Diez días después. 27 de abril de 2007. Viernes por la tarde.
En la sala de realidad virtual se encuentran doce de los políticos y altos cargos policiales más poderosos de Italia, cuyos nombres, en su mayor parte, no consigue recordar correctamente la patóloga forense Kay Scarpetta. Todos son italianos menos ella y el psicólogo forense Benton Wesley, ambos asesores de Respuesta de Investigación Internacional (RII), una sección especial de la Red Europea de Institutos de Ciencias Forenses (REICF). El gobierno italiano se encuentra en una situación muy delicada.
Nueve días atrás, la estrella del tenis norteamericana Drew Martin fue asesinada mientras estaba de vacaciones, y su cadáver desnudo y mutilado se encontró cerca de la Piazza Navona, en el corazón del distrito histórico de Roma. El caso ha tenido impacto internacional: los detalles acerca de la vida y la muerte de la joven de dieciséis años se han difundido sin cesar por televisión, los textos en la parte inferior de la pantalla pasando lenta y tenazmente, repitiendo los mismos detalles que ofrecen presentadores y expertos.
—Bien, doctora Scarpetta, aclarémoslo, porque parece haber una gran confusión. Según usted, murió hacia las dos o las tres de la tarde —dice el capitán Ottorino Poma, medico legale en el Arma dei Carabinieri, la policía militarizada a cargo de la investigación.
—Eso no lo he dicho yo —responde ella, con la paciencia cada vez más mermada—. Lo ha dicho usted.
El otro frunce el ceño bajo la luz tenue.
—Creí oírselo decir hace unos minutos, mientras hablaba del contenido de su estómago y el nivel de alcohol, y de cómo indican que murió en cuestión de horas, después de que la vieran por última vez con sus amigas.
—Yo no he dicho que estuviera muerta hacia las dos o las tres. Creo que es usted quien sigue afirmándolo, capitán Poma.
Todavía joven, ya posee una reputación asentada, y no del todo buena. Cuando Scarpetta lo conoció hace un par de años en La Haya durante el congreso anual de la REICF, se había ganado el apodo burlón de Doctor de Diseño y se lo describieron como engreído y amigo de las discusiones. Es atractivo —espléndido, en realidad—, le gustan las mujeres hermosas y la ropa deslumbrante, y hoy viste un uniforme negro azulado con amplias franjas rojas y resplandecientes adornos plateados, así como elegantes botas de cuero negro. Al entrar en la sala esta mañana, lucía una capa con forro rojo.
Está sentado justo enfrente de Scarpetta, en el centro de la primera fila, y rara vez aparta la mirada de ella. A su derecha está Benton Wesley, que permanece callado la mayor parte del tiempo. Todo el mundo va enmascarado con gafas estereoscópicas sincronizadas con el Sistema de Análisis del Escenario del Crimen, una brillante innovación que ha hecho de la Unità per l’Analisi del Crimine Violento de la Polizia Scientifica italiana la envidia de los organismos policiales del mundo entero.
—Supongo que debemos repasar esto desde el principio para que entienda completamente mi postura —le dice Scarpetta al capitán Poma, que ahora tiene la barbilla apoyada en la mano como si mantuviera una conversación íntima con ella tomándose una copa de vino—. Si hubiera sido asesinada a las dos o las tres de la tarde, entonces cuando se encontró su cadáver aproximadamente a las ocho y media de la mañana siguiente, habría llevado al menos diecisiete horas muerta. El livor mortis, el rigor mortis y el albor mortis no concuerdan con eso.
Se sirve de un puntero para llamar la atención sobre el fangoso solar en construcción en tres dimensiones proyectado sobre la pantalla del tamaño de toda una pared. Es como si estuvieran en pleno escenario, contemplando el cadáver magullado de Drew Martin, la basura y la maquinaria para excavar y transportar tierra. El punto rojo del láser se desplaza sobre el hombro izquierdo, la nalga izquierda, la pierna izquierda y el pie descalzo. La nalga derecha ha desaparecido, igual que una porción de su muslo derecho, como si la hubiera atacado un tiburón.
—Su lividez… —continúa Scarpetta.
—Me disculpo una vez más. Mi inglés no es tan bueno como el suyo. No tengo clara esa palabra —la interrumpe el capitán Poma.
—Ya la he usado antes.
—Entonces tampoco la tenía clara.
Risas. Aparte de la intérprete, Scarpetta es la única mujer presente. A ninguna de las dos les parece gracioso el capitán, pero a los hombres sí. Salvo a Benton, que hoy no ha sonreído ni una sola vez.
—¿Conoce usted el término italiano para esa palabra? —le pregunta a Scarpetta el capitán Poma.
—Sería mejor el idioma de la antigua Roma, el latín —propone Scarpetta—. La mayor parte de la terminología médica tiene sus raíces en el latín. —No lo dice en tono grosero, pero tampoco se anda con miramientos porque sabe muy bien que el inglés del capitán sólo se vuelve tosco cuando le conviene.
Sus gafas 3-D la miran fijamente, y le recuerdan al Zorro.
—En italiano, por favor —replica él—. El latín nunca se me ha dado muy bien.
—Se lo diré en los dos idiomas. En italiano, lívido es livido, que significa amoratado. Mortis es morte, o muerte. Livor mortis designa la apariencia amoratada que se adquiere después de la muerte.
—Me resulta de gran ayuda cuando habla usted italiano —dice él—. Y lo habla de maravilla.
Scarpetta no tiene intención de hablarlo allí, aunque posee conocimientos suficientes de italiano para apañárselas. Prefiere el inglés durante las discusiones profesionales porque los matices son delicados, y la intérprete intercepta hasta la última palabra de todas maneras. La dificultad con el idioma, además de la presión política, el estrés y las enigmáticas e incesantes gracias del capitán Poma se conjugan en lo que ya es en buena medida un desastre que no tiene nada que ver con ninguno de esos elementos, sino más bien con que el asesino en este caso desafía los precedentes y los perfiles habituales. Los confunde. Hasta la ciencia se ha convertido en una causa exasperante de debate: parece desafiarlos, mentirles, lo que obliga a Scarpetta a recordarse tanto a sí misma como a los demás que la ciencia nunca miente. No comete errores. No los desvía de su camino deliberadamente ni se mofa de ellos.
Eso no lo capta el capitán Poma. O quizá finge no captarlo. Quizá no habla en serio cuando dice que el cadáver de Drew se muestra poco dispuesto a cooperar y tiene tendencia a llevarles la contraria, como si mantuviera una relación con él y anduvieran a la greña. Poma asevera que los cambios post mórtem pueden decir una cosa y el alcohol en sangre y el contenido del estómago otra, y que, en contra de lo que cree Scarpetta, siempre hay que confiar en la comida y la bebida. Habla en serio, al menos sobre eso.
—Lo que comió y bebió Drew pone de manifiesto la verdad. —Repite lo que ha dicho en su apasionada exposición inicial de hace un rato.
—La verdad, sí. Pero no su verdad —le replica Scarpetta, en un tono más amable que lo que dice—. Su verdad es un error de interpretación.
—Creo que ya hemos tocado ese punto —señala Benton desde las sombras de la primera fila—. Creo que la doctora Scarpetta lo ha dejado perfectamente claro.
Las gafas 3—D del capitán Poma —así como el resto de filas de gafas 3—D— permanecen fijas en ella.
—Lamento aburrirle con mi insistencia, doctor Wesley, pero tenemos que encontrarle sentido a esto. Así que permítamelo. El diecisiete de abril, Drew comió una pésima lasaña y bebió cuatro copas de pésimo Chianti entre las once y media y las doce y media en una trattoria para turistas cerca de la Scalinata di Spagna. Pagó la cuenta y se fue. Luego en la Piazza di Spagna se despidió de sus dos amigas, con quienes prometió reunirse en la Piazza Navona en una hora. Y ya no volvió a aparecer. Hasta ahí sabemos que es cierto. Todo lo demás sigue siendo un misterio. —Sus gafas de gruesa montura miran a Scarpetta un instante más, luego se vuelve en el asiento y se dirige a las filas de atrás—. En parte porque nuestra estimada colega norteamericana dice ahora estar convencida de que no murió poco después de comer, tal vez ni siquiera ese mismo día.
—Llevo diciéndolo desde el principio. Una vez más, voy a explicar los motivos, ya que parece que está usted confuso —dice Scarpetta.
—Tenemos que seguir adelante —le recuerda Benton.
Pero no pueden seguir adelante. El capitán Poma es tan respetado por los italianos, es tal celebridad, que puede hacer lo que le plazca. En la prensa se le llama el Sherlock Holmes de Roma, aunque es médico, no detective. Todo el mundo, incluido el comandante genérale de los Carabinieri, que está sentado en un rincón al fondo y más que hablar escucha, parece haberlo olvidado.
—En circunstancias normales —dice Scarpetta—, la comida de Drew habría estado totalmente digerida varias horas después de almorzar, y su nivel de alcohol en sangre desde luego no habría sido tan elevado como el uno coma dos que determinan los análisis toxicológicos. De manera que sí, capitán Poma, el contenido de su estómago y la toxicología sugieren que murió poco después de comer. Pero el livor mortis y el rigor mortis indican, categóricamente, si me permite decirlo, que murió con toda probabilidad entre doce y quince horas después de comer en la trattoria, y es a estos hallazgos post mórtem a los que más atención debemos prestar.
—Ya estamos, otra vez con la lividez —suspira él—. Esa palabra que me da tantos problemas. Explíquemelo otra vez, por favor, ya que por lo visto tengo tantos problemas con lo que usted denomina «hallazgos» post mórtem, como si fuéramos arqueólogos desenterrando ruinas. —Poma vuelve a apoyar la barbilla en la mano.
—Lividez, livor mortis, hipóstasis post mórtem, es todo lo mismo. Cuando mueres, la circulación se interrumpe y la sangre empieza a depositarse en los vasos sanguíneos más finos debido a la gravedad, de una manera muy parecida a como se asientan los sedimentos en un barco hundido. —Nota las gafas de 3—D de Benton mirándola, y no se atreve a devolverle la mirada; el psicólogo está muy extraño.
—Prosiga, por favor. —El capitán subraya algo varias veces en su cuaderno.
—Si el cadáver permanece en cierta posición el tiempo suficiente tras la muerte, la sangre se asentará de manera acorde: ese hallazgo post mórtem se denomina livor mortis —explica Scarpetta—. A la larga, el livor mortis se consolida, o asienta, volviendo esa zona del cuerpo de un rojo purpúreo, con marcas de palidez provocadas por las superficies que ejercen presión sobre ella o la constriñen, como la ropa ceñida. ¿Podemos ver la fotografía de la autopsia, por favor? —Consulta una lista en el atril—. La número veintiuno.
La pared queda colmada por el cadáver de Drew sobre una mesa de acero en el depósito de cadáveres en la Universidad Tor Vergata. Está boca abajo. Scarpetta desplaza el punto rojo del láser por su espalda, sobre las zonas rojo púrpura y las áreas pálidas provocadas por la lividez. Las espantosas heridas con aspecto de cráteres rojo oscuro a las que aún tiene que referirse.
—Ahora, si muestran el escenario, por favor… La imagen en que están introduciéndola en la bolsa —especifica.
La fotografía tridimensional del solar en construcción vuelve a llenar la pared, pero esta vez hay investigadores con monos blancos de protección Tyvek, guantes y fundas para el calzado, que levantan el cadáver lánguido y desnudo de Drew para colocarlo en una bolsa negra encima de una camilla. En torno a ellos, otros investigadores mantienen en alto sábanas para ocultarla de los curiosos y los paparazzi situados en el perímetro del escenario.
—Compárenla con la fotografía que acaban de ver. Para cuando se le hizo la autopsia unas ocho horas después de que fuera encontrada, la lividez se había asentado casi por completo —señala Scarpetta—, pero aquí en el escenario, salta a la vista que la lividez estaba en su fase inicial.
—¿Descarta el inicio prematuro del rigor mortis debido a un espasmo cadavérico? Por ejemplo, si se esforzó hasta el agotamiento justo antes de morir. Lo digo porque aún no ha mencionado esa posibilidad. —Poma subraya algo en su cuaderno.
—No hay razón para hablar de espasmo cadavérico —replica Scarpetta. «¿A qué vienen semejantes pejigueras?», se siente tentada de decirle—. Tanto si se esforzó hasta el agotamiento como si no, el rigor mortis no estaba plenamente asentado cuando la encontraron, de modo que no tuvo ningún espasmo cadavérico…
—A menos que el rigor apareciera y desapareciera.
—Es imposible, ya que quedó plenamente consolidado en el depósito. El rigor no viene y va y luego vuelve a aparecer.
La intérprete reprime una sonrisa cuando vierte esas palabras al italiano, y varias personas ríen.
—Aquí se puede apreciar —Scarpetta dirige el láser hacia el cadáver a medio subir a la camilla— que sus músculos no están rígidos, ni mucho menos. Se ven bastante flexibles. Calculo que llevaba muerta menos de seis horas cuando la encontraron, posiblemente bastante menos.
—Usted es una experta a nivel mundial. ¿Cómo puede mostrarse tan imprecisa?
—Pues porque no sabemos dónde estuvo, qué temperaturas o condiciones sufrió antes de ser abandonada en el solar en construcción. La temperatura corporal, el rigor mortis y el livor mortis pueden variar en gran medida de un caso a otro y de un individuo a otro.
—Sobre la base del estado del cadáver, ¿está diciendo que es imposible que fuera asesinada poco después de que almorzara con sus amigas? ¿Quizá mientras paseaba sola por la Piazza Navona camino de encontrarse con ellas?
—Me parece que no es eso lo que ocurrió.
—Entonces, una vez más, por favor. ¿Cómo explica usted la comida sin digerir y el nivel de alcohol de uno coma dos? Eso implica que murió poco después de comer con sus amigas, y no quince o dieciséis horas después.
—Es posible que no mucho después de separarse de sus amigas volviera a beber alcohol y estuviera tan aterrada y estresada que se le interrumpiera la digestión.
—¿Cómo? ¿Ahora sugiere que pasó un buen rato con su asesino, es posible que hasta diez, doce, quince horas con él, y que estuvieron bebiendo?
—Quizá la obligó a beber, para mermar sus facultades y poder controlarla más fácilmente. Como cuando se droga a alguien.
—¿Así que la obligó a beber alcohol, tal vez toda la tarde, toda la noche, y hasta por la mañana temprano, y ella estaba tan asustada que no digirió la comida? ¿Eso nos ofrece usted como explicación plausible?
—Lo he visto en otras ocasiones —asegura Scarpetta.
El animado solar en construcción después de oscurecer.
Los comercios, pizzerías y ristorantes de alrededor están iluminados y concurridos. Hay coches y escúteres aparcados a los lados de las calles, encima de las aceras. El rumor del tráfico y los sonidos de pasos y voces colman la sala.
De pronto, las ventanas iluminadas se oscurecen. Luego, silencio.
El ruido de un coche y su silueta. Un Lancia negro de cuatro puertas aparca en la esquina de Via di Pasquino y Via dell’Anima. Se abre la puerta del conductor y baja la animación de un hombre vestido de gris. Su rostro no tiene rasgos y, al igual que sus manos, es gris, lo que da a entender a los presentes en la sala que aún no se ha asignado al asesino edad, raza ni características físicas. Para no complicar las cosas, se habla del asesino como de un varón. El hombre gris abre el maletero y saca un cadáver envuelto en una tela azul con un estampado que incluye los colores rojo, dorado y verde.
—Las características de la sábana que la envuelve están basadas en las fibras de seda recogidas en el cadáver y el barro debajo del mismo —señala el capitán Poma.
—Fibras halladas por todo el cadáver —tercia Benton Wesley—. Incluidos cabello, manos y pies. Desde luego las había en abundancia adheridas a sus lesiones, de lo que cabe deducir que estaba envuelta de la cabeza a los pies. De manera que, sí, es evidente que debemos pensar en una tela de seda de colores vivos. Bastante grande. Quizás una sábana, tal vez una cortina…
—¿Adónde quiere llegar?
—A dos conclusiones: no debemos dar por sentado que era una sábana, porque no debemos dar nada por sentado. Además, es posible que la envolviera en algo originario del lugar donde vive o trabaja, o donde la mantuvo retenida.
—Sí, sí. —Las gafas del capitán Poma permanecen fijas en la escena que colma la pared—. Y sabemos que hay fibras de alfombra que también concuerdan con fibras de alfombra en el maletero de un Lancia, lo que también concuerda con el automóvil descrito alejándose de aquella zona aproximadamente a las seis de la madrugada. La testigo que he mencionado, una mujer de un apartamento cercano que se levantó para echar un vistazo a su gato porque estaba… ¿cómo se dice?
—¿Dando alaridos? ¿Maullando? —lo ayuda la intérprete.
—Se levantó porque su gato estaba maullando y al mirar por la ventana vio un lujoso sedán oscuro que se alejaba lentamente del solar en construcción. Dijo que giró hacia Dell’Anima, una calle de dirección única. Adelante, por favor.
Se reanuda la recreación animada. El hombre gris saca del maletero el cadáver envuelto en la llamativa tela y lo lleva hasta una pasarela de aluminio protegida únicamente por una cuerda, que sortea por encima. Baja con el cuerpo por un tablón de madera que desemboca en el solar y lo deposita a un lado, en el barro. Luego se acuclilla en la oscuridad y desenvuelve rápidamente una figura que se convierte en el cadáver de Drew Martin. No se trata de una animación, sino de una fotografía tridimensional. Se la ve con claridad: su rostro famoso, las atroces heridas en el cuerpo esbelto, atlético, desnudo. El hombre gris arrebuja el envoltorio de colores vivos y regresa al coche para marcharse a velocidad normal.
—Creemos que llevó el cadáver en brazos en vez de arrastrarlo —dice Poma—. Porque esas fibras sólo estaban en el cadáver y la tierra debajo del mismo. No había ninguna más, y aunque eso no constituye prueba de nada, desde luego indica que no la arrastró. Permítanme que les recuerde que esta escena se ha diseñado con el sistema de cartografía láser, y la perspectiva que están viendo, así como la posición de los objetos y el cadáver, son absolutamente precisas. Por supuesto, sólo están animados las personas u objetos que no se filmaron en vídeo o se fotografiaron, como el propio asesino y el coche.
—¿Cuánto pesaba la joven? —pregunta el ministro del Interior desde la última fila.
Scarpetta contesta que Drew Martin pesaba cincuenta y nueve kilos, y luego lo convierte en libras.
—El individuo debe de ser bastante fuerte —añade.
Se reanuda la recreación animada. El silencio y el solar en construcción a la luz de primera hora de la mañana. El sonido de la lluvia. Las ventanas siguen a oscuras, los negocios cerrados. No hay tráfico. Entonces, el gañido de una motocicleta, cada vez más alto. Aparece una Ducati roja por Via di Pasquino, el motorista, una figura animada con impermeable y un casco que le tapa la cara. Gira hacia la derecha por Dell Anima y de pronto se detiene. La moto cae sobre la calzada con un sonoro topetazo y el motor se para. El motorista, sobresaltado, pasa por encima de la moto y cruza a paso vacilante la pasarela de aluminio, sus botas resuenan sobre el metal. El cadáver en el barro debajo de él resulta tanto más chocante, más espantoso, por cuanto es una fotografía tridimensional yuxtapuesta a la representación animada del motorista, muy poco natural.
—Ahora son casi las ocho y media, con un tiempo, como pueden ver, nublado y lluvioso —señala Poma—. Avancen hasta el profesor Fiorani en el escenario del crimen, me parece que es la imagen catorce. Y ahora, doctora Scarpetta, si es tan amable, puede examinar el cadáver en el escenario del crimen con el bueno del profesor, que, lamento decirlo, no se encuentra aquí esta tarde debido a que, ¿no se lo imaginan?, está en el Vaticano. Ha muerto un cardenal.
Benton se queda mirando la pantalla a espaldas de Scarpetta, y a ella se le hace un nudo en el estómago al verlo tan disgustado que no quiere mirarla.
Colman la pantalla nuevas imágenes: grabaciones de vídeo en 3—D, luces azules destellantes, coches de policía y una camioneta negro azulado del equipo científico de los Carabinieri. Hay más Carabinieri con metralletas protegiendo el perímetro del solar en construcción, así como investigadores de paisano en el interior del área acordonada, que recogen pruebas y toman fotografías. Los sonidos de los obturadores de las cámaras y las voces quedas y los grupos de gente arracimada en la calle. Un helicóptero de la policía suena sordamente desde las alturas. El profesor —el patólogo forense mejor considerado de Roma— va cubierto con un mono Tyvek blanco enfangado. El plano se cierra sobre su punto de vista: el cadáver de Drew. Con las gafas estereoscópicas se ve tan real que resulta extraño. Scarpetta tiene la sensación de que podría tocar a Drew y las heridas abiertas de color rojo oscuro que, manchadas de barro, relucen debido a la humedad dela lluvia. Tiene la melena rubia mojada y pegada a la cara, los ojos firmemente cerrados y abultados bajo los párpados.
—Doctora Scarpetta —dice el capitán Poma—, proceda a examinarla, por favor. Díganos lo que vea. Ya ha revisado el informe del profesor Fiorani, claro, pero ahora que ve el cuerpo en tres dimensiones y está situada en el escenario junto a él, nos gustaría escuchar su opinión. No la criticaremos si se muestra en desacuerdo con las conclusiones de Fiorani.
Al profesor se lo considera tan infalible como el mismísimo Papa al que embalsamó unos años atrás.
El punto rojo del láser se mueve hacia donde señala Scarpetta, que dice:
—La posición del cadáver. A la izquierda, las manos plegadas bajo la barbilla, las piernas levemente dobladas. Una posición que me parece deliberada. ¿Doctor Wesley? —Mira hacia las gruesas gafas de Benton, fijas más allá de ella, en la pantalla—. Es un momento oportuno para que haga sus comentarios.
—Deliberada, sí. El cadáver fue colocado de esa manera por el asesino.
—¿Como si estuviera rezando, tal vez? —comenta el jefe de la policía nacional.
—¿De qué religión era la muchacha? —pregunta el subdirector de la Dirección Nacional de Policía Criminal.
Una andanada de preguntas y conjeturas desde la sala apenas iluminada.
—Católica romana.
—No era practicante, según tengo entendido.
—No mucho.
—¿Quizás haya alguna conexión religiosa?
—Sí, yo también me lo preguntaba. El solar en construcción está muy cerca de Sant’Agnese in Agone.
El capitán Poma explica:
—Para quienes no lo sepan —mira a Benton—, santa Agries fue una mártir torturada y asesinada a los doce años porque no quiso a casarse con un pagano como yo.
Repiqueteos de risa. Cambios de opiniones sobre la posibilidad de que el asesinato tenga un componente religioso importante. Pero Benton dice que no.
—Se aprecia degradación sexual —dice—. Está expuesta, desnuda y abandonada a la vista justo en la misma zona donde debía reunirse con sus amigas. El asesino quería que la encontraran, quería causar una fuerte impresión en la gente. La religión no es el móvil predominante, sino la excitación sexual.
—Sin embargo, no hemos encontrado indicios de violación —interviene el forense en jefe de los Carabinieri.
Y pasa a explicar con el concurso de la intérprete que, por lo visto, el asesino no dejó fluido seminal, ni sangre ni saliva, a menos que la lluvia se los llevara. Pero debajo de sus uñas se recogió ADN de dos procedencias distintas. Los perfiles no han servido de nada hasta el momento porque por desgracia, continúa, el gobierno italiano no permite que se tomen muestras de ADN a los criminales, ya que se considera una violación de sus derechos. Los únicos perfiles que pueden introducirse en las bases de datos italianas ahora mismo, dice, son los obtenidos a partir de pruebas, no de individuos.
—Así que no hay base de datos donde buscar en Italia —añade Poma—. Y lo máximo que podemos decir ahora mismo es que el ADN recogido de las uñas de Drew no coincide con el ADN de ningún individuo en ninguna base de datos extranjera, incluido Estados Unidos.
—Tengo entendido que han establecido que las muestras de ADN recogidas bajo sus uñas pertenecen a hombres de ascendencia europea, es decir, caucásicos —comenta Benton.
—Así es —asiente el director del laboratorio.
—¿Doctora Scarpetta? —dice Poma—. Continúe, por favor.
—¿Pueden mostrar la foto número veintiséis de la autopsia? —solicita—. Una vista posterior durante el reconocimiento externo. Primer plano de las heridas.
Llenan la pantalla dos cráteres rojo oscuro con rebordes mellados. Ella apunta el láser y el punto rojo se desplaza por encima de la enorme herida donde estaba la nalga derecha, y luego a otra zona de carne extirpada del muslo derecho.
—Infligida con un instrumento afilado, posiblemente una hoja dentada, que serró el músculo y produjo cortes superficiales en el hueso —explica—. Infligida post mórtem, según indica la ausencia de respuesta a las lesiones en el tejido. En otras palabras, las heridas son amarillentas.
—La mutilación post mórtem descarta la tortura, al menos la tortura con cortes —señala Benton.
—Entonces ¿qué explicación hay, si no es la tortura? —le pregunta Poma, los dos mirándose fijamente como dos animales enemigos por naturaleza—. ¿Por qué, si no, iba a infligir alguien heridas tan sádicas, y, si me permiten sugerirlo, desfigurar a otro ser humano hasta tal punto? Díganos, doctor Wesley, con toda su experiencia, ¿ha visto alguna vez algo parecido, quizás en otros casos? Especialmente teniendo en cuenta que ha sido usted un experto en perfiles del FBI.
—No —responde Benton secamente, y cualquier referencia a su carrera previa con el FBI es un insulto calculado—. He visto mutilaciones, pero nunca nada semejante. Sobre todo por lo que respecta a los ojos.
—Los extirpó y rellenó las cuencas con arena. Luego le cerró los párpados con pegamento.
Scarpetta señala con el láser y lo describe, y Benton vuelve a sentir un escalofrío. Todo lo relativo a este caso le produce escalofríos, lo desconcierta y fascina. ¿Cuál es el simbolismo? No es que no esté familiarizado con la extirpación de ojos, pero lo que sugiere el capitán Poma es descabellado.
—¿El antiguo deporte de combate griego llamado pancracio? Quizás hayan oído hablar de él —dice Poma a toda la sala—. En el pancracio vale cualquier medio posible para derrotar al enemigo. Era habitual sacarle los ojos al contrario y matarlo acuchillándolo o estrangulándolo. A Drew le arrancaron los ojos y luego la estrangularon.
El general de los Carabinieri le pregunta a Benton, por medio de la intérprete:
—Entonces ¿es posible que haya una relación con el pancracio? ¿Que el asesino tuviera esa modalidad de lucha en mente cuando le extrajo los ojos y la estranguló?
—No lo creo.
—Entonces ¿qué explicación hay? —pregunta el general, que al igual que Poma, luce un espléndido uniforme, sólo que con más plata y adornos en torno a los puños y el cuello alto.
—Uno más íntimo. Más personal —señala Benton.
—¿Relacionado con las noticias, tal vez? —sugiere el general—. Tortura. Los escuadrones de la muerte en Irak que arrancan los dientes y sacan los ojos.
—Únicamente puedo suponer que lo hecho por este asesino es una manifestación de su propia psique. En otras palabras, no creo que lo padecido por esta joven sea una alusión a nada ni remotamente tan obvio —ataja Benton.
—Eso es una especulación —apunta el capitán Poma.
—Es una observación psicológica basada en los muchos años que he dedicado a la investigación de crímenes violentos —responde Benton.
—Pero sigue tratándose de su intuición.
—Quien hace caso omiso de la intuición, ha de asumir las consecuencias —señala Benton.
—¿Podemos ver la imagen de la autopsia en que se la ve frontalmente durante la revisión externa? —solicita Scarpetta—. Un primer plano del cuello. —Repasa la lista en el atril—. La número veinte.
Una imagen tridimensional llena la pantalla: el cadáver de Drew sobre una mesa de autopsia de acero, la piel y el pelo recién lavados y húmedos.
—Si miran aquí —Scarpetta señala el cuello con el láser—, verán una ligadura horizontal. —El punto se desplaza por el cuello. Antes de que pueda continuar, el jefe de la Oficina de Turismo de Roma la interrumpe.
—Los ojos se los sacó después. Una vez muerta —precisa—. No mientras seguía viva. Eso es importante.
—Así es —asiente Scarpetta—. Los informes que he revisado indican que las únicas heridas pre mórtem son contusiones en los tobillos y las provocadas por la estrangulación. La fotografía del cuello diseccionado, por favor, número treinta y ocho.
Espera, y las imágenes colman la pantalla: sobre la mesa de disección, la laringe y tejido blanco con áreas de hemorragia; la lengua.
—Las contusiones en el tejido blando —señala Scarpetta—, los músculos subyacentes y el hioides fracturado debido al estrangulamiento indican sin duda que los daños le fueron infligidos mientras seguía con vida.
—¿Petequias en los ojos?
—No sabemos si se trata de petequias conjuntivales —comenta Scarpetta—. Sus ojos han desaparecido. Pero los informes indican ciertas petequias en los párpados y la cara.
—¿Qué hizo con los ojos? ¿Ha trabajado usted en algún caso similar a éste?
—He visto víctimas con los ojos arrancados, pero nunca he sabido de un asesino que llenara las cuencas con arena y luego cerrara los párpados con un adhesivo que según sus informes es cianocrilato.
—Supercola —traduce el capitán Poma.
—Estoy muy interesada en la arena —dice ella—. No parece proceder dé la zona. Y aún más importante, el microscopio electrónico de barrido con microanalizador EDX encontró vestigios de lo que parecen restos de disparos: plomo, antimonio y bario.
—Desde luego no es de las playas locales —dice Poma—. A menos que un montón de gente se haya liado a balazos y no nos hayamos enterado.
Risas.
—La arena de Ostia contiene basalto —explica Scarpetta—, así como otros componentes de actividad volcánica.
Creo que todos tienen una copia de la huella espectral de la arena recuperada del cadáver y una huella espectral de arena de una playa de Ostia.
Crujido de papeles. Se encienden pequeñas linternas.
—Ambas analizadas con la técnica de espectroscopia Raman, utilizando un láser rojo de cero coma ocho milivatios. Como pueden ver, la arena de la zona de Ostia y la arena hallada en las cuencas oculares de Drew Martin tienen huellas espectrales muy diferentes. Con el microscopio electrónico de barrido se puede apreciar la morfología de la arena, y la formación de imágenes por electrones retrodispersados nos muestra las partículas de residuos de disparos de las que hablábamos.
—Las playas de Ostia son muy populares entre los turistas —comenta Poma—, aunque no tanto en esta época del año. La gente de aquí y los turistas suelen esperar hasta finales de mayo, incluso junio. Entonces los romanos las abarrotan, ya que están a treinta, quizá cuarenta minutos. A mí no me van —añade, como si alguien le hubiera preguntado su opinión sobre las playas de Ostia—. La arena negra me resulta repugnante, y sería incapaz de meterme en el agua.
—Creo que lo que nos interesa ahora mismo es de dónde procede la arena, lo que parece un misterio —señala Benton; ya es media tarde y todo el mundo se está poniendo inquieto—. ¿Y por qué arena, para empezar? La elección de la arena, esta arena en concreto, tiene algún significado para el asesino, y es posible que nos diga dónde fue asesinada Drew, o tal vez de dónde es el asesino o dónde pasa el tiempo.
—Sí, sí —dice Poma con un deje de impaciencia—. Y los ojos y esas heridas tan terribles seguramente tienen algún significado para el asesino. Por fortuna, estos detalles no han trascendido al público. Nos las hemos arreglado para que no llegaran a los periodistas. Así que, si hay otro asesinato similar, sabremos que no se trata de una imitación.