Capítulo XVII

Que Tlacaellel no quiso ser rey, y de la elección y sucesos de Tizocic

Juntáronse los cuatro diputados con los señores de Tezcuco y Tacuba, y presidiendo Tlacaellel, procedieron a hacer elección de rey, y encaminando todos sus votos a Tlacaellel, como quien mejor merecía aquel cargo que otro alguno, él lo rehusó con razones eficaces, que persuadieron a elegir otro. Porque decía él que era mejor para la república que otro fuese rey y él fuese su ejecutor y coadjutor, como lo había sido hasta entonces, que no cargar todo sobre él solo, pues sin ser rey era cierto que había de trabajar por su república no menos que si lo fuese.

No es cosa muy usada no admitir el supremo lugar y mando, y querer el cuidado y trabajo, y no la honra y potestad; ni aun acaece que el que puede por sí manejallo todo, huelgue que otro tenga la principal mano, a trueque que el negocio de la república salga mejor. Este bárbaro en esto hizo ventaja a los muy sabios romanos y griegos, y si no díganlo Alejandro y Julio César, que al uno se le hizo poco mandar un mundo, y a los más queridos y leales de los suyos sacó la vida a crueles tormentos, por livianas sospechas que querían reinar. Y el otro se declaró por enemigo de su patria, diciendo que, si se había de torcer del derecho, por sólo reinar se había de torcer; tanta es la sed que los hombres tienen de mandar.

Aunque el hecho de Tlacaellel también pudo nacer de una demasiada confianza de sí, pareciéndole que sin ser rey lo era, pues cuasi mandaba a los reyes, y aún ellos le permitían traer cierta insignia como tiara, que a solos los reyes pertenecía. Mas con todo, merece alabanza este hecho, y mayor su consideración, de tener en más el poder mejor ayudar a la república siendo súbdito, que siendo supremo señor; pues, en efecto, es ello así, pues, como en una comedia, aquél merece más gloria, que toma y representa el personaje que más importa, aunque sea de pastor o villano, y deja el de rey o capitán a otro que lo sabe hacer; así, en buena filosofía, deben los hombres mirar más el bien común y aplicarse al oficio y estado que entienden mejor.

Pero esta filosofía es más remontada de lo que al presente se platica. Y con tanto, pasemos a nuestro cuento con decir que, en pago de su modestia y por el respeto que le tenían los electores mejicanos, pidieron a Tlacaellel que, pues no quería reinar, dijese quién le parecía reinase. El dió su voto a un hijo del rey muerto, harto muchacho, por nombre Tizocic, y respondiéronle que eran muy flacos hombros para tanto peso; respondió que los suyos estaban allí para ayudarle a llevar la carga, como había hecho con los pasados; con esto se resumieron y salió electo el Tizocic, y con él se hicieron las ceremonias acostumbradas. Horadáronle la nariz, y por gala pusiéronle allí una esmeralda, y esa es la causa que en sus libros de los mejicanos se denota este rey por la nariz horadada.

Este salió muy diferente de su padre y antecesor, porque le notaron por hombre poco belicoso y cobarde; fué para coronarse a debelar una provincia que estaba alzada, y en la jornada perdió mucho más de su gente que cautivó de sus enemigos; con todo eso volvió diciendo traía el número de cautivos que se requería para los sacrificios de su coronación; y así se coronó con gran solemnidad. Pero los mejicanos, descontentos de tener rey poco animoso y guerrero, trataron de darle fin con ponzoña, y así no duró en el reino más de cuatro años.

Donde se ve bien que los hijos no siempre sacan con la sangre el valor de los padres, y que cuanto mayor ha sido la gloria de los predecesores, tanto más es aborrecible el desvalor y vileza de los que suceden en el mando, y no en el merecimiento. Pero restauró bien esta pérdida otro hermano del muerto, hijo también del gran Motezuma, el cual se llamó Ajayaca, y por parecer de Tlacaellel fué electo, acertando más en éste que el pasado.