Capítulo XXI

Cómo ordenó Motezuma el servicio de su casa, y la guerra que hizo para coronarse

Este, que tales muestras de humildad y ternura dió en su elección, luego, viéndose rey, comenzó a descubrir sus pensamientos altivos. Lo primero mandó que ningún plebeyo sirviese en su casa, ni tuviese oficio real, como hasta allí sus antepasados lo habían usado, en los cuales reprehendió mucho haberse servido de algunos de bajo linaje; y quiso que todos los señores y gente ilustre estuviese en su palacio y ejerciese oficios de su casa y corte.

A esto le contradijo un anciano de gran autoridad, ayo suyo, que lo había criado, diciéndole, que mirase que aquello tenía mucho inconveniente, porque era enajenar y apartar de sí todo el vulgo y gente plebeya, y ni aun mirarle a la cara no osarían viéndose así desechados. Replicó él, que eso era lo que él quería, y que no había de consentir que anduviesen mezclados plebeyos y nobles como hasta allí, y que el servicio que los tales hacían, era cual ellos eran, con que ninguna reputación ganaban los reyes. Finalmente, se resolvió de modo, que envió a mandar a su consejo quitasen luego todos los asientos y oficios que tenían los plebeyos en su casa y en su corte, y los diesen a caballeros; y así se hizo.

Tras esto salió en persona a la empresa, que pará su coronación era necesaria. Habíase rebelado a la corona real una provincia muy remota hacia el mar océano del norte: llevó consigo a ella la flor de su gente, y todos muy lucidos y bien aderezados. Hizo la guerra con tanto valor y destreza, que en breve sojuzgó toda la provincia y castigó rigurosamente los culpados, y volvió con grandísimo número de cautivos para los sacrificios, y con otros despojos muchos. A la vuelta le hicieron todas las ciudades solemnes recibimientos, y los señores de ellas le sirvieron agua a manos, haciendo oficios de criados suyos, cosa que con ninguno de los pasados habían hecho: tanto era el temor y respeto que le habían cobrado.

En Méjico se hicieron las fiestas de su coronación con tanto aparato de danzas, comedias, entremeses, luminarias, invenciones, diversos juegos y tanta riqueza de tributos traídos de todos sus reinos, que concurrieron gentes extrañas y nunca vistas, ni conocidas a Méjico, y aun los mismos enemigos de mejicanos vinieron disimulados en gran número a verlas, como eran los de Tlascala y los de Mechoacán. Lo cual entendido por Motezuma, los mandó aposentar y tratar regaladísimamente como a su misma persona, y les hizo miradores galanos como los suyos, de donde viesen las fiestas; y de noche, así ellos, como el mismo rey, entraban en ellas, y hacían sus juegos y máscaras.

Y porque se ha hecho mención de estas provincias es bien saber, que jamás se quisieron rendir a los reyes de Méjico, Mechoacán, ni Tlascala, ni Tepeaca, antes pelearon valerosamente, y algunas veces vencieron los de Mechoacán a los de Méjico, y lo mismo hicieron los de Tepeaca. Donde el marqués D. Fernando Cortés, después que le echaron a él y a los españoles de Méjico, pretendió fundar la primera ciudad de españoles, que llamó, si bien me acuerdo, Segura de la Frontera, aunque permaneció poco aquella población; y con la conquista que después hizo de Méjico, se pasó a ella toda la gente española. En efecto, aquellos de Tepeaca, y los de Tlascala, y los de Mechoacán se tuvieron siempre en pie con los mejicanos, aunque Motezuma dijo a Cortés que de propósito no los habían conquistado, por tener ejercicio de guerra y número de cautivos.