Del uso de mortuorios que tuvieron los mejicanos y otras naciones
Habiendo referido lo que en el Perú usaron muchas naciones con sus difuntos es bien hacer especial mención de los mejicanos en esta parte, cuyos mortuorios eran solemnísimos, y llenos de grandes disparates. Era oficio de sacerdotes y religiosos en Méjico (que los había con extraña observancia, como se dirá después) enterrar los muertos, y hacerles sus exequias; y los lugares donde los enterraban, eran las sementeras y patios de sus casas propias: a otros llevaban a los sacrificaderos de los montes; otros quemaban, y enterraban las cenizas en los templos, y a todos enterraban con cuanta ropa, joyas y piedras tenían; y a los que quemaban, metían las cenizas en unas ollas, y en ellas las joyas y piedras y atavíos, por ricos que fuesen.
Cantaban los oficios funerales como responsos, y levantaban a los cuerpos de los difuntos muchas veces, haciendo muchas ceremonias. En estos mortuorios comían y bebían; y si eran personas de calidad, daban de vestir a todos los que habían acudido al enterramiento. En muriendo alguno, poníanle tendido en un aposento hasta que acudían de todas partes los amigos y conocidos, los cuales traían presentes al muerto, y le saludaban como si fuera vivo. Y si era rey, o señor de algún pueblo, le ofrecían esclavos para que los matasen con él, y le fuesen a servir al otro mundo. Mataban asimismo al sacerdote o capellán que tenía, porque todos los señores tenían un sacerdote, que dentro de casa les administraban las ceremonias; y así le mataban para que fuese a administrar al muerto: mataban al maestresala, al copero, a los enanos y corcovados, que de éstos se servían mucho, y a los hermanos que más le habían servido; lo cual era grandeza entre los señores servirse de sus hermanos y de los referidos. Finalmente mataban a todos los de su casa para llevar a poner casa al otro mundo.
Y porque no tuviesen allá pobreza, enterraban mucha riqueza de oro, plata y piedras, ricas cortinas de muchas labores, brazaletes de oro, y otras ricas piezas; y si quemaban al difunto, hacían lo mismo con toda la gente y atavíos que le daban para el otro mundo. Tomaban toda aquella ceniza, y enterrábanla con grande solemnidad: duraban las exequias diez días de lamentables y llorosos cantos. Sacaban los sacerdotes a los difuntos con diversas ceremonias, según ellos lo pedían, las cuales eran tantas, que cuasi no se podían numerar. A los capitanes y grandes señores les ponían sus insignias y trofeos, según sus hazañas y valor que habían tenido en las guerras y gobierno, que para esto tenían sus particulares blasones y armas. Llevaban todas estas cosas y señales al lugar donde había de ser enterrado, o quemado, delante del cuerpo, acompañándole con ellas en procesión, donde iban los sacerdotes y dignidades del templo, con diversos aparatos, unos incensando, y otros cantando, y otros tañendo tristes flautas y atambores, lo cual aumentaba mucho el llanto de los vasallos y parientes. El sacerdote que hacía el oficio, iba ataviado con las insignias del ídolo, a quien había representado el muerto, porque todos los señores representaban a los ídolos, y tenían sus renombres, a cuya causa eran tan estimados y honrados.
Estas insignias sobredichas llevaba de ordinario la orden de la caballería. Y al que quemaban, después de haberle llevado al lugar donde habían de hacer las cenizas, rodeándole de tea a él, y a todo lo que pertenecía a su matalotaje, como queda dicho, y pegábanle fuego, aumentándolo siempre con maderos resinosos hasta que todo se hacía ceniza. Salía luego un sacerdote vestido con unos atavíos de demonio, con bocas por todas las coyunturas, y muchos ojos de espejuelos, con un gran palo, y con él revolvía todas aquellas cenizas con gran ánimo y denuedo, el cual hacía una representación tan fiera, que ponía grima a todos los presentes. Y algunas veces este ministro sacaba otros trajes diferentes, según era la cualidad del que moría.
Esta digresión de los muertos y mortuorios se ha hecho por ocasión de la idolatría de los difuntos; ahora será justo volver al intento principal, y acabar con esta materia.