XI

El cascabel del gato

Si la alternativa al proyecto Zapatero no surge de donde debería surgir, es decir, de la mano de la oposición política, o lo hace de manera insuficiente y con excesivos complejos, ¿cuál es el procedimiento para hacer frente al intento de subversión de nuestra sociedad? ¿De dónde ha de proceder la alternativa?

El actual panorama político español no permite albergar demasiadas esperanzas. Resulta paradójico y preocupante que en el momento más delicado y peligroso desde el establecimiento de la democracia, nuestro país cuente con la que seguramente es la clase política más mediocre desde los años 30 del pasado siglo. La urgente regeneración democrática; el saneamiento y la dignificación de las instituciones, desprestigiadas y deterioradas; la erradicación de la corrupción, que impregna todas las esferas de la vida pública, y no sólo la económica; la promoción de la excelencia en la vida pública; la recuperación de los valores y la defensa de los derechos y libertades fundamentales; nada de todo ello vendrá de la mano de una casta política que, en su mayor parte, vive de espaldas a la ciudadanía y cada vez más alejada de ella.

Sin embargo, se perfila una alternativa. El deterioro de la imagen del Gobierno socialista en la opinión pública, el retroceso en la intención del voto del PSOE y la sensación de extremismo e inoperancia que transmite el gabinete Zapatero, marcan un punto de inflexión en su proyecto. La acción combinada de todos estos elementos ha producido en la ciudadanía una reacción con la que Rodríguez Zapatero no había contado nunca: el desapego, primero; la irritación y el rechazo, después.

De pronto, los ciudadanos dan la espalda a los encantos de un presidente del Gobierno que lo ha apostado todo a su sonrisa y al adormecimiento producido por su discurso buenista. La neolengua deja de funcionar, Rodríguez Zapatero se convierte en una caricatura de Míster Bean en la página web de la presidencia española de la Unión Europea y, en pocas semanas, todo el edificio simbólico del zapaterismo, sustentado sobre la propaganda, parece tambalearse.

De manera un tanto desesperada, Rodríguez Zapatero se aferra el primero de enero de 2010 a la presidencia de la UE como asidero para volver a recuperar la iniciativa y mejorar su imagen ante la ciudadanía. Pero el protagonista del proyecto Zapatero no soporta ya la prolongada exposición mediática que tal operación comporta. Las ocurrencias, a cual más extravagante, y la descoordinación patente de su ejecutivo, se convierten en motivo de rechifla en la prensa internacional y llegan a España convertidas en bombas de relojería mediática que detonan con cada nuevo sondeo de opinión.

La ciudadanía empieza a recuperar la iniciativa en el otoño de 2009. Más de un millón de personas sale a la calle en octubre de ese año para rechazar los planes abortistas del proyecto Zapatero. Y muy pocos meses después se repite la protesta y la Marcha por la Vida 2010 llena las calles frente al intento de destrucción del país.

En esta ocasión la llamada a salir a la calle congrega además el mayor número de adhesiones de asociaciones y plataformas cívicas que ninguna manifestación ha reunido a lo largo de la historia de nuestro país. Y la protesta se desborda. En casi un centenar de ciudades y pueblos españoles, los ciudadanos salen a la calle para expresar su rechazo al proyecto Zapatero. De Europa e incluso Australia, se suman a la protesta y sus ciudadanos se congregan ante embajadas y consulados.

Somos los ciudadanos los que hemos puesto el cascabel al gato. Y sólo de nosotros puede proceder una alternativa real al proyecto Zapatero. Tan sólo la presión cívica podrá desarmar esta suerte de experimento sociológico destructor y radical. Mediante el voto y también por medio de la presión constante y firme a los partidos políticos, estén en el Gobierno o en la oposición. Pero sobre todo mediante la acción conjunta de ciudadanos conscientes que tomamos la palabra y, sin complejos, alzamos la voz, influimos en nuestro entorno más cercano, provocamos conversaciones, nos dirigimos a nuestros representantes, escribimos cartas al director, salimos a la calle y, en definitiva, influimos en la opinión pública.

La experiencia ha demostrado que en la democracia española las formaciones políticas tienden a alejarse de sus representados. Por ello la derrota del proyecto Zapatero y la conquista de una verdadera democracia sólo pueden venir de la mano de los ciudadanos. Si hoy ganara la pasividad en la sociedad española, mañana, al final del túnel, sólo quedaría la «libertad» que nos propone el proyecto Zapatero:

El único orden que debemos establecer es el orden que da libertad a todos, no el que da la libertad de cada uno. Es la libertad la que nos hace verdaderos. No es la verdad la que nos hace libres[97].