Capítulo XXV

Qué sea la causa de durar tanto tiempo el fuego y humo de estos volcanes

No hay para qué referir más número de volcanes, pues de los dichos se puede entender lo que en esto pasa. Pero es cosa digna de disputar qué sea la causa de durar el fuego y humo de estos volcanes, porque parece cosa prodigiosa, y que excede el curso natural, sacar de su estómago tanta cosa como vomitan. ¿Dónde está aquella materia, o quién se le da, o cómo se hace?

Tienen algunos por opinión que los volcanes van gastando la materia interior que ya tienen de su composición, y así creen que ternán naturalmente fin en habiendo consumido la leña, digamos, que tienen. En consecuencia de esta opinión se muestran hoy día algunos cerros, de donde se saca piedra quemada y muy liviana; pero muy recia y muy excelente para edificios, como es la que en Méjico se trae para algunas fábricas. Y, en efecto, parece ser lo que dicen, que aquellos cerros tuvieron fuego natural un tiempo, y que se acabó, acabada la materia que pudo gastar, y así dejó aquellas piedras pasadas de fuego. Yo no contradigo a esto, cuanto a pensar que haya habido allí fuego, y en su modo sido volcanes aquellos en algún tiempo. Mas háceseme cosa dura creer que en todos los volcanes pasa así, viendo que la materia que de sí echan es cuasi infinita, y que no puede caber allá en sus entrañas junta. Y demás de eso hay volcanes que en centenares y aún millares de años se están siempre de un ser, y, con el mismo continente lanzan de sí humo, fuego y ceniza.

Plinio, el historiador natural (según refiere el otro Plinio, su sobrino), por especular este secreto, y ver cómo pasaba el negocio, llegándose a la conversación de el fuego de un volcán de estos, murió, y fué a acabar de averiguarlo allá. Yo, de más afuera mirándolo, digo que tengo para mí, que como hay en la tierra lugares que tienen virtud de atraer a sí materia vaporosa, y convertirla en agua, y esas son fuentes que siempre manan, y siempre tienen de qué manar, porque atraen así la materia de el agua; así también hay lugares que tienen propiedad de atraer a si exhalaciones secas y cálidas, y esas convierten en fuego y en humo, y con la fuerza de ellas lanzan también otra materia gruesa que se resuelve en ceniza, o en piedra pómez, o semejante. Y que esto sea así, es indicio bastante al ser a tiempos el echar el humo, y no siempre, y a tiempos fuego, y no siempre. Porque es, según lo que ha podido atraer y digerir; y como las fuentes en tiempo de invierno abundan, y en verano se acortan, y aun algunas cesan del todo, según la virtud y eficacia que tienen, y según la materia se ofrece, así los volcanes en el echar más o menos fuego a diversos tiempos.

Lo que otros platican que es fuego del infierno, y que sale de allá, para considerar por allí lo de la otra vida puede servir; pero si el infierno está, como platican los teólogos, en el centro, y la tierra tiene de diámetro más de dos mil leguas, no se puede bien asentar que salga de el centro aquel fuego. Cuanto más que el fuego del infierno, según San Basilio y otros santos enseñan, es muy diferente de este que vemos, porque no tiene luz y abrasa incomparablemente más que este nuestro. Así que concluyo con parecerme lo que tengo dicho más razonable.