Tenía yo razón. Va a ser hoy, ya está sucediendo. Cuando Max ha encendido la luz esta mañana, casi no he podido verme el cuerpo. Le he dicho hola y no me ha contestado. Ni siquiera ha mirado en mi dirección.
Y desde hace un rato me siento raro. Estoy sentado en clase de la señorita Gosk. Max está sentado en la alfombra con los demás niños. La señorita Gosk les está leyendo El valiente Desperaux, un cuento que trata de un ratón. Yo pensaba que sería una tontería, porque el protagonista es un ratoncito, pero qué va. Es una historia preciosa. Es el libro más bonito del mundo. Trata de un ratón enamorado de la luz que sabe leer y tiene que salvar a la princesa Guisante.
La señorita Gosk va solo por la mitad del libro. Nunca me enteraré de cómo termina la historia. No sabré lo que le pasa a Desperaux.
Desperaux se parece un poco a mí. Yo nunca sabré qué suerte ha corrido Desperaux y nadie sabrá nunca la mía. Dejaré de existir, de persistir, hoy mismo, sin que nadie lo sepa excepto yo. Moriré en silencio, sin que nadie se entere, en el fondo de la clase, escuchando un cuento sobre un ratoncito cuya suerte nunca llegaré a conocer.
Max, la señorita Gosk y todos los demás continuarán con su vida como si nada hubiera ocurrido. Seguirán a Desperaux hasta el final de su aventura.
Yo, no.
Siento como si tuviera un globo suave y pegajoso dentro de la barriga. Uno de esos globos que flotan solos. No duele. Solo siento como si tiraran de mí hacia arriba, aunque siga sentado en esta silla. Me miro las manos, pero solo consigo verlas si las llevo a la altura de los ojos y las muevo.
Me alegro de poder morir en clase de la señorita Gosk. Max y la señorita Gosk son los dos seres de este mundo a los que más quiero. Es bonito pensar que serán el último recuerdo que me lleve de aquí.
Solo que no voy a tener recuerdos. Será bonito morir junto a Max y la señorita Gosk solo hasta el momento en que me muera. Entonces, ya nada tendrá ninguna importancia. A partir de ese instante nada tendrá nunca más sentido ninguno para mí. Y no solo hablo de lo que pase después de que yo muera, sino también a lo de antes. Cuando yo muera, todo morirá conmigo.
Qué desperdicio de vida.
Miro a Max, sentado a los pies de la señorita Gosk. A él también le encanta este cuento. Está sonriendo. Ahora ya sonríe. Esa es la única diferencia entre el Max que creía en Budo y el que ya no cree. Este sonríe. No mucho, pero de vez en cuando.
La señorita Gosk también está risueña. Sonríe porque Max ha vuelto, pero también porque le encanta la historia de ese ratoncito tanto como a sus alumnos. Acaban de lanzar a Desperaux a las mazmorras con las ratas, porque es distinto a los demás ratones, y en cierto modo Max es como Desperaux. Es distinto a todos, y también él estuvo encerrado en un sótano. Y me parece que, al igual que Max, Desperaux logrará escapar de esa oscura mazmorra y salvarse.
El globo crece en mi barriga. Siento un calorcito muy agradable por dentro.
Me acerco a la señorita Gosk y me siento a sus pies con los demás. Justo al lado de Max.
Pienso en todos los amigos que he perdido en estas dos últimas semanas. En Graham, Summer, Oswald, Dee. Me los imagino a todos pasando por delante de mí. En su mejor momento.
A Graham sentada junto a Grace el día de su desaparición.
A Summer cuando me hizo prometer que salvaría a Max.
A Oswald de rodillas ante la puerta de la terraza, parando con las palmas de la manos a la señorita Patterson.
A Dee dándole voces a Sally porque lo quería como a un hermano.
A todos los quise.
A todos los echo de menos.
Miro a la señorita Gosk, que está de pie delante de mí. Cuando me vaya de este mundo, será ella quien tendrá que proteger a Max. Tendrá que ayudarle con sus cacas de propina, con Tommy Swinden y con todas las pequeñas cosas que él no puede hacer porque vive gran parte de su vida dentro de sí mismo. Ese dentro tan especial y maravilloso que me creó a mí.
Sé que lo protegerá. Oswald el Gigante fue un héroe, y quizá yo también un poquito. Pero la señorita Gosk es una heroína todos los días, a todas horas, aunque solo los niños que son como Max se den cuenta. Y seguirá siendo una heroína mucho tiempo después de que yo me haya ido de este mundo, porque lo ha sido siempre.
Miro a Max. Mi amigo. El niño que me creó. Quisiera enfadarme con él por haberse olvidado de mí, pero no puedo. Lo quiero. Cuando yo deje de existir, nada tendrá importancia, pero creo que en cierta manera seguiré queriendo a Max.
Ya no temo morir. Pero es triste. Nunca más volveré a ver a Max. Lo echaré de menos todos y cada uno de los miles de días que le queden por vivir, cuando crezca y se haga un hombre y tenga a un pequeño Max a su vez. Creo que si pudiera quedarme sentado en algún sitio, quieto y sin hacer ruido, y ver crecer a este niño que tanto quiero a lo largo de su vida, sería feliz.
Ya no necesito seguir existiendo por mi propio bien. Lo único que deseo es seguir existiendo por él. Para saber lo que pasa en su vida.
Siento mis lágrimas calientes. Mi cuerpo caliente. No me veo a mí mismo, pero sí a Max. Su preciosa carita está levantada hacia esa maestra que adora, hacia la única maestra que ha querido en su vida, y sé que será feliz. Que estará a salvo. Que será un buen chico.
No veré el resto de la vida de Max, pero sé que será larga, feliz y buena.
Cierro los ojos. Las lágrimas resbalan por mis mejillas y de pronto desaparecen. Esos surcos húmedos y calientes han desaparecido. El pegajoso globo que crece dentro de mí se hincha llenando todos y cada uno de los rincones de mi ser, y de pronto siento que me elevo.
Ya no tengo cuerpo. Ya no soy yo.
Me elevo.
Retengo mentalmente la imagen de la cara de Max todo el tiempo que puedo. Hasta que dejo de existir.
—Te quiero, Max —susurro, mientras la cara de mi amigo y el resto del mundo se funden en blanco.