Capítulo 9

No entiendo cómo no se nos había ocurrido antes. Todos los viernes la maestra de Meghan, la señorita Pandolfe, les pone a sus alumnos un examen de ortografía, y a Meghan la ortografía se le da bastante mal.

No creo que Max haya escrito mal una palabra nunca, pero Graham dice que Meghan hace unas ocho faltas cada semana, y eso son casi la mitad de las palabras del examen, aunque Graham no sabía que la mitad de doce es seis. Me pareció muy curioso que no lo supiera, porque parece que está muy claro. Quiero decir, que si seis más seis son doce, ¿cómo no vas a saber que la mitad de doce son seis?

Aunque la verdad es que yo seguramente tampoco sabía qué era la mitad de doce cuando Max y yo estábamos en primero.

Aunque creo que sí lo sabía.

Graham y yo nos pasamos toda la hora de comer haciendo una lista con los problemas de Meghan. Le dije a Graham que teníamos que encontrar un problema que ella le pudiera solucionar, porque así, una vez solucionado, Meghan se daría cuenta de lo mucho que la necesitaba.

A Graham le pareció una idea estupenda.

«A lo mejor funciona —dijo, y se le iluminaron los ojos por primera vez desde que empezó a desaparecer—. Es una gran idea. A lo mejor funciona de verdad».

Pero tengo la impresión de que a Graham en este momento cualquier idea le podría parecer estupenda, porque está desvaneciéndose por minutos.

Intenté hacerla reír diciéndole que ya le habían desaparecido las orejas —que nunca ha tenido—, pero no conseguí sacarle ni una sonrisa. Tiene miedo. Dice que hoy se siente menos real, como si estuviera a punto de desaparecer flotando en el cielo. Yo le hablé de los satélites y de que sus órbitas a veces decaen y pueden acabar también flotando en el espacio, por ver si era eso lo que sentía, pero luego me callé.

No creo que a Meghan le apetezca hablar de esas cosas.

Max me contó eso del decaimiento orbital el año pasado. Lo había leído en un libro. Soy un amigo imaginario con mucha suerte, porque, como Max es un niño muy listo y lee mucho, yo también aprendo muchas cosas. Por eso sé que la mitad de doce es seis y que los satélites pueden salirse de sus órbitas y flotar en el espacio para siempre.

Estoy muy contento de que mi amigo sea Max y no Meghan. Ella ni siquiera sabe escribir correctamente la palabra «barco».

En fin, que hicimos una lista con los problemas de Meghan. No en papel, claro, porque ni Graham ni yo podemos coger un lápiz, pero nos la aprendimos de memoria porque no era muy larga.

Meghan tartamudea cuando se altera.

Tiene miedo a la oscuridad.

Se le da mal la ortografía.

No sabe atarse los cordones de los zapatos.

Cada noche a la hora de acostarse le da una rabieta.

No sabe subirse la cremallera del abrigo.

No sabe tirar la pelota.

La lista no es muy útil que digamos, porque Graham es incapaz de ayudarla con la mayoría de esos problemas. Si pudiera atar cordones o subir cremalleras, podría ayudar a Meghan a atarse las zapatillas o subirse la cremallera del abrigo, pero le es imposible. Solo sé de un amigo imaginario que es capaz de tocar y mover cosas en el mundo de los humanos, pero ese no nos echaría una mano ni que se lo pidiéramos de rodillas.

Además, no me atrevería a ir a verle.

Graham tuvo que explicarme lo que era una rabieta, porque yo no sabía qué era eso. Suena como lo que le pasa a Max cuando se bloquea. A Meghan no le gusta acostarse, y cuando su madre le dice que es hora de lavarse los dientes se pone a gritar y a dar patadas en el suelo, y a veces su papá la tiene que llevar a cuestas al dormitorio.

—¿Y le pasa cada noche? —le pregunto a Graham.

—Pues sí. Se pone roja, le suda todo el cuerpo y al final siempre llora. Muchas noches se duerme llorando. Me da mucha lástima. Pero, por mucho que le digamos sus padres o yo, no sirve de nada.

—Vaya —digo, incapaz de imaginar lo pesado que tiene que ser tener que soportar una rabieta noche tras noche.

Cuando Max se bloquea, que no suele pasar muy a menudo, es como si le diera una rabieta pero por dentro. Se queda callado, aprieta los puños y el cuerpo le tiembla un poco, pero no se pone rojo, ni suda o chilla. Para mí que todas esas cosas las hace por dentro; por fuera solo se bloquea. Y a veces puede tardar un buen rato en desbloquearse.

Al menos, cuando le da, no arma escándalo ni se hace molesto. Y nunca le pasa por no querer acostarse. A Max no le importa irse a la cama, siempre que sea a la hora de siempre.

Las ocho y media.

Si es antes o después, se pone nervioso.

No se me ocurrió nada en lo que Graham pudiera ayudar a Meghan con sus rabietas, y la lista de problemas no era muy larga. Por eso, al final terminamos decidiéndonos por los exámenes de ortografía.

—¿Cómo podría ayudarla a escribir mejor? —preguntó Graham.

—Yo te enseño.

Cada semana, la señorita Pandolfe deja las palabras que van a entrar en el examen de ortografía anotadas en una hoja de papel milimetrado que cuelga al frente del aula, igual que hace la señorita Gosk en su clase. Los jueves por la tarde quita la hoja, así que, antes de volver a casa, Graham y yo nos pasamos una hora de pie frente a esa hoja, memorizando las palabras. Yo nunca me he fijado mucho en las pruebas de ortografía que hace Max, y la verdad es que no suelo prestar atención a la señorita Gosk cuando habla de eso, así que se me hizo mucho más difícil de lo que imaginaba. Muchísimo más.

En cambio Graham, en menos de una hora, ya había aprendido a escribir correctamente todas y cada una de aquellas palabras.

Mañana, cuando llegue el momento de hacer el examen, se pegará a Meghan, y si escribe mal alguna palabra, se la corregirá. Es un plan genial, porque Meghan tiene que hacer un examen de ortografía semanal, así que no va a ser la única ocasión. Podrá ayudarla cada semana. Incluso puede que acabe ayudándola con otros exámenes.

Creo que nuestro plan va a salir bien, siempre que Graham no desaparezca a lo largo de esta noche. Un amigo imaginario que se llamaba Señor Dedo me dijo una vez que la mayoría de amigos imaginarios desaparece mientras sus amigos humanos están durmiendo, pero me parece que eso fue un invento suyo para impresionarme. ¿Cómo podía él saber eso? He estado a punto de decirle a Graham que se asegurara de mantener despierta a Meghan toda la noche, por si acaso el Señor Dedo me había dicho la verdad, pero Meghan no tiene más que seis años, y a esa edad los niños no pueden pasar toda una noche sin dormir. Hiciera lo que hiciese Graham, Meghan terminaría cayendo rendida.

En fin, espero que Graham aguante viva toda la noche.