta de alta velocidad que iba por dentro del tubo. Fue aumentando la velocidad. Siguieron una trayectoria plana a 10 metros de altura y viajaron rápidamente a lo largo de los 2 kilómetros de longitud del tubo. A su izquierda había un tubo idéntico que llevaba la cinta en su viaje de regreso, hasta la terminal que acababan de dejar. Una aguja de plata con su morro ligeramente brillante, pasó como un proyectil en el circuito de su izquierda.
—Eso es una nave de salto orbital que regresa desde el espacio —dijo el joven ingeniero—. El verdadero problema de la nave de salto estriba en disminuir lo suficiente su velocidad para poder aterrizar. Aquí, en Huevo, al contrario que en la Tierra, la atmósfera es demasiado tenue para poder utilizar aerofrenos. Tampoco es posible utilizar la atracción magnética, porque llegaría a fundir la nave. Para frenar, se deslizan a lo largo del tubo y transmiten la energía del vehículo a la cinta. Nosotros vamos a recuperar una parte de esta energía cuando despeguemos. Puesto que no necesitamos acelerar tanto, probablemente saltaremos a la cinta que va hacia el este, en la estación que está a mitad del trayecto.
Cuando llegaron al punto kilométrico uno, un desvío de los sistemas de guía les despidió en un pequeño bucle que les hizo virar hacia el este. Red-Risco que había viajado en el Bucle de Salto muchas veces, fue capaz de notar el pequeño incremento en la gravedad que actuaba sobre su cuerpo cuando se activaron los generadores de campo gravitatorio que estaban en la base de su vehículo. Los enlaces magnéticos se fijaron sobre la cinta y empezó la aceleración.
—Se supone que antes han de conectar la gravedad —explicó el ingeniero mientras sus pedúnculos de los ojos se movían nerviosamente—. Cuando alcancemos el final del bucle y salgamos despedidos, estaremos en caída libre. ¡Para entonces la gravedad ya ha de estar conectada o vamos a explotar!
—Estoy convencido de que el piloto está al cuidado de todas las cosas. Comprenda que, como el funcionamiento de los generadores de gravedad resulta muy caro, es probable que espere hasta el último parpadeo para hacerlos funcionar.
El vehículo salió despedido del extremo del tubo a una velocidad igual a la cuarta parte de la de la luz, y ambos se dilataron verticalmente cuando la gravedad quedó reducida a tan sólo un millón de «ges».
—No parece que sea muy intensa, ¿no es verdad? —el jovencito evidentemente se había tranquilizado—. Pero con esto ya basta para evitar que nuestros electrones vayan a ponerse en órbita alrededor de nuestros núcleos, y ocasione la rotura de nuestras moléculas nucleares.
El vuelo suborbital alrededor de la cuarta parte de la circunferencia de Huevo no duró más que dos mizgiros, a una velocidad próxima a la de la luz. Pero, durante todo este tiempo Red-Risco se enteró de todo lo relativo al nuevo empleo del jovencito que iba a trabajar en el Roscón Jumbo.
—Va a ser el mayor motor para la navegación inercial que jamás se haya construido. Pero Construcciones Red es la mayor compañía de construcciones de todo Huevo, y es lo bastante grande para poder construirlo. He tenido mucha suerte al conseguir que mi primer empleo sea con ellos. Se portan bien con sus ingenieros, siempre que estos trabajen intensamente, y esto es lo que voy hacer. Me han destinado al equipo que se ocupa de construir las plataformas de lanzamiento de los segmentos del motor, que son los que…
—Creo que estamos llegando a Ascensión de Ligero —dijo Red-Risco.
El joven ingeniero miró hacia adelante.
—Aquí el Bucle de Salto es menor que el de Paraíso de Brillante —dijo—. Éste sólo lo utilizan para los vuelos suborbitales. El que está en Paraíso de Brillante puede acelerar a los vehículos hasta una velocidad igual a la mitad de la de la luz, que ya es mayor que la velocidad de escape de Huevo.
El piloto usó los impulsores para alinear el vehículo con los dos largos caminos que estaban suspendidos encima de la corteza. Ascensión de Ligero era una mancha sobre el paisaje, con una red rectangular de calles, que se volvía más irregular a medida que la ciudad iba ascendiendo por las colinas que constituían las estribaciones de las montañas del polo Este, hasta llegar a la zona de fincas de recreo que se escondían en los valles más elevados. Muy por encima de ellos, descollaba la Fuente Espacial, una estructura metálica que desaparecía en el cielo a muchos kilómetros por encima de su nivel.
—Éste es otro proyecto en el que trabaja mi compañía —dijo el ingeniero—. ¿No es divertido? Es una especie de Bucle de Salto vertical, pero utiliza una corriente de anillos en vez de una cinta.
Disminuyeron su velocidad para aproximarse a los valores habituales en el suelo hasta que, en punto muerto, fueron a detenerse dentro de la terminal. El joven ingeniero ya estaba en el pasillo, para llegar antes al depósito de equipajes. Red-Risco le siguió, sacando su planta mascota de su bolsa, para dejarla enfriar de cara al cielo.
El jovenzuelo miró la planta con interés.
—Esta planta se parece mucho a la que Construcciones Red utiliza como distintivo —dijo—. Bien, ha sido muy agradable poder hablar con usted. ¿Qué va usted a hacer en Ascensión de Ligero?
—¡Oh! Trabajaré también en el Roscón Jumbo —dijo Red-Risco.
—¿De veras? ¿A qué sección va destinado? ¿A las rampas de lanzamiento?
—No. Me cuido de las finanzas y de hacer los planes a largo plazo.
—¡Oh! Bien. Supongo que alguien se ha de dedicar a hacer los trabajos de escritorio. Pero lo verdaderamente divertido está en la ingeniería. Ya nos veremos uno de estos giros, —dijo cuando ya intentaba empujar para abrirse camino contra el poderoso campo magnético vertical que penetraba en Ascensión de Ligero.
Red-Risco se sintió viejo cuando fluyó en la ranura trasera del coche de la compañía, conducido por un chofer que le estaba esperando en la calle.
—Al edificio de la administración —dijo al conductor—. ¡Espere! He cambiado de intención. Lléveme a la planta de montaje de espacionaves. El trabajo de escritorio puede esperar.
Mientras el coche de deslizamiento hacía su recorrido hasta la planta que estaba en los alrededores de Ascensión de Ligero, Red-Risco efectuó una llamada, usando el comunicador móvil, al Centro Espacial de los Clanes Aliados para hablar con Estrella-Fugaz.
—He logrado activar los trámites del contrato a través de la burocracia de Paraíso de Brillante y del Centro Espacial —le informó Estrella-Fugaz—. Está a punto para que usted lo selle con la impresión de su arista. ¿Dónde se lo he de llevar? Quiero empezar de una vez.
—Ya hemos empezado. ¿Por qué no se reúne usted conmigo en la planta de montaje? Quiero ver la maqueta a escala natural, antes de que la destruyan para hacer sitio a la verdadera máquina.
La planta de montaje de espacionaves de Construcciones Red estaba en los mismos terrenos que la base de lanzamientos, no muy lejos del edificio del cuartel general del Centro Espacial, lo que permitió a Estrella-Fugaz llegar allí antes que Red-Risco.
—¿Ha tenido un buen salto? —le preguntó cortésmente Estrella-Fugaz.
Red Risco esperó un poco, recapacitó y dijo:
—Ha sido interesante. Vayamos a ver la maqueta.
El andamiaje que rodeaba y sostenía a la maqueta se podía ver desde lejos. Entraron por la barrera de seguridad y un pequeño coche deslizante les llevó en un recorrido circular alrededor de la colosal estructura.
—Dispuse que los ingenieros construyeran un modelo a escala natural y con peso real, para que el andamiaje estuviera sujeto a las mismas tensiones que deberá soportar y no hubiera fallos en su construcción. Aunque el motor ha de trabajar en el espacio, hemos de montarlo y probarlo aquí, en Huevo, para asegurarnos de que puede resistir las tensiones de su funcionamiento, cuando lo pongamos en marcha en el espacio.
Estrella-Fugaz miró hacia arriba y vio a una cheela que se deslizaba por un estrecho tablón, muy por encima de su propio nivel, y lo hacía con la misma facilidad con que lo haría si estuviera sobre la corteza.
—¿A qué altura está? —preguntó Estrella-Fugaz.
—El espesor de la máquina es de 48 milímetros —le explicó Red-Risco—. O sea que el punto más alto del andamio debe estar a unos 60 milímetros.
—No me importa mirar hacia abajo cuando estoy en órbita —dijo Estrella Fugaz—. Pero nunca podría tener fuerzas para hacer una cosa como ésta.
—Pocos son los cheela que pueden. Encontramos a los que lo hacen mejor en el clan de Roca Blanca. Será porque pasan mucho tiempo de su niñez jugando cerca de unos acantilados muy altos.
El coche deslizante se detuvo cerca de una discontinuidad en la estructura por donde se había retirado una parte del modelo.
—La máquina se construirá en doce partes —dijo Red-Risco—. Después de los ensayos de resistencia, los segmentos se lanzarán por separado y se volverán a montar en el espacio.
El coche deslizante entró por el agujero de la máquina en forma de rosquilla y pudieron ver la complejidad de los extractores de energía, anuladores de tensión y los generadores de vértices que habrían de provocar el vacío por sí mismos, obtener energía de él y, después, utilizar esta energía para dar inercia al vacío a fin de que éste pudiera usarse como masa de reacción contra la que pudiera apoyarse el impulsor.
El vehículo se detuvo cerca del montacargas del andamio, que utilizaron para llegar a la plataforma de inspección más alta. Sus cuerpos estaban protegidos y totalmente seguros detrás de unas barreras miraron hacia abajo y vieron el «roscón» de 144 milímetros de diámetro, al que le faltaba un pedazo.
—Dentro de un gran de giros la maqueta ya habrá sido reemplazada por la máquina real —le dijo—. Red-Risco.
—Vayamos a firmar este contrato y empecemos por fin —dijo Estrella-Fugaz—. Las mareas gravitatorias empiezan a causar deformaciones perceptibles en el Matadragones.
La fabricación de los doce segmentos del Roscón Jumbo concluyó en el plazo previsto, pero los ensayos de resistencia descubrieron un fallo en los planos. Un conector de potencia falló cuando se activó el blindaje superconductor.
—En cada segmento hay 144 conectores y tenemos 12 segmentos —dijo Red-Risco—. Hacerlos de nuevo va a requerir un mínimo de 12 cheela-gran y nos va a situar a 24 giros de retraso sobre lo previsto.
—Iré al Subcomité de Presupuestos de la Legislatura y pediré una ampliación del presupuesto —prometió Estrella-Fugaz—. Ya les había advertido de que una cosa así podía suceder, si se retrasaban en su decisión. ¿Cuánto necesita usted?
—Nada —contestó Red-Risco—. Pagaré la diferencia de mi bolsillo particular. Sólo deberá explicarles que vamos a tener algún retraso.
Medio gran después, el último de los segmentos se cargó entre las celdas esféricas de lanzamiento que eran mitad andamio y mitad nave espacial. La esfera fue transportada hasta el centro de un campo libre, y colocada en una depresión que había en su centro. Enterrada bajo el suelo había una catapulta gravitatoria que, ante todo, levitó la esfera unos 100 milímetros sobre la corteza, para que se pudieran activar los motores inerciales.
Después, con la ayuda que proporcionaba el empuje de sus motores, la esfera fue lanzada al espacio mediante una breve descarga de repulsión gravitatoria, procedente de los gigantescos bobinados enterrados en el suelo.
—Ha acelerado desde cero a un tercio de la velocidad de la luz, en un abrir y cerrar de ojos —comentó Red-Risco—. Pero gracias a que se utilizaron fuerzas gravitatorias, apenas si ha sufrido tensiones.
—Es formidable, para ser una máquina tan antigua —dijo Estrella-Fugaz—. Bien. ¿Por qué no la seguimos?
—Antes quiero inspeccionar los progresos de la Fuente Espacial —dijo Red-Risco—. Nos reuniremos en la Estación Espacial del polo Este.
El almirante Estrella-Fugaz aprovechó el lanzamiento de una lancha de exploración, que se acababa de poner en servicio y que iba a ser probada enviándola al espacio. La catapulta gravitatoria ya no se utilizaba en los viajes ordinarios debido a su elevado coste operativo.
Red-Risco comprobó los trabajos en curso en la Fuente Espacial, saltó de regreso a Paraíso-Brillante, para dedicar algunos giros a sus animales, y luego regresó al Bucle de Salto, para el largo salto hasta la Estación Espacial del polo Este. Se reunió con Estrella-Fugaz y se fueron en un pequeño crucero a inspeccionar la instalación del Roscón Jumbo, para lo que se utilizaba un transpone de carga que había sido acondicionado para esta misión.
Llegaron allí cuando se acababa de colocar en su sitio el último segmento.
—Dentro de pocos giros va a terminar mi trabajo, y va a empezar el de usted —dijo Red-Risco.
—Bien —dijo Estrella-Fugaz—. Hemos llegado justo a tiempo. Ya hemos empezado a ver algún deterioro en el casco de presión del Matadragones, pero todavía está intacto. Los humanos han abandonado la consola de comunicaciones y se han retirado a los tanques de protección.
FECHA: 06:54:00 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
Los tirones de la gravedad iban siendo cada vez peores. Un frasco metálico para beber quedó suelto por los pasillos y llegó como un proyectil desde la comunicación con el piso inferior. Pasó como un relámpago cerca de Amalita y se dirigió hacia una de las consolas de electrónica científica, que estaba en el puente principal entre las compuertas. El frasco de bebida se estrelló contra uno de los mandos de la consola. Eran ya tres los proyectiles que volaban hacia atrás y hacia adelante por la cubierta principal: una abollada ampolla metálica y las dos cortantes mitades de un tirador de plástico.
—Esto está claro —sentenció Pierre—. Ya es demasiado peligroso estar aquí. ¡Entremos en los tanques!
—Pero cuando estemos en los tanques, no podremos hacer nada para salvar la nave —arguyó Amalita.
César no discutió con Pierre y no tardó en cerrar la puerta de su cubículo. Pierre apuntó su índice para señalar la pared exterior del Matadragones que se doblaba ostentosamente bajo las extremas fuerzas de la gravedad.
—Cuando desaparezca el casco de presión, estos tanques van a ser lo único que nos pueda mantener con vida —replicó—. O sea que, entra ya.
Abrió la compuerta del tanque y la sujetó para que Amalita entrase.
De mala gana ella abrió la puerta del armario que estaba debajo de la compuerta, sacó la máscara de respiración y se la colocó. En aquel mismo instante el frasco de metal se acercó volando hasta ellos. Amalita lo cazó al vuelo y lo metió en el armario, cerró la puerta de éste y trepó rápidamente hasta quedar dentro del tanque, mientras se ajustaba la máscara. Pierre se cuidó de comprobar el tanque, y cuando el agua llegó al nivel de la mirilla, pasó alrededor de la columna central intentando quedarse lo más cerca posible del centro de masas de la nave para buscar la fuerza de gravedad más baja. Un momento antes de cerrar su compuerta observó que los mecanismos que sostenían las pantallas metálicas sobre las mirillas exteriores, acababan de fallar. Miró hacia afuera y vislumbró la mortal estrella de neutrones que pasaba cinco veces por segundo. Por suerte, el cristal todavía resistía a la presión. Mientras cerraba su propia compuerta vio una constelación de objetos, brillantes como estrellas, que aparecía al otro lado del cristal de la mirilla exterior.
FECHA: 06:55:05 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
—¡Huevo Sagrado! —exclamó uno de los tripulantes cheela cuando la pequeña armada de naves espaciales cheela navegaba entre los grandes e incandescentes asteroides condensados. Los motores trabajaban continuamente para compensar los constantes cambios del campo gravitatorio, causados por la salida de sus posiciones de los asteroides. La nave espacial se había estabilizado, en una posición sincrónica, a unos quince metros de distancia del casco exterior del Matadragones. Quedaba cerca de una de las mirillas que habían quedado sin la protección de la pantalla metálica.
—Preparad un aparato volador para mí —ordenó Estrella-Fugaz.
—A la orden almirante —contestó su segundo en el mando, la capitana Estrella-Brillante. Su arista tamborileó una orden al casco cristalino de la nave espacial, de donde fue recogida por los equipos de lanzamiento de naves individuales que estaban en el hemisferio opuesto de la redonda nave espacial.
—¿Puedo acompañarle, en otra nave? —solicitó Estrella-Brillante por medio de un susurro electrónico.
—Desde luego. Es muy poco frecuente poder contemplar directamente a un humano de carne y hueso. Comprendo que se vean muy extraños porque los rayos X los atraviesan y sólo podemos ver los huesos de los manipuladores que tienen dentro. Estoy seguro de que la mayor parte de la tripulación quisiera tener una oportunidad para ver a los Pausados. Prepare algunos focos de rayos X y acérquelos a aquella mirilla para iluminar el interior.
Cuando los focos de iluminación estuvieron emplazados, la tripulación pudo mirar a través del cristal intensamente teñido y borroso. La cubierta principal estaba vacía, a excepción de dos objetos grandes y abollados que flotaban uno al lado del otro. Eran casi transparentes, si se exceptuaba una pieza de metal inserta en un agujero de uno de ellos. Utilizando el mapa del Matadragones que había sacado de sus archivos, Estrella-Fugaz pudo identificarlo como la compuerta del tanque de Pierre. La compuerta en cuestión estaba abierta a medias y en el interior Estrella-Fugaz pudo ver una forma borrosa de extrañas formas y colores. Era la cabeza de Pierre. En el centro de la mancha había una estructura de color violeta, relativamente densa, que tenía cuatro agujeros. El cráneo óseo estaba recubierto con carne blancoazulada, y la parte de arriba y la de abajo tenían unas tenues manchas blancoamarillentas de pelo.
—¿Por qué no cierra la compuerta? —preguntó Estrella-Brillante.
—Lo está haciendo. Pero los Pausados tardan mucho tiempo en hacer cualquier cosa —le contestó Estrella-Fugaz—. Si usted regresa dentro de algunos giros, podrá ver que la compuerta se está cerrando. Pero habrán de pasar una docena de giros antes de que esté cerrada y con el cierre echado.
Otra nave se les había reunido. Al frente de ella iba Watson-Ínclito, profesor de Humanología del Instituto del Ojo Interior, que era el jefe científico de la expedición.
—Almirante Estrella-Fugaz —empezó diciendo—. Reconozco que nuestro plan inicial era estudiar a los humanos y su espacionave después de que se hubiera arreglado el cohete conductor. Pero si todos los humanos, excepto uno, están dentro de los tanques de protección, y sólo la cabeza de éste está disponible para su análisis, estaba considerando si usted nos concedería algo de tiempo, para hacer investigaciones, antes de que Pierre acabe de cerrar la compuerta.
—Si la Legislatura hubiera actuado con más diligencia, ahora no habría necesidad de que pidiera esto —dijo Estrella-Fugaz—. Habríamos llegado dos minutos antes y usted tendría tres humanos para estudiarlos.
—Sí, ya es bastante malo —coincidió Watson-Ínclito—. Nuestros modernos instrumentos son mucho más sofisticados que los que los cheela utilizaron en la última oportunidad de analizarles.
—¿Cuándo sucedió esto? —preguntó Estrella-Brillante.
—Hace más de mil gran —replicó Watson-Ínclito—. Almirante, ¿podemos disponer de una docena de giros?
Estrella-Fugaz estudió la petición y concedió:
—Le doy media docena. Después será preferible que sigamos con el objeto principal de la expedición que es arreglar el cohete y salvar a los humanos.
Los humanólogos se disgustaron mucho al no disponer para su estudio más que de una cabeza humana, y aún aquello estaba a más de dos metros de distancia de la mirilla. Pero hicieron cuanto pudieron y concluyeron cuando sólo habían transcurrido cinco giros.
FECHA: 06:55:06 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
—Bien —intervino Estrella-Fugaz cuando Watson-Ínclito le comunicó que había acabado— ha transcurrido todo un segundo de los humanos. Ocupémonos en salvarles. Poned rumbo hacia el cohete conductor averiado, y luego preparad la nave de carga para que coloque el motor de recambio en su emplazamiento.
Estrella-Brillante grabó el mensaje en la corteza, con su arista inferior. Enseguida, la gigantesca nave espacial de los cheela, tan grande como un balón terrestre de baloncesto, avanzó suavemente hacia una de las seis masas incandescentes que rodeaban al Matadragones. El diminuto y brillante transporte se aproximó hasta pocos metros de los poderosos tirantes de acero inoxidable que sostenían el motor averiado al cuerpo principal del cohete conductor.
—Tened cuidado —aconsejó Estrella-Fugaz—. No os acerquéis demasiado. Este material es tan frágil como un huevo de Cáscara Floja.
—Lancen los cortadores y recolectores —tamborileó Estrella-Brillante.
Un conjunto de pequeñas esferas se desprendió de unas depresiones que había en el lado del gran crucero esférico. El tipo menor de las naves que aparecieron eran «patinetes» para un solo cheela, muy poco mayores que el cuerpo de su pasajero. Cada uno de los cheela blandía un largo instrumento cortante hecho de cristal de dragón. De una medida igual a la de una espada, habían sido construidos especialmente para aquella misión.
Se acercaron a los puntos de unión de los tirantes seleccionados, y procedieron a cortar el duro acero como si estuvieran hechos con niebla. Otros cheela dirigían unas naves robotizadas mayores, en su trayectoria en zig-zag por la cámara de empuje del motor del cohete, que chisporroteaba. Las elevadas mareas gravitacionales provocadas por los agujeros negros de las naves cheela, destrozaron la cámara de acero en forma de hilos incandescentes. Su material se comprimía y era absorbido por la superficie de la espacionave, donde desaparecía dando un rayo de luz y dejando un pequeño granulo de materia degenerada en la superficie incandescente. Cuando la cámara de combustión del cohete conductor hubo desaparecido, llegó el momento previsto para la colocación del motor de repuesto, que los cheela habían llevado hasta allí.
—Traed la nave de carga —dijo Estrella-Fugaz—. Pero emplead el tiempo que sea necesario y hacedlo bien, porque tenemos todo un giro antes de que deba funcionar de nuevo.
La nave de carga se desplazó al vacío que había en la parte trasera del cohete conductor, donde antes había estado su motor. El carguero, que era una esfera de 360 milímetros de diámetro, llevaba incrustado en su superficie el motor, en forma de rosquilla, que medía 144 milímetros de diámetro. Ambos parecían muy diminutos, en comparación con los destripados restos del cuerpo del motor original que había medido diez metros de diámetro.
—Motor en posición —anunció Estrella-Brillante.
—Soltad el motor y retirad la nave de transporte —ordenó Estrella-Fugaz.
El Roscón Jumbo y la esfera de carga se separaron. Mientras la esfera se alejaba, unos rayos de fuerza de color violeta, salieron de unas pequeñas protuberancias del brillante roscón blanco, para controlar los muñones de los tirantes situados en la estructura del cohete conductor. Los rayos violeta variaron su luminosidad a medida que fueron poniendo el cohete bajo su control. El minúsculo, pero masivo motor, estaba ya instalado.
Estrella-Fugaz contó con los sezgiros que iban transcurriendo, en el cronómetro incorporado en la parte superior de la caja de mandos que estaba bajo su arista. Cuando llegó el momento oportuno dio la orden:
—Activad la impulsión inercial.
Los rayos tractores de color violeta, que sostenían el motor, se hicieron más brillantes y apareció una curvatura del espacio que surgía del agujero del roscón. El campo estelar situado detrás del cohete conductor se agitó. Después de una larga espera, de casi un docigiro, el motor se paró, porque ya había terminado su trabajo durante aquel ciclo. Deberían esperar once docigiros más antes de que se necesitase de nuevo el motor, o sea que no podían hacer más que limpiar y esperar. Después empezaría el largo y tedioso proceso de comprobar el funcionamiento del motor, durante un gran número de ciclos, antes de que la expedición pudiera dejar que el motor funcionara por sí mismo mientras ellos regresaban a la superficie de Huevo.
Estrella-Fugaz estaba contento. La misión había resultado un éxito. Tres de sus ojos enfocaron a los ojos de su primer oficial.
—Anuncie un giro de descanso —susurró—. ¡Y empiecen a agujerear los envases de pulpa!
Pero antes de que la capitana pudiera tamborilear la orden oficial, el susurro electrónico del almirante había sido captado por la tripulación del puente de mando. Estrella-Fugaz advirtió muy pronto los golpeteos que levantaban ecos por toda la nave espacial. Levantó un pseudópodo que lanzó hacia la capitana antes de que pudiera transmitir la orden. Ambos escucharon con sus aristas. Captaron el frote apresurado de unas aristas veloces que se iban hacia el área de recreo donde estaban guardados los envases de pulpa. Los movimientos de los pedúnculos de los ojos de Estrella-Fugaz denotaban enfado. Estrella-Brillante, que sabía lo que se avecinaba, logró llegar a tiempo para levantar los puntos sensibles de su arista, antes de que el estruendo conmoviera el casco de cristal que tenía debajo.
—¡PERO PRIMERO! —llegó el grito de la arista del almirante—. ¡INSPECCIÓN! ¡Una inspección rigurosa!
Un profundo silencio se propagó por toda la nave. El único sonido que llegaba a través del casco era el de los motores inerciales en punto muerto.
—¡Vean cómo está esto! —tamborileó Estrella-Fugaz paseándose por el puente.
Su arista echaba a un lado trozos de basura y polvo, sus pseudópodos apuntaban acusadoramente a las insignias que los oficiales más jóvenes llevaban sin atender a lo dispuesto, que ordenaba que estuvieran exactamente horizontales en relación con la vertical de cada lugar.
—¿Cómo puedo esperar que el resto de la tripulación mantenga sus puestos en estado de revista, si el puente parece el lugar donde se revuelcan los Desliza-Lentos?
Se deslizó sobre una pantalla electrónica que estaba sobre el puente y volvió a explotar:
—¿Qué hijo de Vergonzoso de Cáscara-Débil es el que ha derramado jugo de pulpa sobre esta pantalla? El sabor de estas manchas abrasan mi arista. ¡Quiero que esta pantalla se limpie y que toda la nave se limpie hasta que pueda tocar cualquier punto de ella, con un ojo mojado, sin que tenga que parpadear!
Se fue como una tromba a sus habitaciones privadas y cerró dando un portazo con la puerta corredera. Esperó unos cuantos mizgiros, y se concentró en las vibraciones que llegaban a través del casco.
Escuchó el apagado rumor que Estrella-Brillante y los otros oficiales difundían por toda la nave. Después, llegó el ruido de frotamientos que produjo la tripulación cuando empezó la gran limpieza de la nave, algo que llevaba demasiado tiempo sin efectuarse.
Estrella-Fugaz formó un pseudópodo, lo introdujo en una de las bolsas de su flanco y sacó una llave magnética. Metió la llave en una ranura del lateral de su armario, abrió la puerta y sacó un pequeño envase de Doble Destilado del polo Oeste, que era el mejor de Huevo. Llevando consigo el frasco, se aproximó cansinamente a su alfombra de reposo. Su cuerpo pareció deshincharse cuando abandonó su postura de mando y se relajó y extendió sobre la suave alfombra decorada. Puso el envase de pulpa en su bolsa de beber y con un poderoso esfuerzo de los músculos de la bolsa, rompió el envase y empezó a trasegar el ardiente jugo a la delgada membrana que constituía el fondo de su bolsa. Ahuecó su manipulador convertido en almohada, formó un pequeño manipulador de sostén y lo dejó apoyado en la almohada. Utilizó después un pseudópodo para sacar de uno de sus esfínteres laterales una insignia de almirante, en forma de estrella de doce puntas. Aproximó la estrella a su bolsa de beber, escupió sobre ella un poco de jugo de pulpa y la pasó a su manipulador de sostén para darle un cuidadoso pulido con un trapo muy usado. Para pasar mejor el tiempo, conectó su holovisor y contempló el fragmento final de la Revista de Qui-Qui. Qui-Qui ya no estaba en la flor de la juventud, pero todavía era la hembra más sexy que aparecía en holovisión.
FECHA: 06:55:07 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050
—Los cheela deben haber arreglado el cohete conductor —dijo Amalita desde su tanque, con su voz deformada por la máscara respiratoria. Todavía no se ve el escape del cohete, pero las mareas gravitatorias son cada vez más débiles.
Pierre desvió su mirada de la imagen de Amalita, que aparecía en la parte superior izquierda de su pantalla partida, hacia la que transmitía la única cámara que había quedado en el exterior.
—Hace un segundo que he visto alguna actividad en la parte trasera del cohete, y ahora hay una estructura incandescente en el sitio donde antes estaba el motor —dijo Pierre.
Amalita activó el miniaturizado panel de mandos que tenía en su tanque y cambió el campo de la cámara para que enfocara la parte trasera del cohete conductor. Cinco veces durante cada segundo fluctuaba el campo de estrellas que aparecía detrás de la sonda. Lentamente, la masa de compensación errática fue acercándose a su posición correcta, y de nuevo volvió a coordinar su movimiento con el de las otras, si bien la invisible curvatura del espacio, causada por uno de los cohetes conductores, contrastaba con los brillantes fogonazos de los cohetes de los demás.
Poco después, los humanos que estaban en los tanques ya no notaban las sacudidas de las mareas residuales y sus oídos dejaron de percibir las ondas ultrasónicas que habían evitado que sus extremidades sufrieran demasiado por los tirones.
—Supongo que ya no hay peligro si salimos —dijo Pierre mirando a las cinco caras que aparecían en la pantalla múltiple que tenía dentro de su tanque.
—¿Cómo está Seiko? —preguntó Jean.
Pierre observó el trozo de pantalla contiguo al de la imagen de Jean. Seiko todavía tenía los ojos cerrados y respiraba muy lentamente.
—Aconsejo que la dejemos dormir —dijo la imagen de Doc Wong desde la parte de pantalla que estaba debajo—. Vigilaré por si tiene problemas con su máscara de respiración.
—¡El último en salir del agua será tonto del bote! —Abdul ya estaba desaguando su tanque.
—Espera —dijo Amalita—. Será mejor que primero salga yo para ver si hay problemas. El indicador de la presión interior se mantiene estable, pero pudiera ser que hubiera fugas o puntos débiles.
Desde su consola, canceló la orden de desagüe del tanque de Abdul y empezó el drenaje de su propio tanque.
—Ponte tu traje espacial antes de salir a vagabundear por la nave, dándote golpes contra las paredes —le recordó Pierre.
—Desde luego.
Amalita abrió su compuerta y escuchó atentamente. Como no oyó nada anormal, salió del tanque que se vaciaba, pasando al área de la cubierta principal y ojeó el pasillo de comunicación con el armario donde se guardaban los trajes.