En la mitad del pasillo nos preguntábamos qué podíamos hacer ante la inesperada situación de nuestros amigos. David entró rápidamente al laboratorio, al tiempo que gritaba: «¡Ya lo tengo!».
Al cabo de unos segundos salió con la espada más grande que encontró y la arrastraba como si fuese un rastrillo gritando:
—¡Manos a la obra!
Al instante comprendimos sus intenciones: forzar la puerta de la cámara secreta con la afilada hoja del espadón.
—¡Buena idea!
Así lo intentamos durante un tiempo, pero fue inútil.
—¡No lo entiendo! —protestó David—. Los ladrones las abren con una simple tarjeta de crédito, y nosotros …
—¡Esa puerta no es de papel, precisamente!
Era desesperante. Apenas veinte centímetros de madera nos separaban de nuestros amigos: ellos estaban encerrados en el pasadizo que partía del convento y nosotros no podíamos salir de los dominios del castillo maldito.
Ya no era necesario el trasto para comunicarnos. Lo hacíamos a través de la puerta. Estar encerrados en mitad de un lugar donde se guardaban obras de arte robadas no les tranquilizó nada.
Traté de pensar con rapidez.
—No perdáis la calma. Lo mejor es que os ocultéis y esperéis a que vayamos a buscaros.
—¿Vosotros? —añadió Cris, que sabía de nuestro encierro—. ¿Qué vais a hacer para llegar hasta aquí?
—Bueno, nosotros, no; pero Belén ha ido a pedir ayuda.
—¿Y dónde la esperamos? Porque este sitio no nos parece muy seguro. Aquí hay cosas valiosas que pueden venir a buscar en cualquier momento.
—¡Ya sé! —dijo David, entusiasmado por la idea que acababa de tener—. ¡Escondeos en el pasadizo!
—¿Estás loco? —soltó Fer—. Ahí es donde más se nos notará.
—Sí, es un lugar de paso, y yo antes oí unos ruidos que… —añadió Cris.
—Hay un hueco en el pasadizo. Está tras una escultura de un Cristo que no lo parece… ¿No la habéis visto? —intentó explicar David para confusión y desasosiego de nuestros amigos.
—¿Un Cristo?
—Sí, no tiene cabeza, pero no os preocupéis, no pasa nada. Es sólo una estatua —y continuó—: Detrás de ese Cristo hay un sitio para esconderos, no es muy grande, pero …
—No vais a caber los dos —intervine rápidamente.
—¡Nos apretaremos! —concluyó Fer—. En caso de peligro, hay que adaptarse a las circunstancias.
Miré a David con ira por la idea que les acababa de dar, que no me gustaba nada. Cuando iban a dirigirse hacia el pasadizo, Cris puso una objeción.
—¿Y si suena el walkie de repente y hay alguien cerca? —preguntó—. Porque estos trastos no tienen vibrador, como los móviles.
—¡Lo desconectamos hasta que vengan a buscarnos! —Fer vio enseguida la solución, pero era un poco peligrosa.
—¡No, no podéis quedaros incomunicados! Apagadlo durante un rato nada más, y luego, dentro de una hora exacta, por ejemplo, os llamamos —y mirándome la muñeca, añadí—: A ver, cronometremos nuestros relojes.
Teníamos una hora. Había que actuar deprisa.
Llamé a Belén, que tardó en responder. Cuando lo hizo, dijo que estaba en el huerto del monasterio y que había algo sospechoso en el suelo.
—¿Qué es?
—No lo sé, parecen como aceitunas negras —al cabo de un momento, gritó—: ¡Puaff, se deshace! ¡Qué asco, es mierda de oveja!
—¡El pastor está ahí! —aseguré.
—¡Habrá ido a buscar otra oveja perdida! —apuntó Erika.
Pero entonces me di cuenta de que allí las cosas no eran tal como parecían.
—Creo que es al revés: las ovejas siguen al pastor cuando se escapa del rebaño y baja hasta el monasterio.
—¿No es un poco absurdo? —dijo Erika.
—Sí, sí que parece absurdo —y me reí—, pero es una explicación posible.
—Entonces, tengo razón yo —afirmó David, como si hubiese hecho todo un descubrimiento—. ¡El malo es el pastor! Un tipo que desaparece en cuanto lo ves me da mala espina.
Belén, que oía nuestra conversación a distancia, seguía explorando.
—No hay nadie por aquí. Creía haber visto algo entre estos arbustos, pero fue una falsa alarma.
—¡Eso ha sido el pastor! —soltó David, convencido—. ¡Siempre se evapora!
—¿Qué dice David? —preguntó Belén.
—Nada, que te cuides mucho.
David, al oírlo, refunfuñó:
—¡Oye, que yo no he dicho eso!
Belén añadió:
—Dile que no se preocupe.
Y David volvió a quejarse:
—Yo no estoy preocupado, ¡eh!, que conste bien claro. ¡Díselo! La que está preocupada es su hermana, pero yo…
No era fácil mantener esa conversación a dos voces, así que cogí el walkie y se lo entregué a David.
—¡Toma, habla tú con ella!
—Pero si yo no quiero hablar con Belén… —dijo David con el botón encendido.
—¿Qué os pasa? —antes de que decidiésemos quién contestaba, la propia Belén intervino—: Os dejo. Creo que hay alguien cerca de las bicis.
—¡Será el tío Lucas! —dije; allí le habíamos visto la primera vez.
—¡Ten cuidado, hermanita! —le gritó Erika—. Ese tipo esconde algo. No confíes en él, tan amable, tan falso, tan …
—Tranquilos, lo observaré antes desde el muro y… —en voz baja, porque estaba llegando a la tapia, añadió—: Bueno, cuelgo.
—¿Y ahora qué hacemos nosotros? —dijo Erika, agarrándose a Sabab.
—Vamos a esperar a que llame tu hermana.
—Vale. Mientras tanto, ¿nos cuentas tu teoría del bosque de la muerte?
—Es muy sencilla. No sé cómo no se os ha ocurrido. Algo tan evidente, tan consecuente, tan …
—¡Cuéntalo ya! —me cortó David.
Pero no pude comenzar, porque Belén volvió a llamar.
—Si no lo veo no lo creo —dijo—. Aquí desaparece todo el mundo.
—¿También se ha ido el tío Lucas?
—Ese tipo se ha esfumado. Y seguro que ha estado aquí. Ha tocado las bicis. Alguien ha venido a curiosear. ¡Voy a buscarlo!
—¡Noooooo! —le gritó su hermana, que sospechaba de él.
Pero Belén, que es la más rápida de la pandilla, ya estaba encaramada otra vez en el muro, y desde allí nos volvió a llamar para retransmitirnos en directo su aventura:
—Allá al fondo veo a alguien que se acerca.
—¿Cómo es?
—Esperad que busco los prismáticos de Fer… ¡Ah, sí! Es un tipo extraño y tiene una cara triste …
—¿Triste? —nos dijimos, sorprendidos.
No nos habíamos encontrado a nadie así: debía de ser alguien nuevo.
—Una cara antigua —prosiguió—, como si saliese de una película de las Cruzadas.
—¡El tipo de la bici! —dijo Erika.
—¿A que ése no le desaparece? —sugirió David.
—¡Qué va! Ése es especialista en aparecer sin saber de dónde —añadí, recordando cómo le habíamos conocido—. Por eso no me fío de él. No parece de esta época.
Quise advertir a Belén, pero cortó la comunicación tras decirnos que iba en su busca y que ya nos contaría luego.
Erika andaba preocupada.
—Ya verás como todo sale bien —traté de animarla—. Ese tipo ayudará a tu hermana.
—Sí, siempre aparece cuando tenemos problemas —añadió David, dando un nuevo punto de vista al asunto—. Es como nuestro ángel de la guarda.
Quise creerle, pero yo le veía más como un diablo.
Al cabo de unos minutos volvió a llamar Belén. Había encontrado al señor de la cicatriz y estaba con él. Al parecer, habían hablando bastante. Nos contó que el tipo conocía bien el pasadizo secreto y quería ayudarnos. Le habló de un nuevo camino para salir de allí —me lo explicó con detalle—, y que había intentado decírselo a Fer, pero que no contestaba.
—Es que tiene desconectado el walkie durante una hora.
—¿Una hora? .. ¿A qué juegan? —le extrañó, pero no andaba para dispersarse, así que prosiguió—. Ah, pues llama tú y les explicas por dónde deben meterse. Nosotros iremos a recogerlos a la salida que hay detrás del monasterio. Raimundo me va a llevar, pero antes ha dicho que tiene que arreglar las cuentas con no sé quien. Yo le voy a acompañar. Es muy emocionante.
Y colgó.
—¡Belén, Belén!
Nuestra amiga no contestaba. La llamamos cuatro o cinco veces más, pero fueron inútiles todos los intentos.