Del arte que se saca el azogue, y beneficia con él la plata
Digamos ahora cómo se saca el azogue, y como se saca con él la plata. La piedra, o metal donde el azogue se halla, se muele y pone en unas ollas al fuego tapadas, y allí fundiéndose o derritiéndose aquel metal, se despide de él el azogue con la fuerza del fuego, y sale en exhalación a vueltas del humo del dicho fuego, y suele ir siempre arriba, hasta tanto que topa algún cuerpo, donde para y se cuaja, o, si pasa arriba sin topar cuerpo duro, llega hasta donde se enfría, y allí se cuaja y vuelve a caer abajo. Cuando está hecha la fundición destapan las ollas y sacan el metal. La cual procuran se haga estando ya frías, porque si da algún humo o vapor de aquél a las personas que destapan las ollas, se azogan y mueren, o quedan muy maltratadas, o pierden los dientes.
Para dar fuego a los metales, porque se gasta infinita leña, halló un minero, por nombre Rodrigo de Torres, una invención utilísima, y fué coger de una paja que nace por todos aquellos cerros del Perú, la cual allá llaman Icho, y es a modo de esparto, y con ella dan fuego. Es cosa maravillosa la fuerza que tiene esta paja para fundir aquellos metales, que es, como lo que dice Plinio, del oro que se funde con llama de paja, no fundiéndose con brasas de leña fortísima. El azogue así fundido lo ponen en badanas, porque en cuero se puede guardar, y así se mete en los almacenes del rey, y de allí se lleva por mar a Arica, y de allí a Potosí en recuas o carneros de la tierra.
Consúmese comúnmente en el beneficio de los metales en Potosí de seis a siete mil quintales por año, sin lo que se saca de las lamas (que son las heces que quedan, y barro de los primeros lavatorios de metales que se hacen en tinas), las cuales lamas se queman y benefician en hornos para sacar el azogue que en ellas queda, y habrá más de cincuenta hornos de éstos en la villa de Potosí y en Tarapaya. Será la cuantidad de los metales que se benefician, según han echado la cuenta hombres pláticos, mas de trescientos mil quintales al año, de cuyas lamas beneficiadas se sacarán más de dos mil quintales de azogue.
Y es de saber que la cualidad de los metales es varia, porque acaece que un metal da mucha plata y consume poco azogue; otro, al revés, da poca plata y consume mucho azogue, otro da mucha y consume mucho, otro da poca y consume poco, y conforme a cómo es el acertar en estos metales, así es el enriquecer poco, o mucho, o perder en el trato de metales. Aunque lo más ordinario es que en metal rico, como da mucha plata, así consume mucho azogue, y el pobre, al revés.
El metal se muele muy bien primero con los mazos de ingenios, que golpean la piedra como batanes, y después de bien molido el metal, lo ciernen con unos cedazos de telas de arambre, que hacen la harina tan delgada como los comunes de cerdas; y ciernen estos cedazos, si están bien armados y puestos, treinta quintales entre noche y día. Cernida que está la harina del metal, la pasan a unos cajones de buitrones, donde la mortifican con salmuera, echando a cada cincuenta quintales de harina cinco quintales de sal, y esto se hace para que la sal desengrase la harina de metal del barro o lama que tiene, con lo cual el azogue recibe mejor la plata. Exprimen luego con un lienzo de Holanda cruda el azogue sobre el metal, y sale el azogue como un rocío, y así van revolviendo el metal para que a todo él se comunique este rocío del azogue.
Antes de inventarse los buitrones de fuego se amasaba muchas y diversas veces el metal con el azogue, así echado en unas artesas, y hacían pellas grandes como de barro, y dejábanlo estar algunos días, y tornaban a amasallo otra vez y otra, hasta que se entendía que estaba ya incorporado el azogue en la plata, lo cual tardaba veinte días y más, y cuando menos, nueve. Después, por aviso que hubo, como la gana de adquirir es diligente, hallaron que, para abreviar el tiempo, el fuego ayudaba mucho a que el azogue tomase la plata con presteza, y así trazaron los buitrones, donde ponen unos cajones grandes, en que echan el metal con sal y azogue, y por debajo dan fuego manso en ciertas bóvedas hechas a propósito, y en espacio de cinco días o seis el azogue incorpora en sí la plata.
Cuando se entiende que ya el azogue ha hecho su oficio, que es juntar la plata, mucha o poca, sin dejar nada de ella, y embeberla en sí, como la esponja al agua, incorporándola consigo y apartándola de la tierra, plomo y cobre, con que se cría, entonces tratan de descubrirla, sacarla y apartarla del mismo azogue, lo cual hacen en esta forma: Echan el metal en unas tinas de agua, donde con unos molinetes o ruedas de agua, trayendo al derredor el metal, como quien deslíe o hace mostaza, va saliendo el barro o lama del metal en el agua que corre, y la plata y azogue, como cosa más pesada, hace asiento en el suelo de la tina. El metal que queda está como arena, y de aquí lo sacan y llevan a lavar otra vuelta con bateas en unas balsas o pozas de agua, y allí acaba de caerse el barro, y deja la plata y azogue a solas, aunque a vueltas del barro y lama va siempre algo de plata y azogue, que llaman relaves; y también procuran después sacallo y aprovechallo.
Limpia, pues, que está la plata y el azogue, que ya ello reluce, despedido todo el barro y tierra, toman todo este metal y, echado en un lienzo, exprímenlo fuertemente, y así sale todo el azogue que no está incorporado en la plata y queda lo demás hecho todo una pella de plata y azogue, al modo que queda lo duro y cibera de las almendras cuando exprimen el almendrada; y estando bien exprimida la pella que queda, sola es la sexta parte de plata, y las otras cinco son azogue. De manera que, si queda una pella de sesenta libras, las diez libras son de plata y las cincuenta de azogue. De estas pellas se hacen las piñas a modo de panes de azúcar, huecas por dentro, y hácenlas de cien libras de ordinario. Y para apartar la plata del azogue, pónenlas en fuego fuerte, donde las cubren con un vaso de barro de la hechura de los moldes de panes de azúcar, que son como unos caperuzones, y cúbrenlas de carbón y danles fuego, con el cual el azogue se exhala en humo, y topando en el caperuzón de barro, allí se cuaja y destila, como los vapores de la olla en la cobertera, y por un cañón al modo de alambique, recíbese todo el azogue que se destila, y tórnase a cobrar, quedando la plata sola.
La cual en forma y tamaño, es la misma; en el peso es cinco partes menos que antes; queda toda crespa y esponjada, que es cosa de ver; de dos de estas piñas se hace una barra de plata que pesa sesenta y cinco o sesenta y seis marcos, y así se lleva a ensayar, quintar y marcar. Y es tan fina la plata sacada por azogue, que jamás baja de dos mil y trescientos y ochenta de ley; y es tan excelente, que para labrarse han menester que los plateros la bajen de ley echándole liga o mezcla, y lo mismo hacen en las casas de moneda, donde se labra y acuña. Todos estos tormentos y, por decirlo así, martirios pasa la plata para ser fina, que, si bien se mira, es un amasijo formado, donde se muele y se cierne y se amasa y se leuda y se cuece la plata, y aun fuera de esto se lava y relava, y se cuece y recuece, pasando por mazos y cedazos, y artesas y buitrones y tinas y bateas y exprimideros y hornos, y, finalmente, por agua y fuego.
Digo esto porque, viendo este artificio en Potosí, consideraba lo que dice la Escritura de los justos, que: Colabit eos, et purgabit cuasi argentub. Y lo que dice en otra parte: Sicut argentum probatum terroe, purgatum septuplum. Que para apurar la plata y afinalla y limpialla de la tierra y barro en que se cría, siete veces la purgan y purifican, porque, en efecto, son siete, esto es, muchas y muchas las veces que la atormentan hasta dejalla pura y fina. Y así es la doctrina del Señor, y lo han de ser las almas que han de participar de su pureza divina.