La reinvención de lo humano o el desprecio a la naturaleza
El proyecto que Rodríguez Zapatero pretende imponer en España no es nuevo, ni del todo original. En distintos momentos a lo largo de la historia de España desde el siglo XIX han surgido propuestas de destrucción de los valores que sustentan la convivencia. La novedad en esta ocasión reside en que el proyecto está siendo impulsado desde el poder, en sus manifestaciones más radicales y a la mayor velocidad posible. Además nunca antes en la España democrática había existido un poder como el que ostenta Rodríguez Zapatero. El Partido Socialista Obrero Español gobierna durante la segunda legislatura de Zapatero en 23 capitales de provincia, más Santiago de Compostela, Mérida, Vigo y Gijón. Controla 9 autonomías e innumerables diputaciones. A través de la administración pública local y regional tiene en sus manos las llaves de numerosas cajas de ahorro y de instituciones financieras y económicas de todo tipo.
Desde 1977, fecha de las primeras elecciones democráticas, hasta nuestros días han pasado treinta y tres años. El PSOE ha gobernado más de la mitad de ese tiempo, veinte años, mientras el Partido Popular lo hacía durante ocho y la Unión de Centro Democrático, sólo cinco. Las rentas de esa larga estancia en el poder las ha recogido también Rodríguez Zapatero.
La izquierda y sus tentáculos controlan casi todo el mundo académico en todos sus niveles, desde los primeros años hasta la Universidad, y el mundo de la cultura, tanto en sus aspectos creativos como industriales. Disponen de un aplastante dominio mediático y de la mayor parte de los resortes que permiten crear y condicionar a la opinión pública. Las ideas y opiniones de la izquierda son para el conjunto de la sociedad española el paradigma del pensamiento políticamente correcto. Además, una parte de la judicatura está en sus manos y han logrado borrar las fronteras establecidas por Montesquieu.
Con tan poderosos recursos en su haber, Rodríguez Zapatero se ha planteado reinventar el concepto mismo de ser humano:
En la medida en que he ido evolucionando y madurando, creo que la religión más auténtica es el hombre. Es el ser humano el que merece adoración, es el vértice claro del mundo tal como se nos ha mostrado, tal como lo hemos llegado a comprender[5].
El líder del Partido Socialista propone romper de manera radical con la idea del ser humano tal como lo hemos conocido hasta nuestros días. Se trata de borrar la esencia de la persona, su condición natural, aquello que le permite ser hombre o mujer, manejar sus limitaciones y encauzar sus servidumbres, ser padre o madre.
Esta concepción antropológica del ser humano pasa a ser considerada como una forma de arcaica esclavitud, y debe ser sustituida por la mera voluntad. Una voluntad circunstancial, reversible, puntual, que puede cambiar de sentido cuantas veces se desee.
Semejante ruptura antropológica radical conduce inevitablemente a la creación de una realidad situada más allá de la condición misma del ser humano.
Como un aprendiz de Nietzsche, Rodríguez Zapatero decreta la muerte del ser humano para anunciar el nacimiento del hombre poshumano, del «ser humano que merece adoración», alejado de su condición natural, y por lo tanto artificial.
Y rotos los puentes que nos unen a la civilización, todo vale. Un parlamento puede emplear su tiempo en considerar una ley que otorgue a los simios derechos humanos.
La propuesta antropológica del secretario general del PSOE se concreta en tres rasgos que marcan su acción legislativa:
La reinvención del ser humano, resultado de la sistemática imposición de estos tres principios, convierte al Estado en el sumo sacerdote de la nueva antropología poshumana que propone Rodríguez Zapatero, en la cual:
El Estado, hacedor de derechos
El hombre ya no es portador de derechos. Es el Estado quien determina los derechos del nuevo hombre, los derechos poshumanos de los que éste carece. Queda así al arbitrio del Estado la propia condición humana. Como también queda a su voluntad la definición de lo que es un derecho.
Roto el vínculo con la realidad, con la condición natural del ser humano, los derechos de cada ciudadano se convierten en un producto sujeto a las reglas del mercado político, al albur de modas y coyunturas, y por lo tanto a la máxima precariedad, a la más absoluta inestabilidad. También al antojo y al capricho de quien controla los resortes del poder.
Así, el Estado (también con el fin de captar votos) puede convertir en leyes los deseos subjetivos de las minorías, como el deseo de los lobbies homosexuales de ver sus planteamientos sexistas convertidos en ley. El deseo se eleva de este modo a categoría política, aunque esto suponga derribar instituciones como la familia, que han sido y son el soporte de la sociedad.
La ley, verdad absoluta
La ley sustituye a la verdad, a la realidad natural. La verdad deviene proscrita, rebelde sin causa, delito, agresión antidemocrática contra esa otra verdad, la verdad legal, la que impone la mayoría. El bien común, el interés general, lo bueno, es únicamente lo legal.
Tienen que entender que en el ámbito de lo público la única moral posible es la de la Constitución[6].
La referencia moral procede del Estado. No hay valores fuera de lo aprobado con los votos de la mayoría. Y cuando esa mayoría legisla contra natura, lo irracional se convierte en lo bueno, en lo adecuado y lo democrático. En la nueva razón. «Padre» y «madre» dejan de ser realidades objetivas si la ley así lo decide. «Hombre» puede ser «mujer» si así lo determina la voluntad del individuo, sin más. Y «madre» desaparece, sepultada bajo el progenitor B.
En este país ha habido demasiados momentos históricos en que se ha querido, y demasiada gente que quiere todavía, legislar la moral. Legislar la moral del país. Y el único orden que debemos establecer es el orden que da libertad a todos, no el que da la libertad de cada uno. Es la libertad la que nos hace verdaderos. No es la verdad la que nos hace libres[7].
El fin de la disidencia
Si el Estado es hacedor de la verdad, referente de la moral y artífice de los derechos, y fuera de él sólo existe el abismo de lo antidemocrático entendido como resistencia a la mayoría (el paradigma del mal en la antropología de Rodríguez Zapatero), la disidencia no ha lugar, pierde por completo su sentido.
El Estado sumo hacedor todo lo envuelve, es absoluto, y según los viejos cánones hegelianos del marxismo, está dotado de una presencia de carácter dialéctico: es al tiempo realidad y crítica a esa misma realidad. Es el Estado global: todo cuanto rodea a cada uno de los ciudadanos, todo lo que puede llegar a incumbirles, cuanto puedan hacer, pensar y desear ahora y en el futuro, procede del Estado, que otorga y regula.
Semejante proposición nos recuerda al Estado orwelliano de 1984. En el proyecto Zapatero, como en la obra de Orwell, el Estado no es sólo la única instancia pública, también quiere controlar las mentes. El protagonista de la obra, el rebelde Winston Smith, será torturado hasta que admita que dos y dos son tres, cinco o lo que el Partido quiera que sean. El mismo protagonista había escrito que «la libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados».
Por lo tanto, no se puede disentir. El proyecto Zapatero restringe las libertades. Y la libertad de educación, la libertad de conciencia, la libertad religiosa son las primeras en ser recortadas.
Domesticar a la oposición
La omnipotencia del Estado que propone el proyecto Zapatero arrincona a la disidencia por partida doble: desde el punto de vista político y desde el punto de vista de las libertades individuales. El proyecto Zapatero se extiende mucho más allá de la labor de gobierno, de los tiempos que marcan las legislaturas y también de las siglas del PSOE. En el terreno político se propone domesticar a la oposición, para lo cual es preciso que el propio Gobierno socialista «refunde» el Partido Popular:
La derecha tiene que refundarse cultural e ideológicamente. Lo mejor de esta etapa es que inevitablemente va a acabar en una derecha democrática europea, refundada. Absolutamente. Sí, sí[8].
Rindiendo a toda oposición política, doblegando sus principios y valores, surgirá esa nueva derecha cultural e ideológica, «democrática» y «europea», es decir, al servicio de ese nuevo Estado que propone el proyecto Zapatero. El empresario Jesús Polanco lo decía con descarada frialdad a sus accionistas en marzo de 2007:
No tenemos un partido de derechas del que podamos decir: las alternancias en el poder no tienen más consecuencia que cambios de equipos de gestión[9].
Restringir la libertad individual
Pero junto a la sumisión política, el proyecto Zapatero busca también el fin de la disidencia individual. En este caso se trata de limitar la libertad de conciencia. En las postrimerías del franquismo, desde los sectores más tolerantes del régimen se proponía que cada cual pensara como mejor le pareciera, siempre que no lo hiciera en público. Rodríguez Zapatero ha hecho suyo este planteamiento adaptándolo a su conveniencia: las creencias individuales pertenecen al ámbito de lo privado. Y sólo pueden asomar a la plaza pública en la forma en que lo determine la ley.
Al proyecto Zapatero no le estorban los principios y creencias de los ciudadanos, siempre y cuando queden recluidos de puertas para adentro. Lo que pone en riesgo sus planes es la visibilidad de esas creencias, su libre ejercicio ante la opinión pública.
Un proyecto de transformación global
Dotado de estos rasgos, el proyecto Zapatero busca la transformación de España en todos los órdenes. Se trata de una visión seudo-milenarista que se concreta en el ámbito ideológico, cultural, legislativo, social y político.
Entre sus ambiciosos objetivos se encuentra incluso el de acabar con la identidad histórica, política y territorial de España para alumbrar una nueva identidad de nuestra Nación hecha a la medida del nuevo ciudadano que también se propone crear.