PARTIDA

FECHA: 06:00:00 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!

Pierre abrió sus ojos cansados y con torpeza paró el despertador de su reloj de pulsera. Seis horas de sueño. Se frotó su barba con la mano. La barba necesitaba un retoque y probablemente había algunos pelos grises entre los pelos castaños, pero había trabajo pendiente que hacer. Tomaría un rápido bocado en la cocina y, luego, relevaría a Amalita en la consola de comunicaciones. Tanto ella como él tenían mucho sueño atrasado. Oyó unas sofocadas maldiciones procedentes de la hamaca próxima donde Jean Kelly Thomas luchaba por levantar su cama.

Había empezado la larga jornada.

FECHA: 06:05:06 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

La polifacética científica Seiko Kauffmann Takahashi estaba en la cubierta científica trabajando con la imagen telescópica de la estrella. El telescopio miraba hacia la estrella de neutrones con un espejo de un metro de diámetro, colocado en lo más alto de la torreta cilíndrica que sostenía los aparatos dirigidos permanentemente hacia la estrella, y que sobresalía del «polo Norte» del cuerpo esférico del Matadragones. El telescopio captaba una imagen grande y brillante, y la mandaba, por el centro vacío de la torre, hacia la superficie esmerilada de la mesa de observación que se hallaba en el centro de la cubierta superior. Seiko observaba la imagen al mismo tiempo que el ordenador la estudiaba por medio de una colección de detectores de luz situados debajo de la superficie de la mesa. Cuando habían llegado allí, poco más de un día antes, la imagen de la estrella tenía muy pocos detalles. Sólo aparecía el gran volcán en el hemisferio Norte y las escabrosas regiones montañosas de los polos Este y Oeste, donde se acumulaba el material meteorítico que iba cayendo. Ahora, sólo un día después, la estrella se veía cubierta por una red de supercarreteras, enlaces entre grandes ciudades que iban aumentando de tamaño mientras Seiko las observaba. Cuando vio que algo ocurría en los alrededores de la capital, Paraíso de Brillante, se acercó mediante unas hábiles maniobras en caída libre al otro lado de la mesa para observarlo más de cerca.

—Abdul —dijo Seiko—. Quiero que veas esto. Algo raro ocurre en el Templo Sagrado.

—Por favor, espera un segundo mientras reajusto el detector de neutrones —contestó el ingeniero electrónico Abdul Nkomi Farouk.

Se impulsó hacia arriba hasta quedar flotando por encima de la imagen de la mesa, mientras Seiko subía hasta el techo para efectuar unos retoques en los controles del telescopio. La imagen que se formaba sobre la mesa se amplió hasta mostrar una alargada formación en estrella de doce puntas, en el hemisferio Sur de la estrella de neutrones.

El Templo Sagrado era todavía la mayor estructura de la estrella, y lo habían edificado los cheela casi 24 horas antes, cuando salieron de la barbarie. Guiados por el antiguo profeta Ojos-Rosados (uno de los pocos cheela capaces de ver la luz del rayo láser de la trazadora de mapas de los humanos), los cheela habían edificado un gran templo en una colina para que sirviera de lugar de adoración a su pléyade de dioses: la Estrella-Dios Brillante (nuestro vecino Sol que estaba suspendido sobre el eje del polo Sur de la estrella neutrónica), El Mensajero de Brillante (el gran asteroide Otis, en su muy elíptica órbita), los seis Ojos de Brillante (los seis asteroides pequeños suspendidos formando un círculo sobre el polo Este), y el Ojo Interior de Brillante (la pequeña nave espacial de los humanos, en el centro del círculo de asteroides).

Después que los humanos hubieran establecido contacto y convencido a los cheela de que no eran dioses, el Templo Sagrado había quedado descuidado y poco a poco iba desapareciendo en el paisaje. La forma del templo era la de un cheela en plena alerta, un cuerpo elipsoidal alargado, con la dimensión mayor en la dirección de las fuerzas del campo magnético local, y doce ojos redondos elevados en doce soportes cortos en forma de curva exponencial. Después de cien generaciones de abandono, las antiguas ruinas habían degenerado: lo que antes habían sido los ojos y las paredes que eran ya sólo doce manchas conformaban el resto del cuerpo. Ahora, sin embargo, uno de los ojos volvía a ser negro y redondo, mientras que su soporte era fácilmente visible en la imagen del telescopio.

Abdul, mientras acariciaba con sus dedos una punta negra de su bigote, reflexionaba sobre aquello, y al fin dijo:

—Parece que están arreglando el Templo Sagrado. ¿Acaso han vuelto a adorarnos?

—En absoluto, es imposible —Seiko pronunció su veredicto con el autoritario tono teutónico que había aprendido de su padre—. Son demasiado inteligentes para hacer una cosa así. Puesto que ahora ya tienen viajes espaciales, se habrán dado cuenta de que la estructura más visible de Huevo está deteriorada. A menos que tus detectores de neutrinos y de rayos X hayan señalado un movimiento sísmico de la corteza, debe tratarse de alguna especie de proyecto de renovación histórica.

—No ha habido seísmos importantes últimamente —dijo Abdul—. O sea que esto lo hacen adrede.

—Ya sería hora —repuso Seiko dubitativamente—. Esto es lo malo de los ponedores de huevos, especialmente éstos que dejan que los Ancianos críen a los jóvenes. Sin lazos familiares directos, no se sienten involucrados personalmente en los hechos históricos.

Seiko no había dormido en las treinta y seis últimas horas. Miró hacia arriba para ajustar los controles del telescopio y ampliar la imagen. El movimiento súbito le ocasionó un mareo. Pulsó por error un botón y el filtro, que bloqueaba la casi totalidad de la luz emitida por la estrella de neutrones, se anuló por un momento. Sus ojos se cerraron a causa del resplandor.

—Seiko… Seiko…

Seiko abrió sus pesados párpados y vio al Dr. César Wong que la sostenía por los hombros y la miraba de cerca a través de los mechones de pelo negro que habían caído sobre su cara. Flotando junto a él estaba Abdul.

—Le dije una y otra vez que no debía haber suspendido su último descanso para dormir —decía Abdul—. Quizás a ti te haga caso.

—Seiko, querida —los ojos de César mostraban preocupación—. Te has exigido demasiado a ti misma. Por favor, tómate un descanso.

—Doctor Wong, agradezco mucho que te preocupes por mí, pero no quiero abandonar mis responsabilidades profesionales en un momento tan crucial.

—Pero, por lo menos, haz una pausa y ven conmigo a tomar una taza de café.

Amablemente, el Doctor Wong cogió del brazo a la pequeña científica. Ésta dejó que la llevara por el pasillo hasta la cubierta inferior. Al cruzar por la cubierta principal, pasaron junto a Amalita y Pierre que estaban trabajando en la consola de comunicaciones que les servía para hablar directamente con los cheela, a través del enlace láser de comunicaciones.

Pierre estaba estirado, en caída libre, con su cabeza y sus brazos dentro de la consola de comunicaciones, mientras Amalita hablaba con los cheela de la estrella. Su interlocutor no era una imagen retardada mediante ordenador de un cheela real, sino la imagen en tiempo real del Maestro-del-Cielo, un robot inteligente hecho a propósito por los cheela para la tarea de comunicarse con los humanos que pensaban tan despacio.

Pierre estaba reemplazando el cristal de HoloMem en el lado de la consola de comunicaciones. Se estiró para alcanzar la pequeña tapadera de tres lados, parecida al rincón de una caja. Su exterior era negro, pero la parte interior era un triedro reflector de espejos brillantes. Oprimió un botón y un cubo cristalino, de unos 5 centímetros de lado, fue propulsado hasta la sala, girando lentamente por efecto de la fuerza de eyección. Pierre lo dejó flotando en el aire mientras colocaba otro cubo en el alojamiento de la memoria y volvía a colocar la tapadera. Después, flotó hasta alcanzar el cubo. Los vértices y las aristas del mismo eran totalmente negras pero, a través de las caras transparentes, podían verse ráfagas de luz irisada que procedían de las zonas de información almacenadas en su interior.

FECHA: 06:13:54 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

Mientras Amalita seguía hablando con Maestro-del-Cielo, Pierre cogió el cubo HoloMem entre dos dedos y siguió a Doc y a Seiko por el pasillo de comunicación con la cubierta inferior y se enderezó sobre la consola de la biblioteca. Se movía con cuidado porque llevaba entre sus dedos toda la sabiduría que los cheela habían acumulado durante los últimos treinta minutos.

Colocó el cristal en la cavidad del lector de la consola de la biblioteca, ajustó el brillante segmento de la esquina en su lugar y cerró la cubierta.

Maestro-del-Cielo había dicho que este último cristal HoloMem contenía una amplia sección que trataba de la estructura interna de las estrellas de neutrones. Pierre hizo que el ordenador saltara rápidamente por los millones de páginas hasta que encontró un detallado croquis de una sección transversal del interior de Huevo del Dragón. El diagrama mostraba que la estrella tenía una superficie exterior que era una corteza sólida de núcleos: isótopos ricos en neutrones de hierro, cinc, níquel y otros elementos, en una red cristalina, a través de la cual corría un mar líquido de electrones. A continuación venía el manto, dos kilómetros de neutrones y núcleos de hierro que, a medida que aumentaba la profundidad, eran más ricos en neutrones. La parte más interior de la estrella, tres cuartos de su radio, era una bola líquida de neutrones y protones superfluidos.

Pierre miró la siguiente página. Era la fotografía de una estrella de neutrones, pero no era Huevo del Dragón. Podía asegurar que era una verdadera fotografía porque se veía parte de un cheela en una nave individual espacial, en primer plano. Sus ojos se abrieron y, rápidamente, examinó una página tras otra. Había varias fotografías, cada una acompañada de detallados diagramas de la estructura interna de diversas estrellas de neutrones. Su gama iba desde las estrellas superdensas que casi eran agujeros negros, hasta estrellas de neutrones grandes e hinchadas, que tenían un corazón de neutrones y un exterior de estrella enana blanca. Algunos de los nombres eran desconocidos, pero otros, como el pulsar Vela o el pulsar de la Nebulosa del Cangrejo, eran estrellas de neutrones conocidas de los humanos.

—¡Pero el pulsar de la Nebulosa del Cangrejo está a más de 3,000 años luz de distancia! —exclamó Pierre.

¡Si han podido tomar estas fotografías en las últimas ocho horas es que pueden viajar más aprisa que la luz!

Una rápida búsqueda en el índice localizó la respuesta:

PROPULSIÓN MÁS RÁPIDA QUE LA LUZ - LA CLAVE CRIPTOGRÁFICA DE ESTA SECCIÓN ESTÁ GRABADA EN UNA PIRÁMIDE EN LA TERCERA LUNA DEL SEGUNDO PLANETA DE EPSILON ERIDANI.

Y seguía una muy larga algarabía indescifrable.

A Pierre le faltó poco para que le diera algo; programó la consola de la biblioteca para la transmisión automática de datos al San Jorge y flotó lentamente hasta el salón más próximo, en la parte central del fondo del Matadragones. Todos, excepto Amalita, estaban allí. Doc intentaba disuadir a Seiko, que quería tomar su café con unas píldoras para no dormir. Abdul le contaba a Jean Kelly Thomas lo de la reciente restauración del Templo Sagrado, mientras ella tomaba rápidamente su desayuno, después de un breve periodo de sueño, e intentaba al mismo tiempo peinar sus cortos cabellos rojizos. Mientras Jean y Pierre dormían, los cheela habían avanzado desde sus primeros vuelos en órbita alrededor de su estrella hasta los viajes intergalácticos.

Todos estaban sentados en el sofá circular del salón, retenidos por la baja gravitación residual orientada hacia abajo y ocasionalmente alguno miraba más allá de sus pies, a través de la ventana situada allí. Pierre saltó hacia la parte alta del salón y se agarró al tirador de la compuerta de entrada a uno de los seis tanques de protección para la gravedad elevada, construidos en el centro de la nave. También él miró hacia abajo por la mirilla de observación, de un metro de diámetro, situada en el polo Sur de la nave espacial. El obturador, de control electrónico, había sido programado para oscurecer la mirilla treinta veces por segundo, cada vez que pasaba por delante suyo una de las seis masas candentes de compensación. La única luz que penetraba en el salón era la que llegaba de un punto brillante, a 2,120 UA de distancia. Aquella era su casa, era el Sol.

Pierre rompió el silencio:

—Casi ha llegado el momento de marcharnos de aquí —dijo.

Jean levantó la mirada, arrugó su pecosa nariz a causa de la sorpresa y dijo:

—Creía que nuestro plan era estar aquí por lo menos una semana más.

—Si los cheela nos hacen todos los mapas y mediciones, en realidad no hay ninguna necesidad de que nos quedemos más tiempo —explicó—. Deberíais leer la detallada descripción del exterior y del interior de Huevo del Dragón que está en el último cristal HoloMem que nos han mandado.

Se enderezó impulsándose hasta la entrada del salón.

—He dispuesto que el ordenador reprograme las sondas conductoras para que nos lleven a la trayectoria del deorbitador. Dentro de medio día estaremos en la posición correcta para que nos saque de esta órbita de aproximación y nos impulse hacia el San Jorge. Entonces podremos irnos a casa, en vez de contemplarla desde aquí.

Miró al indicador de tiempo que había en la pared del salón.

—Ya es el momento de cambiar el cristal de HoloMem —dijo.

Flexionó sus rodillas, preparándose para saltar hacia la cubierta principal. Sonrió a todos a través de su barba y dijo:

—Vamos, hay mucho trabajo que hacer para dejar esta nave a punto. Amalita y yo nos ocuparemos del último de los cristales HoloMem, pero vosotros es mejor que vayáis ordenando todo lo de la nave. Recordad que cualquier cosa suelta, cuando caiga bajo los campos gravitatorios del deorbitador, puede convertirse en un proyectil mortal.

Saltó hacia arriba, al puente principal, y los demás se dispersaron por toda la nave.

Pierre se columpió hacia la consola y miró al Maestro-del-Cielo por encima del hombro de Amalita. El robot cheela explicaba algo, pacientemente. Pierre miró fascinado hacia la imagen. Contando con el diferencial tiempo de un millón a uno, no había sorprendido a Pierre que los cheela desarrollaran un robot inteligente y de vida muy larga, capaz de asumir la pesada tarea de hablar con los humanos que pensaban tan despacio. Lo que le asombraba era que la criatura robótica estuviera tan desarrollada como para tener personalidad propia. Sus modales no eran de tipo robótico, sino que actuaba a la manera de un paciente maestro de antiguos tiempos. Por el tono de su voz casi se podía captar la sonrisa amistosa y el cabello canoso. También era un descanso para los humanos tener a Maestro-del-Cielo para hablar con él. Ya no se sentían culpables de malgastar gran parte de la vida de algún cheela cada vez que se equivocaban o hacían una pausa.

—Pronto habremos llenado todos los cristales HoloMem de que disponéis —dijo la imagen de Maestro-del-Cielo. La aureola de sus doce ojos robóticos era una imitación perfecta de los movimientos ondulantes de los ojos de un cheela de verdad—. Como veréis, la mayor parte de este material está en clave, ya que ahora estamos algunos miles de vuestros años más adelantados que vosotros en el desarrollo de los conocimientos. Pero si no hubiese sido por vosotros, aún seríamos salvajes, estancados en la ignorancia durante miles o incluso millones de giros. Os debemos mucho, pero debemos ser cuidadosos en la forma como saldemos nuestra cuenta de agradecimiento, porque vosotros tenéis derecho a crecer y desarrollaros por vosotros mismos. Vamos a cortar la comunicación después de que se llene este cristal HoloMem. Os hemos dado material que habrá de ocuparos durante miles de vuestros años. Unos y otros seguiremos caminos distintos, buscando la verdad y su conocimiento a través del espacio y del tiempo. Vosotros en mundos donde el electrón lo es todo, nosotros donde predomina el neutrón.

Sonó un pitido, y apareció un breve mensaje en la parte superior de la pantalla.

EL CRISTAL HOLOMEM ESTÁ LLENO.

—Vais a contar sólo con vuestras propias posibilidades —dijo Maestro-del-Cielo cuando oyó el pitido—. Se acerca el momento de vuestra partida. Adiós, amigos.

—Adiós —dijo Pierre mientras la imagen desaparecía de la pantalla.

Se volvió hacia Amalita.

—Voy a guardar el cristal HoloMem, y tú empiezas a comprobar los tanques de aceleración —dijo—. ¡Ya es hora de volver a casa!

FECHA: 06:40:10 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

Amalita cerró su consola y flotó hacia una compuerta que estaba en la pared más cercana. Miró a través del grueso cristal de la pequeña puerta hacia el interior del tanque de protección para la alta gravedad. El interior de la pequeña esfera, de un metro de diámetro, estaba vacío, a excepción de una pequeña pantalla de vídeo incrustada en la pared interior. En las paredes del tanque habían generadores de sonido para producir ondas de presión que contrarrestaran las fuerzas de marea gravitacional que sufrirían cuando hubieran abandonado el refugio de las seis masas densas dispuestas en círculo alrededor de la nave espacial. Amalita apretó unos pulsadores para que se vaciara el aire del tanque y se llenara con agua incompresible. Un ligero toque a los mandos y los generadores de sonido entonaron su canción protectora en el interior de la cámara.

En el centro geométrico del tanque había una pequeña esfera de comprobación enclavada por las fuerzas sónicas. Hizo aumentar la intensidad de las pulsaciones sonoras y esperó hasta que la pequeña esfera relució con un brillante matiz verde. Satisfecha por el buen funcionamiento del tanque, Amalita programó su drenaje y la puesta a cero de sus dispositivos y se fue a inspeccionar el tanque contiguo.

Después de que Amalita se apartase, llegó Seiko, se detuvo delante del tanque y empezó a desnudarse. Se quedó en bragas y sostén, sacó uno de los trajes del armario que estaba debajo de la compuerta e introdujo suavemente su pálido cuerpo en el mismo; la mascarilla de respiración subacuática flotaba tranquilamente sobre su cabeza en la baja gravedad. Amalita se detuvo en las comprobaciones del tanque vecino, miró hacia su blusa, se sonrojó, y se zambulló por el conducto de comunicación hacia su armario privado. Regresó poco después, aunque entonces los movimientos de la parte superior de su cuerpo parecían estar algo más restringidos.

Al llegar Amalita a la compuerta que se abría hacia abajo en el techo del salón, Abdul se encontraba ya allí. Estaba en calzoncillos. Eran de un modelo bikini y de dimensiones muy reducidas. El blanco satén contrastaba perfectamente con su piel negra como el ébano. Amalita flotó hasta situarse debajo de Abdul y se agarró firmemente a su desnuda cintura.

—Vamos, deja que te ayude a ponerte el traje —dijo ella mientras sus piernas y pies, tan entrenadas en los pasos de ballet, se anclaban firmemente en los asideros de la puerta del salón.

—¡Eh! ¡No hagas eso! —chilló Abdul.

—Sólo intentaba ayudarte —repuso Amalita dulcemente.

—Apuesto a que sí. Os conozco, fulanas de Harvard, obsesionadas por el sexo. Siempre buscáis alguna excusa para meter mano a un ingeniero del MIT. Suéltame. Ya soy bastante mayor y puedo vestirme sólo.

A pesar de las protestas de Abdul, Amalita siguió agarrada a su musculosa cintura hasta que éste se hubo colocado las perneras del traje de buceo. Después le metió los brazos en las mangas, como si estuviera vistiendo a un niño pequeño, y le ayudó hasta que estuvo perfectamente vestido. Estos cuidados hirieron algo el ego de Abdul, pero a Amalita no le importó. Se iban ya para casa y esto era motivo suficiente para concederse alguna diversión. Con una sonrisa de oreja a oreja, se lanzó por el conducto de comunicación para inspeccionar el tanque de arriba. La compuerta de entrada a este tanque estaba debajo de la mesa de imagen de la estrella.

Amalita flotó hacia la mesa y por un momento contempló la imagen de Huevo del Dragón en la blanca superficie esmerilada. Ahora ya se podían ver muchas más cosas, a medida que la tecnología cheela era capaz de construir estructuras lo bastante grandes par ser vistas desde su órbita. El bucle de la lanzadera de Paraíso de Brillante era visible y estaba lanzando cargamentos hacia el espacio. Unos diez minutos después, se terminaría un surtidor espacial que apuntaría directamente hacia el espacio desde la cima de las montañas del polo Este, allí en el horizonte. Instantes antes de apagar la imagen, Amalita vio la Estación Espacial de Órbita Polar de los cheela que pasaba por debajo de ella como una incandescente bala trazadora.

FECHA: 06:45:10 MG; MARTES, 21 DE JUNIO DE 2050

El capitán Estrella-Fugaz observó, con tres de sus ojos, que las seis masas candentes que formaban los Ojos de Brillante se movían lentamente por encima de él. La órbita polar de su estación espacial le acercó a la enorme formación, hasta que pudo distinguir la torre cilíndrica de instrumentos que se elevaba en uno de los polos de la cubierta esférica del Matadragones. La nave espacial era tan negra y fría como la mirada de una prostituta, y sólo era posible verla gracias a las reflexiones de la luz roja de los Seis Ojos y de la blanco-amarillenta de Huevo. Se estremeció al pensar en la posibilidad de vivir en un lugar tan gélido y, dando gracias, extendió su arista en el candente calorcillo del puente blanco-amarillento. Transcurrió casi un grugiro antes de que el enorme círculo de ardientes planetoides se hubiera desplazado de su vertical y no pudiera ya decir que los tenía «encima». Sus tres ojos ansiosos abandonaron la incesante vigilancia y volvieron a unirse al resto de sus doce ojos en la acostumbrada forma de movimientos ondulatorios.

El movimiento ondulatorio se aceleró cuando el capitán Estrella-Fugaz saboreó un mensaje que iba apareciendo en la pantalla gustativa de comunicaciones construida en el puente. Iba a lanzar un arca de exploración, unos cuantos giros después, y la tripulación había sido llamada para recibir las instrucciones finales. La reunión debía tener lugar dos docigiros más tarde en el área de reuniones situada al otro lado de la estación espacial. El bucle de lanzamiento de Paraíso de Brillante había estado muy ocupado todo el último giro, enviando una lanzadera tras otra con sus tripulaciones, mientras las catapultas gravitacionales de los polos Este y Oeste habían estado ocupadas en lanzar cargamentos y equipos hacia el espacio. Las catapultas eran antiguas, tenían más de ocho horas humanas. Eran extremadamente ineficientes, incluso cuando eran ayudadas por los impulsos de inercia del trasbordador de carga, por lo que ya estaba en marcha el proceso de sustitución. Casi todas las salidas de personas se efectuaban por los bucles de lanzamiento, y era de esperar que en breve todo se lanzaría mediante un surtidor espacial.

Aunque en realidad no fuera de su incumbencia, Estrella-Fugaz decidió asistir a la reunión. No era muy frecuente que un arca de exploración fuera lanzada para visitar alguna estrella lejana. En realidad ésta sería la última por algún tiempo. El Consejo para la Exploración del Espacio Profundo había decidido por razones presupuestarias limitar a seis el número de arcas de exploración. Las arcas deberían pasar algunos gran de giros en aquellas estrellas que fueran interesantes, y después ir a efectuar otra exploración. El resto de la flota de Exploración del Espacio Profundo consistía en un pequeño escuadrón de naves ligeras y en una docena de transportes de carga que llevaban suministros y personal de relevo a las arcas.

La exploración inicial la hacían naves ligeras de elevada velocidad que visitaban las estrellas de neutrones propuestas, y buscaban dinámicas estelares interesantes o signos de vida. Una de ellas acababa de regresar y había dado cuenta del descubrimiento de vida en una estrella de neutrones distante, unos 12,000 años luz. Este era el informe número seis sobre la posible existencia de vida, pero era el primero en que las formas de vida parecían ser inteligentes.

Estrella-Fugaz había visto las fotografías de los alienígenas cuando aparecieron en holovídeo, eran las cosas más horrorosas que los cheela habían visto después de ver a los humanos. Sin embargo, la novedad había perdido interés rápidamente. Estrella-Fugaz no había oído hablar mucho más de los alienígenas y confiaba poder aprender algo en aquella conferencia. Cedió los mandos de la estación espacial a su primer oficial, Sensor-del-Horizonte y efectuó el trayecto de varios centímetros por el corredor, hasta la sala de reuniones, en el extremo opuesto de su esférica nave capitana.

Cuando llegó a la sala de reuniones, la encontró casi llena. Utilizando su arista inferior para sostenerse en los topes de deslizamiento de la rampa de acceso, descendió a la zona de alta gravedad del centro de la sala. Estaba casi un centímetro más próximo al agujero negro en miniatura, situado en el centro de la estación espacial, y se encontró bien al sentirse de nuevo sujeto a una ligera gravedad, aunque aquella estuviera muy lejos de los 67.000 millones de «g» de Huevo.

En la parte central del suelo del salón de reuniones habían colocado tres docenas de pantallas gustativas. Se dirigió hacia ellas fácilmente, porque sus insignias de seis puntas de capitán le abrían paso. En circunstancias normales, su rango le habría permitido tener reservada una de las pantallas. Pero estaban allí los veinticuatro científicos y tripulantes que componían la expedición del arca de exploración y que debían recibir las instrucciones finales. A ellos había que añadir los cuatro tripulantes de la nave de exploración que había descubierto a los alienígenas, y los científicos y directores de la Exploración del Espacio Profundo. Así que tuvo que contentarse con mirar una de las pantallas de intensidad sólo visual, que se hallaban en las partes bajas de las paredes del salón. Cuando se instaló para esperar que empezara la conferencia, advirtió que estaba al lado de una capitana de las Fuerzas Espaciales. Aunque ella tenía un aspecto muy joven para ser capitana, era de tamaño grande, llena de vitalidad, de buen ver y demostró tener rápidos reflejos cuando desvió uno de sus ojos de la cheela con la que estaba hablando. Al instante se dio cuenta de quién era él, giró todos sus ojos hacia su lado y levantó la arista más próxima para hablar.

—¿Capitán Estrella-Fugaz? —dijo—. Soy la Capitana Exploración-Lejana, de la nave interestelar de exploración Tritón.

Agitó la mitad de sus ojos hacia su compañera y prosiguió:

—Esta es la teniente Halla-Estrellas, nuestra navegante. Las dos hemos disfrutado de la hospitalidad de usted durante estos últimos giros.

—Si hubiera sabido, capitana, que usted estaba a bordo, la habría invitado a cenar —contestó—. Es una pena que esta nave sea tan grande ya que muchas veces ni yo mismo sé cuantas aeronaves hemos recogido, ni mucho menos cuantos visitantes tenemos a bordo. Encuentro que sus alienígenas son muy interesantes y me gustaría saber más cosas de ellos.

—No son más que unos salvajes repugnantes —dijo Exploración-Lejana—, como podrá ver en la conferencia. Pero presentan un interés potencial, en caso de que podamos entrar en comunicación con ellos. Si realmente está interesado, quizá podamos reunirnos para comer después que el arca de exploración haya partido. Disfruto de un bien merecido permiso de medio gran de giros, pero regresé antes de tiempo y todavía dispongo de alguna docena de giros.

—Pues está decidido. Será usted mi huésped —dijo Estrella-Fugaz rápidamente—. Quedamos en la fiesta del cambio de giro, del giro 104.

Y recordando sus buenas maneras, agitó tres de sus ojos hacia Halla-Estrellas y dijo:

—También usted será bienvenida, teniente.

—Muchas gracias, capitán —dijo ella—. Pero he de dirigir la navegación del arca de exploración a la estrella. Además, estoy segura de que usted y la capitana Exploración-Lejana tendrán mucho de qué hablar.

Estrella-Fugaz se disculpó educadamente.

La conferencia había empezado, y todos los ojos se dirigían hacia el fondo de la sala, donde las fuertes ondas, procedentes del amplificador situado junto a la plataforma central para el orador, repercutían a través de la cubierta. Estrella-Fugaz tuvo que mirar por encima de la cara superior de Exploración-Lejana para poder ver al orador. Algunos de sus ojos miraron hacia abajo, contemplando la roja parte superior de ella y, de pronto, se sorprendieron al ser descubiertos por los carnosos párpados de la capitana.

Uno de los ojos más próximos de ella le pilló mirando su anatomía. En vez de echar chispas de enfado, como él temía, el ojo se escondió, lenta y deliberadamente, entre sus párpados, para asomar a continuación dándole un guiño muy sexy. Estrella-Fugaz notó que los pedúnculos de sus ojos se ponían tensos mientras volvía a dirigir su atención al orador.

—Ahora vamos a oír la conferencia sobre las formas alienígenas de vida encontradas en la estrella a cargo de la capitana Exploración-Lejana, Doctora en Alienología —anunció el presentador, y Estrella-Fugaz quedó muy impresionado al oír el segundo título.

—Le invito a que use mi pantalla gustativa —dijo ella y se dirigió hacia el centro, abriéndose paso entre la concurrencia.

Él susurró un electrónico «gracias» y se colocó sobre el brillante cuadrado de la cubierta, donde antes había estado ella. La pantalla gustativa cobró vida bajo su arista cuando le llegó la voz amplificada de la capitana:

—Al llegar a NS 1566 + 74, levantamos un mapa de toda la superficie. No encontramos artefactos, pero un programa de búsqueda rutinaria, mediante inteligencia artificial, atrajo nuestra atención hacia uno de los polos magnéticos.

En la pantalla visual se proyectó una fotografía. En ella se veía una cadena montañosa baja y una pequeña aglomeración de señales hexagonales que estaban en su falda.

—Esto es un pueblo pequeño, con viviendas individuales, que tienen la forma de aglomerados de formas hexagonales simples. Pudimos conseguir algunos primeros planos mediante nuestro dispositivo observador de alta resolución mediante la antena de infrarrojos.

Una fotografía de aspecto artificial apareció en la pantalla.

—Esta fotografía la presentamos con colores falsos puesto que se consiguió observando a través de la parte infrarroja del espectro en lugar de la parte visible de rayos X blandos. Los objetos móviles aparecen borrosos debido al procesador de búsqueda, pero resulta evidente que cada vivienda está ocupada por uno o dos grandes alienígenas, mientras que el hexágono central en cada «agrupación familiar» contiene pequeños alienígenas con un ocasional alienígena grande. En la parte exterior de las viviendas hay unos corrales bajos que contienen un número elevado de criaturas pequeñas.

»Desde el momento en que supimos dónde ir a fotografiar, enviamos un orbitador de aproximación, con una cámara de rayos X y un compensador de movimiento. A pesar de la cercanía de las montañas, logramos que el punto de máxima aproximación estuviera a menos de un metro de la superficie, lo que nos permitió hacer unas excelentes fotografías de los alienígenas.

Un repugnante bulto llenó la pantalla. Se parecía a un Desliza-Lento, cuando era descuartizado. El cuerpo propiamente dicho carecía de aristas y de ojos y se parecía al de un Desliza-Lento, pero sin sus placas protectoras. Donde deberían haber estado las placas había unos trozos rasgados de carne rojiza. En sitios opuestos de su cuerpo, casi a media altura, estaban clavadas dos cosas largas, como bastones con nudos en sus extremos. Los bastones tenían una articulación en su parte media y estaban ligeramente doblados como los escuálidos brazos y piernas de los humanos.

Alrededor de los puntos de donde surgían los bastones aparecía un gran número de largos sarmientos que se agitaban frenéticamente. La pantalla parpadeó y la imagen cambió ligeramente.

—Pudimos conseguir cinco fotografías seriadas mientras el orbitador estaba sobre este individuo, lo que nos permite reproducir un esquema de su movimiento.

Las cinco fotografías aparecieron rápidamente una tras otra en la pantalla, y la secuencia se repitió varias veces. Aquel ser rodaba sobre la corteza, con los pseudobrazos extendidos en sus flancos mientras los sarmientos empujaban y tiraban de la corte para conseguir un desplazamiento. Los jirones de carne cambiaban de color, a medida que iban rodando, al hacerlo el cuerpo del alienígena.

—Pueden ustedes observar que los bastones se oscurecen más al alejarse del cuerpo, y que el nudo de su extremo es prácticamente rojo oscuro. Los nudos oscilan adelante y atrás, cubriendo las zonas anteriores y posteriores del alienígena, pero no los utilizan nunca para tocar el suelo, lo que indica que no los usan como propulsores. Aquí tenemos un primer plano de uno de estos nudos. Parece ser que una esfera con muchas facetas hexagonales. Suponemos que esos nudos son sus ojos. Parecen tener una estructura similar a la de los ojos de las abejas y de las moscas del planeta humano Tierra. El bastón podría ser un material parecido al hueso, de gran resistencia, pero de poca conductividad térmica para que los ojos se mantengan fríos.

Hay bastantes fotografías más, incluida una que mostraba a dos alienígenas, uno al lado del otro, agarrados mutuamente con sus sarmientos y, al parecer, cada uno de ellos tenía los soportes de sus ojos bien enterrados en el cuerpo del otro.

—No estamos seguros de lo que sucede aquí —dijo Exploración-Lejana—, pero si ustedes están pensando lo que creo que piensan, es muy probable que estén en lo cierto.

Se oyó un rumor en la cubierta y alguien opinó en medio de las risas:

—Supongo que si esto se hace con un solo ojo cada vez, se podrá llegar a un más profundo y duradero sentimiento.

—Lo más sorprendente de esta cultura alienígena es que no existe la vida vegetal. Todas las criaturas parecen ser animales.

—¿Entonces, cuál es la base de la cadena de alimentos? —preguntó alguien.

—Nos llevó mucho tiempo descubrirlo, pero una de las claves está en que sólo hay dos regiones donde se desarrolla la vida. Son los dos polos magnéticos. No puedo llamarlos polo Este y polo Oeste como en Huevo, porque están muy próximos a los polos de rotación. La estrella tiene mucho material que quedó a su alrededor después de la exploración de la supernova original, y hay una lluvia constante de materiales expandidos, pobres en neutrones, o sea material planetario, en las proximidades de ambos polos. De hecho, había tal profusión de ellos que no me atreví a arriesgar nuestra nave de exploración en un vuelo sobre las regiones polares. Los pasos montañosos están llenos de unos pequeños animales sin ojos, que parecen bolas y que probablemente absorben este polvo, pobre en neutrones, de la superficie de la corteza. Deben extraer de él energía para vivir y crecer mediante un proceso de conversión en material cortical. Las bolas de mayor tamaño las escogen los alienígenas inteligentes para tenerlas encerradas en corrales hasta que son consumidas como alimento. Los alienígenas, evidentemente, están todavía en el estadio salvaje de caza y recolección, con la excepción de que, como no hay plantas, cazar y recolectar son sinónimos.

Otra fotografía apareció en la pantalla. Era el cadáver de uno de los alienígenas rodeado por centenares de cadáveres pequeños. Obviamente todos habían sido fulminados por una emisión extremadamente caliente de fuertes rayos gamma, procedente de la caída de un gran trozo de materia en la estrella.

—Parece ser que es muy peligroso ser designado para guardar los víveres. Creo que una de las maneras con que podemos ayudar a estos alienígenas es vigilar los trozos mayores de materia y avisarles para que se retiren de las montañas cuando vaya a tener lugar su caída. Esto disminuiría sus pérdidas de recolección. También podríamos conseguir estabilizar la cantidad de material aportado para asegurar un suministro constante de alimentos. Si llegásemos a asegurarles su comida, quizá tendrían tiempo de ocio, para hablar con nosotros y para desarrollar su cultura.

Tres giros después, llegó el momento de la partida de la expedición. Estrella-Fugaz y Exploración-Lejana se despidieron de la teniente Halla-Estrellas y observaron mientras el arca de exploración interestelar, Amalita Shakhashiri Drake, que se apartaba algunos metros por razones de seguridad. No podían oír el roncar de la propulsión por bucle de curvatura espacial al ser activada, pero pudieron observar que un segmento del estrellado firmamento empezaba a curvarse cuando se anulaba el espacio que había entre Huevo del Dragón y un punto situado a 100 años luz de distancia. Una gran estrella roja trazadora se acercó y aumentó su tamaño a medida que se acercaba. Se acercó tanto que incluso pudieron ver sus zonas nubosas. Enseguida, el bucle de curvatura espacial volvió a insertar el espacio anteriormente anulado, pero ahora lo hizo en el otro extremo del arca. El Amalita y la estrella roja regresaron juntos a los cielos con un zoom inverso.

—Cien años luz es el mismo tiempo que necesitamos para dar un solo paso de arista —dijo Estrella-Fugaz.

—No se necesita más que encoger los cien años luz hasta que no sean mayores que un paso de arista —dijo Exploración-Lejana—. ¡Voto a Brillante!, mi bolsa está seca. ¿Te apetece un jugo, antes de la fiesta del cambio de giro?

—Muy buena idea —dijo Estrella-Fugaz—. Tengo algunas cajas de Doble Destilado del polo Oeste, en mi armario.

—Magnífico —dijo ella haciéndole un guiño con su ojo más próximo—. Abre las líneas de campo y te sigo.

Él abrió la marcha hacia su cabina. La móvil masa de su cuerpo conductor separaba las débiles líneas de campo magnético que corrían entre las placas de la estación espacial. Eran mucho más débiles que las del potente campo de un billón de gauss que había en Huevo, por lo que no había ninguna necesidad de que actuara como un abridor de camino, pero no le importaba lo más mínimo llevarla apretujada detrás de él. Mientras recorrían el corredor sin techo, algunos de sus ojos miraron al cielo, hacia la formación de seis asteroides que volvían a pasar por encima. Alrededor de cada una de las masas incandescentes había unos débiles puntos que relucían periódicamente. Eran las sondas «pastoras» a reacción, que mantenían a los seis asteroides condensados en la posición correcta, alrededor del Matadragones. Si alguno fallara, los humanos serían destrozados por las feroces mareas de Huevo. Se paró de repente y todos sus ojos se dirigieron hacia arriba.

—¿Qué pasa? —preguntó Exploración-Lejana.

—La configuración está mal —contestó Estrella-Fugaz—. Las pulsaciones no llegan en los momentos adecuados. ¡Algo ha ocurrido en los Ojos de Brillante!

Durante un instante sintió pánico al pensar que alguno de aquellos enormes objetos pudiera venírsele encima. Su razón le hizo recordar que estaban en órbita. No caerían, pero algo iba ciertamente mal. Se deslizó alrededor de Exploración-Lejana y se encaminó por el corredor, retrocediendo hacia el puente de mando, lo más aprisa posible.

—¡Los humanos están en dificultades! —dijo—. ¡Seguidme!