De lo que les sucedió en Malinalco y en Tula y en Chapultepec
Hay de Mechoacán a Méjico más de cincuenta leguas. En este camino está Malinalco, donde les sucedió que, quejándose a su ídolo de una mujer que venía en su compañía, grandísima hechicera, cuyo nombre era Hermana de su Dios, porque con sus malos artes les hacía grandísimos daños, pretendiendo por cierta vía hacerse adorar de ellos por diosa, el ídolo habló en sueños a uno de aquellos viejos que llevaban el arca, y mandó que, de su parte, consolase al pueblo, haciéndoles de nuevo grandes promesas, y que a aquella su Hermana, como cruel y mala, la dejasen con toda su familia, alzando el real de noche y con gran silencio y sin dejar rastro por donde iban.
Ellos lo hicieron así; y la hechicera, hallándose sola con su familia y burlada, pobló allí un pueblo, que se llama Malinalco; y tienen por grandes hechiceros a los naturales de Malinalco, como a hijos de tal madre. Los mejicanos, por haberse diminuido mucho por estas divisiones y por los muchos enfermos y gente cansada que iban dejando, quisieron rehacerse y pararon en un asiento que se dice Tula, que quiere decir lugar de justicia. Allí el ídolo les mandó que atajasen un río muy grande, de suerte que se derramase por un gran llano, y con la industria que les dió cercaron de agua un hermoso cerro llamado Coatepec y hicieron una laguna grande, la cual cercaron de sauces, álamos, sabinas y otros árboles. Comenzóse a criar mucho pescado y a acudir allí muchos pájaros, con que se hizo un deleitoso lugar. Pareciéndoles bien el sitio, y estando hartos de tanto caminar trataron muchos de poblar allí y no pasar adelante.
De esto el demonio se enojó reciamente y, amenazando de muerte a sus sacerdotes, mandóles que quitasen la represa al río y le dejasen ir por donde antes corría, y a los que habían sido desobedientes dijo que aquella noche él les daría el castigo que merecían; y como el hacer mal es tan propio del demonio, y permite la justicia divina muchas veces que sean entregados a tal verdugo los que le escogen por su dios, acaeció que a la media noche oyeron en cierta parte del real un gran ruido, y a la mañana, yendo allá, hallaron muertos los que habían tratado de quedarse allí; y el modo de matarlos fué abrirles los pechos y sacarles los corazones, que de este modo los hallaron. Y de aquí les enseñó a los desventurados su bonito dios el modo de sacrificios que a él lo agradaban, que era abrir los pechos y sacar los corazones a los hombres, como lo usaron siempre de allí en adelante en sus horrendos sacrificios.
Con este castigo, y con habérseles secado el campo por haberse desaguado la laguna, consultando a su dios de su voluntad y mandato, pasaron poco a poco hasta ponerse una legua de Méjico, en Chapultepec, lugar célebre por su recreación y frescura. En este cerro se hicieron fuertes, temiéndose de las naciones que tenían poblada aquella tierra, que todas les eran contrarias, mayormente por haber infamado a los mejicanos un Copil, hijo de aquella hechicera que dejaron en Malinalco; el cual, por mandado de su madre, a cabo de mucho tiempo, vino en seguimiento de los mejicanos, y procuró incitar contra ellos a los Tepanecas y a los otros circunvecinos y hasta los Chalcas, de suerte que con mano armada vinieron a destruir a los mejicanos.
El Copil se puso en un cerro, que está en medio de la laguna, que se llama Acopilco, esperando la destrucción de sus enemigos; mas ellos por aviso de su ídolo, fueron a él, y tomándole descuidado, le mataron y trajeron el corazón a su dios, el cual mandó echar en la laguna, de donde fingen haber nacido un tunal, donde se fundó Méjico. Vinieron a las manos los Chalcas y las otras naciones con los mejicanos, los cuales habían elegido por su capitán a un valiente hombre llamado Vitzlovitli; y en la refriega éste fué preso y muerto por los contrarios; mas no perdieron por eso el ánimo los mejicanos y, peleando valerosamente, a pesar de los enemigos, abrieron camino por sus escuadrones y, llevando en medio a los viejos y niños y mujeres, pasaron hasta Atlacuyavaya, pueblo de los Culhuas, a los cuales hallaron de fiesta, y allí se hicieron fuertes. No les siguieron los Chalcas, ni los otros; antes, de puro corridos de verse desbaratados de tan pocos, siendo tanto, se retiraron a sus pueblos.