De la guerra y victoria que tuvieron los mejicanos de la ciudad de Cuyoacán
Aunque lo principal de los Tepanecas era Azcapuzalco, había también otras ciudades que tenían entre ellos señores propios, como Tacuba y Cuyoacán. Estos, visto el estrago pasado, quisieran que los de Azcapuzalco renovaran la guerra contra mejicanos, y viendo que no salían a ello, como gente del todo quebrantada, trataron los de Cuyoacán de hacer por sí la guerra, para lo cual procuraron incitar a las otras naciones comarcanas, aunque ellas no quisieron moverse, ni trabar pendencia con los mejicanos.
Mas creciendo el odio y envidia de su prosperidad, comenzaron los de Cuyoacán a tratar mal a las mujeres mejicanas que iban a sus mercados, haciendo mofa de ellas, y lo mismo de los hombres que podían maltratar, por donde vedó el rey de Méjico que ninguno de los suyos fuese a Cuyoacán, ni admitiesen en Méjico ninguno de ellos. Con esto acabaron de resolverse los de Cuyoacán en darles guerra, y primero quisieron provocarles con alguna burla afrentosa. Y fué convidarles a una fiesta suya solemne, donde, después de haberles dado una muy buena comida y festejado con gran baile a su usanza, por fruta de postre les enviaron ropas de mujeres y les constriñeron a vestírsela, y volverse así con vestidos mujeriles a su ciudad, diciéndoles que, de puro cobardes y mujeriles, habiéndoles ya provocado, no se habían puesto en armas.
Los de Méjico dicen que les hicieron en recompensa otra burla pesada, de darles a las puertas de su ciudad de Cuyoacán ciertos humazos con que hicieron malparir a muchas mujeres y enfermar mucha gente. En fin, paró la cosa en guerra descubierta, y se vinieron los unos a los otros a dar la batalla de todo su poder, en la cual alcanzó la victoria el ardid y esfuerzo de Tlacaellel, porque dejando al rey Izcoalt peleando con los de Cuyoacán, supo emboscarse con algunos pocos valerosos soldados, y rodeando vino a tomar las espaldas a los de Cuyoacán, y cargando sobre ellos les hizo retirar a su ciudad, y viendo que pretendían acogerse al templo, que era muy fuerte, con otros tres valientes soldados rompió por ellos y les ganó la delantera y tomó el templo y se lo quemó y forzó a huir por los campos, donde, haciendo gran riza en los vencidos, les fueron siguiendo por diez leguas la tierra adentro, hasta que en un cerro, soltando las armas y cruzando las manos, se rindieron a los mejicanos, y con muchas lágrimas les pidieron perdón del atrevimiento que habían tenido en tratarles como a mujeres, y ofreciéndose por esclavos, al fin les perdonaron.
De esta victoria volvieron con riquísimos despojos los mejicanos, de ropas, armas, oro, plata, joyas y plumería lindísima, y gran suma de cautivos. Señaláronse en este hecho, sobre todos, tres principales de Culhuacán, que vinieron a ayudar a los mejicanos por ganar honra; y después de reconocidos por Tlacaellel, y probados por fieles, dándoles las divisas mejicanas los tuvo siempre a su lado, peleando ellos con gran esfuerzo. Vióse bien que a estos tres, con el general, se debía toda la victoria, porque de todos cuantos cautivos hubo, se halló que, de tres partes, las dos eran de estos cuatro. Lo cual se averiguó fácilmente por el ardid que ellos tuvieron, que en prendiendo alguno, luego le cortaban un poco del cabello y lo entregaban a los demás, y hallaron ser los del cabello cortado en el exceso que he dicho. Por donde ganaron gran reputación y fama de valientes, y como a vencedores les honraron con darles de los despojos y tierras partes muy aventajadas, como siempre lo usaron los mejicanos; por donde se animaban tanto los que peleaban a señalarse por las armas.