De los antiguos moradores de la Nueva España, y cómo vinieron a ella los Navatlacas
Los antiguos y primeros moradores de las provincias que llamamos Nueva España fueron hombres muy bárbaros y silvestres, que sólo se mantenían de caza, y por eso les pusieron nombre de Chichimecas. No sembraban ni cultivaban la tierra, ni vivían juntos, porque todo su ejercicio y vida era cazar, y en esto eran diestrísimos. Habitaban en los riscos y más ásperos lugares de las montañas, viviendo bestialmente sin ninguna policía, desnudos totalmente. Cazaban venados, liebres, conejos, comadrejas, topos, gatos monteses, pájaros y aun inmundicias, como culebras, lagartos, ratones, langostas y gusanos, y de esto y de yerbas y raíces se sustentaban. Dormían por los montes en las cuevas y entre las matas; las mujeres iban con los maridos a los mismos ejercicios de caza, dejando a los hijuelos colgados de una rama de un árbol, metidos en una cestilla de juncos, bien hartos de leche, hasta que volvían con la caza. No tenían superior, ni le reconocían, ni adoraban dioses, ni tenían ritos, ni religión alguna.
Hoy día hay en la Nueva España de este género de gente, que viven de su arco y flechas, y son muy perjudiciales, porque para hacer mal y saltear se acaudillan y juntan, y no han podido los españoles, por bien ni mal, por maña ni fuerza, reducirlos a policía y obediencia, porque, como no tienen pueblos, ni asiento, el pelear con éstos es puramente montear fieras, que se esparcen y esconden por lo más áspero y encubierto de la sierra; tal es el modo de vivir de muchas provincias hoy día en diversas partes de Indias. Y de este género de indios bárbaros principalmente se trata en los libros de Procuranda Indorum salute, cuando se dice que tienen necesidad de ser compelidos y sujetados con alguna honesta fuerza, y que es necesario enseñallos primero a ser hombres, y después a ser cristianos.
Quieren decir que de estos mismos eran los que en la Nueva España llaman Otomíes, que comúnmente son indios pobres y poblados en tierra áspera; pero están poblados y viven juntos y tienen alguna policía, y aun para las cosas de cristiandad, los que bien se entienden con ellos nos los hallan menos idóneos y hábiles que a los otros que son más ricos y tenidos por más políticos.
Viniendo al propósito, estos Chichimecas y Otomíes, de quien se ha dicho que eran los primeros moradores de la Nueva España, como no cogían, ni sembraban, dejaron la mejor tierra y más fértil sin poblarla, y ésa ocuparon las naciones que vinieron de fuera, que por ser gente política, la llaman Navatlaca, que quiere decir gente que se explica y habla claro, a diferencia de esotra bárbara y sin razón. Vinieron estos segundos pobladores Navatlacas de otra tierra remota hacia el norte, donde agora se ha descubierto un reino que llaman el Nuevo Méjico. Hay en aquella tierra dos provincias: la una llaman Aztlán, que quiere decir lugar de garzas; la otra, llamada Teuculhuacán, que quiere decir tierra de los que tienen abuelos divinos.
En estas provincias tienen sus casas y sus sementeras y sus dioses, ritos y ceremonias, con orden y policía, los Navatlacas, los cuales se dividen en siete linajes o naciones; y porque en aquella tierra se usa, que cada linaje tiene su sitio y lugar conocido, pintan los Navatlacas su origen y descendencia en figura de cueva, y dicen que de siete cuevas vinieron a poblar la tierra de Méjico, y en sus librerías hacen historia de esto, pintando siete cuevas con sus descendientes. El tiempo que ha que salieron los Navatlacas de su tierra, conforme a la computación de sus libros, pasa ya de ochocientos años, y reducido a nuestra cuenta, fué el año del Señor de ochocientos y veinte, cuando comenzaron a salir de su tierra. Tardaron en llegar a la que ahora tienen poblada de Méjico, enteros ochenta años.
Fué la causa de tan espacioso viaje haberles persuadido sus dioses (que sin duda eran demonios que hablaban visiblemente con ellos) que fuesen inquiriendo nuevas tierras de tales y tales señas, y así venían explorando la tierra y mirando las señas que sus ídolos les habían dado, y donde hallaban buenos sitios, los iban poblando, y sembraban y cogían; y como descubrían mejores lugares, desamparaban los ya poblados, dejando todavía alguna gente, mayormente viejos y enfermos y gente cansada; dejando también buenos edificios, de que hoy día se halla rastro por el camino que trajeron. Con este modo de caminar tan despacio gastaron ochenta años en camino que se puede andar en un mes, y así entraron en la tierra de Méjico el año de novecientos y dos, a nuestra cuenta.