Puedo correr más rápido.
—Haile Gebrselassie
No tengo muchos héroes en el deporte. Uno de los pocos atletas que venero es el gran fondista etíope Haile Gebrselassie. Me encanta Geb más o menos por las mismas razones por las que me encanta Mohammed Ali, otro de mis héroes deportivos. Geb no es tanto la figura divina que es Ali, pero sí genera un tipo de excitación similar al combinar un rendimiento atlético único en su generación con un carisma contagioso. Personas así son muy escasas. Son más comunes figuras como la de Michael Jordán, que mostró un talento y ejecución únicos en su generación junto con una personalidad normal. Ali y Geb son especiales porque su ejecución atlética parece estar alimentada por la misma fuente que sus sobresalientes personalidades y esa fuente es una desbordante pasión por la vida, que para mí es quizás el rasgo de personalidad más atractivo.
Conocí a Haile Gebrselassie en marzo de 2009, en Los Ángeles, en un evento publicitario organizado por su patrocinador de calzado deportivo, Adidas. Geb hizo su primera aparición en el acto sin ningún tipo de acompañamiento. Había viajado solo desde Etiopía. Los fotógrafos y cámaras presentes le rodearon de atención digital mientras caminaba acordonado por una masa de escritores encandilados, incluido yo mismo. Luego Geb nos llevó a una corta y suave carrera por la playa, que interrumpió para mostrarnos una breve sesión de esos locos ejercicios calisténicos que a los corredores etíopes les gusta hacer antes de entrenarse. De entre la veintena de personas con las que nos cruzamos en nuestro paseo, solo dos reconocieron a Geb: un turista alemán que se comportó como una niña de doce años en un concierto de los Jonas Brothers, y un taxista etíope-americano que gritó entusiasmado «¡Haile!» desde la ventanilla de su vehículo en movimiento.
Geb es conocido como el corredor que siempre sonríe y, efectivamente, tenía una sonrisa infantil durante todo el paseo. Creo que sonríe todo el tiempo en parte porque es una persona positiva de forma innata y en parte porque le emociona cómo se ha desarrollado su vida. Al igual que Mohammed Ali adora ser Mohammed Ali, Haile Gebrselassie adora ser Haile Gebrselassie. Su pasión por correr no tiene parangón y apenas puede creer en su buena suerte por ser el segundo fondista más veloz de la historia (tras su compatriota más joven Kenenisa Bekele).
Su sed de velocidad es insaciable. Tras conseguir su segundo récord mundial en la maratón de Berlín de 2008, las primeras palabras que salieron de su boca fueron «puedo correr más rápido». Esta es la única prueba que cualquiera podría necesitar de que ser un corredor feliz no es incompatible con ser un corredor que nunca está satisfecho. De hecho, el espíritu de insatisfacción no impide que Gebrselassie disfrute corriendo; se trata de la forma en la que él disfruta corriendo. Simplemente no consigue la velocidad suficiente del mismo modo en que los nuevos amantes no consiguen suficiente tiempo para estar juntos y algunos músicos no consiguen practicar lo suficiente. En las entrevistas, Geb se niega a hablar de retirada y en su lugar, promete seguir entrenando, compitiendo y esforzándose hasta que efectivamente quede fuera del deporte por el deterioro corporal del envejecimiento.
Durante la mañana después del paseo por la playa, los periodistas tomamos un autobús hacia el Home Depot Center en Carson y nos reunimos en la pista. Geb estaba ahora acompañado por otras grandes estrellas del atletismo de Adidas: los velocistas campeones del mundo Allyson Félix, Tyson Gay y Verónica Campbell-Brown; el campeón mundial y olímpico de 400 metros Jeremy Wariner; la velocista medallista olímpica Christine Ohuruogu y la campeona olímpica en salto de altura Blanka Vlasic. Uno tras otro, estos ganadores desfilaron delante del auditorio de periodistas cómodamente sentados hasta formar una fila llena de timidez, como ocurre con muchas concursantes en desfiles de belleza. Tras llegar a la fila al lado de Vlasic, de 1,93 m de altura, Gebrselassie, de tan solo 1,60 m hizo su propio espectáculo poniéndose de puntillas y elevando los hombros mientras miraba arriba hacia su cabeza. Nos reímos de corazón mientras el resto de atletas se quedaban petrificados.
A lo largo de la mañana, los campeones nos mostraron por turnos varios ejercicios de entrenamiento y describieron cómo sus zapatillas y ropa deportiva Adidas aumentaban su rendimiento. Cada uno de ellos lo hizo con los gestos y la actitud de una persona que está cumpliendo con su obligación contractual, con una excepción.
Se había colocado una cinta de correr en el borde de la pista, a cierta distancia de la zona de salto de altura. Mientras Vlasic nos entretenía con una demostración de sus ejercicios de puesta a punto, Geb comenzó a calentar en la cinta, aumentando gradualmente su velocidad. En el momento en que fuimos llevados hacia él, estaba corriendo a su ritmo de récord mundial de maratón de 2:55 por Km. Era un maravilloso espectáculo de contemplar. Lo que más me llamaba la atención era que no podía oír cómo sus pies se apoyaban en la cinta a pesar de encontrarme a dos metros de él. Había solo un ligero cambio de tono en el runruneo del motor cada vez que sus pies tocaban la cinta, pero el impacto real del pie sobre la cinta era totalmente inaudible. Sin duda, tenía pies ligeros.
Estaban probando con Geb un aparato llamado cámara de infrarrojos mientras este corría. Una pantalla de vídeo mostraba una imagen de Geb con efectos de coloreado que mostraban cuánto calor desprendían las distintas partes de su cuerpo. El objetivo principal de la demostración era mostrar las propiedades termorreguladoras de la ropa deportiva de Geb. Mientras un representante de Adidas no dejaba de decir tonterías sobre esto, Geb simplemente seguía corriendo. Finalmente, comenzó a tocar el panel de control de la cinta. ¿Va a bajar la velocidad? —me pregunté—. No, estaba aumentándola. Los muslos de Geb estaban alcanzando una temperatura cercana a 32 grados en cada zancada.
—¿Qué velocidad llevas ahora? —preguntó alguien. Geb utilizó la mano como parasol para ver el panel de la máquina de correr (un brillante sol matinal relucía justo detrás de él) y acercó la nariz hasta tenerla a centímetros del panel, entrecerrando los ojos.
—¡Dos cincuenta y uno por kilómetro! —anunció con entusiasmo infantil. Se escucharon rumores y silbidos.
El representante de Adidas concluyó su canto y su baile y preguntó a Geb si quería aminorar y bajarse de la cinta para poder hablar de sus zapatillas, de su camiseta y de sus pantalones cortos. Geb rechazó la invitación educadamente, diciendo que podía hablar mientras corría. Momentos después estaba de nuevo manipulando el panel de control y su ritmo volvió a aumentar. Sabía para lo que realmente estábamos allí y él estaba feliz —más que feliz— de dedicarnos el espectáculo.
—Y ahora, ¿a qué velocidad? —gritó alguien.
—¡Dos cuarenta y cinco! —dijo Geb con una sonrisa. Su siguiente movimiento era ya inevitable. Con su índice derecho pulsó repetidamente el panel de control y su zancada se fue abriendo más y más.
—¡Dos minutos veintinueve segundos! —gritó con el orgullo de un motorista aventurero que hace una reverencia tras haber saltado por encima de una fila de autobuses escolares. Mantuvo el ritmo aproximadamente durante medio minuto, elevando los brazos por encima de la cabeza y agitando los puños de arriba abajo a modo de celebración antes de detenerse finalmente. Cuando bajó de la cinta recibió una extasiada ovación.
Supongo que se podría decir que había ganado el concurso de belleza.
Como bis final, Geb habló con gran sinceridad sobre lo mucho que le gustaban sus zapatillas deportivas. Cualquiera que fuera la cantidad que Adidas pagara a este embajador sin igual, la compañía había hecho una buena inversión.
Después del almuerzo me senté con Geb para una entrevista individual de 15 minutos. Me sentía un poco aprensivo porque nunca había leído o visto una entrevista a Geb que fuera particularmente reveladora. Siempre había hablado con generalidades y tópicos como «uno debe entrenar muy duro». Durante la cena de la noche anterior, pedí al editor gerente de la revista Track&Field News, Sieg Lindstrom, que conocía a Geb desde que apareció en la escena atlética internacional a principios de los 90, algunos consejos para entrevistar al gran hombre. Lindstrom no fue muy alentador.
—¿Se trata de una barrera lingüística? —le pregunté.
—Eso es una parte —dijo—. El inglés es su segunda lengua, por lo que, cuando lo habla, dice las cosas en términos más sencillos. Pero la otra parte es que los africanos piensan en correr en términos más sencillos. Creo que piensan que nosotros lo analizamos en exceso y lo hacemos más complicado de lo que tiene que ser.
Este consejo no me ayudó a obtener ninguna otra información que no hubiera oído o leído previamente de Gebrselassie, pero sí me ayudó a comprender un poco mejor sus respuestas. Le pregunté cómo planificaba su entrenamiento y me contestó:
—Depende del tipo de competición. ¿Es una maratón, media maratón? Del nivel en el que estoy, de lo que tengo que hacer. Cosas de este tipo. Simplemente lo juntas todo, solo eso.
Sí, solo eso. Supongo.
Solo posteriormente, en una conversación con el investigador inglés en nutrición deportiva Asker Jeukendrup, que anteriormente fue consejero nutricionista de Geb y otras personas de habla inglesa familiarizadas con los detalles del entrenamiento de Geb, supe que realmente no planifica sus entrenamientos de la forma en que la mayoría de los corredores occidentales lo hacen. No cuenta con modernos calendarios de periodización multifase. En su lugar, se entrena casi siempre de la misma forma, haciéndolo un poco más suave cuando acaba de terminar una carrera importante y un poco más fuerte cuando se acerca la gran carrera, yendo un poco más rápido cuando la próxima carrera importante es más corta y un poco más lento cuando la siguiente carrera es más larga.
Obtuve una pequeña pista sobre la repetitividad de la fórmula de entrenamiento de Geb cuando le pregunté:
—¿Cuenta con determinados ejercicios de evaluación para medir su progresión en el entrenamiento?
Y él contestó:
—Ya que estoy entrenándome para una maratón ahora mismo, una vez a la semana hay una ruta en el entrenamiento, 20 km., 30 km.; corro esa distancia la comparo con el resultado de la semana anterior, de varias semanas atrás, del año pasado.
De nuevo, gracias a recientes investigaciones he sido capaz de determinar que este recorrido de 20 o 30 km era de hecho una contrarreloj. Cada semana, en su entrenamiento para maratón, corre una contrarreloj de 20 o 30 km, lo que demuestra no solo lo repetitivo que es su entrenamiento, sino también lo duro que es.
Pregunté a Gebrselassie cuál era su ejercicio favorito. Si le hubiera conocido mejor, no me habría sorprendido tanto enterarme de que su sesión favorita era también la más dura:
—Mi favorito es el entrenamiento en cuesta —dijo—, porque es el que te da muchos problemas. Dolor. Respirar demasiado. Esforzarte demasiado. Por supuesto que no lo disfrutas mientras te estás entrenando, pero después de la sesión, después de llegar a la cima y mirar abajo y decir: «He hecho todo esto», es algo que te da confianza.
Permítame repetir esto último, con énfasis. El entrenamiento en cuesta (que, como supe después, quiere decir 90 minutos de subida constante por la montaña Entoto, en las afueras de la capital de Etiopía, Addis Abeba) es el ejercicio favorito de Gebrselassie, dice que «porque es el que te da muchos problemas. Dolor». Ahora esto se pone interesante.
Le pregunté a Geb si seguía trabajando con un entrenador. Respondió:
—Tengo un entrenador, pero él solo me dice cosas que ya sé. No lo hago si me dice que haga solo [intervalos de] 200, 400 m hoy. No sirve para nada. Ya sé que este tipo de programa va a matarme. Necesito un entrenador, pero cuando estás hablando de un entrenador, su trabajo no consiste únicamente en diseñar un programa o en registrar los tiempos.
Interpreté que esta respuesta significaba que Geb ya sabe lo que le funciona como corredor y que, por tanto, no necesita a un entrenador que le prescriba ejercicios. Aunque no desveló para qué necesitaba un entrenador, me imaginé que era para retenerle cuando necesitaba que lo retuvieran, para ayudarle a descubrir soluciones cuando aparecían problemas y para realizar otras labores de asesoramiento y consejo, al igual que muchos otros entrenadores de experimentados corredores de élite se limitan, o están limitados, a hacer.
Al ser solo un año mayor que Geb, que en el momento de la entrevista tenía 36 años, no quise permitir que nuestra pequeña charla terminase sin hacerle algunas preguntas sobre la edad. Aunque confesó haber alterado su entrenamiento por miedo a las lesiones, evitando así las repeticiones de 200 y 400 m, levantar pesas, montar en bicicleta y (si podemos llamarlo entrenamiento) recibir masajes post-sesión de forma diaria, también dijo en relación con su edad: «Por eso es por lo que sigo ganando. Ahora una de mis ventajas es la larga experiencia. Sé lo que tengo que hacer para ganar la carrera, antes de la carrera, después de la carrera, con la recuperación. Esta es una de las ventajas para los corredores mayores. Por eso es por lo que sigo corriendo bien. Los corredores jóvenes tienen mucha potencia para hacer lo que quieran. Pero si piensas con estrategia, tienes algo como una ventaja».
Mientras conducía de vuelta a casa hacia San Diego estuve pensando sobre mi experiencia con Haile Gebrselassie. Se repetía un cierto patrón en sus conductas y en sus palabras. Expresaban a un hombre que corre mucho por sensaciones, cuyas elecciones y acciones como corredor vienen determinadas por lo que su cuerpo, y en particular sus tripas y su corazón, le dicen que haga, más que por lo que las teorías o convenciones con un poco de ayuda de la tecnología. Su felicidad no es accidental en cuanto a su éxito como corredor: es el secreto de su éxito. No corre solo porque le haga feliz, sino que también corre de la forma que le hace más feliz. Si se siente bien haciéndolo, lo hace. Aunque vivir según este principio podría llevar a un corredor a evitar el dolor, Geb obtiene tanto placer de su cruzada interminable para correr a mayor velocidad (y a menudo a una velocidad mayor que la que cualquier otro humano haya podido alcanzar jamás) que ha aprendido a disfrutar del dolor que lo acompaña, como el dolor que provoca subir una montaña.
No realiza ejercicios específicos en una secuencia particular para estimular una serie precisa de adaptaciones fisiológicas calculadas para aumentar su rendimiento; se entrena para aumentar su confianza. Si un ejercicio le hace sentirse preparado para romper un récord mundial, está preparado para romper un récord mundial. Simplemente puede sentirlo. El trabajo de su entrenador consiste principalmente en ayudarlo a aumentar la confianza en su capacidad para alcanzar las metas.
Su entrenamiento es una rutina familiar y de confianza. No coincide exactamente con la forma en que fue enseñado a entrenarse cuando era joven. Dicha forma son los cimientos, pero él ha personalizado los detalles basándose en su sentido de mejora constante sobre qué métodos le sirven individualmente y cuáles no. Nació no solo con genes de corredor cercanos a la perfección, sino que también aprende de la experiencia que proporciona el correr mejor que otros corredores. No es ninguna sorpresa que considere que su experiencia es una ventaja frente a la mayor potencia de los corredores más jóvenes.
Lo que en especial me interesaba de su condición de segundo mejor fondista de la historia, aparte de ser el corredor por sensaciones por antonomasia, era cómo validaba nuevas ideas científicas sobre el funcionamiento cerebral y la especial importancia del cerebro —no solamente la mente, sino también ese órgano húmedo, electrificado, de 1300 gramos— en relación con el rendimiento de resistencia. Recientes descubrimientos en neurofisiología y neuropsicología del ejercicio han inspirado el desarrollo de un nuevo modelo de rendimiento de resistencia que considera al cerebro como el centro de actividad que regula cada faceta, desde el ritmo de zancada y la fatiga hasta la adaptación y recuperación. Este nuevo modelo tiene importantes implicaciones prácticas sobre el modo en que los corredores se enfrentan al deporte y yo creo que es una invitación específica hacia el enfoque del entrenamiento por sensaciones. Consideremos los siguientes hallazgos seleccionados:
Estos estudios apuntan a una verdad general: a través del cerebro, nuestros cuerpos nos dicen casi todo lo que necesitamos saber para maximizar nuestro rendimiento como corredores. Conectar con cómo nos sentimos, y manipular esas sensaciones en la medida de lo posible es una forma mucho más poderosa de controlar y retrasar la fatiga, controlar el ritmo, prevenir las lesiones, disfrutar de correr y simplemente correr más rápido que guiarnos estrictamente por los métodos de entrenamiento convencionales, la ciencia y la tecnología.
Estilo Cuerpo-Mente de correr es el término que utilizo para referirme a la capacidad de sentir cuál es nuestro modo de alcanzar una forma de correr con un rendimiento mayor y un mayor disfrute. Es algo que todos hacemos en mayor o menor medida. Por ejemplo, cada vez que salimos y corremos a nuestro ritmo habitual, que la investigación ha demostrado que viene determinado por las sensaciones (esto es, por el esfuerzo percibido) y no por la fisiología, estamos practicando el estilo de correr Cuerpo-Mente, tal y como yo lo defino[7]. Pero mientras que correr por sensaciones es automático hasta cierto punto, algunos corredores lo hacen mejor que otros (por ejemplo, Haile Gebrselassie ha elevado su estilo de correr Cuerpo-Mente hasta el nivel de genio) y virtualmente a todos los corredores del mundo occidental se les disuade de correr por sensaciones más allá de un cierto nivel. Cualquier libro o revista sobre atletismo nos demuestra que es así.
Con el aprendizaje de las implicaciones de correr por sensaciones del nuevo modelo de rendimiento centrado en el cerebro, he observado que muchos de los corredores con mayor éxito del mundo confían en un enfoque de entrenamiento Cuerpo-Mente. Haile Gebrselassie no es el único. Por ejemplo, escuchar a su cuerpo, en lugar de hacer lo que hacían otros corredores de élite de su época llevó a Steve Jones a correr mucho menos y mucho más rápido en los entrenamientos de lo que era normal y también llevó al galés a correr la maratón en 2:07:13 en 1985. En la actualidad Jones, entrenador de élite afincado en Boulder, Colorado, enseña a sus atletas a entrenarse confiando en sus entrañas y en sus corazones, diciendo que prefiere ser una fuente de inspiración a saber qué diablos está haciendo. Miembros del Nike Oregon Project, entre ellos Galen Rupp y Amy Yoder-Begley, han descartado la práctica de planes de entrenamiento fijos y, en su lugar, con la guía de su entrenador, Alberto Salazar, deciden el formato de cada sesión solo unas pocas horas antes de llevarla a cabo.
A lo largo de los últimos años he estudiado los métodos de correr por sensaciones de los mejores corredores del mundo a través del prisma del nuevo modelo de rendimiento centrado en el cerebro y aplicado a mi propia práctica del deporte. Siguiendo los ejemplos de los corredores de Salazar y consciente de la investigación que sugiere que las decisiones intuitivas son a menudo mejores que las decisiones deliberadas, abandoné la utilización de planes de entrenamiento fijos y comencé a adaptarlos. Posteriormente, siguiendo el ejemplo de Haile Gebrselassie y conocedor de los estudios que muestran que el ejercicio es más efectivo cuando es más divertido, a la hora de dirigir mi entrenamiento comencé a confiar en el disfrute tanto como en la información objetiva sobre el rendimiento. Y así sucesivamente. Este enfoque mente-cuerpo elevó mi capacidad de correr a un nuevo nivel y mi experiencia general con el mismo me sirvió de inspiración para escribir este libro, cuyo propósito es apartar toda la basura teórica, científica y tecnológica a la que están expuestos los corredores occidentales y revelar una forma de correr mejor y con mayor satisfacción que inspira una confianza mucho mayor: escuchando al cuerpo y aprendiendo de él.
Puede parecer casi evidente que los corredores no necesitan que se les enseñe a escuchar con eficacia a sus cuerpos, pero nada está más alejado de la verdad. Pese a que todo corredor desarrolla automáticamente un grado de competencia Cuerpo-Mente, alcanzar una capacidad excepcional para correr por sensaciones es difícil y extraordinario, y el caso de Haile Gebrselassie, que lo ha conseguido por sí solo, representa un caso entre un millón. Creo que incluso los corredores que compiten con mayor seriedad nunca alcanzan su potencial, en gran medida porque nunca llegan a desarrollar totalmente su capacidad para correr por sensaciones.
La plena conciencia debe ser entrenada para correr del mismo modo en que debe ser cultivada en la vida. En la vida, hacer aquello con lo que uno se siente cómodo conduce a la felicidad solo si la persona tiene la conciencia necesaria para reconocer qué es aquello con lo que se siente a gusto a largo plazo. Por ejemplo, un episodio de ira puede hacer que nos sintamos bien momentáneamente, pero a largo plazo puede envenenar las relaciones y evitar que la persona furiosa desarrolle mejores habilidades de regulación emocional y de comunicación. De forma similar, los corredores, por miedo a experimentar con diferentes métodos, pueden sentirse bien siguiendo a pies juntillas planes de entrenamiento o, al menos, un sistema general de entrenamiento creado por algún gran experto. Pero si hacen de tripas corazón y experimentan de todas formas, al final podrán crear una nueva y mejor zona de comodidad de entrenamiento personalizada para su fisiología y personalidad únicas.
Correr por sensaciones es la mejor forma de correr. Sin embargo, no siempre es posible confiar en las que uno tiene al correr en un momento dado. A menudo, es posible sentir múltiples sensaciones de forma simultánea, algunas de las cuales son mutuamente contradictorias. Por ejemplo, el dolor de una lesión incipiente puede decirle que se detenga mientras que su ética de trabajo y su adicción a correr le pueden estar diciendo que siga adelante. Para poder elegir adecuadamente la sensación apropiada en la que confiar deberá cultivar la capacidad de retirarse y observarse con objetividad o, si no objetivamente, sí desde una perspectiva basada en la sabiduría acumulada. Debe cultivar la plena conciencia. Este proceso funcionará más rápidamente y con mayor eficacia si se compromete conscientemente con él, pero contar con una buena guía puede ser de ayuda mientras tanto.
En este libro seré su profesor para correr con el estilo de plena conciencia, o cuerpo-mente. No es que sea un gran experto en la materia. Soy el primero en admitir que Haile Gebrselassie, Steve Jones o Alberto Salazar han dominado esta habilidad con mucha mayor profundidad de lo que yo nunca lo haré. Cometo muchos errores, sigo aprendiendo y aún tengo mucho por aprender. Sin embargo, hay diferencia entre un modelo a seguir y una guía. Pese a que mi contacto con grandes corredores y entrenadores que han dominado la práctica del estilo Cuerpo-Mente de correr y mis estudios sobre el papel del cerebro a la hora de correr me permiten ofrecerme voluntario como guía para correr por sensaciones, son los corredores y entrenadores que lo han descubierto por sí mismos, cada uno en su propia forma, los que serán sus principales modelos a seguir en estas páginas.
Correr por sensaciones es una rebelión contra nuestras tradiciones modernas de entrenamiento para las carreras de fondo. Entonces este libro no es, merecidamente, un libro convencional sobre correr. Lo que sigue no es la típica concatenación de consejos que finalizan con el plan de entrenamiento que-vale-para-todo y que es fácil encontrar en muchos libros de atletismo. En su lugar, este libro presenta una colección de ensayos que exploran ideas más amplias que tocan varios aspectos de lo que espero que emerja como una filosofía coherente de correr por sensaciones. Si lo que está buscando son pautas «primero haga esto y luego esto otro» se sentirá decepcionado. Cuando uno corre Cuerpo-Mente, en último término está solo. Solo usted mismo puede sentir cuál es su forma para correr mejor. Todo lo que yo puedo hacer aquí es crear un marco conceptual sólido y claro para que usted pueda emplearlo para encontrar su propio camino. Pero me gustaría pensar que el servicio limitado que este libro proporciona (como el servicio limitado que los mejores entrenadores ofrecen a sus mejores corredores) hará más por mejorar su forma de correr que un libro más tradicional, que hace todas las reflexiones por usted e ignora la sensación.
El novelista y corredor japonés Haruki Murakami escribió un libro de memorias titulado De qué hablo cuando hablo de correr, que captura una fantasía común entre los corredores. En este breve volumen, Murakami narra el relato de cuando corrió su primera (y única) ultramaratón. Al principio, cuenta, era fácil. Pero la marcha se hizo más dura tras 50 km y Murakami tuvo que probar todos los trucos psicológicos que aparecen en el libro para obligarse a seguir corriendo a pesar del increíble dolor y sufrimiento que estaba experimentando. Finalmente se dijo a sí mismo: «No soy humano. Soy una pieza de maquinaria. No necesito sentir nada. Solo tengo que seguir adelante». Entonces le ocurrió algo divertido: funcionó. Murakami, por supuesto, no se convirtió en una máquina ni dejó de sentir cosas, sino que, de alguna forma, la mera repetición de este pensamiento le permitió encontrar cierta paz con su dolor y sufrimiento y adquirió un nuevo aliento. «Mis músculos aceptaron silenciosamente este agotamiento como algo históricamente inevitable, como un resultado ineluctable de la revolución», escribió. «Me había transformado en un ser en piloto automático, cuyo único propósito era mover rítmicamente los brazos hacia delante y hacia atrás, desplazando las piernas hacia delante zancada a zancada». En ese momento, totalmente «en la zona», Murakami se encontró a sí mismo adelantando a corredores que le habían sobrepasado previamente en el arduo camino. «Es extraño, pero al final casi no sabía quién era o qué estaba haciendo», narra. «En aquel momento correr había entrado en el plano de lo metafísico. Primero llegó la acción de correr, y acompañándola estaba esta entidad conocida como Yo. Corro, luego existo».
Me encanta este pasaje porque describe la fantasía ocasional de todo corredor competitivo: ser insensible. En algunos momentos todos nosotros deseamos ser un robot que corre sin sentir nada. En realidad, esta metamorfosis nos ahorraría mucho dolor y nos permitiría correr mejor porque sufrir nos ralentiza, ¿verdad? La historia de Murakami parece validar este deseo. Cuando estaba sufriendo deceleró; luego, perdió la sensibilidad y aceleró. Pero Murakami realmente no eliminó su capacidad de sentir en la forma en que un robot no capta sensaciones. Mientras que en la parte dura contempló a su cerebro como el problema y deseó solucionarlo básicamente apagando el cerebro, fue realmente su cerebro el que dio un vuelco a sus circunstancias. No inhabilitó sus sensaciones; en lugar de eso, empleó su capacidad de sentir para identificar un problema y solucionarlo, irónicamente, cooperando con su mente consciente para crear la fantasía de extinguir sus sensaciones.
En ocasiones es natural que usted desee poder correr sin cerebro, aunque este es el deseo más inútil, ya que su cerebro lo hace absolutamente todo cuando está corriendo. Es responsable de la contracción de cada fibra de cada músculo en cada zancada. Hace que su corazón lata y que los pulmones se llenen y se vacíen al ritmo adecuado. Regula su suministro de combustible. Le permite ver hacia dónde está yendo. La noción de correr sin cerebro no solo es divertida, es ridícula. La única razón por la que un sistema nervioso llega a existir en cualquier animal es para posibilitar el movimiento. Existe una especie muy primitiva de animal marino con un sistema nervioso muy elemental. La criatura nada un poco en la primera parte de su vida y luego se fija y permanece inmóvil durante la segunda parte de su vida. Y en cuanto se produce el arraigo, la criatura devora su propio cerebro. No hay movimiento, no hay cerebro; no hay cerebro, no hay movimiento.
Evidentemente, lo que realmente queremos decir cuando afirmamos que deseamos poder correr sin cerebro es que desearíamos poder correr sin sensaciones. Pero eso viene dentro del paquete. La gran diferencia entre un humano y un robot es que los humanos estamos vivos. Todos los seres vivos desean seguir vivos y las sensaciones y sentimientos nos ayudan a permanecer vivos, dado que una de las cosas que hacen es avisar de los peligros. Nuestra capacidad de sentir no siempre produce resultados placenteros cuando corremos, pero evita que corramos hasta morir. Sin embargo, no piense ni un segundo que la capacidad de sentir nos frena; un corredor muerto o a punto de morir no puede correr muy rápido.
La ciencia del ejercicio actual ha demostrado claramente que en el punto del agotamiento, a los atletas siempre les queda una reserva de energía en los músculos y que la cantidad de energía de reserva es variable. Factores como la experiencia, el entrenamiento y la motivación afectan al grado en que son capaces de llegar a los verdaderos límites fisiológicos antes de la fatiga. Como atletas, codiciamos saber lo cerca que estamos de nuestros límites. Cuando llega el momento de competir, nos gustaría aprovechar esta reserva, llevando nuestro rendimiento lo más cerca posible de estos límites. Imagine la ventaja de contar con un «tablero de mandos» al que podamos mirar para que nos dé información sobre dónde está esta reserva. El cerebro es la ventana a esta información, la llave para activar esta reserva (aunque, de nuevo, siempre habrá alguna reserva).
La fisiología del rendimiento en el deporte que nos ocupa es increíblemente compleja. No hay ningún factor individual que determine lo rápido y lo lejos que podemos correr. Docenas de factores interdependientes conspiran para influir en estos valores. Sin embargo, el cerebro es el que decide en última instancia, basando sus cálculos principalmente en la síntesis de datos extraídos del seguimiento continuo de todos los factores fisiológicos relevantes. El cerebro es, evidentemente, una parte del cuerpo y ha coevolucionado con él a lo largo de millones de años. Está exquisitamente diseñado para la función de maximizar el rendimiento en el acto de correr (lógicamente, entre otras muchas funciones). De hecho, es posible que el cerebro no pueda ser mejorado. Ningún instrumento creado por el hombre podría jamás hacer un trabajo mejor que el del cerebro en cuanto a posibilitar a un corredor humano correr mejor.
En este libro exploraremos cómo puede usted emplear las emociones de confianza y disfrute para componer su futuro entrenamiento; aprender de la respuesta de su cuerpo al entrenamiento y desarrollar su fórmula mágica personal de entrenamiento; emplear la repetición en el entrenamiento para cultivar una fuerza que mejora el rendimiento y que es conocida como impulso psicológico; manipular su cerebro para permitirle correr con más fuerza (es decir, más rápido) en ejercicios y carreras clave; entrenarse sin utilizar planes de entrenamiento; emplear el miedo, la ira e incluso las lesiones para correr mejor; y mejorar la comunicación entre su cerebro y sus músculos para reducir su susceptibilidad a las lesiones y mejorar su zancada.
Gran parte de este trabajo se realiza a nivel inconsciente. Pero gran parte de la información que el cerebro recibe del cuerpo e interpreta las registra como sensaciones conscientes, la sensación de contraer y relajar rítmicamente los músculos, la sensación de los pulmones que queman, la sensación de «Oh, Dios, cómo duele, pero creo que aún me queda energía para pasar a este tipo antes de la meta», etc. Esto se debe en gran medida a la capacidad de sentir, y por eso ningún instrumento fabricado por el hombre podrá jamás regular el rendimiento deportivo mejor que el cerebro. Esto es un hecho. Pero, más allá de ser cierto, ¿no es acaso magnífico? ¿No es magnífico que nada que venga dentro de una caja pueda mejorar el rendimiento deportivo más que la comunicación entre el cerebro y el resto de nuestro cuerpo? ¿Quién preferiría que fuera de otra forma?