De las perlas
Ya que tratamos la principal riqueza que se trae de Indias, no es justo olvidar las perlas que los antiguos llamaban margaritas, cuya estima en los primeros fué tanta, que eran tenidas por cosa que sólo a personas reales pertenecían. Hoy día es tanta la copia de ellas, que hasta las negras traen sartas de perlas.
Críanse en los ostiones o conchas del mar, entre la misma carne, y a mí me ha acaecido, comiendo algún ostión, hallar la perla en medio. Las conchas tienen por de dentro unas colores del cielo muy vivas, y en algunas partes hacen cucharas de ellas, que llaman de nácar. Son las perlas de diferentísimos modos en el tamaño, figura, color y lisura, y así su precio es muy diferente. Unas llaman Avemarías, por ser como cuentos pequeños de rosario; otras Paternostres, por ser gruesas. Raras veces se hallan dos que en todo convengan en tamaño, en forma o en color. Por eso los romanos —según escribe Plinio— las llamaron Uniones.
Cuando se aciertan a topar dos que en todo convengan, suben mucho de precio, especialmente para zarcillos; algunos pares he visto que los estimaban en millares de ducados, aunque no llegasen al valor de las dos perlas de Cleopatra, que cuenta Plinio haber valido cada una cien mil ducados, con que ganó aquella reina loca la apuesta que hizo con Marco Antonio, de gastar en una cena más de cien mil ducados, porque, acabadas las viandas, echó en vinagre fuerte una de aquellas perlas, y, deshecha así, se la tragó; la otra dice que, partida en dos, fué puesta en el Panteón de Roma, en los zarcillos de la estatua de Venus. Y del otro Clodio, hijo del farsante, o trágico Esopo, cuenta que, en un banquete, dió a cada uno de los convidados una perla rica deshecha en vinagre, entre los otros platos, para hacer la fiesta magnífica. Fueron locuras de aquellos tiempos éstas, y las de los nuestros no son muy menores, pues hemos visto no sólo los sombreros y trenas, más los botines y chapines de mujeres de por ahí cuajados todos de labores de perlas.
Sácanse las perlas en diversas partes de Indias, donde con más abundancia es en el mar del sur, cerca de Panamá, donde están las islas, que por esta cansa llaman de las Perlas. Pero en más cantidad y mejores se sacan en el mar del norte, cerca, del río que llaman de la Hacha. Allí supe cómo se hacía esta granjería, que es con harta costa y trabajo de los pobres buzos, los cuales bajan seis y nueve y aun doce brazas en hondo a buscar los ostiones, que de ordinario están asidos a las peñas y escollos de la mar. De allí los arrancan y se cargan de ellos, y se suben, y los echan en las canoas, donde los abren y sacan aquel tesoro que tienen dentro. El frío del agua allá dentro del mar es grande, y mucho mayor el trabajo de tener el aliento estando un cuarto de hora a veces, y aun media, en hacer su pesca. Para que puedan tener el aliento, hácenles a los pobres buzos que coman poco, y manjar muy seco, y que sean continentes. De manera que también la codicia tiene sus abstinentes y continentes, aunque sea a su pesar.
Lábranse de diversas maneras las perlas, y horadánlas para sartas. Hay ya gran demasía donde quiera. El año de ochenta y siete vi en la memoria de lo que venía de Indias para el rey, dieciocho marcos de perlas y otros tres cajones de ellas, y para particulares, mil y doscientos y sesenta y cuatro marcos de perlas, y sin esto otras siete talegas por pesar, que en otro tiempo se tuviera por fabuloso.