III

Los derechos poshumanos

Nacer, crecer, multiplicarse. El proyecto Zapatero no ha inventado nada. Se limita a tomar de la realidad lo que le estorba para alterar su significado. Y de este modo, borrados los elementos molestos, la propia realidad termina desapareciendo, sustituida por una creación gratuita y artificial que, sin embargo, sigue utilizando los mismos códigos culturales y lingüísticos. Pero se trata de una paradoja sólo aparente: el proyecto Zapatero habla, por ejemplo, de «familia», pero su propuesta no tiene nada que ver con la familia.

Nacer: el derecho a elegir

El juego de la ambigüedad preside la destrucción de la identidad individual y colectiva. Como los trileros en las esquinas de las calles de las grandes ciudades, así manejan los mensajes los promotores del proyecto Zapatero. Con el argumento-coartada de la libertad y los nuevos derechos, arrinconan a la familia, pero reivindican las «nuevas familias»; condenan el matrimonio, pero promueven los «matrimonios» homosexuales; desprecian la paternidad y la patria potestad, pero inventan nuevos «progenitores».

El primer derecho nuevo que el proyecto Zapatero formula es de aplicación en el momento mismo del nacimiento. Frente a su «esclavizado» predecesor, el nuevo hombre «que merece adoración» rompe en primer lugar con su propio cuerpo. La antropología que nos propone el proyecto Zapatero lanza su primer eslogan, el derecho a elegir, frente a la primera realidad: la identidad de cada ser humano. Se trata de romper con los puentes que nos atan a la naturaleza, de modo que ya no se nace hombre o mujer: tú eliges lo que eres, no importa cuáles fueran los atributos del cuerpo con el que llegaste al mundo.

Incluso si decides seguir tu camino por la vida con la misma identidad y el mismo cuerpo con que llegaste a ella, mantendrás intacto tu derecho a cambiar de idea y a elegir una opción distinta. Porque sea cual sea tu identidad, tenga la forma que tenga tu cuerpo, nada te diferencia de nadie: no hay diferencias entre mujer y hombre. El ser humano, que rompió con la naturaleza, rompe ahora con su identidad sexual: sexo y persona transitan caminos distintos.

Y el sexo se convierte en uno de los hilos conductores del proyecto Zapatero: Educación para la Ciudadanía, «salud sexual y reproductiva», «derechos sexuales».

Esta obsesión por el sexo llega a ámbitos un tanto alejados de ese asunto, como la Cruz Roja, y a actividades tan aparentemente inocentes como los juegos. El Ministerio de Sanidad subvencionó en 2009 un juego interactivo elaborado por Cruz Roja Juventud. Se denominaba VIHDAS e iba dirigido a jóvenes de entre 15 y 18 años. El juego planteaba una fiesta entre jóvenes: un grupo de chicos se encuentra y sus componentes son invitados a «conocerse un poco más en un lugar íntimo». Para ello se invita a los jugadores-miembros del grupo a proveerse del correspondiente preservativo. Tras ello, el jugador (chico o chica) debe elegir pareja de diferente o del mismo sexo, y seleccionar alguna entre varias opciones: besos, masturbación, sexo oral, caricias, uso de juguetes sexuales, sexo vaginal o sexo anal.

Una encomiable erradicación de discriminaciones desemboca así en la eliminación de las diferencias naturales, sustituidas por el igualitarismo que confunde y borra identidades:

Veamos algunos ejemplos de discriminación de género que padecemos los hombres. La definición de la maternidad como función biológica (y no como lo que es: una función social que se puede aprender) es un ejemplo de discriminación a los hombres que, además, genera una visión sesgada de nuestras identidades y capacidades sociales como personas. Los hombres tenemos derecho a ser madres. ¿O es que acaso la biología es el destino?[10].

Poco a poco hay nuevas maneras de gestionar el cuerpo que van calando en la sociedad de una manera lenta. Las personas empiezan a autodeterminarse a nivel sexual[11].

Lo que un individuo pueda hacer por sí mismo o aquello que logre alcanzar, se convierte en un derecho para todos los demás, con independencia de las características, las aptitudes y las limitaciones de cada cual. De esta forma, los derechos se multiplican. También se trivializan: en el listado de los nuevos derechos humanos cabe cualquier cosa. Siempre que se trate de cosas que sirvan a la destrucción de los valores que conforman nuestra identidad cultural. A estas cosas Rodríguez Zapatero las llama «mitos ideológicos»:

Si la sociedad española [asume el matrimonio homosexual e] interioriza que no pasa nada, que todo va a seguir igual, que unos que no eran felices van a ser ahora más felices y que a nadie se le va a obligar a nada en ningún sentido y que todo va a discurrir en tono más positivo, pues se le caerán sus mitos ideológicos[12].

Cuando la teoría se convierte en legislación, los nuevos derechos sustituyen al hombre y la mujer, pareja que conforma el núcleo de la unidad familiar, por cualquier acuerdo de cooperación entre partes. El argumento que sustenta la nueva legislación familiar no hace necesario que los firmantes sean un hombre y una mujer. Basta con que cualquiera manifieste su deseo de llegar a acuerdos sobre residencia común y convivencia con alguien. La ley equipara las antiguas parejas de hecho a los matrimonios, pero el ánimo que subyace en ella podrá servir también en su momento para amparar legalmente la poligamia de un inmigrante musulmán, o la de un español.

Los hijos no son el fruto de un matrimonio, sino el producto del acuerdo de las partes, y por lo tanto ya no requieren de la existencia previa de una madre y de un padre. Técnicas surgidas de la investigación financiada por el Estado proveen a las «nuevas familias» de los hijos que precisen, sin necesidad de atenerse a la anticuada y engorrosa servidumbre impuesta por el hecho de que la especie humana se presenta con dos sexos distintos, hombre y mujer.

De ahí que los roles sexuales sean los siguientes en el listado de víctimas a extinguir. «Padre» y «madre» son realidades relativas, que ya no se corresponden con el sexo de las partes firmantes del acuerdo familiar. Ni son necesarios para formar un núcleo familiar, ni lo son para procrear, ni mucho menos para educar a los hijos. De hecho, en el imaginario del proyecto Zapatero, «nuevas familias» significa sobre todo familias en las que nadie es hombre o mujer, o padre o madre, realidades éstas, como la nación, «discutibles y discutidas».

Siguiente parada (que no fin del trayecto): en la ruptura entre persona y sexualidad, los nuevos derechos se traducen en la desaparición de los derechos individuales. Ya no tienes derechos, aquellos viejos derechos que te asistían como madre, o como hombre. Ante ti resplandece un mundo de igualdad absoluta en el que lo que constituía tu identidad se ha convertido, en nombre de esa igualdad, en la identidad de todos. El doublethink salta de las páginas de Orwell al DNI: si tu identidad es la identidad de todos, no es la identidad de nadie. De esta manera tu identidad, y tu libertad, quedan para siempre en manos del Estado:

Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada.

Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad.

El doblepensar está arraigado en el corazón mismo del Ingsoc, ya que el acto esencial del Partido es el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la auténtica honradez.

Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega… todo esto es indispensable.

Incluso para usar la palabra doblepensar es preciso emplear el doblepensar. Porque para usar la palabra se admite que se están haciendo trampas con la realidad. Mediante un nuevo acto de doble-pensar se borra este conocimiento; y así indefinidamente, manteniéndose la mentira siempre unos pasos por delante de la verdad. En definitiva, gracias al doblepensar ha sido capaz el Partido —y seguirá siéndolo durante miles de años— de parar el curso de la Historia[13].

Crecer: el derecho a la ausencia de compromiso

Rodríguez Zapatero nos propone un rechazo total y constante a todo aquello que merme el derecho a la libertad absoluta para romper con todas las tradiciones y todos los valores morales. De nuevo aquí Zapatero no es original, se limita a recoger el estado de opinión que se ha asentado en amplias capas de la sociedad española, formadas en unas leyes educativas aprobadas por su partido.

Producto de ese modelo educativo que castiga la excelencia y lleva la tolerancia al extremo de imponerla por encima de la razón, es el individuo que huye del compromiso, en el que ve una seria cortapisa a su libertad.

Consagrar la libertad como valor absoluto y considerar derechos a meras circunstancias coyunturales, o a las modas que triunfan en el supermercado de nuestras costumbres colectivas, es del todo incompatible con la asunción de compromisos personales. El derecho a mi libertad y a mi placer hace inviable la adquisición de vínculos sólidos que exijan una dosis de renuncia, sustento de cualquier compromiso.

Para lograr en este ámbito subvertir los valores y la identidad de nuestra cultura, el proyecto Zapatero echa de nuevo mano del sexo. A través de él, se trata de romper de raíz el fundamento de la familia al quebrar la relación entre matrimonio y sexualidad.

Tropezamos aquí otra vez con la paradoja aparente, con la neo-lengua que envuelve todo el proyecto Zapatero, que no habla de sexo, sino de amor y felicidad. El punto de partida es el derecho a la felicidad permanente, al amor sin límites, a convertir la utopía romántica en realidad.

Y si su utopía chirría, si no la ha alcanzado en esta ocasión, no se preocupe, tenemos otras realidades de felicidad y amor, otras posibles combinaciones, y se las cambiamos cuantas veces quiera.

Para alcanzar esa felicidad perpetua y omnímoda es necesario remover todos los obstáculos, todas las barreras, todos aquellos elementos que antaño constituían los fundamentos del compromiso. Archivemos como engorrosas trabas cuanto limite el derecho a mi placer y a mi felicidad. No deben existir impedimentos físicos, ni jurídicos, ni trabas por razón del sexo, ni estructuras familiares que me aten.

Para conseguirlo, el Estado pondrá a mi disposición un cuerpo de funcionarios especializado en expedir rupturas familiares a la mayor velocidad posible, y reforzará su papel mediante mensajes que induzcan a la opinión pública a considerar como natural cualquier comportamiento que persiga la búsqueda unilateral del amor, del placer y de la realización personal. Con semejante pack podré sentirme plenamente feliz, o al menos pensar que puedo aspirar a ello, más allá de los lazos de compromiso, siempre subordinados al objetivo principal.

En las «nuevas familias» del proyecto Zapatero todo puede ser borrado de un plumazo. A esa eliminación la calificamos de «exprés» por la velocidad a la que los funcionarios especializados diluyen los contratos previamente suscritos.

El derecho del proyecto Zapatero a ser lo que uno quiera ser, el derecho a esa «felicidad» que nos propone, requiere de la separación de dos conceptos que han caminado siempre unidos en nuestra cultura y que han preservado la existencia misma de la civilización: el amor y el sexo.

Multiplicarse: el derecho a decidir

El proyecto Zapatero nos propone el derecho a elegir cualquier cosa, incluso nuestra propia naturaleza, por lo que la persona no está ligada a su sexo. Nos propone asimismo que busquemos la felicidad sin necesidad de asumir ni un gramo de compromiso personal, lo que, entre otras cosas, estrangula uno de los vínculos familiares fundamentales, el que une sexo y matrimonio.

Como consecuencia de todo ello, el derecho a decidir se convierte en el axioma más descarnado del proyecto Zapatero. El «ser humano que merece adoración» se va a convertir en dios. Y para ello usurpará a Dios su primer atributo: el de dar y quitar la vida. Llegamos al centro del universo Zapatero: el derecho a vivir. Pero el centro del universo Zapatero también es su agujero negro.

En ese universo se da por supuesto que el sexo no guarda relación con la procreación, actividad que puede desarrollarse de manera más «eficiente» en un laboratorio. Mientras los impedimentos legales van cayendo y existen ya bebés a la carta y proyectos en marcha de clonación humana financiados con recursos públicos, el sexo deja de convertirse en el camino hacia la multiplicación del género humano para devenir objeto de intercambio (Ley de Identidad de Género), u objeto de culto (Proposición sobre Diversidad Afectivo-sexual en la Escuela). En cuanto a la procreación, en el proyecto Zapatero es el Estado quien se encarga de ello.

El Estado decide, a través de diputados elegidos en listas cerradas y bloqueadas, sobre la vida y la muerte. Establece que el sexo puede tener «consecuencias no deseadas», eufemismo que oculta la existencia de vida independiente de la madre desde el momento mismo de la concepción. Y regula el procedimiento mediante el cual el ciudadano insaciablemente libre y pletórico de derechos puede librarse de esas «consecuencias». A través de la acción del Estado, el nuevo ciudadano del proyecto Zapatero imagina que se ha convertido en dios.