Capítulo XIII

De los ingenios para moler metales, y del ensaye de la plata

Para concluir con esta materia de plata y metales restan dos cosas por decir: una es de los ingenios y moliendas, otra de los ensayes.

Ya se dijo que el metal se muele para recibir el azogue. Esta molienda se hace con diversos ingenios: unos que traen caballos, como atahonas, y otros que se mueven con el golpe del agua, como aceñas o molinos; y de los unos y los otros hay gran cantidad. Y porque el agua, que comúnmente es la que llueve, no la hay bastante en Potosí, sino en tres o cuatro meses, que son diciembre, enero y febrero, han hecho unas lagunas que tienen de contorno como a mil y setecientas varas, y de hondo tres estados, y son siete, con sus compuertas; y cuando es menester usar de alguna, la alzan y sale un cuerpo de agua, y las fiestas las cierran. Cuando se hinchen las lagunas, y el año es copioso de agua, dura la molienda seis o siete meses, de modo que también para la plata piden los hombres ya buen año de aguas en Potosí, como en otras partes para el pan.

Otros ingenios hay en Tarapaya, que es un valle tres o cuatro leguas de Potosí, donde corre un río, y en otras partes hay otros ingenios. Hay esta diversidad, que unos ingenios tienen a seis mazos, otros a doce y catorce. Muélese el metal en unos morteros, donde día y noche lo están echando, y de allí llevan lo que está molido a cerner. Están en la ribera del arroyo de Potosí cuarenta y ocho ingenios de agua, de a ocho, diez y doce mazos; otros cuatro ingenios están en otro lado, que llaman Tanacoñuño. En el valle de Tarapaya hay veintidós ingenios, todos éstos son de agua; fuera de los cuales hay en Potosí otros treinta ingenios de caballos, y fuera de Potosí otros algunos; tanta ha sido la diligencia e industria de sacar plata. La cual finalmente se ensaya y prueba por los ensayadores y maestros que tiene el rey puestos, para dar su ley a cada pieza.

Llévanse las barras de plata al ensayador, el cual pone a cada una su número porque el ensaye se hace de muchas juntas. Saca de cada una un bocado y pésale fielmente; échale en una copella, que es un vasito hecho de ceniza de huesos molidos y quemados. Pone estos vasitos por su orden en el horno u hornaza, dales fuego fortísimo, derrítese el metal, todo, y lo que es plomo se va en humo, el cobre o estaño se deshace, queda la plata finísima, hecha de color de fuego. Es cosa maravillosa que, cuando está así refinada, aunque esté líquida y derretida no se vierte volviendo la copella o vaso donde está hacia abajo, sino que se queda fija, sin caer gota. En la color y en otras señales conoce el ensayador cuando está afinada; saca del horno las copellas, vuelve a pesar delicadísimamente cada pedacito, mira lo que ha mermado y faltando de su peso, porque la que es de ley subida merma poco, y la que es de ley baja, mucho. Y así, conforme a lo que ha mermado, ve la ley que tiene, y esa asienta, y señala en cada barra puntualmente.

Es el peso tan delicado, y las pesicas o gramos tan menudos, que no se pueden asir con los dedos, sino con unas pinzas, y el peso se hace a luz de candela, porque no dé aire que haga menear las balanzas, porque de aquel poquito depende el precio y valor de toda una barra. Cierto es cosa delicada y que requiere gran destreza, de la cual también se aprovecha la divina Escritura en diversas partes, para declarar de qué modo prueba Dios a los suyos, y para notar las diferencias de méritos y valor de las almas, y especialmente donde a Jeremías, profeta, le da Dios título de ensayador, para que conozca y declare el valor espiritual de los hombres y sus obras, que es negocio propio del Espíritu de Dios, que es el que pesa los espíritus de los hombres. Y con esto nos podemos contentar cuanto a materia de plata, metales y minas, y pasar adelante a los otros dos propuestos de plantas y animales.