PELIGRO

FECHA: 06:50:06 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

Fuera del Matadragones, las seis densas masas de los compensadores conservaban su lugar gracias a los poderosos cohetes conductores. Los cohetes no podían llegar demasiado cerca, a causa de las destructivas mareas de las masas ultradensas, por lo que cada cohete empujaba desde lejos, usando los campos magnéticos generados por un conjunto de monopolos magnéticos que llevaban en su prominente proa. Cuando cada compensador llegaba a un extremo del anillo, la llama amarilla de un chorro aparecía en un cohete conductor para ajustar la órbita de la masa y conseguir que se mantuviera en la trayectoria correcta. Cuando la masa de compensación llegaba al otro lado del anillo, el cohete que había allí disparaba en sentido contrario y empujaba hacia atrás al denso asteroide. Esto se repetía treinta veces cada segundo, o sea una vez cada docigiro para quienes lo veían desde Huevo.

Uno de los chorros de un cohete conductor falló cuando un meteorito atravesó la sección de alimentación de combustible, arrancó dos de las tres válvulas de triple efecto, y averió la tercera. Un quinto de segundo después el reactor funcionó correctamente, pero luego volvió a chisporrotear. La masa de compensación que se suponía debía controlar el cohete conductor, empezó a desviarse de su lugar en el anillo.

Al poco rato, todas las masas se desviaban ligeramente cuando sus cohetes intentaban mantener una apariencia de orden. El ordenador del Matadragones disparó la alarma a través de los altavoces:

¡EMERGENCIA! ¡UN METEORITO HA AVERIADO UNO DE LOS COHETES CONDUCTORES!

Amalita regresaba de comprobar el tanque superior, cuando las potentes mareas de la estrella de neutrones se apoderaron de ella y la hicieron descender por la galería, donde entró en colisión con Jean, que se estaba colocando su traje. En la siguiente fracción de segundo ambas mujeres fueron separadas y proyectadas hacia la pared externa de la nave espacial.

Amalita se asió a un montante y se mantuvo allí.

—¿Qué pasa? —gritó a Pierre.

Pierre apretó el cinturón que le fijaba a su consola y la activó.

—Un cohete ha funcionado mal —dijo.

Jean, que flotaba libremente cerca de Pierre, salió disparada hacia la pared exterior y luego enviada hacia el centro de la nave, donde pudo sostenerse en el borde de una silla. En la siguiente parte del ciclo, sus piernas fueron atraídas hacia afuera otra vez, como si estuviera en un tío vivo que girara muy aprisa.

—¿Puedes arreglarlo? —preguntó Pierre al ordenador.

—No. La grieta de la tercera válvula va en aumento —fue el dictamen del ordenador. Tenéis, a lo sumo, cinco minutos.

—Las mareas nos van a destrozar —chilló Jean mientras las fuerzas tiraban y empujaban a su cuerpo.

El proceso aumentó. Se vio arrancada de su precario asidero y se golpeó contra la pared exterior, quedando inconsciente. Al empezar el siguiente ciclo, su cuerpo inerte voló de nuevo hacia el centro.

—¡La he cogido! —dijo Amalita que iba saltando de un asidero a otro, aprovechando los intervalos entre los tirones.

—¡Ponla en un tanque de aceleración! —dijo Pierre, gritando.

Entretanto, Doc Wong había conseguido llegar a la columna central para ayudar a Amalita, que intentaba abrir una de las compuertas circulares. Introdujeron a Jean dentro de uno de los tanques esféricos. Jean se despertó durante esta operación y Doc se las arregló para colocarle la máscara antes de cerrar la puerta.

—¿Está bien el aire? —voceó Doc por el intercomunicador.

La figura que se veía dentro de la cámara hizo una seña afirmativa, y Doc observó que su pecho se dilataba por una aspiración profunda. Puso en funcionamiento el tanque y aparecieron gotas de agua en la mirilla a medida que el líquido protector cubría el maltrecho cuerpo.

La consola de comunicación con los cheela se iluminó. El robot Maestro-del-Cielo estaba de nuevo en pantalla. Alrededor de él y en el fondo, se veían imágenes borrosas de cheelas vivos que respondían activamente a la catástrofe.

—Un cohete falla —dijo Maestro-del-Cielo—. ¿Estáis en peligro?

Pierre respondió apresuradamente a la imagen robótica mientras las fuerzas gravitatorias tiraban de su cuerpo, firmemente sujeto en su arnés.

—Nos ha fastidiado —dijo—. Me temo que habréis de volver a transmitir el último HoloMem directamente al San Jorge… Adiós.

Pierre advirtió una vacilación en la reacción de Maestro-del-Cielo y se detuvo. Podía ver una pléyade de cheela reales a un lado del robot. Los ojos y pseudópodos de aquel lado del maestro robótico se aceleraron hasta volverse borrosos cuando Maestro-del-Cielo habló con los cheela reales a una velocidad casi igual a la normal en los cheela. Una fracción de segundo después, la vacilación en el movimiento oscilatorio de los ojos de Maestro-del-Cielo había desaparecido y era sustituida por su ritmo normal.

—¡ESPERAD! —gritó Maestro-del-Cielo—. ¡Os vamos a rescatar!

—¿En cinco minutos? —Pierre agitó su cabeza—. ¡Imposible!

Aprovechando las pausas entre los tirones gravitatorios, se acercó a la consola de la biblioteca, para cambiar la velocidad de transferencia de datos, a la situación de emergencia.

FECHA: 06:51:05 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

El joven estudiante post-doctoral se movía hacia atrás y hacia adelante, mientras el doctor ingeniero daba los últimos toques a la máquina. Aunque había conseguido su doctorado en tempología y él mismo no era un mal ingeniero, Circulo-Temporal sabía que fabricar un agujero negro magnetizado y electrificado tan grande era algo que no podía dejarse en manos de cualquier científico. Afortunadamente, la asignación de fondos hecha por la Fundación de Ciencias Básicas había sido lo bastante importante para que pudiera contratar al mejor ingeniero de Huevo: Red-Risco.

El ingeniero Red-Risco no temía hacerse cargo de proyectos «imposibles». Después de utilizar mucho su arista como ayudante del ingeniero jefe en uno de los primeros bucles de salto espacial, se había encargado del proyecto del primer surtidor espacial. Red-Risco había diseñado una torre 200 veces más alta que el diámetro de Huevo, y no sólo demostró cómo podía construirse sino que además probó que su construcción sería una fuente de riqueza. Convenció con su idea, organizó el equipo correspondiente y se dedicó a otros proyectos «imposibles». Círculo-Temporal había tenido mucha suerte al poder contratar a Red-Risco para su proyecto. Pero, en realidad, tenía dudas sobre si podía haber otro proyecto más «imposible» o que representase un reto mayor que éste: construir una máquina del tiempo.

Habían transcurrido ya casi dos minutos humanos desde que se había iniciado el proyecto de la máquina del tiempo. En su tesis doctoral Círculo-Temporal había probado la posibilidad del viaje temporal enviando señales a través del tiempo. Como resultado, había recibido su Doctorado en Tempología y se le había permitido elegir un nombre nuevo.

Su primera máquina del tiempo sólo tenía dos canales de comunicación. Había modificado un generador normal de agujero negro para que utilizara una mezcla de protones y monopolos magnéticos de alta velocidad y de elevado momento angular relativo. Mediante la constitución del agujero negro a base de materia cargada magnética y eléctricamente, había logrado que la masa que giraba rápidamente franqueara el horizonte de acontecimientos con una velocidad de giro de hasta un 99% de la velocidad de la luz. El agujero negro resultante tenía una vida inferior a un sezgiro pero, con un cuidadoso ajuste de los tiempos, Círculo-Temporal había enviado una pulsación de rayos gamma hacia el tiempo futuro a través de un canal y hacia el pasado a través de otro canal, antes de que el agujero negro se convirtiera en una débil descarga de radiación.

La Máquina de Comunicación Temporal, que el ingeniero Red-Risco estaba construyendo ahora, sería permanente y podría mandar señales hacia atrás o hacia adelante a cualquier tiempo en que la máquina tuviera existencia o hasta que los ocho canales de comunicación estuvieran saturados de mensajes. Haría falta mucho tiempo para que nadie, incluso los cheela que avanzaban tan aprisa, pudiera construir una máquina que permitiese el viaje físico de seres vivos, pero incluso una máquina para transmitir mensajes temporales, como la que estaban construyendo, podía resultar de utilidad.

Ahora ya se había terminado su construcción. El equipo que la había construido se había retirado a sus viviendas personales para un bien merecido descanso, y los robots ayudantes serían reprogramados para su próximo trabajo, como parte fundamental que eran del creciente imperio de construcciones de Red-Risco, quien se había quedado para las pruebas y ajustes finales.

Por fin, satisfecho por los resultados, Red-Risco se apartó de la pantalla combinada de gusto y tacto.

—Ya funciona —murmuró casi silenciosamente.

—Muy bien —dijo Círculo-Temporal—. Déjame probarlo. ¡Hum! Éste es un momento histórico, ¿qué mensaje puedo mandar? Ha de ser breve, pero debe tener un significado. ¡Ya lo tengo!

Su arista se movió por encima de la pantalla mientras mandaba su mensaje.

—¡Retorna, oh Tiempo! —dijo Red-Risco—. Lo pude leer en la pantalla de control, cuando acababa de introducir el último parámetro.

—¡Pues esto es lo que acabo de mandar! —dijo Círculo-Temporal—. ¡Funciona, sí, funciona!

—Ya te lo había dicho —le recordó Red-Risco mientras guardaba en su bolsa las herramientas e instrumentos de medida.

El detector de ondas gravitacionales era largo y pesado. Pero se podía plegar y quedaba en forma de un paquete que guardaba en una gran bolsa que había desarrollado para el transporte de instrumentos. Lo último que hizo fue irse hasta el rincón para recoger la planta que había dejado allí. Era, a la vez, su marca de fábrica, su capricho y su más apegado compañero: una planta rinconera. Revisó cuidadosamente la planta y la metió en otras de las bolsas de su cavernoso cuerpo.

—Has dejado taponado el pasado de uno de tus cuatro canales hacia el tiempo anterior —avisó mientras se iba.

Círculo-Temporal no lo escuchaba. Estaba preparando un mensaje para recibirlo él mismo durante la ceremonia de inauguración de la Máquina de Comunicación Temporal (Com-Tem) que habría de tener lugar tres giros después, en el futuro. Cuando acabó de mandarlo, recibió el acuse de recibo procedente de su propio ser futuro.

Había dispuesto usar el mismo canal retrotemporal que había usado para su mensaje de ensayo. Su propio ser futuro había confirmado que el mensaje se había recibido en la ceremonia de la inauguración oficial, y con sólo dos sezgiros de anticipación sobre el tiempo previsto. La ondulación del movimiento de ojos de Círculo Temporal se hizo más lenta cuando él mismo hizo unos ajustes en los circuitos de intervalo de tiempo.

El mensaje de código de utilización que recibió, después del mensaje de acuse de recibo, indicaba que sólo habían sobrado unos pocos bits, del máximo disponible, para poder ser mandado a aquella distancia temporal. Círculo-Temporal hizo que el ordenador sacara una copia escrita del mensaje codificado, para poder calcular después el producto exacto bits-tiempo pero, a simple vista, parecía, que se aproximaba mucho a lo que la teoría había predicho: 864 bits-gran. Esto significaba que podían mandar un mensaje de 864 bits de longitud a un tiempo alejado un gran de giros, o un mensaje de un bit a 864 gran de giros. Las estadísticas cuánticas del tiempo podían ocasionar algunas variaciones, desde luego, y una de las tareas de su investigación iba a ser el determinar estas variaciones estadísticas.

No quería saturar con mensajes ninguno de los otros canales antes de haber realizado algunos cálculos, por lo que puso el seguro de una palabra clave de acceso a la pantalla de tacto y gusto, que fue transformándose en un parche negro sobre el suelo blanco amarillento, mientras él se dirigía hacia la puerta.

Las paredes que circunvalaban el laboratorio del Com-Tem eran de extraordinaria altura y por tanto muy gruesas en su base. Cuando se acercó a la puerta, un sensor de formas, instalado en el piso, leyó las arrugas de su arista y la puerta se abrió automáticamente. Entró en el canal de seguridad en la base de la pared y notó que su cuerpo se ponía rígido cuando un campo magnético penetró en él para generar un mapa de susceptibilidad magnética y compararlo con la copia que tenía guardada.

—Usted lleva un rollo que no llevaba cuando entró —una voz con acentos metálicos vibró en su arista.

—Es el manual de instrucciones de funcionamiento de la máquina Com-Tem —explicó Círculo-Temporal—. Lo leeré en casa.

—Aceptado —replicó la máquina.

El campo magnético desapareció, y se abrió la puerta exterior. Antes de salir, Círculo-Temporal colocó las barreras protectoras. No podía ver las barreras, pero la parte alta de la pared estaba erizada de polos magnéticos norte y sus alternados. Los campos eran tan intensos, y sus gradientes tan elevados, que exigiría un trabajo interminable hacer pasar alguna cosa a través de ellos para franquear la pared. La fuerza del campo en el centro de la barrera era tan potente que podía causar una deformación tan grande de las células de un organismo vivo que no podrían funcionar correctamente. Le habían dicho que su efecto era como si se pusiera un pseudópodo en la llama al rojo vivo, de un proyector de rayos gamma. Percibió la huella de Red-Risco, que iba borrándose, pero que indicaba que éste había tomado la dirección de los corredores hacia el nordeste. Círculo-Temporal se fue en dirección opuesta, hacia el Oeste de Brillante y hacia el centro Administrativo del Instituto del Ojo Interior para preparar las ceremonias de la inauguración.

Red-Risco estaba contento de sí mismo. Primero, el Surtidor del Espacio (podía ver el delgado hilo de luz que iba creciendo hacia el espacio, sobre la pared del largo corredor del nordeste), ahora la máquina Com-Tem. La máquina del tiempo se había terminado con tanta anticipación sobre lo previsto que la ceremonia oficial de la entrega seguía anunciada para tres giros después. No estaba seguro de si se molestaría en asistir. No le gustaba que la gente le dijera que era maravilloso. Los soportes de sus ojos se retorcían sólo con pensar en ello. Estaba ansioso por llegar a su casa. Estar allí con su holovídeo y sus plantas. Entonces se acordó de la rinconera que había metido en una de sus bolsas. Se detuvo, formó un manipulador para buscarla en su bolsa y sacó la planta.

—Vaya, vaya, Red-Bonita —dijo—. ¿Es que tienes demasiado calor?

Levantó la planta hasta sus ojos y la observó con atención. Estaba demasiado caliente. Casi tenía el mismo color blanco amarillento en la parte de arriba que en la de abajo. Y se caía un poco del ángulo agudo de la grieta artificial, que sustituía a las grietas naturales de las rocas donde las rinconeras se desarrollaban normalmente.

Ahora que la planta estaba a cielo abierto, donde podía ver la oscura negrura del cielo estrellado, la superficie de arriba se enfrió y se volvió de un aterciopelado rojinegro. A su vez, la superficie inferior tomó un aspecto plateado. Red-Risco alzó la planta hasta su propia parte superior, de color rojo profundo, y colocó la base del soporte en una bolsa que formó ahí arriba. Hizo que su cuerpo calentara la bolsa; la planta, con sus raíces en un manantial de calor y su parte superior enfriada por el negro cielo, empezó a recuperar su circulación y se enderezó. Los tirantes que se entretejían entre los lados de la grieta se tensaron y las circunvoluciones de su parte superior se hicieron más arrugadas, aumentando la emisividad de la misma. Unos débiles hilos de luz roja aparecieron al azar en la parte superior, y fueron dando vueltas hacia abajo por las venas alimenticias del rojo tallo que conducía a la base de color blanco amarillento. Era un espectáculo emocionante. Red-Risco casi podía oír el zumbido de la planta que trabajaba para producir alimento.

Relajado y feliz consigo mismo y con su planta, Red-Risco no tenía prisa cuando iba por su camino hacia el nordeste. Utilizando las paredes de los edificios como cuñas, empujaba su cuerpo a través del campo magnético, que intentaba impedir su movimiento en dirección norte.

Por algún tiempo anduvo por los arrabales de Ciudad Antigua que rodeaban los terrenos del Instituto del Ojo Interior, cada vez más extensos. Muchos de los edificios tenían sus ventanas deslizantes cerradas, por lo que no podía ver nada más que paredes. Los cruces de las calles eran irregulares, y se dio cuenta de que debería haber tomado una desviación, unos cuantos cruces antes de llegar hasta allí. La calle más próxima en dirección noroeste apuntaba 60 grados al norte, en vez de los nominales 30 grados. Algo enfadado consigo mismo por su distracción, atravesó el cruce, encontró la pared sur de la calle y empezó a empujar hacia el noroeste, que en ese momento era más norte que oeste. Un coche deslizador de alquiler, con mando robótico, apareció en el escaso tránsito, y tuvo la tentación de tomarlo, pero iba en dirección contraria. Además le convenía hacer ejercicio.

A medida que Ciudad Antigua se iba transformando en los aledaños de Paraíso de Brillante, la forma de las calles se fue haciendo más regular. Las arterias principales iban directamente de este a oeste, y las calles que las cruzaban formaban un ángulo exacto de 30 grados entre las direcciones norte y este, formando un conjunto de bloques triangulares o rómbicos. Las viviendas personales llegaban hasta la calle y sus paredes habían sido revestidas con ladrillos antifricción para permitir el rápido desplazamiento del tránsito a pie en las direcciones norte y sur. Muchas de las ventanas tenían sus puertas deslizantes en posición abierta y Red-Risco podía ver los patios exteriores.

Se detuvo para admirar la distribución de las plantas en un portal de una verja. A alguien se le había ocurrido coger un hueco de ventana normal, triangular, e ir insertando ramas de rinconera entre hileras alternadas de ladrillos de manera que se formara una especie de escalera. Un único tallo general salía de la corteza y se dividía en dos ramas que ascendían por los lados de la abertura triangular, e iban extendiendo su enramada de uno a otro soporte. Gracias a su distribución en pisos escalonados, cada una de las copas de la planta podían ver el cielo negro y desarrollarse. Las dos últimas ramas de arriba no se habían entretejido todavía, pero observó que los tenues sarmientos ya empezaban a desarrollarse para poder realizar esta fase de su crecimiento. Rodeando las puntas en crecimiento, aparecían unas pequeñas cajas, que no pudo saber para qué estaban allí. El conjunto vegetal le impresionó mucho. Al pasar por delante de la puerta tomó nota de la placa: D. M. Cero-Gauss, 2412, Séptima calle noroeste. Debía tratarse de un profesor del Instituto con quien le gustaría reunirse algún giro para discutir sobre jardinería.

Red-Risco ya no se equivocó en los cruces, porque estaba en un terreno que le era más familiar. Se dirigió al noroeste, más allá de su vivienda, situada algunos rombos más al norte. Giró hacia el nordeste en dirección a su propia calle y llegó a su casa. Su vivienda era una de las mayores de la vecindad. Disponía de todo un rombo para él. Después de ganar un importante incentivo por haberse mantenido muy por debajo del presupuesto inicial del Surtidor del Espacio, disponía de tantas estrellas en su crédito que había comprado las casas de sus vecinos y derribado las paredes que separaban las cuatro propiedades para convertirlas en una sola vivienda. Una de las casas de sus vecinos se había transformado en cuarto de trabajo, otra en plantío e invernadero para nuevas plantas, y la tercera para habitáculo de sus animales de compañía. Silbó un electrónico y feliz saludo hacia la corteza, cuando estuvo cerca de su vivienda. Unos sonidos felices le respondieron.

Primero le saludó Friolero, un ligero híbrido de un tamaño miniaturizado genéticamente. Friolero había alcanzado la parte superior de la valla. Tenía su cola enrollada en el letrero del nombre de la calle que estaba en la esquina y le saludaba con unos movimientos alternativos de la cabeza hacia arriba y hacia abajo. Sus cinco dientes puntiagudos se asomaban, dejando ver un buche blanco y brillante, que se ocultaba cuando tragaba. Friolero se abalanzó hacia la planta rinconera que Red-Risco llevaba encima, pero éste apartó al animal metiéndole un manipulador por el gaznate. Los dientes de Friolero, afilados como navajas, podrían haber amputado la punta del manipulador de un solo bocado, pero sólo rozaron ligeramente la piel y la continuó lamiendo después de soltar el manipulador. Red-Risco se detuvo para dejar que Friolero se deslizara hasta su parte superior y a través de la ventana de la valla acarició a unos cuantos cuerpos amigos que estaban al otro lado. Llegó hasta la puerta de entrada, la abrió con su llave magnética y la hizo deslizar dentro de la pared. En el acto se encontró rodeado por tres Ligeros, media docena de crías de Ligero, y Gélida, que era la pareja de Friolero.

Después de saludar a todos los Ligeros que desaparecieron para dedicarse a sus variadas actividades, tuvo tiempo para buscar a Rollo. El animal, que parecía una pelota, estaba en un rincón, acurrucado detrás de su primo Borrón mucho más voluminoso y que se desplazaba lentamente. Borrón era un Desliza-Lento en miniatura. Se había metido en el plantío del parasol. Tendría que hablar de esto con su cuidador, Arena-Movediza.

—Ven aquí, Rollo —le llamó manteniendo en alto un pseudópodo que agitaba para atraerlo—. Ven, Rollo. Ven aquí.

Lentamente, la pelota rodó desde detrás del Desliza-Lento, con toda la multitud de ojos atraídos por el pseudópodo ondulante. Finalmente se acercó lo suficiente para que el pseudópodo lo acariciara. Se estremecía de placer, agachando sus ojos para apartarlos del paso del móvil pseudópodo.

—Bueno, bueno, Rollo —le dijo—. No has de tener miedo, los escandalosos Ligeros ya se han ido.

El animal ahora estaba ya más tranquilo y daba vueltas a su alrededor, disfrutando de las caricias que le daban un pseudópodo tras otro. Entonces apareció Arena-Movediza por la esquina.

—Estaba seguro de que era usted, cuando he oído todo este jaleo. Estos Ligeros han escandalizado a todo el vecindario.

De repente se dio cuenta de que el Desliza-Lento estaba en la cama del parasol.

—¡Eh! —dijo Arena-Movediza—. ¿Cómo deja usted que Borrón se meta en las plantas? ¿Cómo puedo tener las cosas en orden, si usted no ayuda?

Formando un grueso manipulador, a modo de maza, Arena-Movediza se acercó hacia la pesada criatura que estaba chupando los jugos de la planta utilizando su arista inferior, y la golpeó fuertemente en un costado.

—¡Vete, pedazo de pedrusco fofo! —chilló Arena-Movediza a través de la corteza.

Encogido, tanto por los gritos que le llegaban por su parte inferior como por los golpes que caían sobre su acorazada parte superior, el Desliza-Lento salió del cuadro de flores parasol y regresó al terreno donde se le había enseñado que debía permanecer.

Arena-Movediza le propinó algunos golpes más, para que no se detuviera.

—Su correo está en su despacho, y su comida en el horno —dijo Arena-Movediza—. Cójala usted mismo. Todavía tengo que trasplantar una docena más de retoños de planta fuente.

—¿Cómo están las plantas fuente? —preguntó Red-Risco.

—Las que sobreviven, van bien —le informó Arena-Movediza—. Estarían mejor si usted las hubiese dejado en el polo Sur, donde las encontró, porque allí el campo magnético va de arriba a abajo. He descubierto que si opero a partir de semillas, recogidas en un tubo inclinado con un apoyo en forma de aro, y las planto en la dirección adecuada, puedo conseguir que se desarrollen. Aunque no se puede esperar que lleguen a ser muy grandes. Desde luego que no. El apoyo ha de ser tan curvado que se salen de él. Aquí hay una que está bien plantada.

Los pedúnculos del ojo de Arena-Movediza se inclinaron hacia un arriate circular con flores parasol, en cuyo centro había una pequeña fuente con destellos blanco azulados.

La planta fuente era una forma de vida vegetal de alta energía que debía trabajar a altas intensidades para seguir viva. Los biólogos del Instituto del Ojo Interior seguían discutiendo si debía ser clasificada como una planta o como un animal, puesto que sólo podía desarrollarse en un suelo rico en nutrientes, pero pobre en neutrones, tal como se encuentra en las montañas de los polos Este y Oeste.

El eje central de la planta fuente era un tubo largo y delgado. Un sistema de raíces muy amplio le aportaba los nutrientes que eran quemados a una velocidad aterradora. Las elevadas temperaturas interiores se transmitían a unas partículas parecidas a semillas que eran proyectadas hacia el cielo a través del ánima del tubo central en forma de un surtidor de pequeñas motas blanquiazules. Estas motas se enfriaban por radiación y adquirían un color rojo apagado cuando eran recogidas en un colector, en forma de copa y situado en la base de la planta, donde eran recicladas. Cada fotón de rayos gamma, emitido durante la breve trayectoria, desplazaba al equivalente nuclear del ciclo de fotosíntesis un escalón más arriba en el proceso de obtención de una molécula energetizada que la planta pudiera utilizar para su propio crecimiento.

Con mucha frecuencia, las plantas fuente que Red-Risco había visto en las Montañas del Polo Este vivían menos de un giro. Nacían de una semilla en un montón de polvo, lucían durante unos pocos docigiros, creciendo a simple vista y después, a medida que el nutriente escaseaba, el tallo cañón empezaba a tambalearse, la velocidad de proyección aumentaba y las semillas iban a parar a una región desplazada algunos centímetros hacia cualquiera de los lados. Si caían en terreno propicio, con un suelo escaso en neutrones, el proceso se repetía. En caso contrario, las semillas esperarían hasta que algún temblor del suelo o la intervención de algún animal las trasladara a un lugar más adecuado para su desarrollo.

Red-Risco suponía que si se les proporcionaba suficiente cantidad de los nutrientes adecuados podría tenerlas en acción durante varios giros. Pero estas plantas no estaban hechas para ser de larga vida y, a pesar de todos los esfuerzos, no vivían más que una media docena de giros. Era una verdadera delicia mirarlas cuando echaban chispas, cosa que hizo durante algunos mizgiros, antes de atravesar el patio para dirigirse a su cuarto de estudio, en el edificio interior.

Cuando entró en su estudio, Lassie abandonó su yacija, cercana a la pared posterior del horno de la sala contigua. El decrépito Vergonzoso se movió erráticamente cuando intentó acercarse a su amo para saludarle. El Vergonzoso era tan viejo que había perdido casi todo su largo pelo. Red-Risco se sorprendió de lo mucho que el pelón Vergonzoso se parecía a una arrugada cría de cheela. El parecido entre las dos especies podría ser la causa de que los Vergonzosos fueran los animales preferidos por los cheela. En la práctica, casi cada cheela tenía uno, y la última moda era darles nombres de los animales de los humanos, de largo pelo y cuatro patas, tales como Lassie, Trigger, Peter, Bossy y Tabby.

Red-Risco se fue a su lugar de trabajo, y la pantalla plateada de tacto y gusto quedó activada en el momento que su arista se asentó encima de ella. Como uno de los más importantes contratistas de ingeniería, Red-Risco disponía de las más recientes terminales inteligentes. Leyó los mensajes que le guardaba el ordenador, dictó algunas contestaciones a su robot secretario, dispuso lo necesario para la facturación final de la máquina Com-Tem y pasó a ocuparse de las remesas de rollos. Había estado ausente mucho tiempo y, a pesar de que el servicio de mensajes por ordenador había reemplazado a muchos de los servicios de entrega física de mensajes había una gran cantidad de rollos esperándole en la pared de mensajes.

Construida con resistentes placas empotradas en la pared de su estudio, la pared de mensajes era el depósito de los documentos que eran demasiado importantes o demasiado burocráticos para ser confiados a la red de mensajes por ordenador. Sospechando de qué se trataba, Red-Risco tomó el mayor de los rollos, colocado en un agujero en forma de rombo de la pared. Una sola mirada le bastó para saber que su suposición era cierta. Era el pedido formal para el proyecto del motor impulsor inercial que debería sustituir al cohete que fallaba en el asteroide que protegía a los humanos. Después de reforzar el hueso de su manipulador para compensar el peso del documento que constaba de muchas hojas, lo bajó hasta el suelo con mucho cuidado. En el suelo, el documento se desplegó y adquirió forma elipsoidal, en espera del simple toque de un pseudópodo para abrirse por la página deseada. Aunque disponía de una copia para mirarla en sus ficheros, Red-Risco prefería mirar hacia la corteza cuando estaba pensando, por lo que formó un pseudópodo y apretó con él dentro del agujero central del rollo.

La ligera presión añadida al fuerte campo gravitatorio de Huevo hizo que la hoja metálica se aplanara mostrando la primera página. Era el pedido de los planos del gigantesco motor inercial. Red-Risco ojeó rápidamente la primera página y no le gustó lo que había allí.

—¡Así se ponga Brillante! —imprecó—. Ya han transcurrido más de dos gran de giros desde que prometimos a los humanos que les íbamos a rescatar. Estaba convencido de que el Laboratorio de Interacción con los Pausados ya habría hecho algo al respecto. Pero esta solicitud de proyecto no era más que un intento preliminar. Esto debería estar hecho desde mucho tiempo atrás.

Como en su carrera profesional había tenido que ver con muchos documentos análogos, metió un pseudópodo por los dos tercios del espesor del documento. Las hojas de relleno que la burocracia había metido entre la tapa y la parte importante del documento, se enrollaron otra vez en forma de elipse. Enrolló unas cuantas hojas más, desenrolló una y volvió a maldecir.

—¡Chúpate un Desliza-Lento! Sólo han presupuestado 144 gran-estrellas para este contrato. Deben esperar que añadamos huevos a su nido.

Hizo enrollar algunas páginas más, hasta que llegó al listado de los trabajos requeridos. Esta vez no echó maldiciones porque había visto aquello ya demasiadas veces.

—… y la única diferencia entre este «proyecto preliminar» y el «proyecto definitivo» es que no habremos de presentar presupuestos en el resumen final.

Agitó su pseudópodo y pasó las páginas en una rápida lectura. El movimiento ondulante de sus ojos se hizo más lento y su arista tamborileaba nerviosamente mientras su cerebro pensaba en un punto de vista alternativo del problema.

«Podría ser que esto funcionase», murmuró para sí.

Dejó que el documento se enrollara por completo y lo devolvió a su estantería cuando se dirigía hacia la pantalla de gusto y tacto. Iba a convocar una reunión llamando a algunos de sus jefes ingenieros que estaban en el campo, cuando un lento sonido de gong atravesó la corteza. Su reloj de péndulo marcaba el final del giro con las lentas campanadas del duodécimo docigiro. Consultó su cronómetro nuclear y vio que el antiguo reloj de péndulo marcaba correctamente el tiempo a pesar del gran cortezamoto que se había registrado unos pocos giros antes. No serviría de nada hacer la llamada ahora. Todo el mundo, en Huevo, estaría haciendo su comida principal del giro. Lo mejor sería que comiera también y dejara la llamada para el primer docigiro.

Se encaminó hacia el comedor seguido por Lassie. Lassie era vieja pero no tonta. También era su hora de comer. Arena-Movediza había preparado una buena comida para la fiesta del cambio de giro. Se estaba calentando en el horno una cazuelita con lonchas de pedúnculos de ojo con especias y una docena de pequeños nódulos de raíz de parasol como acompañamiento. Levantó la tapadera de la nevera construida en el suelo del comedor, y encontró una ensalada fresca de hojas-pétalo con salsa picante que se había preparado moliendo hojas de helecho picante del polo Norte. Además sacó una bolsa que contenía frío vino de bayas; procedía de la ladera norte del Volcán Éxodo y tenía fama de ser el mejor.

No dejaba de pensar en el nuevo proyecto, y lo normal hubiera sido que vaciara el contenido de los recipientes de comida en una bolsa de comer y regresara a su estudio, pero en esta ocasión decidió quedarse en el comedor y disfrutar del excelente festín. Dejó los platos en las zonas de temperatura controlada, cerca de sus bolsas de comer y acomodó su corpachón en el suelo. Desplazó dos de sus bolsas de comer, hasta que estuvieron una al lado de otra y delante de los dos platos. Un manipulador sostenía el recipiente del vino de bayas encima de ambas bolsas y echaba chorritos a una u otra según las conveniencias de su gusto.

Las lonchas de pedúnculos de ojo estaban exquisitas. En el congelador había algunas tajadas de solomillo que quizá fueran mejores, pero estaba contento de que Arena-Movediza se hubiera decidido por aquel pedazo más barato, porque así podía reservar las tajadas más apreciadas para cuando tuviera compañía. No siempre se podía comer carne de cheela de primera en el festín del cambio de giro.

Tuvo la suerte de tener la mayor parte de sus cupones cuando el cadáver se puso a la venta, de otro modo a Pétalo-Fuente se la habrían comido los que no eran de su clan. Había resultado muerta en un horroroso accidente de coche deslizador, ocurrido durante un cortezamoto. Todos los cadáveres de los cheela pertenecían a su clan y se vendían en pública subasta como complemento de los tributos del clan que debían cubrir los gastos de crianza y educación de las crías. Puesto que por término medio, no había más que un cadáver por cada vida de cheela, incluso la carne dura y correosa de los Ancianos era más cara que la mejor carne de animal. Únicamente una persona muy rica podía comprar más de un trozo correspondiente a un pedúnculo de ojo de un cadáver normal. La carne de una víctima de accidente, en lo mejor de su vida, casi no tenía precio para los ricos indolentes que parecían aflorar en la moderna sociedad. Red-Risco consiguió honores para su clan cuando superó las ofertas que unos empresarios de salas de festines hacían por todos los pedúnculos de ojo de Pétalo-Fuente. Los tributos del clan se rebajaron en una doceava parte durante un gran de giros después de la subasta.

El frasco de vino estaba seco, la fuente de lonchas de pedúnculo de ojo estaba vacía, y Red-Risco estaba revolviendo los restos de su ensalada picante cuando la corteza vibró con la compleja melodía que el carrillón tocaba en los medios docigiros. Aún era demasiado pronto para convocar la conferencia con su equipo de ingeniería, por lo que dejó que Lassie lamiera los platos y se dirigió a su cuarto de entretenimientos. Sin embargo, no quería diversiones, lo que quería eran noticias, noticias de los humanos y del apuro en que se encontraban. Quería saber lo que sabía el cheela medio y si se preocupaba por las difíciles circunstancias en que se encontraban los Pausados que estaban por encima de ellos.

Se volvió hacia el holovídeo y enfocó sus ojos hacia el espacio vacío que estaba entre él y la pantalla plateada que cubría el suelo y dos de las paredes de la habitación. Apareció una escena, flotando en el espacio. Se trataba de un nuevo profeta que hacía vibrar las antiguas palabras de Ojos-Rosados, el Primer Profeta, y prometía a todos el éxtasis sexual. Red-Risco agitó sus pedúnculos de ojo, fastidiado por este ejemplo adicional de la degeneración de la sociedad moderna. Ya empezaba a haber algunos machos modernos que renunciaban a sus clanes, para ahorrarse el tributo necesario para la educación de las crías. Después de todo, ellos no generaban huevos que requirieran cuidados o educación. No tardaría en darse el caso de hembras cheela que quisieran abortar sus huevos porque «estaban cansadas de tener que llevarlos a cuestas». Deberían dar gracias de no ser como las hembras humanas que debían cuidar de sus crías después de que hubieran nacido.

Red-Risco tenía un holovídeo moderno con toda clase de periféricos.

El ordenador no era tan inteligente como un robot, pero era casi tan bueno como él.

En su MolecMem guardaba copias de toda la programación que había pasado por sus 144 canales durante los últimos seis giros, y podía recuperar programas más antiguos que guardaba en su memoria permanente.

—¿Cuántos programas han citado a los humanos? —preguntó.

—Ninguno, en los pasados seis giros —contestó el ordenador—. Hubo un programa de noticias científicas, hace 36 giros, que mencionó que Maestro-del-Cielo, ese robot de utilización especial para hablar con los humanos, había sido desactivado para repararlo y modernizarlo, después de que el comunicante humano Pierre Niven hubiera abandonado su consola. Su puesto había sido tomado por un autómata, pero Maestro-del-Cielo volverá a estar en su sitio antes de que los humanos lo echen de menos. La emisión fue patrocinada por los Protectores de los Pausados.

—Todo el mundo, toda la burocracia, son Protectores de los Pausados —dijo Red-Risco—. Tratan a los humanos como si fuesen un animal más al que proteger. Dicen: «Los humanos son tan lentos y tan estúpidos que debemos cuidarles». ¡Pero no les cuidan! Los humanos están en peligro, y los cheela intentamos hacer ahorros retrasando el trabajo y escatimando en los costes.

Regresó a su estudio, entre maldiciones sofocadas. Todavía faltaban dos grugiros para el primer docigiro, pero como conocía muy bien a sus colaboradores, estaba seguro de que ya habrían acabado de tomar sus alimentos y regresado a sus consolas.

Activó un enlace de conferencias y reunió a sus ingenieros para preparar la contestación a la solicitud de un proyecto. Construcciones Red seguramente perdería dinero con el contrato, pero esto no preocupaba a Red-Risco. Si los Clanes Aliados de Huevo no se preocupaban demasiado por los humanos, Construcciones Red sí.

FECHA: 06:51:19 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

El doctor César Wong apartó la vista de la mirilla que le había permitido observar el tanque de protección donde estaba Jean y la fijó en el cuadro de control que había en la pared. Sus indicaciones decían que tres de los tanques estaban ocupados y que Jean, Seiko y Abdul estaban a salvo, por el momento, de las fuerzas de marea que oscilaban rápidamente. Pierre estaba todavía en la biblioteca situada en el piso más abajo, pero debería regresar pronto para meterse en su tanque. César se dirigió, rodeando la columna central, hacia su propio tanque, teniendo mucho cuidado en no perder el control de sus extremidades, ante las terribles fuerzas que parecían querer arrancárselas. El tanque de Amalita era el vecino al suyo, pero ella no estaba allí. Miró a su alrededor con mucha preocupación. La cubierta principal estaba vacía.

—¡Amalita! —gritó.

No obtuvo contestación, pero oyó el ruido de una respiración jadeante que procedía del sistema de comunicación con la cubierta científica. Subió para ver qué pasaba.

Cuando las masas de compensación funcionaban bien, la parte central del Matadragones estaba prácticamente en caída libre. Sólo muy cerca de las paredes exteriores el campo gravitatorio era lo bastante notable para dar la noción de arriba y abajo. Ahora la compensación estaba muy disminuida, y las fuerzas gravitatorias en las cubiertas de arriba y de abajo eran importantes. El valor promedio del campo era de dos gravedades, y lentamente iba aumentando; las variaciones sobre el promedio eran hasta dos gravedades durante un milisegundo. Se dio la vuelta para que la gravedad tirara de él «bajándole» por la escalera hasta la cubierta científica de «arriba» y así poder alcanzar a Amalita que estaba sentada en el techo, luchando por meterse en su traje espacial.

—Voy a reparar el cohete conductor, sustituyendo la válvula estropeada por una de otro de los cohetes —jadeó.

—¡Te vas a matar! —dijo él, abriendo exageradamente sus ojos a causa del espanto.

—Todos vamos a morir, si alguien no arregla este cohete —dijo ella—. Es muy posible que no lo consiga, pero por lo menos quiero intentarlo mientras pueda.

—Admiro tu valor —dijo el doctor Wong—. Pero si te pararas a pensar un momento, te darías cuenta de que el valor no es suficiente.

Se inclinó hacia ella y la obligó a que le mirara.

—Los cohetes conductores trabajan en la zona que está a medio camino entre nosotros y las masas compensatorias, que están a 200 metros del centro del anillo —dijo él, y su voz tomó un tono imperativo—. ¿Cuál es la intensidad de la fuerza de marea a 100 metros de distancia de una de estas masas?

Doc vio el brillo de los ojos de Amalita mientras su superordenador coloidal, implantado debajo de su cola de caballo, hacía rápidamente el cálculo mental.

—133 «ges» por metro —dijo ella, y sus ojos parpadearon cuando volvió a intentar colocarse el casco—. Pero esto está compensado por las mareas de la estrella de neutrones de 101 «ges» por metro.

—Lo que nos da un resto de 32 «ges» por metro —dijo Doc—. Las juntas de los cohetes conductores están proyectadas para resistir estas condiciones, pero tienes que admitir que tus articulaciones no pueden aguantar tanto.

Cogió el casco de las manos de ella, que ya no ofrecieron resistencia, y en aquel momento vieron un destello de luz que atravesaba la mesa de imagen de la estrella. La Estación Espacial en Órbita Polar de los cheela, había pasado otra vez cerca de ellos.

FECHA: 06:52:19 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

El capitán Estrella-Fugaz miraba hacia el muelle de atraque, cuando la pequeña nave de trasbordos maniobró para acercarse a la estación espacial. Traía a un almirante de dos estrellas, y la costumbre exigía que el capitán de la estación estuviera allí para saludar a tan insigne visitante. No estaba seguro del motivo de la visita del almirante. Pudiera ser que se marchara de viaje al espacio, pero Estrella-Fugaz no tenía aviso de ningún lanzamiento espacial. Sospechaba que la visita tenía relación con él mismo, porque el periodo de su empleo, como comandante de estación, estaba tocando a su fin y ya le correspondía la asignación de un nuevo destino. Mientras esperaba, asignó cuatro de sus ojos a la observación de los Seis Ojos de Brillante que pasaban por encima de él, sólo a un kilómetro de distancia. Ya hacía cuatro gran de giros que el meteorito había colisionado con el cohete, y ahora las masas de compensación aparecían muy desplazadas de su lugar habitual. Para entretenerse, especulaba sobre lo que la burocracia de los Clanes Aliados estaría haciendo al respecto, porque no había oído nada acerca de esto en los noticiarios de la holovisión.

La nave transbordadora se posó hábilmente en un sitio plano de la esférica estación espacial.

—Bienvenido a la Estación Espacial de Órbita Polar, almirante Vía-Láctea —dijo Estrella-Fugaz tocando con un pseudópodo su estrella de seis puntas en señal de saludo—. ¿Qué es lo que le hace estar tan lejos del calor de Huevo?

—Pues, podría decir que había venido para hacer una inspección por sorpresa —contestó el almirante, y su arista se agitó a causa de las carcajadas provocadas por la agitación nerviosa de los pedúnculos de ojos de Estrella-Fugaz—. Pero, en realidad, he venido a verle para tratar de un asunto privado. ¿Podemos retirarnos a su oficina?

—¡Desde luego!

Estrella-Fugaz estaba ligeramente perplejo. Por lo general, un cambio de mando solía hacerse por medio de un anuncio oficial. Pasó delante para indicar el camino y se dirigieron a sus habitaciones. Había dejado el holovídeo conectado y en el bloque visualizador aparecía un primer plano de un ojo de cheela aislado, de un frío y profundo color rojo y su pedúnculo que estaba debajo, se fue engrosando a medida que iba retrayendo el ojo dentro del párpado más sexy de Huevo. La holocámara retrocedió para poder mostrar el resto de la hembra que se desplazaba por el escenario ondulando su cuerpo y guiñando un ojo tras otro, mientras cantaba una canción ligeramente atrevida, «Enlaza tus ojos con los míos». Con cierto embarazo, Estrella-Fugaz se aproximó a los mandos para desconectar el aparato, pero el almirante le bloqueó el camino utilizando un pseudópodo.

—No lo apague —dijo—. Déjela que acabe su canción, es una de mis favoritas.

Se dirigió hacia una de las alfombras de descanso y se extendió para disfrutar del espectáculo. Estrella-Fugaz se reclinó en la otra alfombra, con la mitad de sus ojos puestos en el bloque visualizador y la otra en el almirante. Se acabó la canción y también el espectáculo. Estrella-Fugaz desplazó una porción de su arista y desconectó el holovídeo.

—Es una criatura perfectamente deliciosa, esta Qui-Qui —exclamó el almirante Vía-Láctea—. Me resulta el antídoto perfecto para la fiebre de empollar huevos. Siempre que puedo ver estas doce pestañas tan lujuriosas, me vuelvo a sentir joven.

Movió ligeramente su arista para poder alcanzar una de sus bolsas, de la que sacó un rollo de mensaje. Pero, en vez de pasarlo a Estrella-Fugaz, lo tuvo consigo mientras hablaba.

—Como usted probablemente se dará cuenta, su tiempo de servicio aquí está llegando a su fin. Ha realizado un trabajo excelente y, si lo desea, puede quedarse aquí durante otro giro, pero ha sido recomendado para otro cargo. No se trata de uno de los puestos de mando normales, sino que es una misión extraordinaria, creada para una sola ocasión, que requiere a alguien que tenga su amplia experiencia en grandes operaciones espaciales. En algunas ocasiones tendrá dificultades que le costará solventar y además requerirá una dedicación de su tiempo durante un largo plazo, mucho más de los usuales cuatro gran de giros. Por estas razones no le hemos asignado directamente este cargo. He preferido venir personalmente para explicarle, honestamente y en privado, todos los aspectos positivos y negativos que presenta, y darle una oportunidad, si así lo quiere, de poder renunciar a él.

—No me importa comprometerme a un período muy largo de servicio, si se trata de un puesto bueno e interesante —dijo Estrella-Fugaz—. ¿Pero qué es lo que lo hace ser un puesto tan difícil?

—Se le va a dar a usted plena responsabilidad, pero no va a tener casi ninguna autoridad —explicó Vía-Láctea—. En confianza, la mayor parte del trabajo del comandante de esta misión especial consistirá en pedir, en suplicar, en engatusar para lograr la necesaria autoridad a fin de efectuar la misión de cuyo resultado será responsable. En este caso, cuando digo autoridad, me refiero al dinero.

Dejó el cilindro del mensaje en el suelo.

—Ya hace cuatro gran de giros que un meteorito impactó en uno de los cohetes conductores de los Seis Ojos de Brillante, y puso en peligro a los humanos. Entonces se calculó que habrían de transcurrir cinco minutos de los humanos, lo que equivale a diez gran de giros, antes de que la disposición de los Seis Ojos llegara a ser tan deforme que las mareas gravitatorias pudieran provocar la destrucción de la nave espacial Ojo Interior. Si se sobrepasara este tiempo, incluso los tanques de aislamiento serían incapaces de proteger a los humanos. Cuando ocurrió el accidente, el presidente de los Clanes Aliados declaró que el pueblo de Huevo asumía la misión de reparar el cohete y salvar así a los humanos. Pero el entusiasmo inicial de la gente por este proyecto se fue apagando rápidamente. Pasaron dos gran de giros antes de que redactara un contrato de proyecto, y los fondos que se le destinaron eran insuficientes. La Compañía de Construcciones Red ha acabado el estudio y ofrece una solución técnicamente posible. Han intentado mantener el coste bajo, pero esta misión va a requerir un importante incremento en el presupuesto espacial y la Legislatura de los Clanes Aliados, está apretando sus aristas y renegando para no autorizar los aumentos de fondos.

Estrella-Fugaz empujó el rollo y éste se extendió sobre el suelo. Hizo descender un ojo para leerlo.

—¡Una promoción a Almirante! —dijo.

—Sí. Habrá seis puntas más en su estrella si acepta usted este trabajo —dijo Vía-Láctea—. Y casi puedo garantizarle otra estrella más si consigue salir con bien de esta empresa.

Estrella-Fugaz vacilaba.

—Va a tener que ganarse cada una de estas seis puntas, si acepta la oferta —dijo el almirante—. Tendrá que aparecer en los programas de la holovisión y asistir a las reuniones de los clanes, para volver a levantar el entusiasmo público en este proyecto. Tendrá que conocer a muchos de los miembros de la Legislatura de los Clanes Aliados y llegar a acercarse tanto a los miembros de los subgrupos legislativos que se ocupan del Espacio, Comunicaciones e Interacciones con los Pausados, que crean que es usted su compañero de empollar huevos. Y, por encima de todo, a pesar de las provocaciones, deberá usted mantenerse en calma, no crearse enemigos y no perder nunca los estribos. ¿Puede hacerlo? ¿Quiere usted hacerlo?

—¡Sí! —respondió enfáticamente Estrella-Fugaz.

—Mi enhorabuena, Almirante —dijo Vía-Láctea—. Casualmente he traído algunas estrellas de doce puntas.

Revolvió en sus bolsas, y sacó un cartón que tenía prendidas media docena de estrellas.

Mientras Estrella-Fugaz permanecía inmóvil en el centro de su habitación, el almirante dio una vuelta a su alrededor, sacó las estrellas de seis puntas de los esfínteres de sostén del cuerpo de Estrella-Fugaz y las sustituyó por unas relucientes estrellas de doce puntas. Cuando hubo terminado el círculo, le preguntó:

—¿Le interesa cambiar de nombre, además?

—No. Todavía me gusta el que elegí después de graduarme en la academia.

—Pues en este caso, almirante Estrella-Fugaz —dijo Vía-Láctea—, reunamos a su tripulación para dar un comunicado.

El almirante Estrella-Fugaz transfirió el mando de la estación espacial al primer oficial Sensor-del-Horizonte y regresó con Vía-Láctea a la superficie de Huevo. Había permanecido en órbita durante más de un gran de giros y tenía muchas ganas de volver a asistir a las reuniones de su clan.

El piloto del trasbordador utilizó durante un corto tiempo un disparo de energía inercial para salir de la órbita polar. Había calculado su empuje para salir de órbita de forma que su perigeo tuviera lugar en las proximidades del polo Este. A medida que se acercaban a las regiones del potente campo magnético que estaba encima del polo, se desplegaron unas cortas alas superconductoras, que emergieron de la nave espacial periférica. Inclinó la nave, que ahora ya tenía alas, cuando atravesaba las evasivas líneas del campo magnético, y consiguió transferir su momento cinético a Huevo, por medio de los campos del polo Este, y así cambió su órbita polar por una órbita ecuatorial. No hubo variación en la velocidad del trasbordador, puesto que la interacción con el campo magnético se había efectuado sin pérdidas de energía. La maniobra les llevó a unos cien metros de distancia del delgado espigón de metal de la Fuente Espacial. Esta torre tenía entonces una altura de cincuenta kilómetros que descollaba por encima de su trayectoria. Estrella-Fugaz procuró estar en la parte superior cuando efectuaron el giro. La vista era excelente. Hasta vio a los pequeños montacargas de los constructores que subían y bajaban por el eje que se estaba alargando.

FECHA: 06:52:20 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

El joven meritorio estaba incómodo. En circunstancias normales no le habría importado lo más mínimo estar en un ascensor apretujado, entre dos hembras de abultados párpados. Un ligero contacto, un cierto cosquilleo debería ayudarle a pasar el docigiro de descenso hacia la superficie. Pero, en aquella ocasión, una de las hembras era su jefe de equipo y la otra era la supervisora de turno. Aquél había sido su primer turno de trabajo en lo alto de la Fuente del Espacio, desde que había iniciado su aprendizaje en Construcciones Red, e intentaba causar una buena impresión para que le permitieran trabajar más tiempo en lo alto de la torre.

Las dos supervisoras estaban hablando del trabajo, y él estaba sufriendo en silencio, procurando encontrar algo para mirar que no fueran los párpados o la parte superior de sus compañeras de viaje. Seis de sus ojos estaban ocupados mirando los tres pares de rápidas corrientes de anillos superconductores que pasaban a través de los agujeros que estaban en las esquinas del ascensor de forma triangular. Sus otros seis ojos miraban fijamente el espacio en dirección al distante horizonte, donde podía ver borrones y líneas que eran ciudades y carreteras que se dirigían hacia el Paraíso de Brillante.

Una partícula reluciente giró alrededor de la torre, unos cien metros más abajo, y se perdió a lo lejos. Se trataba, probablemente, de una nave que se encaminaba hacia el Bucle de Saltos. El ascensor se detuvo en la plataforma de los sesenta kilómetros. La plataforma estaba vacía, exceptuando los imanes deflectores que rodeaban cada uno de los seis pares de corrientes de anillos. El ascensor ascendente, que guiaban los otros tres pares de corrientes de anillos, acababa de descargar el turno entrante y se detuvieron mientras se transmitían las instrucciones.

—Mantén algunos ojos fijos en el deflector de la corriente tres ascendente. Se calienta, y arriba dicen que tienen demasiados descartes —comunicó el encargado del turno saliente—. Ya avisé para que nos mandaran un repuesto.

—Aquí lo tengo —dijo el entrante, sacando una caja muy abultada de una cavernosa bolsa de trabajador—. No voy a tardar nada en dejarlo arreglado. Que te diviertas en Ascensión de Ligero.

—Así lo espero. Te veré dentro de un docigiro.

Huevo-Pesado sabía lo que eran los descartes. Éste era su trabajo en la plataforma superior. Las seis corrientes ascendentes eran inspeccionadas por una especie de detectores que estaban en la parte superior. Cualquier anillo que estuviera torcido o demasiado caliente era desviado a un colector de rechazos, donde eran detenidos por medio de un freno magnético. No se quería que los anillos defectuosos entraran en los magnetos que les hacían dar la vuelta. De hacerlo, podrían causar muchos problemas. El trabajo de Huevo-Pesado consistía en enganchar el anillo antes de que llegara el siguiente rechazo, evitando así que se golpearan unos con otros y se abollaran.

El campo magnético de frenado era tan intenso que podía llegar a quemar su piel si dejaba su manipulador demasiado rato dentro. Hacía calor y era un trabajo ruidoso, pero le resultaba divertido. Cada uno de los anillos que salvaba valía más de lo que él ganaba en un giro. Estaban hechos de monopolo metálico estabilizado, que era el único material de Huevo que no explosionaba cuando se hallaba en caída libre. Calculaba que en su turno de docigiro había ahorrado a Construcciones Red el dinero suficiente para pagarle durante todo un gran de giros, y no había permitido que ninguno chocara con otro.

Llegaron a la base de la torre y el turno saliente abandonó el ascensor y se encaminó hacia las rampas de descenso. Huevo-Pesado se detuvo para percibir la corteza de la cima de las montañas del polo Este. Se oía el zumbido de potencia de la corriente constante de anillos, que se aceleraban en largos túneles circulares, emplazados en la base de la montaña, antes de ser lanzados hacia arriba como un surtidor de metal.

Huevo-Pesado fluyó dentro del vehículo de descenso. Pero ahora procuró que la hembra que estuviera a su lado no fuese su jefe de equipo. Se llamaba Arista-Brillante, y se hicieron realmente amigos mientras el coche de descenso iba a toda velocidad, por una canalización de descenso semicubierta y superconductora que no dejaba pasar el campo magnético. Frenaron hasta detenerse en las afueras de Ascensión de Ligero y se dirigieron hacia el bar de pulpa más próximo. El bar de pulpa tenía algunas habitaciones alfombradas privadas y algunas parejas se encaminaban directamente hacia ellas, dejando caer algunas estrellas en la bolsa de dinero del encargado del bar, cuando pasaban por su lado.

Faltaban todavía algunos mizgiros para llegar a la celebración del cambio de giro, por lo que Huevo-Pesado y Arista-Brillante se regalaron mutuamente con algunos envases de jugo fermentado de los frutos de las plantas pétalo. Estaban en sus terceros envases cuando empezó el espectáculo de holovisión favorito de Huevo-Pesado. Se trataba del «Show de Qui-Qui» que tenía como primera estrella a la animadora más sexy de todo Huevo. Los machos lanzaban gritos y pateaban la corteza siguiendo el ritmo, mientras las hembras hacían bromas sobre la forma de sus párpados.

—Si pusiese todos sus doce ojos a un mismo lado, su arista se despegaría de la corteza —dijo en voz baja Arista-Brillante, riéndose.

—Mis ojos me dicen que tienes el mismo problema —dijo Huevo-Pesado a modo de apertura. Ella hizo girar sus doce ojos para mirarle, y los pedúnculos del ojo de él se pusieron tiesos cuando ella empezó a guiñar sus ojos uno tras otro, haciendo una imitación bastante buena del famoso guiño ondulante de Qui-Qui.

—¿De esta manera? —dijo apoyando su peso sobre él y dejando que sus carnosos párpados frotaran su parte superior—. Es una suerte que estés aquí, para que yo pueda apoyarme y no corra el riesgo de volcar y romper algo.

De nuevo volvieron a ser realmente amistosos, y ella hasta le permitió llegar dentro de su bolsa de herencia, para que pudiera tocar su tótem de clan. Pero el tótem no le era familiar, lo que significaba que ella no era miembro de alguno de los clanes que estaban relacionados con el de él. Ella estaba decidida a alquilar una habitación alfombrada y llegar más lejos, pero Huevo-Pesado todavía sentía una extrema fidelidad a su propio clan y a los clanes afines al mismo. Cualquier huevo del que pudiera sentirse responsable debía ir a parar a alguno de los recintos de incubación de su propio clan. Ya había demasiadas crías sin clan por las calles.

Huevo-Pesado se separó de mala gana de Arista-Brillante. Ella encontró a algún otro con quien irse a la fiesta del fin de giro. Huevo-Pesado, frustrado, invirtió algunas estrellas en alquilar una habitación provista de holovisión y así poder ver el resto del show de Qui-Qui.

Qui-Qui era de su mismo clan, y había podido verla en persona en una reunión de su clan. Desde luego, ella estaba rodeada de admiradores. Su sueño, desde que había llegado a la edad necesaria para darse cuenta de que las hembras eran diferentes de los machos, era que Qui-Qui pusiera un huevo suyo. Sabía que jamás sería verdad, pero esto no le impedía soñar.

El espectáculo de Qui-Qui se terminó. Huevo-Pesado lo volvió a ver por medio del dispositivo automático de repetición de programas, mientras metía en sus bolsas digestivas la comida del cambio de giro sin verla ni saborearla. La mayoría de los del turno saliente se iban a tomar algunos giros de descanso, pero él regresó a la cima de la montaña y se presentó al encargado de Construcciones Red. Siempre había algún meritorio demasiado perezoso o demasiado lleno de pulpa para volver a tiempo a su trabajo. Tuvo suerte. Había un puesto de trabajo disponible en Lo-Más-Alto. Rápidamente se lo agenció, porque la única cosa que prefería a pensar en Qui-Qui era la emoción casi sexual de trabajar en la torre, donde el resbalón más insignificante podía representar una muerte instantánea.

Huevo-Pesado disfrutaba trabajando, y muchas veces pensaba lo que sentiría si fuese humano y tuviera que pasarse un tercio de su vida inconsciente. Había oído que los humanos se quedaban dormidos, incluso cuando sus vidas peligraban. Entonces recordó que hacía mucho tiempo había oído en el holovisor que los humanos estaban en alguna clase de peligro y se preguntó si, a pesar de esto, algunos de ellos podían dormir.

FECHA: 06:53:21 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

Amalita se arrastró lentamente por la escalera de comunicación entre el piso científico y el piso central, luchando con sus músculos frente al potente empuje en sentido radial de la marea gravitacional.

Tenía mucho cuidado en tener siempre tres puntos de agarre seguros, con sus manos y pies en las asas, para poder contrarrestar las fuerzas variables que originaba la masa de compensación errante.

Algunas veces la empujaban hacia arriba y otras veces hacia abajo de la escalera. Cuando pasó junto al tanque de protección donde estaba Seiko, miró a su interior. Seiko tenía los ojos cerrados y sus brazos colgaban inertes dentro del agua. Estaba profundamente dormida.

—Supongo que treinta y seis horas de actividad agotadora es demasiado, incluso para una persona tan superhumana como ella —dijo Amalita en voz baja.

Se sujetó en las asas próximas a la consola de comunicaciones. Pierre estaba asegurado con correas a su asiento.

—Si por lo menos el Matadragones tuviera algún sistema de propulsión —dijo a Pierre.

—Debería ser una propulsión más rápida que la luz para que nos permitiera alejarnos de la estrella de neutrones antes de que las mareas nos hicieran trizas.

De repente se encendió una luz en la mente de Pierre. En la relatividad especial, el viaje a velocidad superior a la de la luz equivalía al viaje en el tiempo.

Sabía que los cheela podían viajar con una velocidad mayor que la de la luz. Volvió a mirar hacia la pantalla de la consola.

—Maestro-del-Cielo —dijo—. Los cheela pueden viajar más aprisa que la luz. ¿Tienen el viaje por el tiempo?

—Sí —contestó Maestro-del-Cielo—. Un Doctor en Tempología ha logrado, hace dos minutos, comunicarse a través del tiempo, muy poco después de vuestro accidente.

—Pues, en este caso, es posible mandar un mensaje hacia atrás en el tiempo y conseguir que alguien desvíe el meteorito —dijo Pierre.

—Desgraciadamente, nuestras máquinas del tiempo no nos permiten comunicarnos con el tiempo anterior a la primera conexión de la máquina —dijo Maestro-del-Cielo.

—Pues nos ha llegado la hora —dijo Pierre, mientras su cuerpo era sacudido contra las sujeciones que le mantenían en su silla—. El casco no durará más de dos minutos.