Pasados unos meses, una lluviosa y fría noche de invierno, un ángel entró en casa de María de Nazaret y fue como si no hubiera entrado nadie, pues la familia se quedó como estaba, sólo María se enteró de la llegada del visitante, tampoco podría haberse hecho la desentendida, dado que el ángel le dirigió directamente la palabra, y fue así, Debes saber, María, que el Señor puso su simiente mezclada con la simiente de José en la madrugada que concebiste por primera vez, y que, por consiguiente y en consecuencia, de ella, de la del Señor, no de la de tu marido, aunque legítimo, fue engendrado tu hijo Jesús. Se asombró mucho María con la noticia, cuya sustancia, felizmente, no se perdió en la confusa alocución del ángel, y preguntó, Entonces Jesús es hijo mío y del Señor, Mujer, qué falta de educación, a ver si tienes más cuidado con las jerarquías, con las precedencias, del Señor y mío tendrías que haber dicho, Del Señor y tuyo, No, del Señor y tuyo, No me confundas la cabeza, respóndeme a lo que te he preguntado, si Jesús es hijo, Hijo, lo que se dice hijo, es sólo del Señor, tú, para el caso, no pasaste de ser una madre portadora, Entonces, el Señor no me eligió, Bueno, el Señor estaba sólo de paso, quien estuviera mirando lo habría notado sólo por el color del cielo, pero se dio cuenta de que tú y José erais gente robusta y saludable y entonces, si todavía recuerdas cómo estas necesidades se manifestaban, le apeteció, el resultado fue, nueve mese más tarde, Jesús, Y hay certeza, lo que se dice certeza, de que fue realmente la simiente del Señor la que engendró a mi primer hijo, Bueno, la cuestión es delicada, lo que pretendes tú de mí es nada menos que una investigación de paternidad, cuando la verdad es que, en esos connubios mixtos, por muchos análisis, por muchas pruebas, por muchos recuentos de glóbulos que se hagan, la seguridad nunca es absoluta, Pobre de mí, que llegué a imaginar, al oírte, que el Señor me había elegido aquella madrugada para ser su esposa, y, al fin y al cabo, fue todo obra del azar, tanto podrá ser que sí como que no, te digo que mejor sería que no hubieras bajado hasta Nazaret para dejarme con esta duda, por otra parte, si quieres que te hable con franqueza, de un hijo del Señor, hasta teniéndome a mí por madre, notaríamos algo al nacer, y cuando creciera, tendría, del mismo Señor, el porte, la figura y la palabra, pero, aunque se diga que el amor de madre es ciego, mi hijo Jesús no satisface las condiciones, María, tu primer gran error es creer que he venido aquí sólo para hablarte de este antiguo episodio de la vida sexual del Señor, tu segundo gran error es pensar que la belleza y la facundia de los hombres existen a imagen y semejanza del Señor, cuando el sistema del Señor, te lo digo yo que soy de la casa, es ser siempre lo contrario de como los hombres lo imaginan y, aquí entre nosotros, yo creo que el Señor ni sabría vivir de otra manera, la palabra que más veces le sale de la boca no es el sí, sino el no, Siempre he oído decir que el espíritu que niega es el Diablo, No, hija mía, el Diablo es el espíritu que se niega, si en tu corazón no descubres la diferencia, nunca sabrás a quién perteneces, Pertenezco al Señor, Bien, dices que perteneces al Señor y has caído en el tercero y mayor de los errores, que es el de no haber creído en tu hijo, En Jesús, Sí, en Jesús, ninguno de los otros vio a Dios, ni lo verá, Dime, ángel del Señor, es verdad que mi hijo Jesús vio a Dios, Sí, y como un niño que encuentra su primer nido, vino corriendo a mostrártelo, y tú, escéptica, y tú, desconfiada, dijiste que no podía ser verdad, que si nido había, estaba vacío, que si huevos tenía, estaban malogrados, y que si no los tenía, es que se los comió la serpiente, Perdóname, ángel mío, por haber dudado, Ahora no sé si estás hablando conmigo o con tu hijo, Con él, contigo, con los dos, qué puedo hacer para enmendar mi error, Qué es lo que tu corazón de madre te aconseja, Ir a buscarlo, ir a decirle que creo en él, pedirle que me perdone y vuelva a casa, adonde vendrá a llamarlo el Señor, llegada la hora, Francamente, no sé si estás a tiempo, no hay nada más sensible que un adolescente, te arriesgas a oír malas palabras y a que te dé con la puerta en las narices, Si esto ocurre, la culpa la tiene aquel demonio que lo embrujó y lo perdió, no sé cómo el Señor, siendo padre, le consintió tales libertades, tanta rienda suelta, de qué demonios hablas, Del pastor con quien mi hijo anduvo durante cuatro años, gobernando un rebaño que nadie sabe para qué sirve, Ah, el pastor, Lo conoces, Fuimos a la misma escuela, Y el Señor permite que un demonio como él perdure y prospere, Así lo exige el buen orden del mundo, pero la última palabra será siempre la del Señor, lo que pasa es que no sabemos cuándo la dirá, pero cualquier día nos levantamos y vemos que no hay mal en el mundo, y ahora tengo que irme, si tienes alguna pregunta más, aprovecha, Sólo una, Muy bien, Para qué quiere el Señor a mi hijo, Tu hijo es una manera de decir, A los ojos del mundo Jesús es mi hijo, Para qué lo quiere, preguntas, pues, mira, es una buena pregunta, sí señor, lo malo es que no sé responderte, la cuestión, en su estado actual, está toda entre ellos dos, y Jesús no creo que sepa más de lo que a ti te haya dicho, Me dijo que tendrá poder y gloria después de morir, De eso también estoy informado, maravillas que le prometió el Señor, Bueno, bueno, tú, ignorante mujer, crees que esa palabra pueda existir a los ojos del Señor, que pueda tener algún valor y significado lo que presuntuosamente llamáis merecimientos, la verdad es que no sé qué os creéis cuando sois solo míseros esclavos de la voluntad absoluta de Dios, No diré nada más, soy realmente la esclava del Señor, cúmplase en mi según su palabra, dime sólo, después de pasados tantos meses, dónde podré encontrar a mi hijo, Búscalo, que es tu obligación, también él fue en busca de la oveja perdida, Para matarla, Calma, que a ti no te va a matar, pero tú si lo matarás a él no estando presente en la hora de su muerte, Cómo sabes que no voy a morir yo primero, Estoy bastante próximo a los centros de decisión para saberlo, y ahora adiós, hiciste las preguntas que querías, tal vez no hayas hecho alguna que debías, pero eso es ya un asunto en el que no me meto, Explícame, Explícate tú a ti misma. Con la última palabra el ángel desapareció y María abrió los ojos. Todos los hijos estaban durmiendo, los chicos en dos grupos de tres, Tiago, José y Judas, los mayores, en un rincón y en el otro los menores, Simón, Justo y Samuel, y con ella, una a cada lado, como de costumbre, Lisia y Lidia, pero los ojos de María, perturbados aún por los anuncios del ángel, se abrieron de pronto, desorbitados, al ver que Lisia estaba destapada, prácticamente desnuda, la túnica subida por encima de los senos, y dormía profundamente, y suspiraba sonriendo, con el brillo de un leve sudor en la frente y sobre el labio superior, que parecía mordido a besos. Si no tuviera la seguridad de que había estado allí sólo un ángel conversador, las señales que Lisia mostraba harían clamar y gritar que un demonio íncubo, de esos que acometen maliciosamente a las mujeres dormidas, anduvo haciendo de las suyas en el desprevenido cuerpo de la doncella mientras la madre se dejaba distraer con la conversación, probablemente fue siempre así y nosotros no lo sabíamos, andan estos ángeles a pares dondequiera que vayan, y mientras uno, para entretener, se pone a contar cuentos chinos, el otro, callado, opera el actus nefandus, manera de decir, que nefando en rigor no es, indicando todo que a la vez siguiente se cambiarán las funciones y las posiciones para que, ni en el soñador ni en lo soñado, se pierda el beneficioso sentido de la dualidad de la carne y el espíritu. María cubrió a la hija como pudo, tirando de la túnica hasta cubrir lo que es impropio tener descubierto, y cuando la tuvo ya decente la despertó y le preguntó en voz baja, por así decir a quemarropa, Qué soñabas.
Cogida por sorpresa, Lisia no podía mentir, respondió que soñaba con un ángel, pero que el ángel no le había dicho nada, sólo la miraba, y era una mirada tan tierna y tan dulce que no podrían ser mejores las miradas del paraíso. No te tocó, preguntó María, y Lisia respondió, Madre, los ojos no sirven para eso. Sin saber a ciencia cierta si debía descansar o preocuparse por lo que pasó a su lado, María, en voz aún más baja, dijo, Yo también soñé con un ángel, Y el tuyo habló o estuvo también callado, preguntó Lisia, inocentemente, Habló para decirme que tu hermano Jesús dijo la verdad cuando nos anunció que había visto a Dios, Ay madre, qué mal hicimos entonces al no creer en la palabra de Jesús, y él es tan bueno, que, furioso, hasta podía haberse llevado el dinero de mi dote, y no lo hizo, Ahora vamos a ver cómo lo arreglamos No sabemos dónde está, noticias no dio, bien podía haber ayudado el ángel, que los ángeles lo saben todo, Pues no, no ayudó, sólo me dijo que buscáramos a tu hermano, que ese era nuestro deber, Pero, madre, si es verdad que mi hermano estuvo con el Señor, entonces nuestra vida, en adelante, va a ser diferente, Diferente quizá, pero peor, Por qué, Si nosotros no creíamos a Jesús ni su palabra, cómo puedes esperar que otros le crean, seguro que no querrás que vayamos por las calles y plazas de Nazaret pregonando Jesús vio al Señor Jesús vio al Señor, nos correrían a pedradas, Pero el Señor, puesto que lo eligió, nos defendería, que somos la familia, No estés tan segura, cuando el Señor eligió, nosotros no estábamos allí, para el Señor no hay padres ni hijos, recuerda lo de Abraham, acuérdate de Isaac, Ay, madre, qué aflicción, Lo más prudente, hija, es que guardemos todo esto en nuestros corazones y que hablemos lo menos posible de ello, Entonces, qué haremos, mañana mandaré a Tiago y a José en busca de Jesús, Pero dónde, si Galilea es inmensa, y Samaria, si está por ahí, y Judea, o Idumea, que está en el fin del mundo, Lo más probable es que tu hermano se haya ido al mar, recuerda lo que nos dijo cuando vino, que estuvo con unos pescadores, Y no habrá vuelto al rebaño, Eso se acabó, Cómo lo sabes, Duerme, que aún está lejos la mañana, Puede que volvamos a soñar con nuestros ángeles, Es posible. Si el ángel de Lisia, huido quizá en compañía de su compinche, vino a habitar otra vez sus sueños, no se notó, pero el ángel del anuncio, aunque se haya olvidado de algún detalle, no pudo volver, porque María estuvo siempre con los ojos abiertos en la penumbra de la casa, lo que sabía era más que suficiente, y lo que adivinaba la llenaba de temores.
Nació el día, se enrollaron las esteras y María, ante la familia reunida, hizo saber que habiendo pensado mucho en los últimos tiempos sobre el modo en que habían procedido con Jesús, Empezando por mí, que siendo su madre, debería haber sido más benévola y comprensiva, he llegado a una conclusión muy clara y justa, la de que debemos ir a buscarlo y pedirle que vuelva a casa, pues en él creemos y, queriéndolo el Señor, creeremos en lo que nos dijo, fueron éstas las palabras de María, que no dio fe de estar repitiendo lo que había dicho su hijo José allí presente, en la hora dramática de la repulsa, quién sabe si Jesús no estaría todavía aquí si aquel murmullo discreto, que lo fue, aunque en aquel momento no lo hicimos notar, se hubiera convertido en voz de todos. María no habló del ángel ni del anuncio del ángel, sólo del simple deber de todos para con el primogénito. No se atrevió Tiago a poner en duda los puntos de vista nuevos, a pesar de que, en lo íntimo, seguía firme en su convicción de que el hermano estaba loco o, en el mejor de los casos, y era una eventualidad digna de ser tomada en cuenta, era objeto de una repugnante mistificación de gente impía.
Previendo ya la respuesta, preguntó, Y quién, de los que aquí estamos, irá a buscar a Jesús, tú irás, que eres el que le sigue en edad, y José irá contigo, juntos iréis más seguros, Por dónde empezaremos a buscar, Por el mar de Galilea, estoy segura de que por allí lo encontraréis, Cuándo partimos, Han pasado meses desde que Jesús se fue, no podemos perder ni un día más, Llueve mucho, madre, no es bueno el tiempo para el viaje, Hijo, la ocasión puede siempre crear una necesidad, pero si la necesidad es fuerte, tendrá que ser ella la que haga la ocasión. Los hijos de María se miraron sorprendidos, realmente no estaban habituados a oír de boca de la madre sentencias tan acabadas, todavía son muy jóvenes para saber que la frecuentación de los ángeles produce estos y otros resultados mejores, la prueba, sin que los demás lo sospechen, está en Lisia y la da en este mismo momento, pues no otra cosa significa su lento, soñador movimiento afirmativo de cabeza. Terminó el consejo de familia, Tiago y José fueron a ver si los meteoros del aire estaban en mejor disposición, que, teniendo ellos que ir en busca del hermano con tiempo tan ruin, pudieran al menos salir al campo en una escampada, como fue el caso, parecía que el cielo los hubiera oído, pues justamente del lado del mar de Galilea se estaba abriendo ahora un azul aguado que parecía prometer una tarde aliviada de lluvias. Hechas las despedidas dentro de la casa, discretamente, por entender María que los vecinos no tenían por qué saber más de lo conveniente, partieron al fin los dos hermanos, no por el camino que lleva a Magdala, pues no tenían motivos para pensar que Jesús había seguido aquella dirección, sino por otro, el que directamente y con mayor comodidad, los llevaría a la nueva ciudad de Tiberíades. Iban descalzos porque, con los caminos convertidos en un barrizal, en poco tiempo se les caerían de los pies deshechas las sandalias, ahora a salvo en las alforjas, a la espera de un tiempo más benigno. Dos buenas razones tuvo Tiago para elegir el camino de Tiberíades, siendo la primera su propia curiosidad de aldeano que oyó hablar de palacios, templos y otras grandezas similares en construcción, y la segunda que la ciudad está situada, según oyera contar, entre los extremos norte y sur de esta margen, más o menos hacia la mitad. Como tendrían que ganarse la vida mientras durara la búsqueda, esperaba Tiago que fuese fácil encontrar un trabajo en las obras de la ciudad, pese a lo que decían los judíos devotos de Nazaret, que el lugar era impuro debido a los aires malsanos y a las aguas sulfurosas que se encontraban por allí cerca. No pudieron llegar a Tiberíades aquel mismo día, porque las promesas del cielo no se cumplieron, no había pasado una hora de camino cuando empezó a llover, mucha suerte tuvieron de encontrar una cueva donde felizmente hallaron cobijo y se abrigaron antes de que la lluvia los hubiera empapado.
Durmieron y en la mañana del día siguiente, escarmentados por la experiencia, tardaron en convencerse de que el tiempo había mejorado de verdad y de que podrían llegar a Tiberíades con la ropa del cuerpo más o menos seca. El trabajo que encontraron en las obras fue el de acarrear piedra, que para más no daba el saber del uno y del otro, afortunadamente, al cabo de unos días decidieron que habían ganado lo suficiente, no porque el rey Herodes Antipas fuese generoso pagador, sino porque, siendo tan pocas y tan poco urgentes las necesidades, con ellas se podría vivir sin tener que satisfacerlas por completo. En Tiberíades preguntaron si estuvo o pasó un tal Jesús de Nazaret, que es hermano nuestro, de aspecto así y así, de modos así y asado, si anda acompañado eso es lo que no sabemos. Les dijeron que en aquella obra no, y ellos dieron la vuelta por todos los astilleros de la ciudad hasta certificar que Jesús no había estado aquí, cosa que no era de extrañar, pues si el hermano hubiese decidido volver a su iniciado oficio de pescador, seguro que no se iba a quedar, teniendo el mar a la vista, penando entre duras piedras y durísimos capataces. Con el dinero ganado, aunque escaso, la cuestión que ahora tenían que resolver era si debían seguir por las márgenes del lago, pueblo por pueblo, obra por obra, barco por barco, hacia el norte o hacia el sur.
Tiago acabó eligiendo el sur, porque le pareció más fácil camino, casi sin cuestas, mientras que hacia el norte la orografía era más accidentada.
El tiempo estaba seguro, el frío soportable, se fue la lluvia, y cualesquiera sentidos de la naturaleza más experimentados que los de estos dos muchachos, percibirían sin duda, por el olor de los aires y el palpitar del suelo, unos primeros tímidos indicios de primavera. La busca del hermano por los hermanos, por razones superiores ordenada, estaba convirtiéndose en una excursión amable y egoísta, paseo por el campo, vacaciones en la playa, poco faltaba ya para que Tiago y José se olvidaran de lo que habían venido a hacer a esta parte, cuando, de repente, por los primeros pescadores que encontraron, supieron noticias de Jesús, y para colmo de la más extraña manera, pues éstas fueron las palabras de los hombres, Lo hemos visto, sí, y lo conocemos, y si andáis en su busca, decidle, si lo encontráis, que aquí lo estamos esperando como quien espera el pan de cada día. Se asombraron los dos hermanos y no pudieron creer que los pescadores estuvieran hablando de la persona de Jesús, o sería otro Jesús y no el que ellos conocían, por las señas que nos dais, respondieron los pescadores, es el mismo Jesús, si vino de Nazaret no lo sabemos, él no lo dijo, Y por qué decís que lo esperáis como el pan de cada día, preguntó Tiago, Porque, estando él dentro de una barca, el pescado viene a las redes como jamás se vio, Pero nuestro hermano no tiene arte bastante de pescador, no puede ser el mismo Jesús, Ni nosotros dijimos que tuviera arte de pescador, él no pesca, sólo dice Lanzad la red por este lado, lanzamos la red y la sacamos llena, Siendo así, por qué no está con vosotros, Porque se va al cabo de unos días, dice que tiene que ayudar a otros pescadores y realmente así es, pues con nosotros ya estuvo tres veces y siempre dijo que volvería, Y ahora, dónde está, No lo sabemos, la última vez que estuvo aquí se fue al sur, pero también puede ser que haya ido al norte sin que nos diéramos cuenta, aparece y desaparece cuando le da la gana. Tiago le dijo a José, Vamos hacia el sur, al menos ya sabemos que nuestro hermano anda por esta orilla del mar.
Parecía fácil, pero hay que entender que, al pasar, Jesús podía estar en altamar, en una barca, entregado a una de aquellas milagrosas pescas suyas, en general no damos importancia a estos pormenores, pero el destino no es como lo creemos, pensamos que está todo determinado desde un principio cualquiera, cuando la verdad es muy distinta, repárese en que, para que pueda cumplirse el destino de un encuentro de unas personas con otras, como en el caso de ahora, es preciso que ellas consigan reunirse en un mismo punto y a una misma hora, lo que cuesta no poco trabajo, basta con que se retrase uno, por poco que sea, mirando una nube en el cielo, escuchando el cantar de un pájaro, contando las entradas y salidas de un hormiguero o, por el contrario, que por distracción no mirásemos ni oyésemos ni contásemos y siguiésemos adelante, echándose a perder lo que tan bien encaminado parecía, el destino es lo más difícil que hay en el mundo, hermano José, ya lo verás cuando tengas mis años.
Puestos así en sobreaviso, los dos hermanos iban mirando con mil ojos, hacían paradas en el camino esperando el regreso de un barco que se demoraba, incluso algunas veces volvieron súbitamente atrás, para sorprender por la espalda la posible aparición de Jesús en un lugar inesperado. Así llegaron al fin del mar.
Cruzaron al otro lado del río Jordán y a los primeros pescadores que encontraron les preguntaron por Jesús. Habían oído hablar de él, sí señor, de él y de su magia, pero por allí no andaba. Volvieron Tiago y José sobre sus pasos, rumbo al norte, redoblando la atención, también ellos como pescadores que llevaran una red de arrastre con la esperanza de levantar al rey de los peces. Una noche que durmieron en el camino, hicieron cuartos de centinela, no fuera a aprovechar Jesús la claridad lunar para ir de un sitio a otro, a la callada.
Andando y preguntando llegaron a la altura de Tiberíades, y no necesitaron ir al pueblo a pedir trabajo, pues todavía les quedaba dinero, gracias a la hospitalidad de los pescadores, que les daban pescado, lo que hizo decir una vez a José, Hermano Tiago, has pensado que este pez que estamos comiendo puede haber sido pescado por nuestro hermano, y Tiago respondió, No por eso sabe mejor, malas palabras que no se esperarían de un amor fraternal, pero que la irritación de quien anda buscando una aguja en un pajar, con perdón, justifica.
Encontraron a Jesús a una hora de camino, hora de las nuestras, queremos decir, pasado Tiberíades. El primero en avistarlo fue José, que tenía unos ojos finísimos para ver de lejos, Es él, allí, exclamó. Realmente vienen en esta dirección dos personas, pero una es mujer, y Tiago dice, No es él. Un hermano menor nunca debe contradecir al mayor, pero José, de contento, no está dispuesto a respetar normas ni conveniencias, Te digo que es él, Pero viene una mujer, Viene una mujer, y viene un hombre, y el hombre es Jesús.
Por el sendero que bordea el camino, en un campo que aquí era llano, entre dos colinas cuyos pies casi tocaban el agua, venían andando Jesús y María de Magdala. Tiago se detuvo, a la espera, y le dijo a José que se quedara con él.
El mozo obedeció contrariado, porque su deseo era correr hacia el hermano al fin hallado, abrazarlo, saltarle al cuello. A Tiago le perturbaba la mujer que venía con Jesús, quién sería, no quería creer que el hermano conociera mujer, pues sentía que esa simple probabilidad le colocaba, a él, a una distancia infinita del primogénito, como si Jesús, que se gloriara de haber visto a Dios, sólo por esta razón, la de conocer mujer, perteneciese a un mundo definitivamente otro. De una reflexión se pasa a la siguiente y muchas veces se llega a ella sin conocer el camino que unió las dos, es como ir de una margen del río a la otra por un puente cubierto, veníamos andando y no veíamos por dónde, pasamos un río que no sabíamos que existiera, así fue como Tiago, sin saber cómo, se encontró pensando que no era apropiado haberse quedado allí parado como si él fuera el primogénito a quien su hermano tendría que venir a saludar.
Su movimiento liberó a José, que corrió hacia Jesús con los brazos abiertos, con gritos de alegría, alzando una bandada de pájaros que, ocultos entre los matojos de la orilla, cataban en el lodo su sustento. Tiago apresuró el paso para impedir que José tomase como cosa suya recados que sólo a él pertenecían, en poco tiempo estaba ante Jesús y decía, Gracias doy al Señor por haber querido que encontrásemos al hermano que buscábamos, y Jesús respondió, Gracias doy por veros con buena salud. María de Magdala se había detenido, un poco atrás, Jesús preguntó, Qué hacéis en estos lugares, hermanos, y Tiago dijo, Vamos a apartarnos un poco y hablaremos con más tranquilidad, Tranquilos ya estamos, dijo Jesús, y si lo dices por esta mujer, has de saber que todo cuanto tengas que decirme y yo quiera oír de ti, puede oírlo ella también como si fuera yo mismo. Hubo un silencio tan denso, tan alto, tan profundo, que parecía que era un silencio del mar y de los montes concertados y no el de cuatro simples personas frente a frente, recuperando fuerzas.
Jesús parecía aún más hombre que antes, más oscuro de piel aunque se le había quebrado la fiebre de la mirada, y el rostro, bajo la espesa barba negra, se mostraba apaciguado, tranquilo, pese a la visible crispación causada por el inesperado encuentro. Quién es esa mujer, preguntó Tiago, Se llama María y está conmigo, respondió Jesús, Te has casado, Sí, bueno, no, no, bueno, sí, No entiendo, Ni yo contaba con que entendieses, Tengo que hablarte, Pues habla, Traigo recado de nuestra madre, te oigo, Preferiría dártelo a solas, Ya has oído lo que he dicho.
María de Magdala dio dos pasos, Puedo retirarme hacia donde no os oiga, dijo, No hay en mi alma un pensamiento que no conozcas, es justo que sepas qué pensamientos tuvo mi madre sobre mí, así me ahorrarás el trabajo de contártelo luego, respondió Jesús. La irritación hizo subir la sangre a la cara de Tiago, que dio un paso atrás, como para retirarse, al tiempo que lanzaba a María de Magdala una mirada de cólera, y en esta mirada se percibía también un sentimiento confuso, de deseo y rencor. En medio de los dos, José tendía las manos para retenerlos, era todo cuanto podía hacer. Al fin, Tiago se calmó y, tras una pausa de concentración mental, para recordar, recitó, Nos ha enviado nuestra madre para buscarte y decirte que vuelvas a casa, pues en ti creemos y, si el Señor quiere, creeremos lo que dijiste, Sólo eso, Éstas fueron sus palabras, Quieres decir entonces que no haréis nada por vosotros mismos para creer en lo que os conté, que os quedaréis esperando que el Señor mude vuestro entendimiento, Entender o no entender, todo está en manos del Señor, Te engañas, el Señor nos dio piernas para que andemos y andamos, que yo sepa, nunca hombre alguno esperó a que el Señor le ordenara Anda, y con el entendimiento pasa lo mismo, si el Señor nos lo dio, fue para que lo usáramos según nuestro deseo y nuestra voluntad, No discuto contigo, Haces bien, no ganarías la discusión, Qué respuesta debo llevarle a nuestra madre, Dile que las palabras de su recado han llegado demasiado tarde, que esas mismas palabras supo decirlas a tiempo José, y ella no las tomó para sí, y que aunque un ángel del Señor se le aparezca para confirmar todo cuanto os conté, convenciéndola de la voluntad del Señor, no volveré a casa, Has caído en pecado de orgullo, Un árbol gime si lo cortan, un perro gruñe si lo golpean, un hombre se crece si lo ofenden, Es tu madre, somos tus hermanos, Quién es mi madre, quiénes son mis hermanos, mis hermanos y mi madre son aquellos que creyeron en mí y en mi palabra en la misma hora en que yo la proferí, mis hermanos y mi madre son aquellos que en mí confían cuando vamos al mar para de lo que pescan comer con más abundancia de la que comían, mi madre y mis hermanos son aquellos que no necesitan esperar a la hora de mi muerte para apiadarse de mi vida, No tienes otro recado que dar, Otro recado no tengo, pero oiréis hablar de mí, respondió Jesús, y volviéndose hacia María de Magdala, dijo, Vámonos, María, los barcos deben de estar ya a punto de salir para la pesca, los cardúmenes se reúnen, es tiempo de recoger la cosecha.
Ya se apartaban cuando Tiago gritó, Jesús, tengo que decirle a nuestra madre quién es esa mujer, Dile que está conmigo y que se llama María, y la palabra resonó entre las colinas y sobre el mar.
Tendido en el suelo, José lloraba desconsolado.